El significado de la palabra "redimir", viene del latín "redimére" y significa "rescatar o sacar de la esclavitud al cautivo mediante un precio". La palabra "redención" viene de "redemptio" que significa "re-compra, rescate". La voz redención es uno de los términos que desde sus orígenes el cristianismo ha usado para describir la salvación del género humano realizada por Jesucristo. Se utilizan otras expresiones como expiación, Justificación, reconciliación, liberación, etc. El cristianismo entiende por Redención a la liberación que Jesucristo hace del hombre, arrancándole del pecado, restaurándolo a una situación de unión sobrenatural con Dios y prometiéndole en el más allá un fin bienaventurado. Dios preparó a la humanidad para la venida de Nuestro Señor Jesucristo, Redentor de los hombres. Dios realizó esta preparación eligiendo al pueblo de Israel revelándose por medio de los patriarcas y los profetas: todo el contenido del Antiguo Testamento es la preparación a la venida del Mesías. Ya desde las primeras enseñanzas, después de la caída de nuestros primeros padres, Dios promete un Redentor: « Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (Gén. 3, 15), es decir, un descendiente de Eva vencerá al demonio.
Dios establece Alianza con
los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob que se renueva y concreta más tarde por
medio de Moisés. A lo largo de la historia del pueblo Judío, Dios va
manifestando las características del Mesías prometido. Y, también, como se
cuida de señalar la Sagrada Escritura, a las otras naciones «no las dejó sin testimonio de sí»
(Hech 14, 16-17), y por esto existía entre los demás pueblos de la tierra como
una preparación remota para esperar al Mesías. La Sagrada Escritura enseña que
es la gracia de Dios la que justifica al hombre; la que le hace pasar del
pecado a la amistad con Dios. Pero como la gracia es un don gratuito de Dios: «Ahora son justificados gratuitamente por
su gracia, por la redención de Cristo Jesús» (Rom 3, 24), es la obra
redentora de Jesucristo la que libera del pecado a los hombres y no sus propias
fuerzas, «pues de gracia habéis sido
salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios» (Ef 2,
8-9).
La Redención es una decisión
libre de Dios ante la miseria humana ocasionada por el pecado. Es un «misterio de su voluntad divina» (Ef 1,
9). Si el estado de Justicia original de Adán y Eva fue un acto gratuito de
Dios, debido a su amor y misericordia, con mucha más razón la restauración de
la justicia inicial perdida es también un acto gratuito de Dios. No existe
fuera de Cristo ninguna otra iniciativa redentora que proceda de Dios, que
incida en la historia humana y nos haya sido dada a conocer por revelación
divina. Por tanto, el género humano,
según el decreto divino, ha sido redimido por el Hijo de Dios encarnado. La
Revelación muestra esta gran verdad de fe: «El
Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,
10); «Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él»
(Jn 3, 17); «Cristo Jesús vino al mundo
para salvar a los pecadores» (1 Tim 1, 15).
Es claro que la fe de la
Iglesia es que la Encarnación del Hijo de Dios se realizó para la remisión de
los pecados de los hombres. Ahora bien, es posible preguntarse si la Redención
decretada por Dios se hubiera podido-realizar por otros medios sin que fuera
necesaria la Encarnación. Está claro que Dios hubiera podido redimir a los
hombres de otra manera; pensar lo contrario sería limitar la omnipotencia,
sabiduría y justicia de Dios, que estaría limitada a la única posibilidad de la
Encarnación de su Hijo Unigénito. Podía, por ejemplo, salvar a los hombres sin
recibir ninguna satisfacción de la humanidad pecadora. Por el contrario, si
Dios quiso una satisfacción adecuada, es necesaria la Encarnación de una
Persona divina (sentencia cierta), puesto que la ofensa infinita a Dios merece
una satisfacción infinita, que sólo pueda ofrecérla el mismo Dios.
La liberación del hombre
efectuada por la Redención tendrá lugar plenamente en el futuro; pero, a la
vez, está ya presente por la gracia: contiene un ya y un todavía no. Cristo
murió por todos, y no solamente por algunos. Esto significa que la redención
efectuada por Jesús es comunicable a todos sin excepción, de modo que cualquier
hombre puede apropiarse los frutos de esa redención objetiva y universal, si
cumple la voluntad de Dios. La Escritura enseña claramente esta verdad en
multitud de pasajes. Entre otros muchos, Cristo «se dio a sí mismo en precio del rescate por todos» (1 Tim. 2, 6), «Él es propiciación por nuestros pecados; Y
no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn 2,
2). Pecado y Redención se comportan respectivamente como sombra y luz en la
vida humana. «Todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios -enseña Pablo-, y son justificados gratuitamente
por su gracia, por la redención de Cristo Jesús» (Rom 3, 23-24).
La Redención de Jesucristo presenta
dos aspectos:
-. Redención objetiva. Es el hecho mismo de la muerte de Jesús en la Cruz. Por
este hecho, su muerte, Cristo adquiere méritos para salvar del pecado a todos
los hombres.
-. Redención subjetiva. Es la aplicación a cada uno de los hombres
singulares de la Redención objetiva.
Aunque el efecto de la Redención objetiva es universalismo
-es para todos los hombres-, esto no significa que todos los hombres
automáticamente se salven. Cada hombre debe, por sus buenas obras, aplicar a su
vida la Redención objetiva. De tal
manera que el que no realiza buenas obras con la ayuda de la gracia tampoco
recibe el mérito y por tanto no se le perdonan los pecados. Para los protestantes, las
buenas obras realmente no existen, pues todos los hombres son siempre
pecadores, como consecuencia de que el pecado original ha corrompido totalmente
la naturaleza humana. Por tanto, no
pueden hacer obras con ayuda de la gracia para conseguir su salvación.
La Redención objetiva es suficiente y es
Dios quien libremente, salva a unos hombres y condena a los otros. La salvación
que Dios realiza de los hombres tampoco les quita el pecado, sino que simplemente
no se lo tiene en cuenta. Es una salvación o justificación extrínseca que no
borra los pecados. Para los protestantes, la muerte de Jesucristo en la Cruz no
ha sido un verdadero sacrificio. En todo caso, dicen que se
puede hablar de sacrificio sólo en el sentido de que Dios ha entregado a su
Hijo, como un cualquier otro condenado a muerte. La muerte de un condenado no
es un sacrificio en sentido estricto, porque le falta libertad y por ello no
muere voluntariamente para agradar a Dios.
Por tanto, la muerte de Jesucristo
en la Cruz no es una expiación ofrecida voluntariamente a Dios por la humanidad
de Cristo. Por ello, la satisfacción de la Cruz es simplemente penal y
Jesucristo ha sido castigado, ha sufrido la pena, por nuestros pecados, pero no
nos los ha quitado. De todo esto, concluye que la Santa Misa no es tampoco un
sacrificio.