PROGRAMA Nº 1168 | 24.04.2024

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LA SERPIENTE DEL PARAÍSO, PARTE 1

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Hay un enigma que siempre ha intrigado a los lectores de la Biblia, y que tiene que ver con el relato del pecado original: es el de la serpiente que tentó a la mujer en el Paraíso. ¿Quién era realmente? El Génesis afirma que se trataba de un simple animal del campo, uno más de los que Dios había creado (3,1). Pero poco después vemos que la serpiente conversa con Eva. ¿Cómo pudo hablar, si era una víbora? ¿Y cómo podía tener una inteligencia superior a la del hombre (como dice en 3,5)? No puede ser, evidentemente, un animal real. ¿Quién era entonces?

Algunos sostienen que sí era un animal real pero que estaba poseído por el Diablo para engañar a Eva. Pero si la serpiente era sólo un instrumento del Diablo, ¿por qué entonces Dios la castiga a ella haciendo que se arrastre sobre su vientre y coma polvo por el resto de su vida (3, 14), en vez de castigar al Diablo? Una segunda creencia, la más común entre los lectores de la Biblia, es que aquí la serpiente no era un animal real sino un símbolo del Diablo, una imagen, un disfraz literario del autor para referirse a este ser maligno, que fue quien en realidad tentó a nuestros primeros padres en el Paraíso.

Pero esta solución choca con una gran dificultad, y es que en ninguna otra parte del Génesis se lo nombra al Diablo. Más aún, el Diablo (o Satanás, que es lo mismo) es un personaje desconocido para los autores de los libros bíblicos más antiguos; por eso jamás aparece en el Pentateuco; ni en los libros históricos; ni siquiera en los libros proféticos. ¿Cómo podía conocerlo el autor de este capítulo del Génesis? Los actuales estudios bíblicos afirman, por lo tanto, que aquí no se trata del Diablo.

Un tercer grupo de pensadores sostiene que la serpiente no es ningún personaje concreto, sino un símbolo de los malos deseos y de los placeres sensibles. Así, el pecado original habría consistido en una transgresión de tipo sexual, y la serpiente no sería más que un símbolo sexual. Por eso se insiste tanto en que Adán y Eva “estaban desnudos”. Pero esta hipótesis es inadmisible, pues el mismo Génesis dice que Dios santificó y bendijo el matrimonio cuando le ordenó a la primera pareja: “Sean fecundos y tengan muchos hijos, llenen el mundo y gobiérnenlo” (1, 28).

No hay, pues, connotaciones sexuales en el pecado original. ¿Quién es entonces esta serpiente?   ¿Y todo por una manzana? El enigma de la serpiente nos lleva a un segundo problema: ¿qué pecado cometieron Adán y Eva en el Paraíso? Popularmente se responde que comieron una manzana prohibida. Pero conviene notar, ante todo, que en ninguna parte del relato se menciona manzana alguna. ¿De dónde salió la idea de esta fruta? Esto viene de cuando la Biblia estaba escrita en latín.

En efecto, en esta lengua manzana se dice “malus”, y mal se dice “malum”. Y como Adán y Eva comieron el fruto del mal (malum), se pensó que habían comido una manzana (malus). Hoy, que las Biblias ya no están en latín sino en castellano, vemos que no comieron una manzana sino “un fruto” malo. Volvamos, pues, al planteo. ¿Por comer un simple fruto Dios los mortificó con semejantes castigos? Si fuera así, lo que sucedió en el paraíso no fue sino ¡un fatal error gastronómico! Pero como sabemos que la serpiente es un símbolo (ya que no puede tratarse de un animal real), también el fruto prohibido tiene que ser simbólico. ¿Pero símbolo de qué? Si aclaramos quién es la serpiente, descubriremos también cuál fue el pecado del paraíso.

Lo primero que debemos tener en claro es que la serpiente simboliza a algún personaje o realidad entendible para los lectores de aquella época, porque si no, éstos se habrían quedado sin comprender el mensaje. Ahora bien, por los modernos estudios bíblicos y arqueológicos sabemos que la serpiente, en aquella época, era el símbolo de la religión cananea, que los israelitas encontraron al entrar en la Tierra Prometida. ¿Por qué los cananeos emplearon como símbolo de la divinidad a la serpiente, cuando para nosotros es un animal dañino y peligroso? Porque los pueblos antiguos veían en ella tres cualidades. Primero, la serpiente tenía fama de otorgar la inmortalidad, ya que el hecho de cambiar constantemente de piel parecía garantizarle el perpetuo rejuvenecimiento. Segundo, garantizaba la fecundidad, ya que vive arrastrándose sobre la tierra, que para los orientales representaba a la diosa madre, fecunda y dadora de vida. Y tercero, transmitía sabiduría, pues la falta de párpados en sus ojos y su vista penetrante hacían de ella el prototipo de la sabiduría y las ciencias ocultas.

Por eso el Génesis la presenta como “el más astuto de todos los animales del campo” (3, 1). Estas tres características hicieron de la serpiente el símbolo de la sabiduría, la vida eterna y la inmortalidad, no sólo entre los cananeos sino en muchos otros pueblos, como los egipcios, los sumerios y los babilonios, que empleaban la imagen de la serpiente para simbolizar a la divinidad que adoraban, cualquiera sea ella. ¿Y qué les sucedió a los israelitas con la religión cananea? Para entenderlo es necesario tener en cuenta las circunstancias históricas por las que atravesaron. Los hebreos fueron durante siglos un pueblo nómade. Desde épocas remotas, el Dios que los acompañaba era el Dios de las estepas, de las montañas, de lo desolado y agreste. Era un Dios trashumante, que viajaba y se movilizaba junto con el grupo o el clan a todas partes, a fin de protegerlos de los peligros que entrañaba este tipo de vida.

El Dios de los hebreos era, pues, especialista en los problemas del desierto: los cuidaba en caso de ataque de tribus enemigas (Ex 17, 8), los ayudaba a encontrar agua entre las rocas (Ex 17, 1), los guiaba para hallar alimento en medio del páramo (Ex 16), enviaba plagas contra los pueblos opresores (Ex 7, 1), se mostraba poderoso y terrible en los truenos y rayos (Ex 19, 16-19), velaba por la justicia y el orden en el campamento (Ex 21, 22) Y Dios amparaba con tanta delicadeza a su pueblo, que durante el día se transformaba en una inmensa nube (para taparles el sol), y durante la noche en una columna de fuego (para iluminarlos en la oscuridad) (Ex 13, 21). El Dios de los hebreos era, en suma, una divinidad práctica y experta en cuestiones de trashumancia.

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