PROGRAMA Nº 1198 | 20.11.2024

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EL PENTÁGONO DEL DIABLO

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Muchas personas consideran que el Triángulo de las Bermudas sencillamente no existe. Que se trata, en el mejor de los casos, de un invento febril destinado a cautivar a aburridos lectores domingueros. Algo así como un cuento de brujas.

Sin embargo, curiosamente, como haciendo referencia al conocido dicho popular que reza: "las brujas no existen... pero que las hay... las hay", la Guardia Costera de los Estados Unidos (que no cree en el Triángulo, como tampoco cree en las brujas), en un impreso del Séptimo Distrito del servicio -archivado como Registro 5720-, informa: " El Triángulo de las Bermudas o del Diablo, es una zona imaginaria situada frente a la costa atlántica sudoriental de los Estados Unidos, que es conocida por la alta proporción de pérdidas inexplicables de barcos, pequeños botes y aviones. Los vértices generalmente aceptados del Triángulo son las Bermudas, Miami (Florida) y San Juan (Puerto Rico)."

Se dice a menudo que si el individuo en cuestión tiene bigotes de gato, orejas de gato y cola de gato es (sin duda)... un gato. De modo que si un registro oficial reconoce la existencia de "pérdidas inexplicables", y al mismo tiempo pretende dar a entender que el lugar de los hechos no existe, no necesita uno tener el gran olfato de un sabueso para darse cuenta de que hay aquí, por lo tanto, un gato encerrado.

El problema de hallar una solución al enigma de las desapariciones en el Triángulo  se ciñe a la necesidad de establecer la relación causa-efecto que mejor se adecue, si no a todos, al menos a la mayoría de los casos. De hecho, se ha hablado hasta el cansancio de, por ejemplo, el accionar de ovnis, de agujeros dimensionales y desgarros del tiempo, y también de los arrecifes y de grandes marejadas repentinas o trombas marinas muy comunes; e incluso de las turbulencias de aire claro que pueden destruir a un avión... y un prolongado etcétera.

Pero, en cualquier caso, quienes más tiempo han invertido en el estudio del fenómeno se muestran reacios a la hora de aceptar explicaciones empapadas de convencionalismos, y aunque esto no implique renunciar a un análisis lógico del problema, sí conlleva la necesidad de un replanteo acerca de qué tipo de fuerzas de la Naturaleza se desatan súbitamente en la zona para dar cabida a las notorias anomalías magnéticas que, en un visto y no visto, afectan a los instrumentos de navegación de barcos y aviones y tornan el cielo, momentos antes limpio, en un escenario espectral.

Probablemente, durante las incontables horas en busca de una respuesta convincente, muchos hayan bebido litros de café, o té. Y tal vez, quienes tengan predilección por esta última infusión acostumbren jugar revolviendo rápidamente el líquido con una cuchara para distraerse observando cómo los minúsculos trocitos de hojas culminan su vertiginoso giro concentrándose en el fondo de la taza.

Esta simple distracción cotidiana encierra un hecho físico si se quiere enigmático. Los trozos de té se juntan en el centro y, no obstante, según se desprende de las leyes de la física clásica, lo que deberían hacer es desbandarse por la acción de la fuerza centrífuga.

¿Cuál es la explicación del enigma? En opinión de Albert Einstein, según consta en un informe de su autoría presentado ante la Academia de Ciencias de Prusia en 1926, el fenómeno guarda relación con los flujos formados en el líquido en rotación, cuya velocidad angular en la parte inferior del embudo que se forma es mucho menor que en la parte superior, lo que ocasiona allí una notable reducción de la fuerza centrífuga hasta límites casi imperceptibles. En otras palabras, cuando hacemos girar un líquido en un recipiente, tal líquido sube hasta el borde y baja en el centro dando lugar a las diferencias de las velocidades angulares. Ahora bien, esta explicación, aceptada casi sin discusión al amparo de la merecida autoridad de Einstein, ha sido puesta en tela de juicio por ulteriores comprobaciones experimentales que bien podrían echar luz sobre los desusados acontecimientos registrados en el Triángulo de las Bermudas.

