PROGRAMA Nº 1198 | 20.11.2024

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LOS VIGILANTES DEL REINO CELESTE (Segunda Parte)

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En cuanto al término «vigilante» del Libro de ENOC, es un epíteto traducido así tradicionalmente del etiópico «teguhan», constantes (servidores); en otros pasajes, la expresión literal es «los que no duermen». En cuanto al texto arameo de los fragmentos hallados en QUMRAN del LIBRO DE LOS VIGILANTES, la traducción halla sentido en la raíz aramaica que significa «despertar», «estar en vela, vigilante», para designar a unos seres superiores que habitaban el cielo. Es en el LIBRO DE LOS VIGILANTES de ENOC donde se detalla más extensamente el relato de una rebelión celestial tradicionalmente estimada como espiritual mediatizada por caracteres sospechosamente físicos. Este parece ser el relato de los ángeles caídos que tuvo lugar durante la sexta generación humana desde la creación de Adán. Pero entonces, ¿quién (o quiénes) era la serpiente antigua, el diablo o Satanás que tentó a Eva y provocó la expulsión del Edén de nuestros primeros padres? ¿No se nos ha enseñado que Satanás fue un ángel, el ángel caído por antonomasia? ¿Cuándo aconteció realmente la rebelión contra Dios?

Según ENOC, que era el séptimo patriarca después de Adán, cierto número de ángeles o de vigilantes celestiales se juramentaron bajo anatema «en aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres…» para tomar por mujeres a las hijas de los hombres, que eran hermosas y deseables. Al parecer, iba a ser una acción que tenían expresamente prohibida. Y Shemihaza, el líder de los rebeldes, no queriendo asumir solo la culpa, hizo jurar el complot a todos los que estaban de acuerdo con desobedecer la orden de no mantener contacto con el hombre. El pecado de aquellos seres fue que “tomaron mujeres; cada uno escogió la suya y comenzaron a convivir y a unirse con ellas, enseñándoles conjuros y adiestrándolas en recoger raíces y plantas […] “Shemihaza enseñó encantamientos y a cortar raíces; Hermoni a romper hechizos, brujería, magia y habilidades afines; Baraq’el los signos de los rayos; Kokab’el los presagios de las estrellas; Zeq’el los de los relámpagos; Ar’taqof enseñó las señales de la tierra; Shamsi’el los presagios del sol; y Sahari’el los de la luna, y todos comenzaron a revelar secretos a sus esposas”

Los ángeles caídos, por tanto, lo son por un doble pecado: por haber fornicado con las hijas de los hombres, y por haber revelado al hombre ciertos conocimientos que, para mantenerlo en un estado de ingenuo primitivismo, tenía vedados. Aquella ancestral «revelación» devino en divina «rebelión». Da la impresión de que incumplieron su cometido de «vigilar» desde fuera (desde arriba) y que actuaron, tomando parte activa en el desarrollo civilizador del hombre. Su pecado no fue otro que hacer de civilizadores, enseñando al hombre a sembrar, a hacer uso de los minerales y a transformarlos, a observar y medir el cielo y los astros, dando un impulso ajeno y artificial detonador de un nuevo estadio en la evolución natural humana, a impulsos de unos deseos físicos incontenibles, el tan traído y llevado «sexo de los ángeles». En el resumen de los hechos que hace el Génesis la concupiscencia angélica no tiene otras consecuencias que el engendro de los NEFILIM. Sin embargo, para el autor del LIBRO DE LOS VIGILANTES, su deshonesta acción fue la causa de su caída y de su castigo eterno.

Lo cual no se puede entender sin considerar a esos seres angélicos como auténticos seres carnales, quizá cercanos a las esferas celestes, pero desde luego bien alejados de los círculos celestiales. Y tampoco se comprende el castigo sino como consecuencia de una transgresión de un orden natural que se ha alterado peligrosamente con consecuencias imprevisibles, al haber desoído instrucciones precisas de alguna suerte de entidad de alto mando en un momento de despiste o de ausencia temporal incomprensible en la definición de un Dios ubicuo y omnisciente, veamos este relato:

"Shemihaza, a quien tú has dado poder para regir a los que están junto con él, ha enseñado conjuros. Han ido a las hijas de los hombres, yaciendo con ellas: con esas mujeres han cometido impureza, y les han revelado estos pecados. Las mujeres han parido gigantes, por lo que toda la tierra está llena de sangre e iniquidad […] Y dijo también el Señor a Rafael: Encadena a Azazel [el texto habla indistintamente de Shemihaza o de Azazel como líder de la conjuración] de manos y pies y arrójalo a la tiniebla; hiende el desierto que hay en Dudael y arrójalo allí. Echa sobre él piedras ásperas y agudas y cúbrelo de tiniebla; permanezca allí eternamente; cubre su rostro, que no vea la luz, y en el gran día del juicio sea enviado al fuego”.

El llamado LIBRO DE LOS MUERTOS o FÓRMULAS del salir durante el día para los antiguos egipcios, de época tolemaica, es un compendio de fórmulas mágicas, o de grimorios, que posiblemente tampoco tuvieran sentido para los contemporáneos de la fecha en que se elaboró el mismo como una especie de recopilación de los no menos relevantes Textos de las pirámides. Pero de su lectura tal vez podamos rescatar alusiones que guardan directa relación con el tema que estamos tratando. Porque en el trasfondo de esas fórmulas pretendidamente mágicas, utilizadas para velar al difunto en su viaje al más allá, se pueden esconder —como en tantas otras ocasiones— velados relatos de hechos que realmente pudieron tener lugar en un remoto pasado, y cuya preservación para el conocimiento de las generaciones futuras, o bien precisa ser transmitido inconscientemente por quien no lo entiende, asumiéndolo como algo sagrado, y digno, por tanto, de ser guardado, o bien es irremisiblemente transformado por reglas inadvertidas del lenguaje que evoluciona socialmente en el transcurso de largos períodos de tiempo.

A través de la traducción del LIBRO DE LOS MUERTOS, resulta difícil no apercibirse de las similitudes escénicas que guardan sus páginas con el relato bíblico. «Yo soy uno de aquellos dioses —dice la primera de las fórmulas—, los Jueces que efectúan la justificación de Osiris contra sus adversarios en el día en el que son pesadas las Palabras […] Yo soy uno de los dioses concebidos por Nut que destrozan a los adversarios del Ser con el corazón inmóvil (Osiris), que encarcelan a los Sebau para él. Es el inicio de Ra cuando surge en Het-nen-nesut como el Ser que se ha dado forma, cuando Shu ha levantado al cielo quedándose en la altura de Jemenu. Él ha destruido a los Hijos de la Rebelión a la altura de Jemenu. Yo soy ese gran gato que se encontraba en el lago del árbol Persea en Heliópolis la noche de la batalla en la que ocurrió la derrota de los Sebau y el día del exterminio de los adversarios del Señor del Universo […] Respecto a aquél que está en la cuenca de Persea en Heliópolis es aquel que ha [vencido] a los Hijos de la Rebelión y a cuanto han hecho. Y respecto a la noche de la batalla es cuando llegaron al oriente del cielo y hubo batalla en el cielo y sobre la tierra hasta sus más alejadas fronteras”

“Y los Sebau que han sido derrotados y destruidos son los aliados de Set cuando renovaron el asalto […] Y respecto al juicio de quienes no están ya es la parálisis de las fuerzas de los Hijos de la Rebelión […] y ellos han sido entregados al Gran Aniquilador que vive en el Valle de las Tinieblas para que no puedan escapar jamás de la vigilancia de Gueb”

“Yo soy Set, jefe de los rebeldes […]”

SET, SATANÁS, AZAZEL, SHEMIHAZA… ¿Son todos estos nombres apelativos culturales que adjetivan a un mismo personaje o entidad sobrehumana protagonista de una historia antigua inevitablemente distorsionada? Tal vez sea un disparate pretender atribuir connotaciones de película de ciencia ficción a lenguajes que, por su propia idiosincrasia religiosa, no pueden ser accesibles sino tras de una elevada ascesis que logre quebrar la impenetrabilidad de una simbología que se escapa al común de los mortales. Por eso cerramos con lo que expresa el Apocalipsis, capítulo 12, versículos del 7 al 9:

“[…] Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles”.

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