Las raíces y costumbres de la antigua América Latina sorprenden hasta al
más reacio, dado que la riqueza en simbología y conocimientos comprenden una
variedad de conceptos que hasta el momento han sido modificados al adoptar
aquellos que representan a toda la cultura occidental, perdiendo de este modo
algunas de las más profundas y auténticas enseñanzas, en este artículo te
mostraremos que la Cultura Maya poseía una ideología similar e incluso más
sombría, en este caso alrededor del tema de la muerte. La cultura Maya ocupó un
espacio geográfico de aproximadamente 500 000km², desde el noroeste de la
actual Honduras, El Salvador, centro y norte de Guatemala, Belice y cierta
parte del sureste de México. Su historia contiene tres periodos importantes de
evolución: Preclásico (de 1600 a.C. al 250 d.C.) Clásico (250 a 900 d.C.) y
Posclásico (900 a 1520 d.C.). Son reconocidos por su excelente trabajo con la
obsidiana como el metal más utilizado en ese tiempo para fabricar armas,
herramientas de trabajo e incluso joyas, era considerado un lujo poseerlo.
Esta civilización surgió a partir de
ciudades – estado, las cuales les ayudaban a controlar una gran parte
del territorio, por esta razón aprovecharon grandiosas riquezas naturales tales
como los cenotes, que proporcionaban agua y gran cantidad de flora y fauna. No
obstante, existían rituales que daban a este pueblo fértil un ambiente oscuro y
tenebroso. En el afamado “LIBRO DE LA
COMUNIDAD” el POPOL VUH, un
escrito de origen maya se hace alusión a un lugar donde existían paisajes
sombríos y lugares de castigo. La dualidad de la vida y la muerte para los
mayas representaba un ciclo en el que cuando alguien fallecía, sólo la materia
perecía, sin embargo el alma subsistía adentrándose a un camino que duraba 5
años hacia un lugar llamado XIBALBÁ.
En aquel pasaje del POPOL VUH, se
maneja una escena simbólica de un juego de pelota (famoso en esta cultura) al
llegar a las puertas del inframundo que representaba las dificultades y obstáculos
que se presentan en la vida, así mismo se hace alusión a la divinidad y a los
elementos naturales como parte de la esperanza para sobrevivir o alcanzar la
muerte.
Los antiguos mayas que habitaban la península de Yucatán en el primer
milenio d. C. creían que los vivos podían entrar de tres maneras diferentes en XIBALBÁ, el mundo de los muertos: a través de profundas cuevas,
compitiendo en el juego de pelota maya y a través de los cenotes sagrados. Los cenotes sagrados eran un elemento
esencial de la antigua religión maya, ya que a través de estas cavernas
subterráneas llegaban a ellos tanto la vida como la muerte. La península de
Yucatán alberga pocos lagos, y ningún río natural a ras de suelo. Oculta, no
obstante, un inmenso entramado de cuevas subterráneas conectadas por medio de
corrientes y ríos que fluyen bajo la superficie. Gran parte de la península
está formada por piedra caliza, que con el paso del tiempo se erosiona y puede
provocar el hundimiento del suelo, que cae entonces sobre la cueva inundada que
suele haber por debajo. Así es como se forma un cenote, y de sus aguas subterráneas obtenían los pueblos del
Yucatán este valioso recurso, el agua, que les permitió forjar la floreciente y
grandiosa civilización maya.
Los antiguos mayas no ignoraban el papel esencial que desempeñaban los cenotes en su supervivencia. De este
modo, estos depósitos de agua se convirtieron en lugares sagrados. De hecho se
ha descubierto recientemente que Chichén Itzá, el famoso templo maya piramidal,
fue construido sobre un inmenso cenote.
Los mayas creían que KUKULKÁN, LA
SERPIENTE EMPLUMADA, creció en una cueva del inframundo hasta que
finalmente se hizo tan grande que atravesó la superficie de la tierra en un
poderoso terremoto y voló hasta el sol. En honor a esta deidad, los mayas
construyeron la PIRÁMIDE DE KUKULKÁN,
arquitectónicamente imponente y denominada EL
CASTILLO por los conquistadores españoles. La construcción de esta pirámide
tuvo en cuenta su alineación con el calendario maya, un hito que refleja los
avanzados conocimientos de esta civilización en matemáticas y astronomía. Dos
veces al año, el sol brilla justo sobre el templo, de tal modo que sus
escalones forman la sombra de una serpiente gigantesca. Se trata de KUKULKÁN, que puede ser visto durante
unos 45 minutos descendiendo de los cielos, reptando por la escalinata hasta la
tierra. Allí se reencontrará con sus hermanos en XIBALBÁ.
Los mayas creían que la corte real de XIBALBÁ incluía doce deidades, LOS
SEÑORES DE XIBALBÁ:
El principal dios de este panteón era HUN-CAMÉ (“UNO MUERTE”), seguido de VUCUB-CAMÉ (“SIETE MUERTE”). Los restantes diez señores eran
demonios que reinaban cada uno de ellos sobre una forma diferente de
sufrimiento humano. Según los mitos mayas, estos demonios trabajaban a menudo
por parejas. Allí estaban XIQUIRIPAT
(“COSTRA VOLANTE”) y CUCHUMAQUIC
(“SANGRE CONGREGADA”), que se esforzaban por envenenar la sangre de los
humanos. También estaban AHALPUH (“PUS”)
y AHALGANÁ (“ICTERICIA”), que
provocaban que los cuerpos se hincharan y pudrieran. Y CHAMIABAC (“VARA DE HUESO”) y CHAMIAHOLOM (“VARA DE CALAVERA”), que
desprendían lentamente la carne de los muertos hasta dejarlos convertidos en
esqueletos. Y estaban también AHALMEZ
(“BASURA”) y AHALTOCOB (“APUÑALADOR”), de quienes se creía que se ocultaban
en los rincones sin barrer de las casas, donde apuñalaban a sus residentes
hasta matarlos. Y finalmente estaban QUICXIC
(“ALA”) y PATÁN (“CARGA”), que estrujaban el pecho y la garganta de los
caminantes hasta hacerlos sangrar. Junto a los doce SEÑORES DE XIBALBÁ residían numerosos asistentes que habían caído
en poder de alguno de estos señores infernales, siendo obligados en ocasiones a
regresar a la superficie de la tierra para ayudar a los dioses en sus engaños y
provocar sufrimientos a los hombres.