En efecto, en 1976, un tal Nikolai Koroviakov, un sencillo mecánico y a la sazón jefe del departamento de armas deportivas de la Armería de Tula (de la entonces Unión Soviética), construyó un recipiente -similar a un vaso-, cuyo fondo fue fijado a un eje de rotación. Luego lo llenó de agua con trocitos de té hasta el borde mismo, y lo cerró con una tapa transparente. Acto seguido, hizo girar el recipiente sobre su eje logrando la inmediata dispersión de los trocitos de té por las paredes. Lo detuvo, y el té se centralizó en el fondo.

Aparentemente, salvo un pequeño detalle, todo respondía al marco expuesto por Einstein. Y sin embargo, el punto a tener en cuenta es que en el recipiente hermético de Koroviakov el agua no tenía adónde subir o bajar: no existía de hecho en éste ese flujo al que aludía el genio alemán, puesto que la velocidad era allí igual en todos lados. Y a pesar de ello, los trocitos de té acababan unidos en el centro del fondo...

Incógnita mediante, Koroviakov pasó a repetir la experiencia con alguna variante. Cambió los trozos de té por unas esferas plásticas de diferente peso y color, al tiempo que, perfeccionando el recipiente original, fabricó un "trompo hidrodinámico" (que patentó como "Instrumento para demostrar fenómenos hidrodinámicos"). Y el resultado puso entonces en evidencia ciertas particularidades aun más llamativas. En una constante que se repitió sin variantes, al frenar la rotación del "trompo hidrodinámico" las partículas plásticas se juntaban en el centro, las más pesadas en primer lugar seguidas por las más livianas, pero, extrañamente, siempre culminaban dándole forma a una especie de pentágono.

Para el mecánico ruso, esto no podía ser fruto de la casualidad. Y se convenció cuando, otro hecho singular se sumó: durante el transcurso del día, el pentágono giraba lentamente, desplazándose en dirección contraria a la de la rotación de la Tierra. Con lo cual, Koroviakov no tardó en comprender qué estaba ocurriendo. En rigor, su trompo estaba respondiendo a las fuerzas que determinan la rotación de nuestro planeta en torno al Sol y, en consecuencia, a la interacción de ambos cuerpos celestes. Así, en perfecta analogía, el recipiente experimental y nuestro mundo se identificaban. Mientras la corteza de la Tierra se asimila a una envoltura cerrada como en el instrumento de Koroviakov, su interior, en el cual el núcleo sólido flota en el magma líquido, se parece al líquido y partículas contenidos en él. Por consiguiente, sería lícito suponer que también el magma terrestre podría estar moviéndose bajo la corteza de igual manera, dando lugar así a la misma forma pentagonal obtenida repetidamente  en el trompo.

Ahora bien, ¿qué derivaciones surgen de esto en caso de comprobarse como cierto? Para entenderlo debemos partir de la base de que el desplazamiento del magma y del núcleo genera fuertes flujos magnéticos que bien pueden ser causa de diversos cataclismos naturales. En tal sentido, hemos de considerar que datos suministrados por la NASA, indicaron que las mediciones efectuadas con un altímetro de radar de alta frecuencia detectaron  que el fondo oceánico en el Triángulo de las Bermudas se hallaba a unos veinticinco metros por debajo del nivel normal.

Y si a ello le sumamos la existencia de otras cuatro zonas donde se dan las mismas anomalías, las cuales se encuentran bajo el mismo ángulo las unas con relación a las otras, el enigma parece ir cediendo posiciones. Especialmente si, como sostiene Koroviakov, uniendo con una línea las cinco zonas anómalas se obtiene finalmente un pentágono que respeta con absoluta fidelidad la forma en que estaría ubicado el magma bajo la corteza terrestre, lo cual, conduciría a una explicación de las perturbaciones magnéticas por la mera coincidencia entre tales zonas y los puntos de máxima actividad del magma.

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