martes, 26 de febrero de 2013

¿Qué entendemos por Creo en Dios?


En este Año de la Fe, vamos a reflexionar juntos sobre el Credo, la solemne profesión de fe que acompaña nuestras vidas como creyentes. El Credo comienza así: "Creo en Dios". Es una afirmación fundamental, aparentemente simple en su esencialidad, que sin embargo abre al mundo infinito de la relación con el Señor y con su misterio. Creer en Dios implica adhesión a Dios, acogida de su Palabra y obediencia gozosa a su revelación.

¿Dónde podemos escuchar a Dios que nos habla? Para ello es fundamental la Sagrada Escritura, en la que, la Palabra de Dios se hace audible para nosotros y nutre nuestra vida de "amigos" de Dios. Toda la Biblia narra la revelación de Dios a la humanidad, toda la Biblia habla de la fe y nos enseña la fe, narrando una historia en la que Dios lleva a cabo su plan de redención y se acerca a los hombres, a través de tantas figuras luminosas de personas que creen en Él y confían en Él, hasta la plenitud de la revelación en el Señor Jesús.

El capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, que habla de la fe y hace relucir las grandes figuras bíblicas que han vivido la fe, llegando a ser modelo para todos los creyentes: "Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven" (11,1), dice el primer versículo. Los ojos de la fe son, por lo tanto, capaces de ver lo invisible y el corazón del creyente puede esperar más allá de toda esperanza, al igual que Abraham, del que Pablo dice en la Carta a los Romanos que "creyó, esperando contra toda esperanza" (4,18).

La Carta a los Hebreos lo presenta así: "Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios". (11, 8-10).

El autor de la Carta a los Hebreos se refiere aquí a la llamada de Abraham, narrada en el libro del Génesis ¿qué le pide Dios a este gran patriarca? Le pide que abandone su tierra para ir al país que le mostrará. El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré" (Génesis 12, 1). ¿Cómo habríamos respondido nosotros a una invitación semejante?

Se trata, en efecto, de un partir en la oscuridad, sin saber dónde lo conducirá Dios, es un camino que requiere una obediencia y una confianza radicales, a la que sólo la fe permite acceder. Pero la oscuridad de lo desconocido está iluminada por la luz de una promesa; Dios añade a su mando una palabra tranquilizadora, que le abre a Abraham un futuro de vida en toda su plenitud: "Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre... y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra" (Gen 12,2.3).

El narrador bíblico hace hincapié en esto, aunque muy discretamente: cuando Abraham llegó al lugar de la promesa de Dios: "los cananeos ocupaban el país" (Gen 12:6). La tierra que Dios le dona a Abraham no le pertenece, él es un extranjero y lo seguirá siendo para siempre, con todo lo que ello conlleva: no tener intenciones de posesión, sentir siempre la propia pobreza, verlo todo como un don. Ésta es también la condición espiritual de quien acepta seguir al Señor, de quien decide partir aceptando su llamada, bajo el signo de su bendición invisible pero poderosa.

La fe conduce a Abraham a seguir un camino paradójico. Él será bendecido, pero sin los signos visibles de la bendición: recibe la promesa de formar un gran pueblo, pero con una vida marcada por la esterilidad de Sara, su esposa; es llevado a una nueva patria, pero tendrá que vivir como un extranjero; y la única posesión de la tierra que se le permitirá será el de una parcela de terreno para enterrar a Sara (cf. Gn 23,1 a 20).

¿Qué significa esto para nosotros? Cuando decimos: "Yo creo en Dios", decimos, como Abraham: "Confío en ti, me confío a ti, Señor", pero no como a Alguien a quien se acude sólo en los momentos de dificultad o al que dedicar algún momento del día o de la semana. Decir "Yo creo en Dios" significa fundar en Él mi vida, dejar que su Palabra la oriente cada día, en las opciones concretas sin temor de perder algo de mí mismo.

Benedicto XVI a partir de su abdicación ¿qué sucede con su Infalibilidad pontificia?



En la teología de la Iglesia Católica Romana la infalibilidad pontificia constituye un dogma, según el cual el papa está preservado de cometer un error cuando él promulga, a la Iglesia, una enseñanza dogmática en temas de fe y moral bajo el rango de «solemne definición pontificia» o declaración ex cathedra. Como toda verdad de fe, ninguna discusión se permite dentro de la Iglesia católica y se debe acatar y obedecer incondicionalmente. Esta doctrina es una definición dogmática establecida en el Concilio Vaticano I de 1870.

