En los archivos secretos del Vaticano se conserva una
extraña leyenda en torno a una pintura sobre la crucifixión de Jesús. Podemos
pensar que la Iglesia siempre ha cubierto sus reliquias con un halo de
misterio, pero en este caso es la obra en sí misma (y por sí misma) la
generadora del misterio, ya que -sostiene la leyenda- se trataría de la versión
más fiel de la Pasión de Jesucristo, lo cual la convierte en uno de los tesoros
más preciados de la Cristiandad, pero por otro lado está la identidad de su autor,
nada menos que Satanás.
La historia de esta pintura trascendió gracias a un
comentario del erudito y sacerdote católico Montague Summers, en sus obras:
Historia de la brujería y la demonología (The History of Witchcraft and
Demonology), El Hombre Lobo (The Werewolf) y El Vampiro (The Vampire: his Kith
and Kin). Montague Summers relata la historia de un joven pintor de la ciudad
de Praga, quien amaba los excesos de toda índole y a menudo se entregaba a las
pasiones más bajas.
Fue así que este joven pintor derrochó su talento. Las
noches, largas y soñolientas, daban paso a amaneceres marchitos, iluminando
pálidamente los lienzos ausentes, vacíos de aquellos fantasmas que su alma
atormentada veía con diáfana claridad, pero incapaces de transformarse en arte.
Sumido en oscuros pensamientos, con un corazón inclinado a la más abyecta
impiedad, el joven pintor resolvió entregarse a la tutela del Señor de los
Infiernos.
Durante largas y tortuosas semanas concentró toda su
mórbida voluntad en hacerse digno de la presencia de Satanás. Durante una
sombría tarde de noviembre Satanás finalmente escuchó la invocación de su
devoto, y el pacto fue firmado. Los pactos satánicos, de amplia difusión en el
período, no son una curiosidad en las leyendas medievales. Casi siempre las
dádivas que Satanás ofrece a sus amados réprobos consistían en bienes
materiales, venganzas y, en mayor proporción, el amor de una mujer indiferente.
No obstante, la historia del pintor maldito de Praga es distinta a todas.
El joven aceptó entregar su alma al tormento eterno, pero
antes le preguntó a Satanás si éste había estado presente en el momento del
Calvario. El diablo respondió afirmativamente. El pacto se selló, con alguna
reticencia por parte del Maligno, o al menos así lo comenta Montague Summers,
ya que lo que el joven quería a cambio era una pintura, una composición
realizada por la mano del Príncipe de las tinieblas, que representase fielmente
el momento de la Crucifixión. No sabemos si el diablo se sorprendió, o si
aguardaba secretamente una solicitud semejante.
Se dice que la pintura fue hecha en dos horas. Cuando
finalmente le fue entregada al joven, este se estremeció al contemplar las
huellas de la Pasión. El cuerpo mutilado y sangrante de Jesús estaba inmóvil en
la Cruz; sin embargo, unos ojos vivos y ardientes parecían resplandecer
iluminando el cuarto. Arrebatado por la sublime visión, el joven pintor se
postró e imploró clemencia. Extasiado y temeroso, rogó a Dios por el perdón de
su alma.
El arrepentido pintor, para ganar la absolución por una
culpa tan atroz, se confesó ante un párroco que la historia ha olvidado. Fue
obligado a recurrir ante el Cardenal Penitenciario y la pintura fue puesta en
las prudentes manos del Santo Oficio. Se dice que, siglos después, la familia
Barberini obtuvo un permiso papal para que se hiciera una copia exacta de la
pintura. Verdadera o no, la copia fue expuesta al público en la iglesia Santa
María de la Concezione, ubicada en la Vía Véneto, Roma. Actualmente se
desconoce la ubicación del cuadro. Montague Summers jamás discute su
autenticidad.
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