PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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EL DIABLO Y LA CRUCIFIXIÓN

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¿DÓNDE ESTABA LUCIFER CUÁNDO JESÚS FUE CRUCIFICADO?

En los archivos secretos del Vaticano se conserva una extraña leyenda en torno a una pintura sobre la crucifixión de Jesús. Podemos pensar que la Iglesia siempre ha cubierto sus reliquias con un halo de misterio, pero en este caso es la obra en sí misma (y por sí misma) la generadora del misterio, ya que -sostiene la leyenda- se trataría de la versión más fiel de la Pasión de Jesucristo, lo cual la convierte en uno de los tesoros más preciados de la Cristiandad, pero por otro lado está la identidad de su autor, nada menos que Satanás.

La historia de esta pintura trascendió gracias a un comentario del erudito y sacerdote católico Montague Summers, en sus obras: Historia de la brujería y la demonología (The History of Witchcraft and Demonology), El Hombre Lobo (The Werewolf) y El Vampiro (The Vampire: his Kith and Kin). Montague Summers relata la historia de un joven pintor de la ciudad de Praga, quien amaba los excesos de toda índole y a menudo se entregaba a las pasiones más bajas.

Fue así que este joven pintor derrochó su talento. Las noches, largas y soñolientas, daban paso a amaneceres marchitos, iluminando pálidamente los lienzos ausentes, vacíos de aquellos fantasmas que su alma atormentada veía con diáfana claridad, pero incapaces de transformarse en arte. Sumido en oscuros pensamientos, con un corazón inclinado a la más abyecta impiedad, el joven pintor resolvió entregarse a la tutela del Señor de los Infiernos.

Durante largas y tortuosas semanas concentró toda su mórbida voluntad en hacerse digno de la presencia de Satanás. Durante una sombría tarde de noviembre Satanás finalmente escuchó la invocación de su devoto, y el pacto fue firmado. Los pactos satánicos, de amplia difusión en el período, no son una curiosidad en las leyendas medievales. Casi siempre las dádivas que Satanás ofrece a sus amados réprobos consistían en bienes materiales, venganzas y, en mayor proporción, el amor de una mujer indiferente. No obstante, la historia del pintor maldito de Praga es distinta a todas.

El joven aceptó entregar su alma al tormento eterno, pero antes le preguntó a Satanás si éste había estado presente en el momento del Calvario. El diablo respondió afirmativamente. El pacto se selló, con alguna reticencia por parte del Maligno, o al menos así lo comenta Montague Summers, ya que lo que el joven quería a cambio era una pintura, una composición realizada por la mano del Príncipe de las tinieblas, que representase fielmente el momento de la Crucifixión. No sabemos si el diablo se sorprendió, o si aguardaba secretamente una solicitud semejante.

Se dice que la pintura fue hecha en dos horas. Cuando finalmente le fue entregada al joven, este se estremeció al contemplar las huellas de la Pasión. El cuerpo mutilado y sangrante de Jesús estaba inmóvil en la Cruz; sin embargo, unos ojos vivos y ardientes parecían resplandecer iluminando el cuarto. Arrebatado por la sublime visión, el joven pintor se postró e imploró clemencia. Extasiado y temeroso, rogó a Dios por el perdón de su alma.

El arrepentido pintor, para ganar la absolución por una culpa tan atroz, se confesó ante un párroco que la historia ha olvidado. Fue obligado a recurrir ante el Cardenal Penitenciario y la pintura fue puesta en las prudentes manos del Santo Oficio. Se dice que, siglos después, la familia Barberini obtuvo un permiso papal para que se hiciera una copia exacta de la pintura. Verdadera o no, la copia fue expuesta al público en la iglesia Santa María de la Concezione, ubicada en la Vía Véneto, Roma. Actualmente se desconoce la ubicación del cuadro. Montague Summers jamás discute su autenticidad.

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