martes, 21 de octubre de 2014

Una monja es la primera mujer en obtener un doctorado en ciencias de la computación

Corría la década de los 60, cuando el Dartmouth College suavizó sus reglas y consintió que las mujeres pudieran estudiar en su centro de ciencias computacionales. Y fue así como la hermana Mary Kenneth Keller comenzó a desarrollar un lenguaje de programación que fue llamado «BASIC». El programa fue toda una novedad en aquella época pues hasta el nacimiento de «BASIC» sólo matemáticos y científicos podían desarrollar software a medida. A partir de la invención de la hermana Keller más personas pudieron acceder a este tipo de lenguaje de programación.

Pero el aspecto aplicativo era una mera manifestación práctica de conocimientos teóricos profundamente arraigados. Tras haber estudiado en varias universidades, la hermana Keller presentó su tesis doctoral titulada «La inferencia inductiva de los patrones generados en la computadora». Corría el año 1965 en la Universidad de Wisconsin-Madison. La hermana Mary Kenneth Keller se convertía así en la primera mujer –y en la primera monja– en obtener un doctorado en ciencias de la computación.

Aunque se discute la fecha exacta de su nacimiento, Mary Kenneth Keller nació en Ohio hacia 1914. En 1932 ingresó en la congregación de las hermanas de la caridad y en 1940 emitió sus votos perpetuos. Al poco tiempo inició estudios de bachillerato en ciencias y un master de ciencias en matemáticas y física por la Universidad de DePaul. Fue autora de cuatro libros sobre computación e informática. Murió en 1985.

Tras haber obtenido su doctorado, fundó y dirigió (por más de 20 años) el departamento de ciencias computacionales en Clarke University, en el estado de Iowa. La universidad bautizó el departamento con el nombre de la hermana Keller años más tarde: «Centro Keller de Computación y Servicios de la Información». También en su honor se instituyó el curso de «Ciencias de la Computación Mary Kenneth Keller». De ese periodo son las palabras que dio en una entrevista y que bien se pueden considerar una auténtica profecía tecnológica al constatar que sus palabras son una realidad hoy en día: «Por primera vez podemos simular mecánicamente el proceso cognitivo. Podemos hacer estudios sobre la inteligencia artificial. Además de eso, este mecanismo [el ordenador] se puede utilizar para ayudar a los seres humanos en el aprendizaje. Como vamos a tener estudiantes más maduros en mayor número con el tiempo, este tipo de enseñanza, probablemente será cada vez más importante».

En 1975 Pablo VI había alabado el ingenio de los religiosos en la exhortación «Evangelii Nuntiandi» que bien se pueden aplicar a la hermana Keller y a tantos hombres y mujeres consagrados a Dios que son pioneros en tantas áreas del saber humano: «Ellos son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración. Son generosos: se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo».

¿Cuántos milagros hizo Jesús? - Segunda Parte

Cuando Jesús realizaba sus “signos”, quería decir a la gente que no se quedara con el milagro, que éste no era importante, que fuera más allá, que viera lo que había detrás de estos prodigios. En síntesis: le pedía que descubrieran al enviado de Dios, que realizaba todas estas cosas. Sus milagros eran señales de la persona de Jesús. En cuarto lugar, así se entiende otra característica de los milagros del Evangelio de Juan, y es que suelen ir acompañados de discursos explicativos. En los otros Evangelios, el milagro es lo que es: una fuerza, un poder del Reino de Dios, y no necesita explicación. En cambio en Juan el milagro no apunta al hecho que acaba de ocurrir frente a sus ojos, sino apunta al que lo hizo; apunta hacia Jesús. Por eso, ante el peligro de que la gente se quede con el prodigio, Jesús debe ponerse a explicar cada milagro.

Así, cuando un sábado cura al paralítico de la piscina de Bezatá, Jesús explica que no lo hace principalmente por beneficiar a un enfermo; había allí muchos otros enfermos al lado del paralítico que también esperaban sanarse, y sin embargo los ignoró. Su objetivo, más que dar la salud al paralítico, era revelar que Él era igual a Dios, porque sólo Dios podía trabajar y curar en sábado (5,17-18). De igual modo, cuando multiplica los panes, explica a la multitud que su intención no fue la de calmarles el hambre, sino revelarles que Él era el Pan de Vida que había bajado del cielo, y al que había que buscar. Cuando devuelve la vista al ciego de nacimiento, aclara que lo hace para enseñar que Él es la luz del mundo, y que quien lo acepta tiene la luz verdadera (9,5.39-41). Y cuando resucita a Lázaro, enseña que su objetivo no era sólo devolver la vida a un muerto; aunque Lázaro resucitó ese día, iba a tener que morir de nuevo, y sus hermanas iban a volver a llorarlo y a ponerlo por segunda vez en una tumba; de modo que resucitarlo aquella mañana sólo para concederle una propina de vida de unos cuantos años más, no tenía mayor sentido.

Lo impresionante del milagro fue la revelación de que Jesús puede transmitir la vida eterna a quien cree en Él, porque Él es la Resurrección y la Vida (11,25). Finalmente, así se entiende por qué Jesús en el Evangelio de Juan nunca dice a sus discípulos que ellos harán “signos” como Él. Los otros Evangelios cuentan que, durante su vida, Jesús dio a los apóstoles el poder de curar a los enfermos (Lc 9,1), cosa que efectivamente ellos realizan (Lc 9,6). Y después de su resurrección Jesús amplía la facultad de los apóstoles no sólo a la curación de enfermos sino a todo tipo de milagros (Mc 16,17-18). En cambio en Juan, el único que realiza “signos” es Jesús; los discípulos no pueden realizarlos. Lo cual es lógico, porque si los “signos” son los medios de los que se vale Jesús para revelar su ser divino, su persona, su intimidad, nadie puede hacer signos más que Él, porque sólo Él revela a Dios. Incluso se afirma que ni siquiera Juan Bautista realizó signos (10,41). Los signos, en el Cuarto Evangelio, forman parte exclusivamente de la auto revelación de Jesús.

