NAHUM
La vida de Nahúm nos es completamente desconocida, como también la ubicación de Elcós, su ciudad de origen. Con una fuerza lírica que no tiene parangón en la Biblia, este profeta describe y celebra la caída de Nínive, capital del Imperio asirio, ocurrida en el 612 a. C. Durante mucho tiempo, Asiria había sido sinónimo de crueldad y de terror entre los países del cercano Oriente.
La vida de Nahúm nos es completamente desconocida, como también la ubicación de Elcós, su ciudad de origen. Con una fuerza lírica que no tiene parangón en la Biblia, este profeta describe y celebra la caída de Nínive, capital del Imperio asirio, ocurrida en el 612 a. C. Durante mucho tiempo, Asiria había sido sinónimo de crueldad y de terror entre los países del cercano Oriente.
Es natural, entonces, que todos
los pueblos se alegraran por su caída, y Nahúm es como el portavoz de esa
alegría desbordante. Pero su canto de
júbilo encierra, a la vez, un himno de alabanza a Dios, el Señor de la
historia, que desbarata todas las pretensiones humanas y libera a su Pueblo.
Los ejércitos que derrotaron a Nínive, el prototipo del imperialismo opresor y
el enemigo tradicional de Israel, eran el instrumento del juicio de Dios, que
tarde o temprano castiga a los culpables.
El triunfo
definitivo del Señor sobre todas las fuerzas del mal, prefigurado en la ruina
de Nínive, y el gozo de los elegidos en la Jerusalén celestial, encontraron su
expresión cristiana más elocuente en el libro del Apocalipsis.
Nada de cierto
sabemos sobre el autor de este Libro. Como tampoco sobre la fecha de su
composición ni sobre los opresores a que se refiere. Parecería que se trata de
un levita o de un profeta vinculado al Templo de Jerusalén, y probablemente su
oráculo esté dirigido contra los caldeos (1. 6), que en el 587 a. C.
destruyeron el reino de Judá. En tal caso, este libro habría sido compuesto
alrededor del año 600.
Habacuc no se une al
coro de profetas que reprochan al pueblo sus pecados y lo amenazan con el
castigo. Lo mismo que Job, él se plantea el problema del mal. Ambos discuten
con Dios pero mientras el primero protesta por el triunfo de los malos sobre
los buenos, el autor de este oráculo se queja por el triunfo de las naciones
paganas sobre el Pueblo de Dios. Por más que Israel sea culpable y merezca el
castigo, ¿no son peores los otros pueblos? ¿Cómo puede Dios convertirlos en el
instrumento de su castigo?
La respuesta del
Señor es un llamado a la paciencia. También las naciones paganas recibirán su
merecido. Dios hará justicia a su tiempo. Mientras tanto, el justo “vivirá por
su fidelidad” (2. 4). Fundado en la traducción griega de este texto, san Pablo
lo refiere a la fe que justifica al hombre, librándolo del pecado y dándole la
vida de Dios (Rom. 1. 17; Gál. 3. 11). El mismo texto vuelve a encontrarse en la
Carta a los Hebreos, 10, 37-38, dentro de una exhortación a perseverar en la fe.
Fue el primero que
hizo oír una voz profética en Judá, después del largo silencio que se había
producido durante dos generaciones, una vez que Isaías y Miqueas pronunciaron
sus últimos oráculos. El título del Libro sitúa la actividad de este profeta en
tiempos del rey Josías (640-609 a. C.) y su predicación tuvo lugar casi
seguramente hacia el 630, es decir, un tiempo antes de que aquel rey iniciara
su célebre reforma religiosa (2 Rey. 22 - 23).
Ya hacía casi un
siglo que Asiria había aniquilado al reino de Israel. También el reino de Judá
había sido sometido al vasallaje de aquel poderoso Imperio. Esta dominación
política trajo consigo la influencia de los cultos asirios sobre la población del
reino del Sur. Frente a la corrupción generalizada y a las prácticas
idolátricas, Sofonías aparece como un profeta “justiciero”, que anuncia el “Día
del Señor” como un día de ira y de venganza. Pero él no se contenta con
reprobar las manifestaciones exteriores del pecado, sino que denuncia sus
causas más profundas: el orgullo, la rebeldía y la falta de confianza en Dios.
A todo esto,
Sofonías opone una actitud espiritual caracterizada sobre todo por lo pobreza y
la humildad del corazón. Es el profeta de los “pobres del Señor”. A ellos se
anunciaría siglos más tarde la Buena Noticia de la Salvación (Mt. 11. 5) y
ellos serían los “herederos del Reino que Dios ha prometido a los que lo aman”
(Sant. 2. 5).
Con él comienza el
último período profético, el de la época posterior al exilio en Babilonia.
