PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

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LA GUERRA DE LOS MUNDOS

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Es un film basado en la obra de H.G. Wells del mismo nombre. Si Wells escogía Londres como escenario principal, la nueva película se centra sobre todo en la región de Los Ángeles. No en vano Estados Unidos era la principal potencia militar del mundo libre en aquella época, y eso hay que mostrarlo. Tampoco es casualidad que se filmase cuando se hizo. En 1953 la Guerra Fría se estaba calentando. Estados Unidos temía un ataque extranjero, y eso se nota en la filmografía de ciencia ficción de la época, por ejemplo en títulos como Invasión de los Ladrones de Cuerpos (1956), Ultimátum a la Tierra (1951) o Invasores de Marte (1953), por citar sólo unas cuantas. En esta ocasión, Washington debe liderar la defensa contra un enemigo que no ofrece tregua y tampoco la espera.

A lo largo del film vemos la historia pequeña junto a la grande, los esfuerzos del doctor Forrester paralelamente a los del resto del mundo. Todos tienen el mismo objetivo, aunque la forma de hacerlo varía: Forrester apela a la ciencia y la investigación mientras los militares echan mano de lo que mejor saben hacer, tirar bombas a rabiar. Hay escenas bélicas que corresponde a entrenamientos reales de la Guardia Nacional, con cañones y tanques incluidos, lo que le da una pátina de realismo que han copiado multitud de películas desde entonces.

En la “historia pequeña” tenemos al doctor Clayton Forrester, quien casualmente estaba de vacaciones con unos colegas cuando sus servicios son solicitados para investigar la caída de un meteorito por las cercanías. Es allí donde conoce a la bella Sylvia van Buren. Tras el ataque de los marcianos huyen juntos, y comienzan a vivir apasionantes aventuras.

La Guerra de los Mundos inaugura un conjunto de tópicos, o cuando menos los convierte a la categoría de clichés que hay que usar en todo film del género sí o sí.

Primer tópico: el científico es el que salva el día. Esto se fue poniendo de moda que el científico se alce como baluarte último frente a la destrucción y la calamidad. Él es quien sabe, quien deduce, quien ordena a los militares lo que deben hacer para alcanzar la victoria. En este caso no es exactamente así, pero al final todos confían en ellos para vencer a los invasores donde las armas convencionales han fallado.

Segundo tópico: el científico no tiene por qué ser un cerebrito feo y repelente. Basta de sabios chiflados con lentes de aumento, pelados y viejos. Forrester es un galán que sale de su laboratorio para pescar como cualquier hijo de vecino, sabe pilotar una avioneta y cuando se quita las gafas no parece un científico. Al principio la chica no puede creer que sea el famoso científico que aparece en la portada de la revista Time.

Por cierto, ella es profesora universitaria y tiene un doctorado, así que no debería ser la típica pelirroja tonta; por desgracia, la película la usa como una mera damisela en peligro, y cuando llega la hora de cenar adivinen quién hace los huevos fritos. Cierto es que Forrester reconoce no saber cocinar, es un hombre sin familia que come casi siempre en restaurantes; pero me pregunto hasta qué punto se trata de una mera excusa para poner a la chica en el papel de ama de casa tradicional. Lo lamento por la mujer y su eterno papel de pitufina, quizá era mucho pedir a una película de los cincuenta.

Tercer tópico: el científico sabe de todo, todo y todo. El meteorito cae, y resulta que hay unos científicos pescando cerca, así que ya tenemos quien nos lo explique. “Ustedes sabrán de qué se trata, son científicos”, les dice el policía de pueblo mientras les habla del meteorito recién caído, como si tuviesen todas las respuestas a todo. Claro, Forrester es profesor de Física Nuclear y Astronomía, trabaja en motores atómicos, estudia los efectos de la bomba de hidrógeno y además entiende de meteoritos, seguro que no hay nada que no sepa hacer.

El dúo Forrester-Van Buren desarrolla su pequeña en paralelo a la Historia con H grande, en la que las fuerzas militares del mundo se lanzan con gallardía contra los invasores. Las tácticas tradicionales y las armas convencionales de nada sirven contra los enemigos marcianos, que por algún motivo no consideran que Washington sea un objetivo militar de importancia pero que en general se comportan de forma despiadada. Sus campos de fuerza y sus armas de rayos, equipo estándar de innumerables películas y series de ciencia ficción desde entonces, les permite invadir países enteros con total impunidad. Son imparables.

