Todos
saben cómo murió Jesús: crucificado. Pero casi nadie sabe por qué lo mataron,
cuál fue el motivo determinante de su muerte. Durante su vida pública, Jesús
tuvo serios enfrentamientos con las autoridades de su tiempo por diversas
razones. Porque no respetaba el sábado (Mc 2,27), no observaba las normas de
pureza (Mc 7,1-23), modificaba la ley de Moisés (Mt 5,20-48), se rodeaba de
gente excomulgada (Mc 2,13-14), comía con personas de mala fama (Mc 2,15-17), tocaba
a los leprosos y a los muertos (Mc 1,41). Y varias veces las autoridades
estuvieron a punto de apresarlo y darle muerte, pero no pudieron hacerlo por
temor a la reacción de la gente. Sin embargo en cierto momento Jesús hizo algo
que colmó la paciencia de los gobernantes, y los obligó a tomar la decisión de
acabar con su vida. ¿Cuál fue ese incidente?
La
versión de Mateo es diferente (Mt 21,12-17). Él escribe para lectores de origen
judío, que esperaban la llegada de un futuro Mesías. Por eso adapta el relato a
esta mentalidad. Ante todo, dice que Jesús expulsó a los vendedores del Templo
el mismo día en que entró en Jerusalén, y no al día siguiente como indica
Marcos. Se trata de un detalle muy importante. Porque el día de su entrada en
Jerusalén es el día en que la ciudad entera lo había aclamado como Rey y
Mesías. De este modo, Mateo quiere decir que el Jesús que acaba de ingresar en
el Templo es el Mesías que ellos esperaban.
¿Y
qué viene a hacer el Mesías al Templo? Según la creencia judía, el Templo de
Jerusalén estaba impuro desde hacía muchos años. En efecto, en el año 167 a .C., un rey de Siria
llamado Antíoco Epífanes había invadido Jerusalén y había ofrecido en su
Santuario sacrificios a los dioses paganos. Desde entonces los judíos sentían
que su Templo estaba manchado, y vivían consternados por eso, pero no podían
hacer nada. Sólo les quedaba aguardar que, según una antigua profecía (Mal
3,1-3), llegara el Mesías a purificarlo (1Mac 4,44-46). Mateo, al presentar a
Jesús como Mesías, y además purificando el Templo, sugiere que lo purifica no
sólo de los vendedores y cambistas, sino de su antigua y vergonzosa mancha.
Para
reafirmar esta idea, agrega dos detalles propios de él: a) refiere que luego de
expulsar a los vendedores se le acercaron unos ciegos y paralíticos, y los
curó; porque estas curaciones se esperaban del Mesías cuando viniera (Mt 11,5);
b) señala que un coro de niños hebreos se puso a aclamarlo como Mesías; así, ya
no quedaba duda alguna de su identidad. A Mateo no le interesa, como a Marcos,
el atrio de los paganos (por eso no cuenta el detalle de que Jesús obstaculiza
el paso de la gente por el Templo, ni dice que este será casa de oración para
todas las naciones). Le interesa el Templo judío propiamente dicho, y mostrar a
Jesús que se presenta como el Mesías que viene a tomar posesión de él y a
purificarlo. Por eso decidieron matarlo.
La
versión de Lucas es la más breve de todas. Apenas tiene dos versículos, y no
cuenta casi nada (Lc 19,45-46). Sólo dice que Jesús echó fuera a los
vendedores. No hay mesas volcadas, ni puestos de palomas derribados, ni gente
bloqueada para que no pase. ¿Por qué Lucas lo acortó tanto? Porque él escribe
para una comunidad cristiana formada por ex paganos y ex judíos, que está en
crisis, y que amenaza con dividirse por problemas internos. Por eso busca
eliminar de su Evangelio (y también del incidente del Templo) casi todas las
escenas de violencia y agresión que pudieran aumentar aún más las tensiones que
ya había entre sus lectores.
