Desde tiempos remotos, se ha
hablado sobre la importancia del agua como recurso natural. Factor esencial en el desarrollo de la vida terrestre y en el proceso de evolución de la humanidad. Cuando la
bola incandescente de la Tierra se enfrió hace aproximadamente 5.000 millones de años, el agua en
estado líquido apareció por primera vez sobre nuestro Planeta. Los vapores y
gases emanados de esa reacción se convirtieron en lluvia, que cayó sobre las
rocas duras de la corteza terrestre durante un largo período y se almacenó en
las cubetas y depresiones que encontró a su paso. Así, se originaron los primeros ríos y mares y comenzó el
proceso inacabable de la circulación del
agua. Este elemento es el responsable
principal de la vida de todos los seres vivos y afecta directamente al medioambiente, a la historia, a la energía, a la tecnología
y a la economía del Planeta.
A lo largo de la historia, el
agua ha condicionado la vida de los pueblos y ha sido un factor clave en el
establecimiento de los núcleos de población hasta la Revolución Industrial, momento en que cedió el puesto a las vías de
comunicación. Por otra parte, es una importante fuente de energía no contaminante, pues se han usado en las centrales hidroeléctricas fluviales o
mareomotrices. Es el principal agente
geodinámico, capaz de ser el principal protagonista
en la formación del actual perfil terrestre.
En su parte química es la
combinación de 2 átomos de Hidrógeno y Uno de Oxígeno (H2O) y se define como un elemento inodoro, incoloro e insípido.
Además el agua en su estado natural contiene además, varios elementos que
proceden de partículas que se le adhieren, ya que una de sus propiedades es que
es un gran disolvente. Todo esto sucede
en su proceso de evaporación y
almacenamiento en la biosfera para caer luego en forma de lluvia. Pasando
por diferentes suelos y depósitos,
como ríos, mares, lagos, embalses, mantos acuíferos, etcétera.
Todas las aguas son diferentes,
así como el agrupamiento en dos calidades diferentes. Ellas son, las llamadas aguas duras, que contienen gran
cantidad de sales, y las denominadas
aguas blandas cuando su proporción
de carbonatos es menor. El agua
tiene gran capacidad térmica, es
decir conserva muy bien el calor, lo cual contribuye a reducir las diferencias
de temperatura en diversos lugares. Su elevada tensión superficial facilita el fenómeno de la capilaridad, por el que las plantas absorben humedad y sales del
suelo. El cuerpo de los seres vivos está formado en su mayor proporción de agua
y, por ejemplo, este elemento en el hombre constituye el 70 por ciento de su
organismo.
Se ha estimado que el agua
contenida en la atmósfera no supera el 0,001 por ciento del total del Planeta,
que asciende a 1.337 millones de
kilómetros cúbicos. Éstos se encuentran repartidos en océanos, hielos
continentales, valles glaciares, aguas subterráneas, ríos y lagos. Debido al
volumen que permanece retenido en los casquetes glaciares (sobre un 30%), el agua que circula por los cursos acuíferos
representa sólo el 0,0001% del total del volumen de agua de la Tierra, es
decir, sólo 1.230 kilómetros cúbicos.
Si se distribuyera esta cantidad por la superficie terrestre, la capa de agua
lograría únicamente la exigua cantidad de 2
milímetros. Pero, pese a ello, las corrientes de agua desempeñan el papel
regulador más importante en el mantenimiento de la circulación de agua.
Consumo racional del agua: «El agua es un bien mal
repartido». Esta frase, muy repetida, resume los graves problemas que
ocasiona a la Humanidad el agua, su exceso o carencia. La Organización Mundial
de la Salud considera que el 80 por
ciento de las enfermedades que afectan a la población están relacionadas
con la potabilización del agua, como
ejemplos podemos citar la gastroenteritis
que desde hace muchos años afecta al ser humano y varias especies de animales,
también la esquistomiasis y la oncocercosis.
El problema principal es la escasez
de agua que provoca la desertificación
y la pérdida de suelos cultivables.
También, el exceso provoca severas
inundaciones con la pérdida de
cultivos, de ganado y de hábitats. La desertificación progresiva
del Planeta y los planes de desarrollo
económico incontrolado han
provocado que en muchas áreas se exploten de forma exhaustiva los recursos
acuíferos subterráneos, como las corrientes
termales y mantos de agua fósil o flotante, así, como el abuso de los planes hidrológicos, agravando todavía
más la situación. Un ejemplo de abuso de los planes hidrológicos es el de la cuenca del Mar de Aral llevado a cabo
por la desaparecida Unión Soviética. Este gigantesco lago centroasiático ha
visto disminuir en un 95 por ciento su capacidad, a causa de la desviación de
las aguas de los ríos que lo alimentaban, en pro de un desarrollo industrial con objetivos a corto plazo y al mínimo costo
económico.
Los cambios en el clima del Planeta y la deforestación agravan el problema del efecto invernadero y favorecen el aumento de la temperatura global. Ello puede
comportar una serie de consecuencias difíciles de evaluar con respecto a la
localización y el volumen líquido del agua en circulación, pero posiblemente
causarán fuertes desequilibrios y
accidentes desastrosos.
El fenómeno de la lluvia ácida: Las centrales térmicas, la industria, el hogar, el transporte y todas
aquellas actividades basadas en la combustión de carburantes fósiles son las
que generan óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre y otros productos de
oxidación que constituyen la base sobre la que se forma la lluvia ácida. El
nexo de unión entre emisiones
contaminantes y deposición ácida se halla en lo que se ha definido como ley de Newton de la contaminación atmosférica: «todo lo que
sube, debe bajar». Cómo, cuándo y dónde, depende de las propiedades de las
sustancias y de los procesos físicos y químicos que sigan.
Una vez en la atmósfera los óxidos de azufre y nitrógeno sufren un
proceso de hidrólisis que los
convierte en ácido nítrico y sulfúrico,
los cuales caen luego disueltos en la lluvia, la nieve o la niebla y se
depositan sobre las plantas, los lagos, los ríos, los mares y los suelos de
lugares en ocasiones muy lejanos a su punto de origen. Al filtrarse en la
tierra, las materias que componen la lluvia ácida alteran el pH del suelo y dañan las raíces de las
plantas, que sufren un proceso gradual de deterioro hasta sucumbir por completo
y morir. También, los peces de las aguas contaminadas por este mismo fenómeno
pueden perecer por asfixia debido a la irritación sufrida en sus branquias.