Un personaje infaltable durante los festejos del Carnaval era el “Oso Carolina”. Una piel lo cubría completamente y dentro de ella un hombre caminaba a los saltitos, al compás de la música de tamboril, arrastrado por una cadena como si estuviera amaestrado. Un hombre llevaba el extremo de la cadena y señalaba que correspondía hacer. El oso Carolina salía a caminar a la media tarde. Hacía su recorrido de cuadras y cuadras, esperando las horas de la noche cuando comenzaban a encenderse las luces de los corsos, porque era entonces cuando realizaba su entrada triunfal asustando a los chicos, regocijo de los más grandes y lástima de los mayores.
Cuando llegaban las primeras comparsas, el Oso procuraba encabezar una de ellas para que lo vieran mejor. Iba en silencio, atado a la cadena que le arrastraba su compañero y atento a las variaciones de la música para llevar con dignidad los pasos de baile. El oso Carolina y sus guardianes hacían un alto, previamente a la presentación ante las comisiones de los concursos de máscaras. Se metían en un almacén y entre todos lo despojaban de la enorme careta, que dejaba sobre una silla, mientras reclamaba a gritos algo para beber y calmar su sed. Bebido el refresco, volvía a calzar la careta y se dejaba guiar por las calles y veredas enredándose con las serpentinas.
En los concursos ganaba un modesto Diploma. Fue un héroe inútil que sufrió el Carnaval, a veces con riesgo de su vida, cuando algún gracioso intentó incendiar su disfraz. Personajes inolvidables de un Buenos Aires que se fue.