Si en el Cuarto Evangelio los milagros pretenden revelar algún aspecto de la interioridad divina de Jesús, ¿cuál es el aspecto que revela cada uno de los 7 milagros que cuenta? El primero, la conversión de 600 litros de agua en vino, revela que Él es el Mesías esperado. Porque según la creencia popular judía, cuando viniera el Mesías iba a hacer una fiesta con abundancia de vino. El segundo, la curación del hijo de un funcionario real, revela que Él es la “vida” de los que llevan una existencia menguada y disminuida. Él hace que uno viva con plenitud y abundancia (Jn 4,50). El tercero, la curación del paralítico de Bezatá, revela que Jesús es igual a Dios. Por eso puede trabajar y curar con todo derecho en sábado (Jn 5,17-18). El cuarto, la multiplicación de los panes, revela que Él es el Pan que ha bajado del cielo, y que puede saciar el hambre de felicidad, de sentido de vida, de búsqueda y de ilusión de las personas. El quinto, caminar sobre las aguas, revela que Jesús es el que acompaña a la Iglesia (la barca) en su marcha a través de los problemas del mundo (el lago encrespado) hasta hacerla llegar a salvo a la otra orilla. El sexto, la curación del ciego de nacimiento, revela que Él es la Luz del mundo, y que quien crea en él no andará nunca en tinieblas. Y el séptimo, el más extraordinario de todos, la resurrección de Lázaro, revela que Él es la resurrección de los muertos, y que todo el que haya muerto volverá un día a vivir.

En Juan, el significado de los milagros no es el mismo que en los Evangelios sinópticos. El acento teológico es diferente. En los sinópticos, son una muestra de la compasión de Jesús por la gente; en Juan, revelan la interioridad de Jesús. En los sinópticos son un anuncio del Reino; en Juan son un anuncio de Jesús. En los sinópticos indican que Dios se ha hecho presente en el mundo; en Juan indican que Dios se ha hecho presente en Jesús. En los sinópticos apuntan hacia afuera de su persona; en Juan apuntan hacia adentro de su ser. Por eso, al leer los milagros del Cuarto Evangelio, debemos tener cuidado de no leerlos de la misma manera que en los sinópticos. No hay que poner el acento en su poder, ni en su amor y misericordia por los enfermos, como hacen los sinópticos, sino entenderlos como signos que revelan algún aspecto de su interioridad. Son, en definitiva, respuestas a la gran pregunta: ¿quién es Jesús?

Según el Evangelio de Juan, frente a los signos que Jesús realizaba se dieron diferentes respuestas. Algunos, como el Sumo Sacerdote Caifás, vieron los signos, pero se negaron a creer, y aconsejaron a los fariseos matar a Jesús (11,47); son los que están ciegos, y permanecen en la oscuridad para siempre (3,19-20). Otros como Nicodemo (3,2-3), los hermanos de Jesús (7,3-7), o la multitud (6,26), han visto los signos pero se quedan en ellos; no van más allá ni descubren a Jesús; sólo buscan los milagros y hechos prodigiosos; son los que tienen una fe imperfecta e incompleta. Y otros, como el funcionario real (4,53) o el ciego de nacimiento (9,38), entienden el verdadero significado de los signos y por ello creen en Jesús, saben quién es Él, y han llegado a una fe adecuada.

Pero hay aún una cuarta respuesta posible: la de los que creen en Jesús sin haber visto nunca signos. Y ésta es la fe alabada por Jesús, cuando dijo: “Felices los que creen sin haber visto” (20,29). Es la fe de los que creen simplemente por la palabra de los que estuvieron con Jesús. Es la fe que debemos tener nosotros. Actualmente son muchas las denominaciones y nuevos movimientos cristianos que basan su fe en los milagros, las curaciones y los signos prodigiosos, manteniendo así a sus fieles en una fe imperfecta e infantil. Sólo quien no cae en esa tentación, y cree a pesar de no ver nada, ha entendido realmente el sentido de los milagros de Jesús.

Ariel Álvarez Valdez
Biblista

martes, 14 de octubre de 2014

Pablo VI

Giovanni Battista Enrico Antonio María Montini nació en 1897 en Concesio, una población cercana a Brescia, Lombardía, Italia. Inicia sus estudios teológicos en el seminario diocesano de Brescia en 1916 y recibe su ordenación sacerdotal en la catedral de Brescia el 29 de mayo de 1920. Se graduó en la Pontificia Universidad Gregoriana, la Pontificia Academia Eclesiástica y la Universidad Estatal La Sapienza de Roma.

Con un destino en la nunciatura en Varsovia (Polonia), en 1923, inició en seguida una carrera en la diplomacia vaticana (tanto en el exterior como en la curia) que habría de durar más de treinta años. En 1937 el papa Pío XI lo nombró sustituto de la Secretaría de Estado, llegando a ser la máxima autoridad en este dicasterio cuando el papa siguiente, Pío XII, reservó para sí la titularidad del mismo. Estrecho colaborador de Pío XII, éste acabó alejándolo de la Curia romana al nombrarlo arzobispo de Milán el 1 de noviembre de 1954. Pero Juan XXIII lo recuperó el 15 de diciembre de 1958 e incorporándolo a la preparación del Concilio Vaticano II a partir del 11 de octubre de 1962.