La Iglesia católica explica la infalibilidad del papa como efecto de una especial asistencia que Dios hace al romano pontífice cuando éste se propone definir como «divinamente revelada» una determinada doctrina sobre la fe o la moral. La enseñanza de la infalibilidad pontificia no sostiene el posible error del Papa, esto es, la imposibilidad de que el papa se equivoque cuando da su opinión particular sobre algún asunto. Tampoco sostiene que el Papa esté libre de tentación ni de pecado. Según la guía doctrinal de la Iglesia, la enseñanza del papa está libre de errores solo cuando es promulgada como «solemne definición pontificia», que se supone asegurada siempre por la asistencia personal del Espíritu Santo.

La doctrina católica sostiene que Jesús estableció su Iglesia fundamentándola en la persona de Simón Pedro (y, por consiguiente, de sus sucesores los papas), diciéndole «lo que ates en la Tierra quedará atado en los Cielos, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los Cielos» (por tanto, dándole potestad suprema), y a quien encargó la misión de «apacentar a sus ovejas» y «confirmar a sus hermanos» en la fe; además prometió que enviaría el Espíritu Santo para que gobernase la Iglesia y la iluminara con la verdad, y que Él mismo permanecería con ella hasta el fin de los tiempos.

La conjunción de estas promesas son tomadas por la Iglesia católica como fundamento de la doctrina de la infalibilidad, al entender que Jesús prometió una asistencia real y permanente a la Iglesia, por sí y por el Espíritu Santo, y especialmente a la persona a la que encargó confirmar en la fe al resto de los cristianos: el Papa. De este modo la Iglesia entiende que es preciso que Dios preserve a la Iglesia, y al Papa que es su Cabeza Suprema, de cometer error en materia de fe o de moral, a fin de que pueda guiar correctamente a los pastores y los fieles y de que todos tengan seguridad de que la doctrina enseñada por ellos es cierta.

Aunque la asistencia del Espíritu Santo al Papa era tradicionalmente considerada como indubitable para la Iglesia, existía la necesidad de mostrar expresamente lo que antes era ya asumido y otorgar al papado una supremacía espiritual total. No es hasta la segunda mitad del siglo XIX, en el marco de los ataques a los Estados Pontificios cuando llega el momento de la definición: es en 1870 cuando el Concilio Vaticano I convocado por el Papa Pío IX define la infalibilidad papal en la constitución dogmática sobre la iglesia Pastor Æternus.

Algunos grupos minoritarios de católicos alzaron su voz con vehemencia tanto dentro como fuera del Concilio para oponerse a la declaración del dogma de la Infalibilidad pontificia. Durante los días en que se debatió la infalibilidad circularon una lluvia de folletos y un sinnúmero de artículos en los diarios y periódicos atacando lo que, según ellos, era un intento de Pío IX de declararse infalible. Ignaz von Döllinger, fue uno de los más conocidos opositores a la infalibilidad papal, y por no aceptarla fue excomulgado el 17 de abril de 1871. Los ánimos se caldearon a tal grado que 14 de los 22 obispos alemanes que se reunieron en Fulda a principios de septiembre de 1869, se sintieron obligados a llamar la atención del Santo Padre por medio de un documento especial en donde decían que debido a la controversia reinante, no consideraban que fuera conveniente definir la infalibilidad papal.

El lunes 18 de julio de 1870, dos meses antes de perder los últimos vestigios de poder temporal con la entrada de las tropas italianas en Roma, se reunieron en el Vaticano 435 padres conciliares bajo la presidencia del Papa Pío IX. Se hizo la última votación sobre la infalibilidad papal, en la que 433 padres votaron placet (a favor) y sólo dos ―el obispo Aloisio Riccio (de Cajazzo, Italia) y el obispo Edward Fitzgerald, de Little Rock (Arkansas)― votaron non placet. Döllinger no dio ningún paso por reintegrarse a la Iglesia Católica; en torno suyo se reunió un grupo de laicos y sacerdotes que con el tiempo darían origen a la iglesia de los veterocatólicos.

Circuló también en la época un famoso discurso atribuido falsamente al obispo Josip Strossmayer. Más allá de quien haya sido su autor (tal parece que un protestante encubierto), el discurso es un documento histórico que brinda una idea de los argumentos contra el dogma de la infalibilidad papal de la época. La creencia en la Infalibilidad pontificia está estrechamente vinculada a lo largo de la historia con la de la supremacía del papa, es decir, con la creencia de que el papa es la cabeza suprema de la Iglesia y tiene por tanto poderes espirituales absolutos en todas las materias de fe y sobre todas las personas bautizadas.

