En teología cristiana se emplea la palabra persona para referirse a la hipóstasis de la Santísima Trinidad,
queriendo significar ‘sustancia
individual o singular’, algo distinto de la naturaleza (physis) y la esencia (ousía).
En particular, en el cristianismo ortodoxo, se proclama que la Santísima
Trinidad son tres personas distintas e inconfundibles, pero, cada una de ellas,
hipóstasis de una misma esencia inmaterial. La unión hipostática es un término
técnico que designa la unión de las dos naturalezas, divina y humana, que en la teología cristiana se atribuye a la
persona de Jesús. De esta manera, Cristo es Dios en la carne (Juan 1-1,14; Col
2-9; Juan 8-58; 10-30-34; Heb 1-8), y es plenamente Dios y plenamente hombre
(Col 2:9). Así, tiene dos naturalezas, la de Dios y la humana, y no es “mitad Dios, mitad hombre”. Nunca perdió
su divinidad, ni hubiese podido hacerlo. Continuó existiendo como Dios cuando
se encarnó y agregó la naturaleza humana a su eterna naturaleza divina (Fil 2-5,11).
Consecuentemente, en Jesucristo está la “unión,
en una sola persona, de una plena naturaleza humana y una plena naturaleza
divina”.
Jesús como Dios: es adorado (Mt 2-2,11; 14-33), se le ora (Hch 7-59), no
tuvo pecado (1Pedro 2-22; Heb 4-15), es omnisciente (Juan 21-17), da vida
eterna (Juan 10-28) y en él habita la plenitud de la Deidad (Col 2-9). Jesús
como hombre: adoró al Padre (Juan 17), oró al Padre (Juan 17-1), fue tentado a
pecar (Mt 4-1), creció en sabiduría (Lc 2-52), pudo morir (Rom 5-8) y tiene un
cuerpo de carne y hueso (Lc 24-39). La unión hipostática es, la unión entre el
Verbo de Dios y una naturaleza humana en la única persona del Hijo de Dios.
Esta es la base de la doctrina cristiana, en la Trinidad, el Dios único de la
tradición judeocristiana, hipóstasis (persona), physis (naturaleza) en la
unidad de una misma ousía (sustancia); el Verbo corresponde entonces a la
segunda hipóstasis o persona, el Hijo.
El calificativo de hipostática que se da a la unión, en Jesús de
Nazaret, de la naturaleza humana y la divina alude al hecho de que se trata de
una unión según la hipóstasis/persona del Verbo o Hijo de Dios; vale decir, si
bien tanto la naturaleza divina como la humana mantienen todos los atributos
que les son propios, de modo, por ejemplo, que se puede decir que, en Jesús de
Nazaret, se dan dos voluntades, dos entendimientos y dos naturalezas (todas a
la vez divinas y humanas), forman con todo, una sola persona, un único centro
de imputación de conducta, y esta persona corresponde al Verbo de Dios
encarnado, el Dios-hombre. Junto con la doctrina de la Trinidad, la de la
Encarnación del Verbo constituye el núcleo de la la fe cristiana, que la
distingue drásticamente de su tronco y raigambre hebrea; particularmente la
Encarnación constituye el contenido neto de los textos neotestamentarios que,
en la perspectiva cristiana continúa, interpreta y perfecciona la fe en el Dios
de Israel.
La definición dogmática de Calcedonia parte de un único sujeto
(Jesucristo) que es "uno y el
mismo"; con verdadera divinidad y verdadera humanidad; consustancial
tanto al Padre como a nosotros, la humanidad que asume es idéntica a la nuestra
salvo en el pecado. Utiliza cuatro adverbios (en griego) para decir que es sin
transformación de una naturaleza en la otra; sin conversión de las dos en una
tercera; sin separación y sin superposición. Bien lo define el Concilio de
Calcedonia "En dos naturalezas, sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separación" La unión de las
naturalezas, constituye una hipóstasis, de tal forma que no se puede decir que
hay dos personas, sino sólo una. Las dos naturalezas son realidades que no se
superponen ni se confunden con la unión, sino que, manteniendo cada una su
consistencia óntica y dinámica, ambas constituyen la única hipóstasis o persona
de Cristo.
Cristo es una sola persona, no dos (de ahí el concepto de unión
hipostática, es decir, unión de las dos personas), sin que cada naturaleza
pierda sus peculiaridades, pues la unidad no suprime las diferencias. Esta
unión es perpetua e indisoluble, lo cual significa que tras la resurrección y
la ascensión a los cielos, el Hijo de Dios que se sienta a la derecha del
Padre, comparte ambas naturalezas en su única persona. La concepción virginal, por lo tanto, forma
parte integrante del misterio de la Encarnación. El cuerpo de Jesús, concebido
de modo virginal por María, pertenece a la persona del Verbo eterno de Dios.
Precisamente esto es lo que realiza el Espíritu Santo al bajar sobre la Virgen
de Nazaret. Él hace que el hombre (el Hijo del hombre) concebido por Ella sea
el verdadero Hijo de Dios, engendrado eternamente por el Padre, consustancial
al Padre, de quien el eterno Padre es el único Padre. Aun naciendo como hombre
de María Virgen, sigue siendo el Hijo del mismo Padre por quien es engendrado
eternamente. De esta forma la virginidad de María pone de relieve, de modo
particular, el hecho de que el Hijo, concebido de Ella por obra del Espíritu
Santo, es el Hijo de Dios.
Lucas refiere las palabras del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús
por obra del Espíritu Santo: "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra" (Lc 1, 35). El Espíritu del que habla el evangelista es el
Espíritu "que da vida". No
se trata sólo de aquel "soplo de
vida" que es la característica de los seres vivos, sino también de la
Vida propia de Dios mismo: la vida divina. El Espíritu Santo que está en Dios
como soplo de Amor, Don absoluto de las divinas Personas, en la Encarnación del
Verbo obra como soplo de este Amor para el hombre: para el mismo Jesús, para la
naturaleza humana y para toda la humanidad. En este soplo se expresa el amor
del Padre, que amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,
16). En el Hijo reside la plenitud del don de la vida divina para la humanidad.
En la Encarnación del Hijo-Verbo se manifiesta, por tanto, de modo particular
el Espíritu Santo como aquel "que
da vida". Es el significado más profundo de la "unión hipostática", fórmula que refleja el pensamiento
de los Concilios y de los Padres acerca del misterio de la Encarnación y, por
tanto, acerca de los conceptos de naturaleza y de persona, elaborados y usados
sobre la base de la experiencia de la distinción entre naturaleza y sujeto, que
todo hombre percibe en sí mismo.