La
fama de FLAURO, cuyo nombre elude los grimorios antiguos y libros prohibidos de
la Edad Media, ha llegado hasta nosotros a través del testimonio de numerosos
exorcistas. Al parecer, estos ultimos suelen llamar bajo este apelativo:
FLAURO, al demonio que se encargaba de hostigarlos durante su trabajo.
La
función de FLAURO consistía en una especie de apoyo externo a los demonios que
poseían el cuerpo de alguien, razonablemente tratado por los exorcistas. Para
fortalecer este apoyo, FLAURO gestionaba toda clase de fenómenos paranormales,
e incluso fortalecía los episodios de actividad paranormal generados por los
demonios encargados de llevar adelante la posesión.
Fuera
de este contexto, FLAURO, cuya biografía es desconocida, solía encargar aquella
deidad innombrable a la que rezaban las brujas. Tal vez por eso se considera a
FLAURO un defensor a ultranza de las víctimas de la razón: aquellas locas,
curanderas y visionarias que la iglesia denomina prosaicamente
"brujas".