La temprana muerte del beato Juan XXIII dejó a su sucesor la difícil tarea de llevar adelante el Concilio y aplicar sus innovaciones a la vida de la Iglesia. A los dieciocho días de la muerte del papa, Montini resultó elegido para esa tarea. Tomó el nombre de Pablo VI y fue coronado papa el 30 de junio de 1963. El nombre que eligió Montini fue Paulus (en latín) pero en castellano siempre se ha traducido como Paulo (al igual que Benedictus como Benedicto y no Benito). Pero con los nuevos cambios del Concilio Vaticano II en especial los periodistas quisieron cambiar la traducción para asemejarse a las transformaciones que sufría la Iglesia, y llevó a un cambio de nombre: Pablo

A él correspondió presidir la segunda sesión del Concilio Vaticano II, abierta el 29 de septiembre de 1963, las siguientes sesiones y el inicio de la aplicación de sus decretos a partir del 7 de diciembre de 1965, en que concluyó la IV y última sesión conciliar. Su pontificado, por tanto, estuvo marcado por la concreción del espíritu del Concilio en la renovación y modernización de la Iglesia católica y de sus enseñanzas. Reestructuró las instituciones vaticanas, internacionalizó el Sacro Colegio Cardenalicio y redujo el predominio abrumador de los italianos, descentralizó el poder papal para impulsar una mayor colaboración de los fieles en la vida de la Iglesia, viajó por todo el mundo para redoblar la presencia pública de la Iglesia y dio un nuevo impulso al diálogo ecuménico con las restantes confesiones cristianas.

Las encíclicas de Pablo VI mostraron la preocupación de la Iglesia por problemas del mundo moderno como el subdesarrollo (Populorum progressio, 1967) o el control de la natalidad (Humanae vitae, 1968). Pero demostraron también moderación ante las presiones que algunos sectores impulsaron tras el Concilio Vaticano II: en contraste con el impulso progresista de los sectores más radicalizados de la Iglesia, Pablo VI se mostró más conciliador, pragmático y conservador. Así, por ejemplo, Pablo VI se negó a alterar el sistema tradicional de elección de los papas para evitar que el cónclave se convirtiera en una especie de Parlamento democrático (1975).

Este aparente conservadurismo no impidió que existieran enfrentamientos con grupos tradicionalistas que se negaban a aplicar las reformas del Vaticano II, en temas como el Ecumenismo, el uso de lenguas vernáculas en la Liturgia, así como la modificación del Ordinario de la Misa, la declaración sobre la libertad religiosa, como fue el caso del movimiento encabezado por el obispo Lefebvre.

Durante su pontificado presidió la apertura de la puerta santa en la Basílica de San Pedro desde el 24 de diciembre de 1974 dando inicio al año santo o jubileo, el cual fue seguido por aproximadamente mil millones de personas en todo el mundo. En abril de 1978, Pablo VI se manifiesta ante las Brigadas Rojas por el secuestro del político italiano demócrata-cristiano y amigo de juventud Aldo Moro, de quien se conoce la noticia de su asesinato el 9 de mayo y preside su funeral en la basílica de Letrán, mostrándose visiblemente conmovido y siendo posiblemente esta una de las razones por las cuales se deterioró su salud, la cual se agrava el 5 de agosto y fallece el día 6 a las 21.40 horas por un ataque cardíaco.

miércoles, 8 de octubre de 2014

¿Qué es el Santo Rosario?

Hasta ahora se ha considerado como la mejor definición del Rosario, la que dio el Papa Pío V en su "Bula" de 1569: "El Rosario o salterio de la Santísima Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor". El Rosario constaba de 15 Padrenuestros y 150 Avemarías, en recuerdo de los 150 Salmos. Ahora son 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, al incluir los misterios de la luz.

La palabra Rosario significa "Corona de Rosas". Nuestra Señora ha revelado a varias personas que cada vez que dicen el Ave María le están dando a Ella una hermosa rosa y que cada Rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, y así el Rosario es la rosa de todas las devociones, y por ello la más importante de todas.

El Rosario esta compuesto de dos elementos: oración mental y oración verbal.

La oración mental: no es otra cosa que la meditación sobre los principales misterios o hechos de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. Estos veinte misterios se han dividido en cuatro grupos: Gozosos, Luminosos, Dolorosos y Gloriosos.

La oración verbal: consiste en recitar quince decenas (Rosario completo) o cinco decenas del Ave María, cada decena encabezada por un Padre Nuestro, mientras meditamos sobre los misterios del Rosario.

Siendo un sacramental, el Rosario contiene los principales misterios de nuestra fe, que la nutre y sostiene, eleva la mente hasta las verdades divinamente reveladas, acrecienta la piedad de los fieles, promueve las virtudes y las robustece. El Rosario es alto en dignidad y eficacia, podría decirse que es la oración mas fácil para los sencillos y humildes de corazón, es la oración mas especial que dirigimos a nuestra Madre para que interceda por nosotros ante su Hijo y el ante su Padre.

El Rosario prolonga la vida litúrgica de la Iglesia pero no la sustituye, al contrario enriquece y da vigor a la misma. Es por ello, que el Rosario se enmarca como una plegaria dentro de la religiosidad popular que contiene un gran tesoro de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia.