Y
para Lucas, ¿que pretendió hacer Jesús aquel día en el Templo? Simplemente lo
purificó para convertirlo en un lugar apto para sus enseñanzas (19,47), algo
que no irritaba a ninguno de los lectores de su comunidad. Por eso, a partir de
ese momento aparecerá Jesús enseñando permanentemente en el Templo (20,1;
21,37.38; 22,53). Y por ese motivo decidieron matarlo.
Aunque
con matices distintos, los tres primeros evangelistas coinciden al menos en que
la muerte de Jesús se debió a la expulsión de los vendedores del Templo. En
cambio san Juan da una explicación totalmente diferente: lo que provocó la
muerte de Jesús fue el haber resucitado a Lázaro (Jn 11,45-54). ¿Por qué? La
resurrección de Lázaro es el último milagro que Jesús realiza en el cuarto
Evangelio, y el más impresionante de todos. Jesús ya había curado a otros
enfermos: a un niño con fiebre (4,52), a un paralítico que llevaba treinta y
ocho años enfermo (5,5), a un ciego de nacimiento (9,32). Pero nunca había
devuelto la vida a un muerto. Con este milagro, el más espectacular de todos,
san Juan presenta a Jesús con el poder sorprendente de dar la vida a los
muertos; él es la resurrección en persona que ha venido a visitarnos
(11,25-26).
Frente
a esto, los sumos sacerdotes y los fariseos no pueden tolerar más, y deciden
matarlo. Que alguien devuelva la vida a los muertos ya es demasiado; se torna
peligroso, y difícil de manejar. Por eso planean eliminarlo (11,45-53). Pero
las autoridades no cuentan con una sorpresa: que precisamente matándolo hacen
que Jesús devuelva la Vida
a los muertos. La muerte de Jesús es la que inaugura los nuevos tiempos, la
nueva era de la resurrección y la
Vida eterna. A partir de ese momento, todo el que cree en él
ya tiene la Vida
plena. La gran ironía de san Juan es mostrar que a Jesús le quitan la vida para
que él no dé más la Vida ;
y sin embargo así es como logran que él dé la Vida.
Si
para Juan lo que llevó a la muerte a Jesús fue la resurrección de Lázaro, ¿qué
pasó con el incidente del Templo? También él lo cuenta, pero al principio de su
Evangelio, y con otra intención. Para Juan, al comienzo de su vida pública
Jesús subió un día a Jerusalén y se dirigió al Templo. Allí se encontró con los
vendedores de animales y los cambistas, y los expulsó (2,13-22). Pero en la
versión de Juan, Jesús tiene una intención distinta a la que presentaron los
otros tres evangelistas: lo que Jesús quiere hacer aquí es directamente
eliminar el Templo, y reemplazarlo por su persona.
Por
eso Juan añade detalles propios en su relato, que muestran esta idea. Por
ejemplo, además de ahuyentar palomas (como decían los otros tres Evangelios),
dice que Jesús también echó afuera bueyes y ovejas. Porque estos eran los
animales empleados como sacrificios en el Templo, y al venir ahora Jesús, ya no
hacen falta más animales ni más sacrificios que su muerte redentora. También
dice Juan (y sólo él) que cuando le preguntaron a Jesús por qué hacía eso él
respondió: "Destruyan este Templo y yo lo levantaré en tres días". Es
decir, no sólo los sacrificios sino el mismo Templo ya no tienen sentido, con
la llegada de Jesús. Todo debe ser eliminado.
Jesús murió para que no hubiera más excluidos
(Marcos), para eliminar la impureza de las intenciones torcidas de los
creyentes (Mateo), para que lo que enseñamos sea lo que vivimos (Lucas), y para
que el mundo tenga una vida mejor (Juan). La muerte de Jesús fue un hecho tan
lleno de significado, tan denso e inagotable en sus consecuencias, que aun con
todas las explicaciones que los evangelistas nos den no llegamos a
desentrañarla del todo. Pero una cosa es cierta: sólo quien se compromete con
alguna de esas consecuencias demuestra haber experimentado la Vida que ella ha traído.
Extracto
de la nota escrita por el biblista Ariel Álvarez Valdés
Revista
Vida Pastoral
Editorial
San Pablo