PROGRAMA Nº 1198 | 20.11.2024

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SAN GERARDO Mª MAYELA

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Gerardo nace en 1726 en Muro, pequeña ciudad del Sur de Italia. Tiene la suerte de tener por madre a Benedecta, que le enseñará el inmenso e ilimitado amor de Dios. Se siente feliz porque sabe que Dios está cerca de él, y toda su vida tiene por lema “hacer la voluntad de Dios”, lo que Dios quiere. Con doce años se tiene que hacer cargo de toda la familia, al morir su padre. Se convierte en aprendiz de sastre con uno del lugar que lo maltrata. Tras cuatro años de aprendizaje, justo cuando estaba capacitado para abrir una sastrería propia, entra al servicio del Obispo de Lacedonia, hombre de duro carácter. Los amigos le aconsejan que no acepte aquel puesto, porque todos los sirvientes abandonaban el oficio tras pocos meses. Pero a Gerardo eso no le asusta, y permanece con él hasta su muerte, tres años después. Cuando Gerardo piensa que se trata de la voluntad de Dios acepta cualquier cosa. En este tiempo Gerardo pasa largos tiempos de oración, que se convertirán en la fuente de su propia vida.

En 1745, con 19 años, regresa a Muro estableciéndose como sastre. Su negocio prospera, pero es poco el dinero que gana. Regala prácticamente casi todo lo que tiene. Pone aparte lo que necesita para su madre y sus hermanas, y el resto lo da a los pobres. Para él, la caridad y la solidaridad cotidiana son un constante crecimiento en el amor de Dios. Su deseo de seguir a Cristo le lleva a pedir ser admitido por los Capuchinos, pero su petición es denegada por ser delgado y de débil salud. Los Redentoristas llegan a Muro en 1749. Gerardo participa activamente en la Misión Popular y es conquistado por la vida de los misioneros. Pide ser admitido como miembro del grupo, pero el Superior, Padre Cáfaro, lo rechaza a causa de su salud enfermiza. Tanto insiste Gerardo a los misioneros que, cuando éstos están a punto de marcharse de la ciudad, el Padre Cáfaro aconseja a su familia que lo encierren en su habitación.

Con una estratagema que, en adelante, seguirá encontrando un eco especial en el corazón de los jóvenes, Gerardo anuda las sábanas de la cama y se descuelga por la ventana para seguir al grupo de misioneros. En la mesita deja un mensaje a su madre: “Voy a hacerme santo”. Recorre cerca de 18 kms. hasta alcanzar a los misioneros. “Llevadme con vosotros, dadme una oportunidad; y echadme a la calle si no valgo”, dice Gerardo. Ante tanta insistencia, al Padre Cáfaro envía a Gerardo a la comunidad redentorista de Deliceto, con una carta en que dice: “Les mando a otro hermano, que será inútil para el trabajo…”. Gerardo se enamora total y absolutamente de la forma de vida que San Alfonso, el fundador de los Redentoristas, ha previsto para los miembros de su congregación. Hace su primera profesión como Hermano laico redentorista el 16 de julio de 1752. La etiqueta de “inútil” no le durará mucho. Gerardo desempeña todo tipo de servicios en la comunidad: jardinero, sacristán, sastre, portero, cocinero, carpintero y albañil. Además, sus palabras mueven el corazón de la gente en las misiones, comprometido con el anuncio de la Buena Noticia.

En 1754, Gerardo experimenta una situación dolorosa, que muestra su extraordinaria confianza en Dios. Entre sus buenas obras está la de ayudar a las chicas que quieren ser religiosas. Neria Caggiano es una de estas chicas, pero después de tres semanas en el convento vuelve a casa, frustrada en su intento de ser religiosa. Para explicar su actitud, Neria decide salvar su propia reputación destruyendo a Gerardo. En una carta que dirige a San Alfonso, Neria acusa a Gerardo de mantener un romance con una joven. Gerardo es llamado por San Alfonso para que responda a tal acusación, y en lugar de defenderse, mantiene silencio para no parecer que se excusaba. El tiempo –dicen- pone a cada uno en su sitio, y no hay nada oculto que no llegue a saberse. Durante un año fue apartado de toda relación fuera de la comunidad y privado de participar en la Eucaristía. Pese a todo, confía en Dios y en que la verdad será conocida. Poco tiempo después, Neria enferma gravemente y escribe una carta a San Alfonso confesando que sus acusaciones contra Gerardo eran falsas.

Pocos santos son recordados por tantos milagros como los que se le atribuyen a San Gerardo. Lo más importante eran sus milagros para ayudar a los demás como, por ejemplo, devuelve la vida a un chico que se había caído desde una roca; bendice la escasa cosecha de una familia pobre y les llegará hasta la próxima siega; multiplica el pan que reparte a los pobres; camina sobre las aguas para conducir un barco lleno de pescadores y llevarlo a puerto seguro… Desde el comienzo, se le atribuyen muchos prodigios a favor de las madres, protegiéndolas en el embarazo, ayudándolas a tener un buen parto e inspirándolas en la educación de los niños. Las madres acudían con mucha confianza a él. Gerardo veía en cada nueva vida un don de Dios que se debe cuidar y proteger.

En 1755 le sobreviene una hemorragia junto con disentería. Sobre su puerta pone el siguiente letrero: “Aquí se hace la voluntad de Dios, como Dios quiere y hasta cuando Él quiera”. Muere al amanecer del 16 de octubre de 1755, en la comunidad redentorista de Materdomini. Cuando muere Gerardo, el Hermano sacristán toca la campana a fiesta en lugar de hacerlo con el tañido de difuntos. Se cuentan por millares los que se acercan para pasar ante el cuerpo de “su santo” y para llevarse un último recuerdo del que tantas veces les ha socorrido. Tras su muerte, se producen milagros en toda Italia, todos atribuidos a la intercesión de Gerardo. En 1893, el Papa León XIII lo beatifica, y el 11 de diciembre de 1904 el Papa San Pío X lo canoniza, proclamándolo Santo de la Iglesia Católica.

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