PROGRAMA Nº 1198 | 20.11.2024

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EL TABERNÁCULO Y SU HISTORIA (Primera Parte)

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Un antiguo dicho reza: "Uno se acostumbra a todo". Nos hemos familiarizado con ver el tabernáculo en el centro del altar, pero esta no siempre ha sido su ubicación. Incluso hoy, después del Concilio Vaticano II, a veces lo encontramos en una capilla, fuera del aula principal de la iglesia o del altar mayor. Desde el siglo VI, se evidencia la unicidad del altar en las iglesias; aunque el número de altares aumentó posteriormente, se mantuvo un respeto absoluto por la mensa dominica, excluyendo todo elemento ajeno a la celebración del Santo Sacrificio. Hacia finales del siglo IX, se comenzaron a colocar permanentemente sobre la mesa del altar las reliquias de los santos.

Pronto se añadieron otros elementos, y para principios del siglo X, un documento de origen galicano, conocido como “admonitor synodalis”, se convirtió en ley general para las iglesias de Occidente. Este prescribía que sobre el altar solo debían estar las urnas de los santos, el evangeliario y la píxide con el Cuerpo del Señor para los enfermos; cualquier otro objeto debía ubicarse en un lugar adecuado. No fue hasta el siglo XVI que el tabernáculo se fijó sobre el altar mayor y, más tarde, en el centro de la mesa, marcando la última fase del desarrollo histórico del altar.

San Eusebio relata que los sacerdotes guardaban la Eucaristía en sus casas para llevar la comunión a los enfermos. Antiguos testimonios indican que la llevaban colgada del cuello, ya fuera en paños de hilo, que San Ambrosio llama “oraria”, o en vasos de oro, plata, marfil, madera y arcilla, denominados “encolpia”. El “encolpium” era una cajita que contenía reliquias y el libro de los Evangelios, llevada al cuello por devoción. Algunos de estos objetos, hallados en tumbas del cementerio del Vaticano, tenían forma cúbica, estaban provistos de suspensorios y adornados con el monograma de Cristo y los símbolos Alfa y Omega.

Después de la paz de Constantino, que permitió a los cristianos celebrar libremente los ritos sagrados y construir lugares de culto, los testimonios de los Padres indican que pronto se estableció la práctica de custodiar la Eucaristía en las iglesias. Según Baronio, el uso de conservar la sagrada forma en casas privadas cesó definitivamente a principios del siglo VI. San Juan Crisóstomo menciona que a veces se conservaba la Eucaristía bajo las dos especies y, por San Ambrosio, sabemos que en Milán la preciosísima Sangre se guardaba en un vaso de oro con forma de cubeta, llamado “dolium”. La sacralidad y el valor siempre se han mantenido constantes, siguiendo la lógica de la ley del amor.

En las primeras basílicas, la custodia eucarística tenía dos formas: la “torre” y la “paloma”. Los eruditos debaten sobre la prioridad de estas formas, pero es probable que la torre sirviera de custodia a la paloma que contenía el pan eucarístico. Esta hipótesis se apoya en los materiales utilizados: las torres eran de plata y las palomas de oro. El bibliotecario Anastasio, en el “de vita pontificum”, narra que Constantino donó a la Basílica de San Pedro una torre y una paloma de oro puro, adornada con doscientas cincuenta perlas blancas; Inocencio I mandó construir una torre de plata y una paloma de oro para la iglesia de los Santos Gervasio y Protasio, y el papa Hilario regaló una torre de plata y una paloma de oro a la Basílica de Letrán.

También se debate sobre el lugar donde se colocaban las torres y las palomas. Algunos consideran, basándose en un fragmento de las “Constituciones Apostólicas” del siglo IV, que se guardaban en el “pastophorium”, la zona más apartada de la iglesia: "Después de que todos hayan comulgado, los diáconos llevan lo que ha sobrado al pastoforio". Las especies eucarísticas se introducían en la paloma a través de una pequeña abertura en el dorso, cerrada cuidadosamente con una tapa de bisagra. Las torres y palomas se suspendían con cadenas en el centro del “ciborio” sobre el altar, este término derivado del latín “ciborium” y luego “tegurium” y “tiburium”, se refiere al baldaquín cuadrado que desde la época de Constantino se levantaba sobre el altar para darle elegancia y majestuosidad.
A veces, debajo del “ciborio”, se construía otro más pequeño, llamado “peristerium” (palomar), que guardaba la paloma eucarística. Las cuatro cortinas que rodeaban el “ciborio”, denominadas “tetravela”, se utilizaron hasta finales del siglo IX. A las formas de torre y paloma se sumó en el periodo románico la “píxide”, un vaso sagrado de diversas formas y tamaños para contener la eucaristía. El término griego “píxide” significa caja, diferenciándola claramente de la torre y la paloma.

El uso de la “píxide” no desplazó a la torre y la paloma; más bien, era una versión más pequeña de la torre. Generalmente, la “píxide” consistía en una caja redonda, a veces cuadrada, con una tapa cónica o plana, lo que la hacía práctica y económica. A veces se unía al pico de la paloma como señal de la presencia de las especies eucarísticas. También había píxides en pedestales, especialmente en el siglo (12) XII, conocidas como píxides pediculadas.

Equipo de Redacción
ANUNCIAR Informa (AI)
Para EL ALFA Y LA OMEGA

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