El pueblo latinoamericano es profundamente Mariano, reconoce con una gran sabiduría popular católica, que llegamos a Jesús Salvador a través de María su Madre y desde los mismos tiempos de la llegada del europeo al Nuevo Mundo, se genero una gran devoción hacia Ella, nuestros pueblos siempre han mirado el rostro maternal de quien nos trajo la salvación y con la primera manifestación explicita de la Reina del Cielo en tierra americana, con rostro y figura de mujer mestiza, en México, se acrecentó aun mayor el amor y la devoción a la Virgen en todos los países hispano parlantes, reconociéndola como nuestra propia Madre, llena de amor, de misericordia y de piedad para con sus hijos.

martes, 7 de octubre de 2014

Orígenes del Rosario

El cristianismo se ha alimentado y ha adoptado como propias muchos elementos de otras religiones y culturas. El rosario originalmente viene de la India, de un artefacto similar usado hace miles de años para recitar mantras llamado JAPA MALA que consta de 108 cuentas. En el Islam también se usa algo parecido -no sobra decir que tomado del hinduismo- llamado TASBIH.

El Rosario comenzó a utilizarse en el catolicismo alrededor del año 800. En los monasterios se suelen recitar los 150 salmos en la Liturgia de las Horas, pero a los fieles que no eran sacerdotes ni monjes, al no poder seguir esta devoción (porque en su mayoría no sabía leer) se les enseñó una práctica más sencilla: la de recitar 150 avemarías. Esta devoción tomó el nombre de "El salterio de la Virgen".

Su popularidad y desarrollo se dio en el s. XIII, cuando surgió el movimiento albigense, una herejía cristiana muy extendida que se oponía a varias doctrinas de la Iglesia Católica. Ante los enfrentamientos entre la Iglesia y los albigenses, santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los Predicadores (más conocidos como dominicos), parece haber promovido en sus misiones el rezo de una forma primitiva del Rosario. Al ser los dominicos una orden de predicadores y estar siempre en medio del pueblo, su devoción se hizo popular, generando la aparición de cofradías y grupos de devotos por doquier, junto con relatos de milagros que acrecentaron su fama. Aunque la devoción decayó durante el siglo XIV, la orden de los Predicadores siguió fomentándola.

El beato ALANO DE LA RUPE fue el encargado de hacerla resurgir, tarea seguida por JACOBO SPRENGER, prior del convento de los dominicos en Colonia (Alemania). Para el siglo XVI ya estaba con su forma manejada hoy: Contemplación de los "misterios", Credo, Padre nuestro y Ave María como oraciones principales y las cuentas o granos como medio de llevar la oración.

Sobre el Avemaría es preciso señalar que la segunda mitad de la oración fue añadida a la primera en el siglo XIV, pero su uso se hizo universal cuando el papa san Pío V promulgó el Breviario Romano y mandó que se rezase al principio de cada hora del Oficio Divino, después del Padre nuestro.

Fue la batalla de Lepanto la que causó que la Iglesia le diera una fiesta anual al rezo del Rosario, ya que el papa San Pío V atribuyó la victoria de los cristianos sobre los turcos a la intercesión de la Virgen María mediante el rezo del Rosario. La fiesta fue instituida el 7 de octubre. Primero se la llamó "Nuestra Señora de las Victorias", pero el papa Gregorio XIII la cambió por la fiesta de "Nuestra Señora del Rosario".

Un fenómeno muy importante en torno a esta devoción fue el de los Rosarios públicos o callejeros, que surgieron en Sevilla en 1690 y se extendieron muy pronto por España y sus colonias americanas. Eran cortejos precedidos por una cruz y que constaba de faroles de mano y asta para alumbrar los coros y estaban presididos por la insignia mariana denominada Simpecado. Fue la principal referencia de la devoción y en Sevilla llegó a haber en el siglo XVIII más de 150 cortejos que diariamente hacían su estación por las calles rezando y cantando las avemarías y los Misterios. Los domingos y festivos salían de madrugada o a la aurora. Al principio eran masculinos, pero ya en el primer tercio del XVIII aparecieron los primeros Rosarios de mujeres que salían los festivos por la tarde.

Hasta el día de hoy, el Rosario sigue expandiéndose como devoción predilecta y ha sido tomada como oración universal y recomendada por papas y santos.

En Fátima (Portugal), en 1917, un grupo de niños alegó haber experimentado una aparición de la Virgen María, quien les habría revelado que cada vez que se reza un Ave María es como si se le ofreciera una rosa, de tal suerte que cada Rosario completo sería una corona de rosas (concepto que había sido mencionado tiempo atrás por San Luis María Grignion de Montfort en su obra Secreto admirable del Santo Rosario).

El 16 de octubre de 2002, el Papa Juan Pablo II promulgó la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, en la que aprobó que se añadieran cinco nuevos Misterios al Rosario, los misterios luminosos. La introducción de estos Misterios ha sido la única reforma sustancial en este rezo después de varios siglos.

Los Niños Llorones ¿Cuadros Malditos?

Esta leyenda, mito o hecho inexplicable, la de los Cuadros Malditos, como son llamados a los cuadros de los niños que lloran, es la que más escalofrío me ha causado. Tal vez porque, mirando a dichos cuadros, los rostros de los niños transmiten mucha tristeza. Este es el mapa de Alemania, y la zona coloreada en rosa corresponde a la región de Ruhr, la más industrial del país. Sin embargo esta proliferación industrial se vería seriamente dañada cuando en 1922 es ocupada por Francia como respuesta a los impagos por parte de Alemania que le habían sido impuestos en 1919, en el tratado de Versalles.

Según los resultados de las investigaciones realizadas por expertos de Mundo Parasicológico en este lugar de Ruhr habrían vivido la mayoría de los niños que en su día fueron pintados en lienzos por Bruno Amadio, también conocido por el pseudónimo de Giovanni Bragolin, cuadros que bastantes décadas después serían considerados como “cuadros malditos”. De Bruno Amadio no es mucho lo que se conoce, y los pocos datos que se tienen son en ocasiones contradictorios. Tal vez este desconocimiento ha dado pie en cierta medida, a la leyenda que planea sobre este artista y sus cuadros.

