Las novelas de Hugo Wast, específicamente “Juana Tabor” y “666”, emergieron en un momento crucial de la historia mundial, alrededor de 1942, un periodo oscurecido por la Segunda Guerra Mundial y la reciente guerra civil en España. El autor, imbuido por una profunda motivación, nos sumerge en un universo teológico y escatológico a través de dos narrativas que exploran el fin de los tiempos.
Estas obras literarias se apoyan en un trasfondo de decadencia religiosa, personificada en la orden de los "gregorianos", cuya historia se entrelaza con la vida de fray Plácido de la Virgen, una figura emblemática que encarna la voz de advertencia ante los "signos" del Apocalipsis. Fray Plácido, consciente de las escrituras y sus profecías sobre el surgimiento del Anticristo, enfrenta a Voltaire, quien simboliza la encarnación del mal y la negación de la fe. A través de estos encuentros, Wast plantea la idea del "enfriamiento religioso" que precederá al fin de los tiempos, personificado en la figura de fray Simón de Samaría, un brillante sacerdote seducido por la idea de una "Iglesia del Porvenir".
La visión escatológica se desarrolla aún más con la profecía de Daniel, explorada por fray Plácido a través de las visiones de cuatro bestias surgidas del mar. En esta interpretación, Wast sugiere una alegoría espiritual de los cuatro imperios históricos, ahora representados por entidades contemporáneas como la masonería, Escandinavia e Inglaterra, el judaísmo secularizado y, finalmente, el Anticristo. La narrativa advierte sobre la convergencia de doctrinas malignas que culminarán en el satanismo antes del fin de los tiempos.
A medida que la historia avanza diez años, se presenta un mundo distópico donde la Iglesia Católica se enfrenta a un aislamiento cultural mientras el esperanto se convierte en el idioma común y el calendario gregoriano es abolido. Hugo Wast vislumbra proféticamente una disminución en la natalidad y una creciente secularización. Fray Plácido, influenciado por el sueño de Daniel, anticipa el advenimiento de un imperio maligno personificado por el hombre de pecado, bajo la influencia directa del diablo.
En estas obras, el autor, explora el origen y la genealogía del Anticristo, presentándolo como Ciro Dan, descendiente de Naboth Dan, vinculado simbólicamente a la tribu israelita de Dan. Ciro Dan emerge bajo el signo de Satanás en Roma, proclamado como Mesías por los judíos carnales, guiado por una "profetiza" identificada con Jezabel, una figura engañadora y perversa que incita a la adoración de Satanás. En la narrativa, esta Jezabel se identifica como Juana Tabor, quien se convierte en el vehículo para una ceremonia satánica mediante el robo de una hostia consagrada por el Papa.
El nombre "Juana Tabor", un invento del novelista, parece aludir al monte Santo donde ocurrió la transfiguración del Señor, pero en un sentido invertido. En un mundo secularizado y desorientado, donde los roles de género se desdibujan y la rebelión es la norma, Juana seduce a fray Simón de Samaría. Esta sociedad imaginada por Wast en 1941, refleja una visión profética al anticipar la comunicación instantánea, la confusión de géneros, y una búsqueda obsesiva de prolongar la vida mediante el "congelamiento".
Fray Simón de Samaría, con su sueño de una Iglesia del Porvenir sincretista donde "todos caben", encarna la figura del gran apóstata y falso profeta del Anticristo. Esta visión se va perfilando gradualmente a lo largo de la narrativa, conectando con las profecías del Apocalipsis y sugiriendo la llegada de una gran estrella llamada Ajenjo, un nombre asociado con amargura y condenación.