El Concilio Ecuménico de Florencia definió como Verdad de la Fe Católica, que debe ser creída por todos los fieles de Cristo, que «la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el Primado sobre todo el orbe de la Tierra, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, y que es verdadero Vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia, y Padre y maestro de todos los cristianos; y que a él, en el bienaventurado Pedro, le ha sido dada, por nuestro Señor Jesucristo, plena potestad para apacentar, regir y gobernar la Iglesia Universal...»

La fe en la sucesión apostólica y en el ministerio petrino del papa es tomada por la Iglesia como fundamento de la infalibilidad de que se supone que Cristo revistió a Pedro, a fin de que pueda confirmar a sus hermanos en la Fe. Los Concilios de Constantinopla IV (s. IX), de Lyon II (s. XIII) y el mencionado de Florencia (s. XV) enseñaron y sostuvieron la doctrina de la primacía del papa como sucesor de Pedro, también en su función de mostrar la verdad cristiana, y confesaron por tanto su creencia en la infalibilidad del romano pontífice.

En la literatura teológica, aparece por primera vez el término infalibilidad a mediados del siglo XIV, en un tratado escrito por Guido Terrena, narrando la controversia entre los frailes menores y el papa Juan XXII, aplicando este término al Romano Pontífice. La inerrancia de la Iglesia al definir cuestiones de fe y de moral ha sido sostenida por algunos católicos desde el inicio del Catolicismo: ya está contenida esta doctrina en los escritos de los Santos Padres como San Ireneo o Tertuliano. No obstante, y aunque definiciones definitivas sobre las más variadas cuestiones fueron llevadas a cabo en los siglos precedentes, lo que supone el reconocimiento implícito de la irreformabilidad de las mismas y, por tanto, de la imposibilidad de que el Papa se hubiera equivocado en ellas, el dogma no fue solemnemente proclamado hasta 1870.

La Constitución Dogmática Pastor Æternus, promulgada por el Papa Pío IX el 18 de julio de 1870, tras haber sido elaborada y aprobada por el Concilio Ecuménico Vaticano I, contiene la definición solemne del Dogma de la Infalibilidad Pontificia, que es del tenor literal siguiente:

...con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por lo mismo, las definiciones del Obispo de Roma son irreformables por sí mismas y no por razón del consentimiento de la Iglesia. De esta manera, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de contradecir ésta, nuestra definición, sea anatema.

La constitución dogmática Lumen Gentium del último Concilio Ecuménico celebrado por la Iglesia, Vaticano II, ratifica esta doctrina, para dejar en claro la definición de la infalibilidad papal, en su párrafo 18:

Este santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña y declara a una con él que Jesucristo, eterno pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus apóstoles como él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn., 20,21), y quiso que los sucesores de estos, los obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores en su Iglesia. Pero para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de la fe y de comunión. Esta doctrina de la institución perpetuidad, fuerza y razón de ser del sacro primado del romano pontífice y de su magisterio infalible, el santo concilio la propone nuevamente como objeto firme de fe a todos los fieles y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de los obispos, sucesores de los apóstoles, los cuales junto con el sucesor de Pedro, vicario de Cristo y cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa de Dios vivo.

Tres condiciones deben reunirse para que una definición pontificia sea ex cathedra:

Cuando el Papa declara algo acerca de cualquier cuestión de fe o de moral.

Cuando el Papa declara algo «como pastor y maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos». (En cambio no goza de la infalibilidad absoluta cuando habla en calidad de persona privada, o cuando se dirige a un grupo solo y no a la Iglesia toda).

Cuando el Papa declara algo como un «acto definitivo» (o sea cuando expresa claramente que esa declaración es definitiva y que no se podrá cambiar en el futuro).

Un Papa invoca su infalibilidad cada vez que proclama un dogma. Desde 1870 solo se ha proclamado un dogma, el de la Asunción de la Virgen María, que fue proclamado por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, previa consulta con los obispos del mundo.

Aunque el tema es discutido, cuando un Papa canoniza a una persona reconociendo su santidad, también actúa su infalibilidad.

