En
cuanto al término «vigilante» del
Libro de ENOC, es un epíteto
traducido así tradicionalmente del etiópico «teguhan», constantes (servidores); en otros pasajes, la expresión
literal es «los que no duermen». En
cuanto al texto arameo de los fragmentos hallados en QUMRAN del LIBRO DE LOS
VIGILANTES, la traducción halla sentido en la raíz aramaica que significa «despertar», «estar en vela, vigilante»,
para designar a unos seres superiores que habitaban el cielo. Es en el LIBRO DE LOS VIGILANTES de ENOC donde se detalla más extensamente
el relato de una rebelión celestial tradicionalmente estimada como espiritual
mediatizada por caracteres sospechosamente físicos. Este parece ser el relato
de los ángeles caídos que tuvo lugar durante la sexta generación humana desde
la creación de Adán. Pero entonces, ¿quién (o quiénes) era la serpiente
antigua, el diablo o Satanás que tentó a Eva y provocó la expulsión del Edén de
nuestros primeros padres? ¿No se nos ha enseñado que Satanás fue un ángel, el
ángel caído por antonomasia? ¿Cuándo aconteció realmente la rebelión contra
Dios?
Según
ENOC, que era el séptimo patriarca
después de Adán, cierto número de ángeles o de vigilantes celestiales se
juramentaron bajo anatema «en aquellos
días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres…» para tomar por
mujeres a las hijas de los hombres, que eran hermosas y deseables. Al parecer,
iba a ser una acción que tenían expresamente prohibida. Y Shemihaza, el líder de
los rebeldes, no queriendo asumir solo la culpa, hizo jurar el complot a todos
los que estaban de acuerdo con desobedecer la orden de no mantener contacto con
el hombre. El pecado de aquellos seres fue que “tomaron mujeres; cada uno escogió la suya y comenzaron a convivir y a
unirse con ellas, enseñándoles conjuros y adiestrándolas en recoger raíces y
plantas […] “Shemihaza enseñó
encantamientos y a cortar raíces; Hermoni a romper hechizos, brujería, magia y
habilidades afines; Baraq’el los signos de los rayos; Kokab’el los presagios de
las estrellas; Zeq’el los de los relámpagos; Ar’taqof enseñó las señales de la
tierra; Shamsi’el los presagios del sol; y Sahari’el los de la luna, y todos
comenzaron a revelar secretos a sus esposas”
Los
ángeles caídos, por tanto, lo son por un doble pecado: por haber fornicado con
las hijas de los hombres, y por haber revelado al hombre ciertos conocimientos
que, para mantenerlo en un estado de ingenuo primitivismo, tenía vedados.
Aquella ancestral «revelación»
devino en divina «rebelión». Da la
impresión de que incumplieron su cometido de «vigilar» desde fuera (desde arriba) y que actuaron, tomando parte
activa en el desarrollo civilizador del hombre. Su pecado no fue otro que hacer
de civilizadores, enseñando al hombre a sembrar, a hacer uso de los minerales y
a transformarlos, a observar y medir el cielo y los astros, dando un impulso
ajeno y artificial detonador de un nuevo estadio en la evolución natural humana,
a impulsos de unos deseos físicos incontenibles, el tan traído y llevado «sexo de los ángeles». En el resumen de
los hechos que hace el Génesis la concupiscencia angélica no tiene otras
consecuencias que el engendro de los NEFILIM.
Sin embargo, para el autor del LIBRO DE
LOS VIGILANTES, su deshonesta acción fue la causa de su caída y de su
castigo eterno.
Lo
cual no se puede entender sin considerar a esos seres angélicos como auténticos
seres carnales, quizá cercanos a las esferas celestes, pero desde luego bien
alejados de los círculos celestiales. Y tampoco se comprende el castigo sino
como consecuencia de una transgresión de un orden natural que se ha alterado
peligrosamente con consecuencias imprevisibles, al haber desoído instrucciones
precisas de alguna suerte de entidad de alto mando en un momento de despiste o
de ausencia temporal incomprensible en la definición de un Dios ubicuo y
omnisciente, veamos este relato:
"Shemihaza, a
quien tú has dado poder para regir a los que están junto con él, ha enseñado
conjuros. Han ido a las hijas de los hombres, yaciendo con ellas: con esas
mujeres han cometido impureza, y les han revelado estos pecados. Las mujeres
han parido gigantes, por lo que toda la tierra está llena de sangre e iniquidad
[…] Y dijo también el Señor a Rafael: Encadena a Azazel [el texto habla
indistintamente de Shemihaza o de Azazel como líder de la conjuración] de manos
y pies y arrójalo a la tiniebla; hiende el desierto que hay en Dudael y
arrójalo allí. Echa sobre él piedras ásperas y agudas y cúbrelo de tiniebla;
permanezca allí eternamente; cubre su rostro, que no vea la luz, y en el gran
día del juicio sea enviado al fuego”.
