Cuando atravesamos por el miedo, la duda e incertidumbre tenemos una sensación de soledad y de tristeza tan grande que no podemos ni siquiera confiar en nosotros mismos. Todo se vuelve oscuro y muy lejos queda la esperanza. Confiar en Dios en esos momentos es la respuesta, porque su presencia en nuestra vida nos da la esperanza única de experimentar su bondad en tiempos de dificultad, comprender que Dios es bueno, siempre nos trae una calma y una paz única, nada se compara con la certeza que nos da su amor.
Así les sucedió a sus discípulos, quienes seguramente a la semana de la muerte del maestro, se encontraban sumidos en las más profundas tiniebla, miedo e incertidumbre. Todas sus esperanzas se habían esfumado, porque mataron a Jesús, su amigo. Sin apenas fuerzas para continuar, con una profunda tristeza, pasaban los días. Pero todo cambió, la presencia de Jesús Resucitado trajo una alegría desbordante, una emoción tan especial que ahora las palabras se transformaron en paz, vida, alegría y certeza.
Regresó para cumplir lo que había prometido, una vida renovada para quienes le vieron y para quienes creemos sin ver. Entonces nuestra vida adquiere sentido y la palabra compartir se vuelve parte de nuestra existencia, se comparte la fe, el alimento y la esperanza en Dios, porque Él es bueno, siempre. Estamos viviendo una alegría desbordante, lo prometió y lo cumplió, las apariciones del maestro en diferentes lugares confirman que regresó de la muerte. Es la alegría que estalla por el hecho más grande e incomprensible para la humanidad la Resurrección.
Por eso todos gozaban de gracia singular, a cada uno le desbordaba la alegría por el Resucitado, convirtiéndose en fuente de vida, de alegría y de paz para los demás. Y, ¡sobre todo, de fe! Claro que no fue fácil asimilar la resurrección, dudas y preguntas experimentaba quienes le vieron: “Pero como aún se resistían a creer por la alegría y el asombro, les dijo: -¿Tienen algo de comer? Ellos le dieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y lo comió delante de ellos”.
Lucas 24, 41-43 Confiar en las promesas de Dios no es sencillo, pero cuando entregamos nuestras esperanzas, miedos y temores descubrimos que Dios en bueno, siempre. Si en estos momentos te sientes angustiado y no logras ver la salida a tus problemas y dificultades, es normal. Todos nos hemos sentido así, pero no debes quedarte estancado en las dudas y en la incertidumbre, busca el amor de Dios que te dará una paz y calma sin igual.
Su amor nos dará nuevas fuerzas y seguro que nos inspirará para encontrar la creatividad necesaria y resolver cualquier dificultad. Su amor nos transforma para vivir en plenitud y así encontrar el camino que nos lleve a descubrir la vida en abundancia. ¡Atrévete a confiar en Dios y en sus promesas! Verás lo bueno que es siempre.