El Señor me llama a “subir al monte”. El Papa en el último ángelus de su pontificado


(RV).- Segundo domingo de Cuaresma. Mediodía en Roma. Cielo azul sobre un mar humano congregado en la Plaza de San Pedro para rezar con Benedicto XVI en el último Ángelus de su pontificado. El Evangelio del día al centro de la reflexión del Papa. “El tiempo cuaresmal nos enseña a disponer el tiempo justo a la oración personal y comunitaria, dando así respiro a nuestra vida espiritual” meditó el Santo Padre, enfatizando que “la oración no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones”, como hubiese querido hacer Pedro sobre el monte Tabor. Reconociendo también que la oración “conduce a la acción”, el Pontífice confesó: “Esta Palabra de Dios la siento dirigida particularmente a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a ‘subir al monte’, para dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia, por el contrario, si Dios me pide esto, es justamente para que yo pueda continuar sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero de una manera más adecuada a mi edad y a mis fuerzas”. Al final de la alocución mariana Benedicto XVI agradeció en diferentes idiomas los numerosos testimonios de afecto, cercanía y oraciones que le están llegado en estos días de todas partes del mundo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días. Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se trasfiguró, se llenó de luz y de gloria. Manifestaba así quién era él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero. Que la Santísima Virgen María nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y feliz domingo a todos.  

Texto completo de la alocución del Santo Padre a la hora del ángelus

 Queridos hermanos y hermanas:

En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas resalta de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: “Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo” (9, 35).

Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien realiza un nuevo “éxodo” (9, 31), no hacia la tierra prometida como en tiempos de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: “¡Maestro, qué bello es estar aquí!” (9, 33) representa el intento imposible de demorar tal experiencia mística. Comenta san Agustín: “[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué habría tenido que descender para regresar a las fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una santa conducta?” (Discurso 78, 3).

Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor habría querido hacer Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. “La existencia cristiana – he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma – consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios ” (n. 3).

Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La primera empleada laica del Vaticano


Los murmullos cesaron en el ruidoso andén de la vieja estación romana del ferrocarril. En aquel otoño de 1934, aunque la tarde era tibia, empezaban ya a sentirse los vientos invernales que soplaban desde las montañas.

Ensordecidos por el estruendo de la caldera de la locomotora que había partido de Frankfurt varias horas antes y ahora exhalaba un chorro de vapor para liberar su carga, la angustia de decenas de espectadores que aguardaban en el andén había llegado a su fin. Salir de Alemania era toda una aventura y la llegada a Roma de la locomotora sin duda había alegrado los rostros de los espectadores.

Hermine Speier bajó la escalera metálica luciendo su nueva mascada blanca, de seda, que había comprado con sus últimos ahorros especialmente para la ocasión. Sus ojos se posaron en la figura familiar que la esperaba con los brazos abiertos, su maestro en la Universidad de Heidelberg la persona que la había atraído como un imán a al estudio de la arqueología y que ahora la miraba descender del tren, complacido y sonriente.

—“Así es como la recuerdo, jovial y alegre. Bienvenida a Roma.”
—“Gracias profesor” —respondió, atándose la mascada al dedo medio mientras arrastraba su pequeña maleta, gastada en los bordes— “Es lo único que pude traer. Créalo o no, estoy siguiendo sus pasos. No es agradable que a una le digan que ya no puede seguir trabajando en la Universidad y en el país, especialmente por ser judía.”

Pero Ludwig Curtius tenía una sorpresa para ella.

—“Spinny” —le dijo, recordando el apodo con el que la llamaban sus amigos cercanos— “he hablado con el Director general de los Museos Vaticanos, mi amigo Bartolomeo Nogara para que usted empiece a organizar la colección fotográfica. Será la primera mujer en trabajar como profesional en el Vaticano. El mismo Papa le dará la bienvenida. ¿Se imagina? la primera mujer…”

—“La primera mujer… y además, judía.”

Hermine Speier fue recibida y confirmada en su puesto por Pío XI este pregunto: “¿De qué religión es Hermine Speier?” Y cuando le dijeron que judía, afirmó: “una razón más para contratarla”. Así empezó a trabajar de inmediato en los enormes salones del Museo. Fue la primera mujer laica en trabajar en el Vaticano, aparte de las monjas y del personal eventual de servicio. Allí, el eco de sus tacones hizo revolotear a las palomas y creó el marco propicio para que la Ilustración teutona penetrara por las rendijas de los pasillos vaticanos.