El
llamado LIBRO DE LOS MUERTOS o FÓRMULAS
del salir durante el día para los antiguos egipcios, de época tolemaica, es un
compendio de fórmulas mágicas, o de grimorios,
que posiblemente tampoco tuvieran sentido para los contemporáneos de la fecha
en que se elaboró el mismo como una especie de recopilación de los no menos
relevantes Textos de las pirámides. Pero de su lectura tal vez podamos rescatar
alusiones que guardan directa relación con el tema que estamos tratando. Porque
en el trasfondo de esas fórmulas pretendidamente mágicas, utilizadas para velar
al difunto en su viaje al más allá, se pueden esconder —como en tantas otras
ocasiones— velados relatos de hechos que realmente pudieron tener lugar en un
remoto pasado, y cuya preservación para el conocimiento de las generaciones
futuras, o bien precisa ser transmitido inconscientemente por quien no lo
entiende, asumiéndolo como algo sagrado, y digno, por tanto, de ser guardado, o
bien es irremisiblemente transformado por reglas inadvertidas del lenguaje que
evoluciona socialmente en el transcurso de largos períodos de tiempo.
A
través de la traducción del LIBRO DE LOS
MUERTOS, resulta difícil no apercibirse de las similitudes escénicas que
guardan sus páginas con el relato bíblico. «Yo
soy uno de aquellos dioses —dice la primera de las fórmulas—, los Jueces que efectúan la justificación de
Osiris contra sus adversarios en el día en el que son pesadas las Palabras […]
Yo soy uno de los dioses concebidos por Nut que destrozan a los adversarios del
Ser con el corazón inmóvil (Osiris), que encarcelan a los Sebau para él. Es el
inicio de Ra cuando surge en Het-nen-nesut como el Ser que se ha dado forma,
cuando Shu ha levantado al cielo quedándose en la altura de Jemenu. Él ha
destruido a los Hijos de la Rebelión a la altura de Jemenu. Yo soy ese gran
gato que se encontraba en el lago del árbol Persea en Heliópolis la noche de la
batalla en la que ocurrió la derrota de los Sebau y el día del exterminio de
los adversarios del Señor del Universo […] Respecto a aquél que está en la
cuenca de Persea en Heliópolis es aquel que ha [vencido] a los Hijos de la
Rebelión y a cuanto han hecho. Y respecto a la noche de la batalla es cuando
llegaron al oriente del cielo y hubo batalla en el cielo y sobre la tierra
hasta sus más alejadas fronteras”
“Y los Sebau que han sido
derrotados y destruidos son los aliados de Set cuando renovaron el asalto […] Y
respecto al juicio de quienes no están ya es la parálisis de las fuerzas de los
Hijos de la Rebelión […] y ellos han sido entregados al Gran Aniquilador que
vive en el Valle de las Tinieblas para que no puedan escapar jamás de la
vigilancia de Gueb”
“Yo soy Set, jefe de los
rebeldes […]”
SET, SATANÁS, AZAZEL, SHEMIHAZA… ¿Son todos estos nombres
apelativos culturales que adjetivan a un mismo personaje o entidad sobrehumana
protagonista de una historia antigua inevitablemente distorsionada? Tal vez sea
un disparate pretender atribuir connotaciones de película de ciencia ficción a
lenguajes que, por su propia idiosincrasia religiosa, no pueden ser accesibles
sino tras de una elevada ascesis que logre quebrar la impenetrabilidad de una
simbología que se escapa al común de los mortales. Por eso cerramos con lo que
expresa el Apocalipsis, capítulo 12, versículos del 7 al 9:
“[…] Entonces se
libró una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el
Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados
del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente,
llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la
tierra con todos sus ángeles”.