Durante este período, el gran tema de los Profetas fue la restauración de Judá,
así como el anuncio del castigo divino había sido el tema predominante de los
Profetas anteriores al exilio y la consolación de los deportados el de los que
ejercieron su actividad profética durante el destierro. Es probable que Ageo,
cuyo nombre se menciona junto con el de Zacarías en Esd. 5. 1; 6. 14,
perteneciera al grupo de los profetas “cultuales”, es decir, vinculados al servicio
litúrgico. Su ministerio comenzó unos quince años después de la colocación de
los cimientos del Templo y sin duda no duró mucho tiempo. Todos sus oráculos
llevan la fecha correspondiente, y estas fechas van desde agosto a diciembre
del 520 a. C.
El libro de Ageo, lo
mismo que el de Malaquías, nos ofrece valiosas informaciones sobre la penuria
material y espiritual de la comunidad judía a la vuelta del exilio. Pero su
mensaje está centrado en la reconstrucción de la Casa del Señor, que había
quedado interrumpida. “Hay que construir para el Señor una Morada digna de su
Nombre y todo cambiará”, es la consigna que el profeta repite una y otra vez.
La “gloria” del segundo Templo será mayor que la del primero, no por el
esplendor material del edificio, sino porque hacia él acudirán todos los
pueblos con sus riquezas (2. 6-9). Así, Ageo aparece como el continuador de
Ezequiel, que veía en el Templo restaurado la fuente de todas las bendiciones
mesiánicas. La predicación de Ageo, apoyada por la de Zacarías, impulsó a
proseguir con renovado entusiasmo la obra de la reconstrucción, que culminó
cinco años más tarde con la fiesta de la Dedicación (Esd. 6. 13-18).
Los oráculos de Ageo
concluyen con una promesa hecha a Zorababel, el alto comisionado del gobierno
persa para la provincia de Judá. Esta promesa, de claro contenido mesiánico,
pone bien en evidencia las esperanzas que había suscitado entre sus
compatriotas la presencia de aquel descendiente de David, gran promotor de la
restauración civil de la comunidad judía, junto con el sacerdote Josué, el
animador de la restauración religiosa.
Este Libro consta de
dos partes bastante diversas. La primera (caps. 1-8) es la obra del profeta Zacarías,
que ejerció su actividad en Jerusalén desde noviembre del 520 a. C. -un mes
antes que la concluyera Ageo -hasta diciembre del 518. La segunda es más de un
siglo posterior y proviene de uno o varios autores, designados habitualmente
con el nombre de Segundo o Déutero Zacarías. Bajo este aspecto, el libro de
Zacarías se asemeja al de Isaías, que se divide en tres partes, de autores y
épocas diferentes, agrupadas bajo el nombre del gran profeta del siglo VIII.
Los oráculos que
cierran la colección de los escritos proféticos son la obra de un profeta cuyo
verdadero nombre nos es desconocido. El nombre Malaquías, que en hebreo
significa “mi mensajero” fue puesto como título en el encabezamiento del Libro.
Aunque estos oráculos no traen ninguna indicación cronológica, la actividad de
Malaquías suele situarse poco antes del 445 a. C., fecha en que Nehemías llegó
a Jerusalén para llevar a cabo la reforma política y religiosa de la comunidad
judía. Este escrito proporciona datos muy valiosos sobre las condiciones de
vida del Judaísmo a mediados del siglo v a. C., corroborando y completando la
información que nos dan los libros de Esdras y Nehemías.
Cuando Malaquías
desarrolló su actividad profética, el Templo ya estaba reconstruido, pero el
culto divino y la conducta de los sacerdotes dejaban mucho que desear. A estos
abusos en la práctica del culto se sumaban otros de carácter moral y social.
Los ricos oprimían a los pobres, muchos repudiaban a la esposa de su juventud
para casarse con mujeres extranjeras y otros consideraban que era inútil servir
al Señor, ya que a los malos les va mejor que a los buenos. Todos estos pecados
son condenados por Malaquías. Frente a la indiferencia y al escepticismo
generalizados, el reafirma decididamente el amor de Dios hacia su Pueblo. Con
la misma energía condena los abusos cometidos en el Templo, reprueba los
matrimonios con mujeres paganas y exhorta a la fidelidad matrimonial, que
encuentra su prototipo en la fidelidad del Señor hacia Israel.
Por último, el
profeta anuncia el “Día del Señor”, que purificará a los sacerdotes, destruirá
toda injusticia y dará el triunfo a los justos. Esta restauración del orden
moral y del orden cultual culminará en el sacrificio perfecto ofrecido al Señor
por todas las naciones, que preludia el sacrificio incruento de la Nueva
Alianza. En el más célebre de sus oráculos proféticos, Malaquías describe la
llegada del Señor, preparada por un misterioso mensajero, a quien el Evangelio
identifica con Juan el Bautista, el Precursor de Jesús (Mt. 11. 10).