Parece ser que nació en Venecia, según algunos entre 1890 y 1900, y según otros en 1911, formándose en la pintura como un clásico, aunque su obra sería considerada como mediocre y falta de talento. Se tiene conocimiento de que fue fascista, partidario de Mussolini y un entusiasta de la propaganda fascista, con la que llegó a colaborar con sus pinturas. Luchó en el frente y esta experiencia lo traumatizó e impresionó sobremanera, ante el sufrimiento de las víctimas y de los niños que quedaron huérfanos e indefensos en la ciudad en ruinas.

En 1945 Bruno Amadio se traslada a España y se instala en Sevilla, en dónde permanece durante largos años para posteriormente trasladarse a Madrid. A partir de este momento Bruno Amadio no ha dejado pista alguna. Nada más se ha sabido de él, aunque hay quien afirma que en la década de los setenta de traslada a Padua, Italia, y que su fallecimiento se produce en 1981. Como consecuencia del impacto que le causaron las imágenes de la guerra, Bruno Amadio realiza una serie 27 cuadros que representan a niños llorando, y que serían conocidos con el nombre de “Los Niños Llorones”.

El modelo que posó para su primer cuadro de la serie era un niño internado en un orfanato, y Bragolin supo captar y reflejar todo el dolor y la tristeza que emanaban de él, impúber abandonado sin familia que lo amparara. El cuadro impresionaba y obtuvo todo el éxito que el autor ansiaba. Se hicieron de él múltiples reproducciones que se distribuyeron mayoritariamente por España, aunque también por diversos puntos del mundo.

Todos estos cuadros tuvieron una gran acogida y se hicieron muy famosos en todo el mundo. La mayoría de los hogares contaban con una réplica de alguno de ellos, tal era la ternura y tristeza que transmitían los niños retratados en ellos. Poco se sabía entonces de que un día serían conocidos y denominados como “cuadros malditos”. Esta denominación sería lanzada como noticia en la década de los ochentas por un periódico británico sensacionalista, The Sun, según el cual, existía una gran cantidad de testimonios hechos por los bomberos aseguraban que en la mayoría de las casas a las que acudían por haberse provocado un incendio contaban con uno de estos cuadros, que por causas que desconocían siempre quedaban intactos.

La noticia causó un gran impacto, dado que eran muchos los hogares que lucían alguna de de estas representaciones. Incluso hubo testimonios de fenómenos extraños y sucesos inexplicables en torno a quienes los poseían. Había testigos que narraban como se sentían apresados ante la triste mirada del niño, sintiéndose incapaces de apartar la mirada. Otros aseguraban que desde que eran poseedores de ellos, misteriosamente desaparecían objetos que no volvían a ser encontrados.

Todo esto causó cierto terror colectivo, y la mayoría de sus propietarios optaron por deshacerse de ellos quemándolos, única y supuesta manera de acabar con la maldición, que según se decía, estaba encerrada en el niño. Dos versiones planean sobre la creación de “Los Niños Llorones”. Una de ellas apunta a que los cuadros fueron realizados una vez que el pintor se trasladó a Sevilla, tomando como modelos a niños de casas de orfandad.

La otra, y según investigaciones realizadas por expertos de Mundo Parasicológico , a través de revelaciones en secciones de Ouija, cuenta que los lienzos se hicieron en 1919, en plena guerra mundial, cuyos modelos eran niños de orfanatos que habían perdido a sus padres y familiares durante la guerra. Pero las dos hipótesis coinciden que cuando las realizó, Amadio era un pintor mediocre que pasaba desapercibido, y vivía permanentemente frustrado porque su trabajo no era reconocido por la sociedad. Desesperado, y siempre según la leyenda, llegó a hacer un pacto con el diablo a cambio de que su obra fuera reconocida en el mundo.

Como consecuencia, los lugares en los que se encontraran alguno de estos cuadros serían pacto de males y desgracias, víctima de incendios que arrasaban con todo menos con el cuadro, que siempre quedaría intacto. Esta maldición la llevarían consigo tanto los cuadros como sus reproducciones. Y eso no es todo, al parecer las pinturas que hizo Amadio de estos niños, tienen escondido entre sus pinceladas a un demonio que devora al niño, (tal vez por eso lloraban). Se cuenta que si se gira el cuadro 90º se puede ver en algunos de ellos. Curiosa historia y más aún por el hecho de que muy poco se sabe sobre el qué fue de Bruno Amadio. Es tal vez por éste hecho que nos lleva a dudar de si ésta historia es un mito, leyenda o… hay algo de verdad...

Ideas básicas de la Evangelii Gaudium

Síntesis

16. El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares.

17. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor, mostrando ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre.

18. El Papa pide que no ahoguemos la alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Dejarse llevar debilita la entrega

19. Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre.

20. El cristiano debe superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual.

21. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios.

22. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal.

23. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia». El espíritu debe ser movido solo por lograr que el Evangelio tenga una real inserción en el pueblo, sin importar las conquistas sociales y políticas, sin vanagloria, sin embelesarse, sin ser autorreferencial, sin funcionalismo empresarial. El principal beneficiario debe ser el Pueblo de Dios y no la Iglesia como organización.

24. Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.

25. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder.

26. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influenciar en lo social.

27. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica porque Dios les otorga «su primera misericordia».

28. Todos debemos luchar contra las diversas formas de trata de personas. Son nuetsros hermanos. No nos hagamos los distraídos. Muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda.

29. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos. Esta defensa no es algo ideológico, oscurantista y conservador, sino que esta íntimamente ligado a cualquier derecho humano.

30. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Cristo quiere que conozcamos la fuerza de la ternura.

