Cada año que pasa
vemos que la fecha de Pascua no es siempre la misma, unas veces cae en marzo y
otras veces en abril sin responder, aparentemente, a ninguna lógica. Desde los
comienzos de la cristiandad, y durante muchos años, no hubo unidad de criterios
respecto a la determinación de la fecha de la celebración de la Pascua de
Resurrección, cuestión que estuvo ligada a discrepancias entre los diversos
calendarios que existieron durante muchos siglos. En el año 325 se celebró el
Concilio de Nicea y allí se resolvieron dos cuestiones muy importantes en esta
historia: la Pascua debe celebrarse en el día del Señor, o sea en domingo y la
fecha de la Pascua no debía coincidir con la Pascua Judía.
La Pascua judía o
Pésaj recuerda el cruce del pueblo de Israel por el mar Rojo a la salida de
Egipto, hecho que se habría producido en la Luna llena siguiente al equinoccio
de primavera del hemisferio norte. Hay que tener en cuenta que la fecha de la
Pascua judía está basada en un calendario lunar como lo era el del pueblo
hebreo y se celebra el día 15 del mes de “nisán” fecha que coincide con el mes
de marzo o abril de nuestro calendario actual. En el año 46 a. C. el emperador
romano Julio César llevó a cabo una reforma del calendario el cual pasó de
estar basado en la Luna a estar basado en el Sol, unificando así el calendario
en todo el imperio. El calendario lunar anterior databa del siglo VII a. C.
que, a su vez, provenía del calendario griego con sus ciclos de cuatro años
basado en las olimpíadas (período entre dos juegos olímpicos)
Con el correr de
los siglos se vio que el calendario tenía errores e iba sufriendo defasajes que
eran cada vez más notorios, cada 128 años se producía el agregado de un día lo
cual causaba que las fechas del equinoccio y del solsticio se retrasaran cada
vez más. Esto afectaba a las celebraciones litúrgicas de la Iglesia Católica
que estaban ligadas a la fecha de la Pascua de Resurrección, la cual a su vez
estaba ligada al equinoccio. Pero este no era el único problema, también se
alteraban las fechas de inicio de las estaciones del año, con el
correspondiente impacto en la vida social a través de la actividad agrícola
(las épocas de siembra y las épocas de cosecha), el cobro de impuestos y otras
cuestiones administrativas.
Estos
inconvenientes condujeron a una nueva reforma del calendario en el año 1582
impulsada por el papa Gregorio XIII. La principal medida que se tomó fue cubrir
el defasaje de diez días existente entre el calendario solar y el calendario
civil para lo cual se pasó inmediatamente del día 4 de octubre al día 15. Por
otro lado se hicieron algunos ajustes en la determinación de los años bisiestos
de acuerdo a la siguiente regla: “La duración básica del año es de 365 días;
pero serán bisiestos (es decir tendrán 366 días) aquellos años cuyas dos
últimas cifras son divisibles por 4, exceptuando los años que expresan el
número exacto del siglo (100, 200..., 800..., 1800, 1900, 2000...), de los que
se exceptúan a su vez aquellos cuyo número de siglo sea divisible por 4”.
En base a las
premisas del Concilio de Nicea, se estableció que la Pascua de Resurrección se
celebraría el primer domingo después de la Luna llena que coincida o que suceda
al equinoccio de primavera del hemisferio norte y en caso de que la Luna llena
tuviera lugar en domingo, la Pascua se traslada al siguiente. La reforma del
calendario llevada adelante por el papa Gregorio XIII siguió estos lineamientos
para que la Pascua de Resurrección se celebrara en la primavera del hemisferio
norte, en fecha cercana al equinoccio del mes de marzo pero incluyó algunas
modificaciones de forma tal que la fecha estuviera siempre entre el 22 de marzo
y el 25 de abril. Desde el punto de vista estrictamente astronómico hay dos
cuestiones que harían bastante complicado el cálculo preciso de la fecha de la
Pascua de Resurrección:
-determinación la fecha exacta del equinoccio
-determinación el momento exacto de la Luna llena
La fecha en la que
tiene lugar un equinoccio (o un solsticio) no es siempre la misma, en el caso
del equinoccio de primavera en el hemisferio norte (y de otoño en el hemisferio
sur) puede caer entre el 19 y el 21 de marzo producto de la complejidad del
movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Por otro lado, describir con suma precisión
la órbita lunar y, por ende, determinar los instantes en que se producen las
fases lunares también tiene importante grado de dificultad.
Lógicamente estas
cuestiones no podían estar en discusión en el año 325 durante el Concilio de
Nicea ya que no existían ni los conocimientos ni los instrumentos necesarios
para resolver este tipo de problemas. Para el cálculo de las fases de la Luna,
el Concilio de Nicea adoptó el ciclo de Metón, método ideado por el astrónomo
ateniense Metón que vivió en el siglo V a.C. y que consiste en calcular las 235
lunaciones que tienen lugar en un lapso de 19 años. En cuanto a la
determinación de la fecha del equinoccio, se adoptó convencionalmente como
fecha el 21 de marzo sin tener en cuenta los desplazamientos que pueden
producirse entre 19 y el 22. Si llegara a existir una superposición entre la
Pascua de Resurrección y la Pascua Judía, la primera se adelanta al domingo
anterior o se pasa al siguiente, de acuerdo a las tablas confeccionadas por el
Vaticano en la reforma de 1582.
Si bien el origen
de la celebración de la Pascua se basa en hechos históricos y en antiguas
tradiciones con un profundo sentido espiritual para el judaísmo y el
cristianismo, no deja de ser interesante aprender sobre sus connotaciones
astronómicas. Durante siglos la humanidad tuvo un único reloj en el cual
inspirarse para confeccionar sus calendarios. Un reloj de movimientos muy
complejos, pero predecibles al fin, que le llevó a los científicos más de dos
mil años descubrir sus más sutiles secretos. Ese reloj no es otra cosa que la
esfera celeste.
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