PROGRAMA Nº 1192 | 09.10.2024

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LA LITURGIA COMO FUENTE DE VIDA (Segunda Parte)

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¿Qué significa que debemos dar culto a Dios “en Espíritu y Verdad”? Nos referimos al diálogo de Jesús con la samaritana: Jn 4,23-24 donde viene la expresión “en Espíritu y Verdad”. El contexto en que se desarrolla el relato: se trata de un viejo problema entre los samaritanos y el resto de los judíos. Desde tiempos de Jeroboam se prohibió a los samaritanos ir en peregrinación a Jerusalén (1 Re 12,25-33) y después del exilio de Babilonia no se les permitió participar en la reconstrucción del templo de Jerusalén (Esd. 4,1-3). Era como excluirlos del culto oficial. Este hecho provocó que ellos iniciaran su culto en otro lugar: el monte Garizín. Ante el problema planteado dónde dar culto a Dios, Jesús afirma que los verdaderos adoradores de Dios no le adorarán ya en un lugar concreto (por tanto, ni en Jerusalén ni en el monte Garizín) sino “en Espíritu y Verdad”. ¿Qué significa? Esta expresión ha sido interpretada de diversas formas:

Algunos entienden “en espíritu” en oposición a cuerpo. Por tanto, lo importante es la rectitud interior; Otros lo interpretan desde una perspectiva más psicológica, referido a la intimidad del alma, sería un culto espiritualista; En tiempos más actuales se interpretó este espiritualismo matizándolo con el “en verdad” en sentido subjetivo: culto sincero, auténtico, verdadero, real. Sin embargo, la exégesis bíblica nos pone en la pista de una interpretación teológica más correcta:

- “En espíritu” se refiere al Espíritu Santo. Jesús hace depender la liturgia de la acción del Espíritu. El culto verdadero es suscitado por el Espíritu no por la iniciativa de alguien en privado o por su subjetividad.

- “En verdad” se refiere a Cristo y marca el carácter trinitario de la expresión: debe ser adorado el Padre. Esto es posible por el Espíritu que nos conduce a la Verdad: Jesús, revelación del Padre.

Este texto es importante para interpretar correctamente la liturgia cristiana: adoramos al Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esto es interesante y práctico: siempre que se realiza un acto de culto Cristo es el centro. La liturgia no será el resultado de la satisfacción por lo bien que lo hacemos en las celebraciones sino un auténtico encuentro con Cristo. Es este un criterio de discernimiento para nuestra forma de vivir la liturgia. El culto de la Iglesia tiene como centro a Cristo, claro. En la acción litúrgica, la Iglesia evoca y presencializa la obra salvadora realizada por Dios en Cristo. Un comentarista de la carta a los Hebreos, nos señala la novedad del nuevo culto: La percepción de esta diferencia profunda se mantiene en las expresiones litúrgicas del culto cristiano. No se debe favorecer de ninguna manera el retorno a un culto simplemente ritual, externo, convencional. El culto cristiano no consiste en el cumplimiento exacto de ciertas ceremonias, sino en la transformación de la existencia misma, por medio de la caridad divina.

En el Nuevo Testamento se recurre a términos que señalan la visión de una nueva forma de ver el culto, por ejemplo, la celebración de la Eucaristía jamás se denomina sacrificio sino fracción del pan (Hch 2,42. 46; 20, 7-11; 1 Cor. 10, 16); cena del Señor (1 Cor. 11,20), mesa del Señor (1 Cor 10,21), cáliz de la bendición o cáliz del Señor (1 Cor 10, 16-21). Se ve clara la distancia con el Antiguo Testamento. Otro dato significativo del NT es la terminología cultual utilizada para designar realidades de la comunidad cristiana o de la vida de los fieles. Así los mismos cristianos son considerados elementos constitutivos del templo (piedras vivas) y partes integrantes del sacerdocio (1 Pe 2,5; 1 Cor. 3,10-17; Ef 2,20ss). La liturgia cristiana es la traducción y la expresión externa en formas típicamente culturales de una vida consagrada en su totalidad al servicio de Dios a imitación de la de Jesús, que aceptó fielmente la voluntad del Padre como norma de existencia. Nos puede ayudar a pensar un poco este tema la siguiente reflexión:

“Casi obsesivamente nos preguntamos en nuestros días ¿para qué sirve la fe? ¿Qué añade la fe a una vida humana plenamente vivida? Tales preguntas son el signo de un debilitamiento de la vida de fe. El creyente auténtico no necesita tener una respuesta a estas preguntas para creer. Creer es algo gratuito. Es un don que se acepta libremente, que se recibe gozosamente, por el valor absoluto que en él descubre el creyente. El culto, cuyo parentesco con el juego ha sido resaltado por los liturgistas, expresa muy vivamente esa gratuidad de la fe. Por eso es una actividad esencialmente “desinteresada” y reviste como formas más frecuentes las de la acción de gracias. Es comprensible que el hombre pragmático, funcionalizado... de nuestros días haya perdido sensibilidad para una actividad puramente “inútil”, totalmente gratuita. Pero, por eso, es tanto más necesario para la vida religiosa recobrar el sentido de la celebración si no se quiere que el pragmatismo y el materialismo terminen por hacer imposible el ejercicio de la actitud creyente”.

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