Jesús y el despertar de su vocación - Segunda Parte

Estos pasajes, que indicarían que Jesús estuvo en el grupo de discípulos del Bautista por un tiempo, no se encuentran en los evangelios sinópticos, sino únicamente en el cuarto evangelio. Y esto es lo más increíble y sorprendente. Porque hoy los estudiosos enseñan que una de las características del cuarto evangelio es que fue escrito precisamente para aclarar a los seguidores de Juan el Bautista que no era éste sino Jesús el verdadero Mesías. Y si a pesar de ello, el cuarto evangelio conserva los recuerdos de un Jesús que dependía del entorno de Juan (en vez de mostrarlo totalmente autónomo como hubiera sido preferible), es quizás porque se trató de un hecho histórico muy conocido por la comunidad a la que se escribía, y que resultaba imposible de ignorar.

Pero que no fue fácil para los cristianos del cuarto evangelio conservar los recuerdos de un Jesús “bautizador” se ve en el hecho de que, cuando ya se había terminado de escribir este evangelio, una mano anónima le agregó una frase que decía: “En realidad no era Jesús el que bautizaba, sino sus discípulos” (Jn 4,2). La mano anónima quiso, así, mostrar a Jesús lo más independiente posible de Juan. Pero al no borrar las tres menciones anteriores que decían que Jesús sí bautizaba, la frase quedó contradiciendo lo que el evangelio había dicho antes, y hoy resulta evidente que se trata de un añadido posterior.

¿Cuánto tiempo pasó Jesús al lado de Juan? Es imposible saberlo. Podemos suponer que no mucho, pues la vida pública de Jesús duró sólo tres años, y no queda demasiado margen para esta etapa. Pero en determinado momento, y mientras estaba en la comunidad del Bautista, Jesús “descubrió” su propia vocación. Sintió que su Padre lo llamaba a Él personalmente para que se lanzara a predicar la Palabra de Dios por su propia cuenta. Fue entonces cuando Jesús decidió emprender su ministerio independiente. Pero durante ese tiempo Jesús había ido madurando sus propias ideas, y por eso se lanzó con una prédica diversa a la de Juan: no ya anunciando el castigo inminente, sino la misericordia y el amor de Dios. Con una metodología diferente: no ya en los desiertos, sino recorriendo los pueblos y aldeas del país. Con una actitud de vida distinta: no ya ayunando y absteniéndose de bebidas, sino comiendo y bebiendo con los pecadores. Nacía, así, el Jesús de los evangelios.

Jesús, pues, no fue “discípulo” de Juan Bautista en el sentido técnico de la palabra, es decir, de un alumno que aprende los conceptos de un maestro. Pero sí en el sentido amplio, de alguien que compartió cierto tiempo en el círculo de otra persona. Nos queda una inquietante pregunta. ¿Acaso Jesucristo no lo sabía todo? ¿No era el Hijo de Dios? ¿Cómo es que necesitó que alguien le iluminara la mente para mostrarle el camino que debía seguir? Ciertamente Jesús era Dios. Pero también era plenamente hombre. Y una de las características de todo verdadero hombre es el lento aprendizaje de las cosas. Jesús, pues, debió haber experimentado esta misma pedagogía, como lo atestigua el evangelio de Lucas cuando dice que en Nazaret “(el niño) Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,51-52).

Quizás una manera de explicar esta dualidad de Jesús sea la de imaginar un gigantesco embudo, con un estrecho orificio de salida. Si en él derramáramos una gran cantidad de vino, sería de todos modos muy poco lo que se podría pasar al otro lado, ya que el cuello de salida resultaría pequeño. Pues bien, dentro de Jesús habitaba toda la divinidad, el Dios omnisciente, que todo lo sabe. Pero esa infinita sabiduría de Dios, para exteriorizarse, debía hacerlo por los estrechos conductos de un cerebro, una mente, y unas neuronas humanas, que no tenían capacidad para permitirle saberlo todo. Por eso debió experimentar, de alguna manera, el mismo aprendizaje de sus hermanos los hombres.

Pensar que Jesús de Nazaret siempre supo todas las cosas con total claridad y perfección, además de ir contra lo que dicen los evangelios, es tener una visión simplista e infantil del Señor. Desde que el Hijo de Dios se hizo hombre, Dios quiso obrar en Él a través de lo natural, es decir, del mundo a donde lo había enviado. Por eso lo vemos “naturalmente” tener hambre, sed, calor, sueño, alegrías, penas, dudas, y morir cuando lo crucifican. Y así como no nos resulta extraño que la Virgen María fuera el “factor humano” necesario para que Jesús pudiera nacer en el mundo, ni que San José fuera el “factor humano” necesario para que Jesús tuviera una familia normal, conociera en su hogar las Escrituras y aprendiera un oficio manual, tampoco resulta extraño que Juan el Bautista pudiera haber sido el “factor humano” gracias al cual Jesús descubriera la vocación que lo llevó a emprender su ministerio.

Dios puede hablar de mil modos y a través de cualquier circunstancia, y no contradice a la sana Teología el hecho de que le hubiera hablado a su Hijo a través de Juan el Bautista. Si Dios privilegió este modo “humano” de comunicación incluso con Jesús, nosotros los hombres deberíamos estar más atentos a las personas que nos hablan, nos advierten y nos exhortan. Podrían ser “la voz de Dios” que nos grita en el desierto de la vida.

Ariel Alvarez Valdez
Biblista

miércoles, 1 de octubre de 2014

Streisand Partners

El álbum elegido para el programa de esta semana es: “Streisand Partners”.