Cerca del clímax final, un majestuoso avión tipo “ala voladora” YB-49 arroja una bomba de hidrógeno (inventada apenas unos meses antes) contra una concentración de naves invasoras a las afueras de Los Ángeles. El resultado, fallido, muestra a una Humanidad enfrentada a su destrucción inevitable, un momento de desaliento. “No les ha hecho efecto [la bomba H]. ¡Cañones, tanques, bombas, son juguetes contra los marcianos”, exclama el general; y aunque éste no da la lucha por acabada todo parece ya perdido. Los científicos son la única esperanza. La cuidad cae presa del pánico.

Aunque la película de La Guerra de los Mundos es diferente en algunos aspectos de la historia original de Wells, se asemeja en muchos otros. La propia película comienza igual que el libro, y también acaba con la victoria de los humanos gracias a los microorganismos, lo que nos fuerza a una reflexión sobre la humildad y la soberbia. En ambas ocasiones los marcianos se enfrentan a la mayor potencia económica y militar de la época, aunque en el caso del libro los marcianos son tan sólo poderosos, no invulnerables.

La Guerra de los Mundos, es una novela escrita por H.G. Wells a finales del siglo XIX. Su primera adaptación llegaría en el año 1938 en forma de serial radiofónico con Orson Welles como narrador de la historia, Su narración construida como un falso informativo causaría un autentico revuelo entre los habitantes neoyorquinos al creer (muy ingenuos ellos) de que se trataba de una verdadera invasión alienigena. Millones de ciudadanos norteamericanos sufrieron de lo lindo en la denominada "emisión del pánico", un hecho que catapultó a Orson Wells al estrellato ya que su interpretación radiofónica se hablaría en todas partes.

Después del notable (y polémico) éxito radiofónico se propuso que se llevara a cabo la adaptación de la novela a la gran pantalla. Directores de la talla de Alfred Hitchcock, Cecil B. De Mille y S.M. Eisenstein barajaron la idea de plasmarla al formato cinematográfico, pero no fue hasta iniciados la década de los años 50 cuando por fin, gracias a la Paramount encabezado por George Pal, se decidieran finalmente a dar el paso definitivo.

Las producciones de Pal se caracterizaban, al igual que las de la mayoría de sus colegas, por sus ajustadísimos presupuestos y por el empleo de efectos especiales más bien rudimentarios. La Guerra de los Mundos no fue una excepción en este sentido, pero a pesar de las limitaciones técnicas de la época y de la magra inversión económica, Haskin logró filmar uno de los títulos más memorables del cine de ciencia-ficción de todos los tiempos.

La Guerra de los Mundos (1953) tuvo un remake hace algunos años, pero no me refiero a la película homónima de 2005. No, el título de remake le corresponde por derecho a Independence Day (1996), que tiene muchos elementos en común: invasores procedentes del espacio exterior protegidos con escudos invulnerables, contraataque inútil con armas nucleares (lanzadas, por cierto, desde bombarderos B-2 descendientes de la venerable “ala voladora”), científicos con la clave para la victoria, derrota final de los feos atacantes gracias a nuestros amigos los virus. Vale, eran virus de ordenador, pero virus al fin y al cabo.

Por el contrario, la versión de La Guerra de los Mundos de 2005 perpetrada por Tom Cruise se limita a ser la típica historia de supervivencia del protagonista y su familia, que por supuesto le odia al comienzo y le adora al final, algo que hemos visto en El Día después de Mañana (2004).

La Guerra de los Mundos (1953) es una película extraordinaria. Su papel como precursora de un género, su acierto en la forma de actualizar la obra maestra de Wells, sus referencias sociales, sus efectos especiales y su advertencia de que sólo somos los reyes de la creación porque nos hemos auto-otorgado ese título, todo ello le hacen merecedora de un puesto de honor en los anales de la ciencia ficción.

Fuente:

elprofedefisica.naukas.com

lasmejorespeliculasdelahistoriadelcine.com

ciencia-ficcion.com

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