¿Qué
significa que debemos dar culto a Dios “en Espíritu y Verdad”? Nos referimos al
diálogo de Jesús con la samaritana: Jn 4,23-24 donde viene la expresión “en
Espíritu y Verdad”. El contexto en que se desarrolla el relato: se trata de un
viejo problema entre los samaritanos y el resto de los judíos. Desde tiempos de
Jeroboam se prohibió a los samaritanos ir en peregrinación a Jerusalén (1 Re
12,25-33) y después del exilio de Babilonia no se les permitió participar en la
reconstrucción del templo de Jerusalén (Esd. 4,1-3). Era como excluirlos del
culto oficial. Este hecho provocó que ellos iniciaran su culto en otro lugar:
el monte Garizín. Ante
el problema planteado dónde dar culto a Dios, Jesús afirma que los verdaderos
adoradores de Dios no le adorarán ya en un lugar concreto (por tanto, ni en
Jerusalén ni en el monte Garizín) sino “en Espíritu y Verdad”. ¿Qué significa?
Esta expresión ha sido interpretada de diversas formas:
Algunos
entienden “en espíritu” en oposición a cuerpo. Por tanto, lo importante es la
rectitud interior; Otros lo interpretan desde una perspectiva más psicológica,
referido a la intimidad del alma, sería un culto espiritualista; En tiempos más
actuales se interpretó este espiritualismo matizándolo con el “en verdad” en
sentido subjetivo: culto sincero, auténtico, verdadero, real. Sin
embargo, la exégesis bíblica nos pone en la pista de una interpretación
teológica más correcta:
- “En
espíritu” se refiere al Espíritu Santo. Jesús hace depender la liturgia de la
acción del Espíritu. El culto verdadero es suscitado por el Espíritu no por la
iniciativa de alguien en privado o por su subjetividad.
- “En
verdad” se refiere a Cristo y marca el carácter trinitario de la expresión:
debe ser adorado el Padre. Esto es posible por el Espíritu que nos conduce a la
Verdad: Jesús, revelación del Padre.
Este
texto es importante para interpretar correctamente la liturgia cristiana:
adoramos al Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esto
es interesante y práctico: siempre que se realiza un acto de culto Cristo es el
centro. La liturgia no será el resultado de la satisfacción por lo bien que lo
hacemos en las celebraciones sino un auténtico encuentro con Cristo. Es este un
criterio de discernimiento para nuestra forma de vivir la liturgia. El
culto de la Iglesia tiene como centro a Cristo, claro. En la acción litúrgica,
la Iglesia evoca y presencializa la obra salvadora realizada por Dios en
Cristo. Un comentarista de la carta a los Hebreos, nos señala la novedad del
nuevo culto: La
percepción de esta diferencia profunda se mantiene en las expresiones
litúrgicas del culto cristiano. No se debe favorecer de ninguna manera el
retorno a un culto simplemente ritual, externo, convencional. El culto
cristiano no consiste en el cumplimiento exacto de ciertas ceremonias, sino en
la transformación de la existencia misma, por medio de la caridad divina.
En el
Nuevo Testamento se recurre a términos que señalan la visión de una nueva forma
de ver el culto, por ejemplo, la celebración de la Eucaristía jamás se denomina
sacrificio sino fracción del pan (Hch 2,42. 46; 20, 7-11; 1 Cor. 10, 16); cena
del Señor (1 Cor. 11,20), mesa del Señor (1 Cor 10,21), cáliz de la bendición o
cáliz del Señor (1 Cor 10, 16-21). Se ve clara la distancia con el Antiguo
Testamento. Otro
dato significativo del NT es la terminología cultual utilizada para designar
realidades de la comunidad cristiana o de la vida de los fieles. Así los mismos
cristianos son considerados elementos constitutivos del templo (piedras vivas)
y partes integrantes del sacerdocio (1 Pe 2,5; 1 Cor. 3,10-17; Ef 2,20ss). La
liturgia cristiana es la traducción y la expresión externa en formas
típicamente culturales de una vida consagrada en su totalidad al servicio de
Dios a imitación de la de Jesús, que aceptó fielmente la voluntad del Padre
como norma de existencia. Nos puede ayudar a pensar un poco este tema la
siguiente reflexión:
“Casi
obsesivamente nos preguntamos en nuestros días ¿para qué sirve la fe? ¿Qué
añade la fe a una vida humana plenamente vivida? Tales preguntas son el signo
de un debilitamiento de la vida de fe. El creyente auténtico no necesita tener
una respuesta a estas preguntas para creer. Creer
es algo gratuito. Es un don que se acepta libremente, que se recibe
gozosamente, por el valor absoluto que en él descubre el creyente. El culto,
cuyo parentesco con el juego ha sido resaltado por los liturgistas, expresa muy
vivamente esa gratuidad de la fe. Por eso es una actividad esencialmente
“desinteresada” y reviste como formas más frecuentes las de la acción de
gracias. Es
comprensible que el hombre pragmático, funcionalizado... de nuestros días haya
perdido sensibilidad para una actividad puramente “inútil”, totalmente gratuita.
Pero, por eso, es tanto más necesario para la vida religiosa recobrar el
sentido de la celebración si no se quiere que el pragmatismo y el materialismo
terminen por hacer imposible el ejercicio de la actitud creyente”.