Barbra Streisand ha hecho historia con su nuevo álbum. El más reciente lanzamiento de Streisand, "Partners", debutó en el tope de las listas de popularidad, convirtiéndola en la única artista con álbumes en el primer puesto en seis décadas consecutivas. La cantante de 72 años agradeció a sus admiradores en un comunicado el miércoles señalando que aprecia su energía y apoyo.

"Partners", que salió a la venta el pasado miércoles 17 de Septiembre, este es una colección de duetos con astros como Lionel Richie, Stevie Wonder, Michael Buble, Billy Joel, Andrea Bocelli, John Mayer, Babyface, Blake Shelton, Josh Groban, John Legend y Jason Gould, Barry Manilow y Bryan Adams. Además ya el disco fue record de ventas y ha sido descatalogado por la demanda que ha tenido desde una semana de su aparición en público.

La edición estadounidense salió a la venta con dos discos ya que incluyen 12 temas y además contiene 5 bonus track, donde en este excelente trabajo podemos deleitar el oído escuchando dos dúos gracias a la tecnología y edición junto a Frank Sinatra y al Rey: Elvis Presley.

Ideas básicas de la Evangelii Gaudium

Síntesis

1. El consumismo del mundo actual potencia el aislamiento de las conciencias y no deja espacio a los demás. Nos aleja de Dios.

2. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Todo cristiano debe al menos mantener un brote de luz, que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.

3. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse.

4. Llegamos a ser plenamente humanos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?

5. No debe esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. El Papa percibe la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».

6. Los evangelizadores deben tener ‘olor a oveja’ para que el rebaño escuche su voz.

7. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, poniendo foco en la evangelización y no en la autopreservación.

8. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización.

9. Algunas costumbres propias de la Iglesia no ligadas al núcleo del evangelio pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas.

10. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible.

11. La Iglesia debe mantener las puertas abiertas.

12. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin excepciones. Pero sobre todo a los pobres y enfermos. Nunca los dejemos solos.

13. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.

14. «No a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata.

15. Hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia.

Jesús y el despertar de su vocación - Primera Parte

Solemos pensar que Jesús desde su infancia tenía plena conciencia de que era el Hijo de Dios, de que había venido a este mundo para predicar el Reino, de que debía morir en la cruz, y de que así salvaría a toda la humanidad. Y creemos que, por esa conciencia tan clara que Él tenía, en determinado momento de su vida (que ya estaba prefijado, y que Él conocía de antemano por ser Dios) abandonó la carpintería de Nazaret, donde se ganaba la vida trabajando, y salió a anunciar por los caminos la llegada del Reino de Dios, tal como su Padre del cielo le había encomendado.

Pero las cosas no parecen haber sido tan simples. Porque así como Jesús necesitó (como hombre que era) de ciertos factores humanos que lo ayudaran a cumplir su tarea en este mundo, así también no nos debe sorprender que haya necesitado de alguien que lo ayudara a descubrir, de algún modo, lo que su Padre del cielo requería de Él. Y en esta tarea, quien desarrolló un papel fundamental fue Juan el Bautista. Todos sabemos, por los evangelios, que este famoso predicador judío bautizó a Jesús. Pero ¿eso fue todo lo que Juan hizo por Jesús? Si leemos con cuidado los evangelios, más bien parece que no.

Hacia el siglo I de la era cristiana, la religión judía había caído en un profundo letargo. La situación política oprimente que reinaba en el país, el cansancio moral por la espera de un Salvador que no llegaba nunca, la vida escandalosa de la clase gobernante (supuesta representante de Dios), y la degradación de los mismos sacerdotes del Templo (más preocupados por sus propios intereses que por animar la fe del pueblo), habían ido poco a poco enfriando la devoción de la gente y desanimando la práctica religiosa.

Frente a este panorama, apareció de pronto un hombre que buscó inyectar nuevas fuerzas al judaísmo decadente y sacudirlo de su modorra. Era Juan, el hijo único de un sacerdote del Templo llamado Zacarías. Su voz estalló como un trueno en el sereno horizonte de Palestina. Con un lenguaje implacable, y una dureza inusual para un predicador, empezó a incitar a la gente a que cambiara de vida y abandonara su indiferencia religiosa. Decía que el juicio de Dios era inminente, y que en muy poco tiempo Dios iba a castigar con fuego a todos los que no se arrepintieran de sus pecados y se convirtieran (Mt 3,7-12).
La gente que lo escuchaba hablar quedaba magnetizada por sus encendidos discursos y su talla moral. Y acudían de todos los rincones del país para oírlo hablar y pedirle consejos. A cuantos aceptaban sus enseñanzas y buscaban un cambio de vida, el profeta les pedía que como señal de su arrepentimiento se sometieran a un pequeño baño exterior: el bautismo, que él personalmente administraba en el río (Mc 1,4-5).

Juan desarrollaba su ministerio junto al río Jordán, pues esto le permitía practicar sus ceremonias acuáticas. Pero no tenía un lugar fijo. A veces se instalaba en un tranquilo brazo del río cerca de Betania, en la provincia de Perea (Jn 1,28). Otras veces, más al norte, “en Ainón cerca de Salim” (Jn 3,22), en la provincia de Samaria. De hecho, Lucas afirma que Juan iba “por toda la región del Jordán” (3,3) en busca de oyentes a quienes proclamar su mensaje y bautizar.

El éxito de este fogoso predicador fue extraordinario. No era posible permanecer indiferentes. Y muchos jóvenes que se habían alejado de la fe volvieron otra vez a encontrarse con Dios, se comprometieron a romper con su pasado, y aceptaron el lavado simbólico del bautismo que él les ofrecía. Pero Juan no exigía a nadie que se quedara con él. A todos los que bautizaba los enviaba de vuelta a su vida anterior. Sólo les pedía que cambiaran el corazón y que estuvieran dispuestos a realizar buenas obras, cada uno en su ambiente (Lc 3,8-14).

