PROGRAMA Nº 1168 | 24.04.2024

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Los 800 mártires de Otranto

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El 29 de julio de 1480, a primeras horas de la mañana, desde las murallas de Otranto se hizo visible en el horizonte una flota de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil soldados a bordo. La armada era guiada por el Bajá Gedik Ahmed, que estaba a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos.

En 1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II conquistó Bizancio, la "segunda Roma", y desde entonces abrigaba el proyecto de llegar a la Roma verdadera y transformar la Basílica de San Pedro en establo para sus caballos. En junio de 1480 juzgó maduro el tiempo para completar la obra: quitó el asedio a Rodi, defendida con coraje por sus caballeros, y dirigió su flota hacia el mar Adriático. Otranto era –y es– la ciudad más oriental de Italia. La importancia de su puerto le había hecho asumir el papel de puente entre oriente y occidente.

Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, estaba defendida por solo 400 soldados que no tardaron en abandonar la ciudad, quedando en ella solo sus habitantes. Los turcos se acercaron a la ciudad de Otranto, con unas 150 naves y más de 15.000 hombres. La ciudad tenía 6.000 habitantes y había sido abandonada por las milicias aragonesas, empeñadas en Toscana. Apenas comenzado el asedio, que duró unos 15 días, se les intimó la rendición como renuncia a la fe en Cristo y conversión al Islam. Al ser rechazada, bombardearon la ciudad, que cayó en manos de los invasores el 12 de agosto. El ejército enardecido masacró sin piedad a quien se ponía a golpe de cimitarra.

Después de quince días de asedio, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponía a tiro y llegan a la catedral donde se había refugiado buena parte de los habitantes. Llegando a la catedral, donde se habían refugiado una buena parte de los habitantes, los otomanos derribaron la puerta y cercaron al arzobispo Stefano Pendinelli, que estaba celebrando la Santa Misa y distribuyendo la Eucaristía a los presentes. Monseñor Pendinelli fue horriblemente despedazado en el acto. Junto al prelado, mataron a los canónigos, religiosos y demás fieles que se encontraban en el templo.

Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, quien, en nombre de todos, afirmó: "Todos creemos en Jesucristo, Hijo de Dios, y estamos dispuestos a morir mil veces por Él". El Bajá Gedik Ahmed decreta la condena a muerte de todos los 800 prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad. Repitieron toda la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por lo que el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Antonio Primaldo.

Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de los musulmanes. Un solo verdugo de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del palo.

Los cuerpos inertes quedaron a la intemperie durante un año en el lugar del suplicio, donde fueron encontrados incorruptos por las tropas enviadas para liberar Otranto. En junio de 1481, los restos fueron llevados a la iglesia cercana “a la fuente de la Minerva” y trasladados el 13 de octubre siguiente a la Catedral. A comienzos de 1500 se erigió una capilla dentro de la Catedral para acoger definitivamente las reliquias, meta constante de peregrinaciones. Antonio Primaldo y sus compañeros fueron de inmediato reconocidos mártires por la población y cada año la Iglesia local, el 14 de agosto, celebra devotamente su memoria. El 14 de diciembre de 1771 fue emanado el decreto de confirmación del culto ab immemorabili tributado a los mártires.

En 1988 fue nombrada por el entonces arzobispo de Otranto, monseñor Vincenzo Franco, la comisión histórica. En los años 1991-1993 se realizó la investigación diocesana, reconocida válida por la Congregación para las Causas de los Santos el 27 de mayo de 1994. El 6 de julio de 2007, Benedicto XVI aprobó el decreto con el que se reconocía que los Beatos Antonio Primaldo y compañeros habían sido asesinados por su fidelidad a Cristo. "Nuestra diócesis esperaba este momento desde hace tiempo --escribe el arzobispo de Otranto, monseñor Donato Negro-- en una época de crisis profunda, la inminente canonización de nuestros mártires es una fuerte invitación a vivir hasta el fondo el martirio cotidiano, hecho de fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. El milagro reconocido, necesario para el citado decreto, se refiere a la curación de un cáncer de Sor Francesca Levote, religiosa profesa de las Hermanas Pobres de Santa Clara"

Benedicto XVI fijó la fecha de canonización en el Consistorio Ordinario Público del pasado 11 de febrero. El domingo 12 de mayo de 2013, el papa Francisco canonizo a los 800 mártires de Otranto y dijo durante la ceremonia:

Hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de mártires, que juntos fueron llamados al supremo testimonio del Evangelio, en 1480”.

“Casi 800 personas, supervivientes del asedio y de la invasión de Otranto, fueron decapitadas en las afueras de la ciudad. No quisieron renegar de la propia fe y murieron confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena, hace que contemplemos ‘los cielos abiertos’ – como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del Padre”.

“Dios no dejará que nos falten las fuerzas ni la serenidad. Mientras veneramos a los Mártires de Otranto, pidamos a Dios que sostenga a tantos cristianos que, precisamente en estos tiempos y en tantas partes del mundo, ahora, todavía sufren violencia, y les dé el valor para ser fieles y para responder al mal con el bien”

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