PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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BUZZ ALDRIN 50 AÑOS DESPÚES

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A los 89 años, su pelo y barba gris plata lucen en perfecta armonía con el tono de la superficie de la Luna. Por la que en 1969 caminó; fue y vino; saltó y, por qué no, jugó como un niño. Buzz Aldrin se siente feliz y agradece estar vivo hoy, para celebrar el 50° aniversario del alunizaje.
“Cuando llegamos a la Luna, antes de prepararnos para descender de la nave, quise tomar la Comunión”, me recuerda cuando tengo la oportunidad de entrevistarlo en su país, los Estados Unidos. “Quería agradecer por lo que estábamos viviendo, por el logro de la humanidad, como especie. Porque aunque teníamos tantos problemas en nuestro mundo, llegábamos a la Luna y lo hacíamos como una señal de esperanza, y de fe”.

Así lo asegura el ser humano al que la NASA (SIGLA EN INGLÉS DE ADMINISTRACIÓN NACIONAL DE AERONÁUTICA Y ESPACIO) le permitió llevar un pequeño cáliz, una hostia y algunos centímetros cúbicos de vino, aunque no lo difundieran para evitar más conflictos después de que la transmisión de la lectura del Génesis por parte de la tripulación del Apolo 8 –en órbita lunar, durante las misiones previas– había generado polémica. “Hoy es bueno que se sepa que el primer alimento y la primera bebida que se consumió en la Luna fueron el pan y el vino de la Santa Cena”, destaca Aldrin como creyente.

Edwin Eugene Aldrin nació en la localidad de Glen Ridge, estado de Nueva Jersey, el 20 de enero de 1930. Su padre, que se llamaba igual que él, fue uno de los pioneros de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. “Él había volado entre 1919 e incluso hasta la Segunda Guerra Mundial. Lógicamente, quería seguir los pasos de su padre desde muy chico quiso ser aviador”, después de graduarse con el tercer orden de mérito pelearía en la Guerra de Corea, participando en más de 60 misiones y derribando dos Mig soviéticos.

Como una paradoja del destino, su madre, se llamaba Marion Moon (el apellido significa Luna, en inglés), había nacido en 1903, el año en que los hermanos Wilbur y Orville Wright, inventores del avión, realizaron lo que trascendería como el primer vuelo de la historia. Aldrin, que con los años legalmente cambiaría su nombre a Buzz (apodo que se originó cuando su hermanita menor lo llamaba con un sonido semejante, al costarle pronunciar la palabra brother –hermano, en inglés–), tiene puesta una campera aviadora, una bomber; también, plateada.

Uno de los parches que lleva su canchero abrigo es el emblema que identificó a la misión Apolo 11. Lo describe él mismo, señalando con su dedo índice derecho: “El águila, que viene de la Tierra, se posa sobre la Luna. Y lleva en sus garras una rama de olivo, que significa que viene en señal de paz”. Y agrega: “Como aviadores, junto con Neil Armstrong –el comandante del Apolo 11 que falleció en 2012– estuvimos de acuerdo en que el Módulo Lunar se llamara Águila (el nombre original, en inglés, fue Eagle)”.

Algunas circunstancias hicieron que Aldrin quedara seleccionado para el Apolo 11; entre ellas, tristemente la muerte de su amigo Ed White, de quien había sido compañero en la academia militar West Point y uno de los tres astronautas que fallecieron en el incendio de la cápsula Apolo 1. “Debo decir que fui ciertamente un astronauta privilegiado por el hecho de haber sido parte de la primera misión que alunizaría”. El 20 de julio de 1969 y después de cuatro días terrestres de viaje, con todo funcionando a la perfección, Aldrin y Armstrong se despidieron del tercer astronauta de la misión, Michael Collins –quien permanecería en órbita lunar hasta el reencuentro con ellos para regresar a la Tierra– y a bordo del Módulo Lunar iniciaron el vertiginoso descenso.

“Muchos me preguntan cómo recuerda, 50 años después, mis primeros instantes en la Luna. Después de asegurarme de que la escotilla no quedara cerrada, me posicioné en la escalerilla. Sentí la necesidad biológica y oriné dentro de mi traje espacial. Comencé a bajar. Observé el paisaje alrededor, escuché a Neil (Armstrong), que ya había descendido, decir que era “un hermoso lugar”; y yo acoté “magnífica desolación”, porque me pareció más eso que un lugar hermoso para seres sociables y comunicativos como los humanos. Después de todo, yo era un ser humano en la Luna”.

Desde que Aldrin fue nombrado como uno de los tripulantes del Apolo 11 hasta dos años después de la exitosa misión, la fama lo envolvió, como a sus compañeros de la odisea. A la vez, en su caso venía lidiando con algo en particular: siempre se dijo que lamentó más el no haber sido el primero en caminar en la Luna de lo que celebró ser el segundo hombre en nuestro satélite natural. “En aquellos años, fue así. Y hasta mucho tiempo después. Debí aceptar que yo era un militar y que estaba cumpliendo una orden. La orden fue que Neil (Armstrong) sería el primero y yo descendería después”.

“Y al margen de ese dilema, también me preguntan ¿qué fue lo que más me costó tras el viaje? Lo peor fue pensar en que ya nada iba a ser más importante en mi vida. Afronté una gran depresión por eso. Volví a la Fuerza Aérea, institución en la que lamentablemente sólo recibí señales de envidia y resentimiento. Al poco tiempo, decidí retirarme. Buscando una ocupación, vendí autos. Aunque en realidad, ¡no vendí ninguno! Tuve problemas con el alcohol y, por supuesto, eso tuvo repercusiones en mis afectos. Gracias a Dios, pude salir y volver a vivir. En todo sentido. Por último hoy me preguntan que anhelo a mis casi 90 años, no perder el sentido de la aventura. De eso se trata la vida”

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