Sin embargo, poco a poco se fue formando alrededor del Bautista un pequeño grupo de discípulos que lo acompañaba en sus recorridos bautismales (Jn 1,28.35-37), lo ayudaba en sus predicaciones (Jn 3,23), recibía de él enseñanzas más profundas (Jn 3,26-30), y compartía su espiritualidad ascética del ayuno (Mc 2,18), de la oración (Lc 11,1), y quizás, al menos temporalmente, también del celibato. A principios del año 27 d.C, un joven galileo llamado Jesús, seguramente en compañía de otros amigos, viajó desde Nazaret hasta el valle del Jordán para ver a Juan. La fama del Bautista había llegado hasta su pueblo, y quería conocer la renovación espiritual que éste proponía.

Y allí, entre las áridas colinas y los desolados valles del desierto de Judá, Jesús pudo escuchar el mensaje escatológico de Juan, que puede resumirse en tres ideas: a) el fin de la historia está a punto de llegar; b) el pueblo de Israel se ha descarriado, y se halla en peligro de ser consumido por el fuego inminente del juicio de Dios; c) es necesario cambiar de vida, y sellar ese compromiso haciéndose bautizar. Podemos imaginar la honda impresión que habrá causado, en el alma del joven de Nazaret, el mensaje del asceta predicador. Y es posible pensar que fue esto lo que despertó en Él su vocación religiosa posterior. La invitación al cambio radical de vida, que Juan dirigía a cada israelita que se hacía bautizar, debió de haber tocado su interior de tal manera, que lo llevó a abandonar para siempre la vida silenciosa que hasta entonces llevaba en Nazaret.

En efecto, sabemos que Jesús aceptó el mensaje de Juan, al igual que muchos otros israelitas, puesto que se hizo bautizar por él como lo relatan los evangelios sinópticos (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). ¿Pero cómo fueron los hechos? ¿Qué pasó después del bautismo? Según los tres evangelios sinópticos, en ese momento bajó el Espíritu Santo sobre Jesús proclamándolo públicamente Hijo de Dios, y luego Jesús se alejó del lado del Bautista para hacer 40 días de ayuno en el desierto y empezar a dedicarse de lleno a su propia misión de predicar el Reino.

¿Pero fue exactamente así? El cuarto evangelio parece ofrecer una versión distinta. Si lo leemos atentamente podemos encontrar ciertos indicios que muestran que Jesús no se alejó inmediatamente de Juan, sino que se quedó algún tiempo integrando el círculo más íntimo de sus discípulos. El primer indicio lo tenemos en Jn 1,28-30. Allí el evangelista dice que Juan estaba bautizando en la localidad de Betania, al este del río Jordán, y añade: “Al día siguiente (Juan el Bautista) vio a Jesús venir hacia él, y dijo: «¡Miren!, éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. A Él me refería yo cuando dije: después de mí viene un hombre que es más importante que yo, porque existía antes que yo»”.

Para el cuarto evangelio, el bautismo de Jesús no existió, porque no lo cuenta. Ahora bien, ¿qué hacía Jesús aquél día en Betania, en medio del desierto, si no había ido a hacerse bautizar? ¿Por qué andaba entre los discípulos de Juan, cuando éste lo señaló como el Cordero de Dios? El cuarto evangelio calla. No da ninguna explicación. Pero el sentido natural del relato parece sugerir que Jesús se encontraba allí porque formaba parte de los discípulos del Bautista. Un segundo indicio lo tenemos en el relato siguiente (Jn 1,35-57), en el que dos discípulos de Juan el Bautista, Andrés y otro anónimo (que por el contexto se deduce que es Felipe), reconocen a Jesús como Maestro y empiezan a seguirlo. Luego, estos dos discípulos invitan a otros dos (Pedro y Natanael) para que también ellos se adhieran al nuevo Maestro.

Pero ¿cómo es que Andrés, y los otros discípulos del Bautista, conocen a Jesús en ese ambiente? La razón debió ser porque Jesús, al igual que estos otros discípulos, formaba parte del mismo grupo. En efecto, antes de que Jesús se hiciera bautizar, era un perfecto desconocido. Si en un determinado momento algunos discípulos del Bautista lo abandonaron a éste para seguir a Jesús, es lógico suponer que Jesús llevaba en ese ambiente el tiempo suficiente como para que los discípulos del Bautista pudieran conocerlo y se sintieran impresionados por Él. El tercer indicio lo hallamos en Jn 3,22-4,3. Allí se narra que “Jesús se fue con sus discípulos al país de Judea; y permaneció un tiempo con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque allí había mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Y se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío sobre el tema de la purificación. Fueron, entonces, los discípulos a Juan y le dijeron: «Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquél de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van con él»” (v.22-26).

Este pasaje, en el que los discípulos de Juan acuden a su maestro para quejarse de Jesús, sólo se entiende si Jesús fue durante algún tiempo discípulo de Juan. En efecto, podemos suponer que estos discípulos “quejosos” sabían que Juan había bautizado a Jesús, lo había tenido un tiempo entre sus oyentes, lo había instruido e iniciado en su formación. Y ahora veían que Jesús había abandonado el grupo y se había puesto a bautizar por su cuenta, reuniendo sus propios discípulos y haciéndole la competencia a quien fuera su formador y maestro. Sólo suponiendo este trasfondo, se entiende claramente el sentimiento de enojo y rivalidad surgido en el grupo de discípulos que aún permanecían fieles a Juan.

Ariel Álvarez Valdez
Biblista