Pocos años después de su llegada a Roma, en 1943, mientras la bota nazi se teñía de la sangre que manaba a su paso por la campiña romana, Hermine Speier hubo de dejar la apacible tranquilidad de su morada vaticana para escapar hacia las Catacumbas de Santa Priscila en la vía Salaria. La ferocidad alemana arremetía contra la comunidad judía de Roma y Hermine Speier tuvo que refugiarse en la casa de las religiosas de Santa Priscila. Este acuerdo se produjo a través del sobrino del Maestro Pontificio de Ceremonias.

El escondite era muy seguro: en el caso de que la casa fuese tomada, Speier y los otros “evadidos” podrían escapar a través de un túnel secreto cercano a las catacumbas, como hacían los cristianos perseguidos muchos siglos antes. Después de la guerra, Speier se convertiría al catolicismo, y su familia cortó lazos con ella.

Su historia se puede leer de distintas maneras y a través de perspectivas diferentes: como una página de la historia de los intelectuales judíos emigrados de Alemania, como un paso importante en la afirmación de la presencia femenina en el Vaticano, o como un importante momento en el trabajo llevado a cabo por la Santa Sede en los años '30 y en los '40 para ayudar a una minoría perseguida”.

Pero es la historia de una arqueóloga, que desde una mirada más cercana, aparece como una parábola rica de significado. Una judía alemana, estudiante de los Clásicos, que encuentra refugio en el Vaticano durante las noches más negras de la barbarie del siglo XX, y que descubre que a la sombra de Pedro, un sitio en el que refugiarse y dar testimonio del sentido del humanismo que es la herencia más grande del 'más auténtico espíritu alemán'. Este encuentro entre el humanismo alemán, el judaísmo y el cristianismo es único para reflexionar y meditar.

¿Prohibió Jesús el divorcio? 2º y Última Parte


En ese contexto jurídico y social, era evidente que si un hombre se divorciaba de su mujer y la despedía del hogar, la dejaba totalmente desprotegida. Difícilmente otro hombre querría desposar a una repudiada. Ella debía regresar a la casa de sus padres, los cuales muchas veces eran ancianos (si no habían muerto) y ya no podían mantenerla. Quedaba así forzada a vivir de la caridad pública, en una situación de total precariedad, indefensión económica y desamparo social. En algunos casos, la única salida era la prostitución. Resultaba tan degradante que el profeta Isaías menciona a la mujer repudiada como ejemplo del sufrimiento más grande en Israel (Is 54,6). Y el profeta Malaquías, para mitigarlo, llega a decir que Dios “odia al que se divorcia de su mujer” (Mal 2,16). Aún así, si un hombre ya no deseaba vivir con su esposa y quería divorciarse, podía hacerlo sin demasiadas contemplaciones. Por eso Jesús, al prohibir el divorcio, lo que hizo fue ponerse de parte del más débil, del más expuesto y amenazado socialmente: la mujer.

Sin embargo, vemos con sorpresa cómo esta “orden terminante” de Jesús fue más tarde suavizada por los autores bíblicos y adaptada a las diversas circunstancias que les tocaron vivir, de manera que en el Nuevo Testamento la encontramos en cuatro versiones diferentes. El texto más antiguo está en la 1º Carta a los Corintios, de san Pablo, y dice: “A los casados, no les ordeno yo sino el Señor: que la esposa no se separe de su marido. Si se separa, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su esposo. Y que tampoco el marido despida a su mujer” (1 Cor 7,10-11). Hasta aquí, Pablo repite lo que dijo Jesús. Pero a continuación agrega: “Si el cónyuge es no creyente y quiere separarse, entonces que se separe; en ese caso el cónyuge creyente no está ligado; porque el Señor los llamó para vivir en paz” (1 Cor 7,15). Vemos que aquí Pablo permite una excepción. Porque él constataba que en sus comunidades, cuando un pagano se convertía al cristianismo, no siempre era acompañado por su cónyuge, lo cual generaba tensiones y roces. Al ver esto, permitió la separación en sus comunidades alegando una razón importante: que pudieran “vivir en paz”. O sea que Pablo, apenas veinte años después de la muerte de Jesús, ya adaptó la enseñanza original a la situación misional que le tocaba vivir.

Décadas más tarde, Mateo presenta una segunda versión de la norma. Según él, Jesús habría dicho a los fariseos: “Moisés les permitió divorciarse de sus mujeres; pero yo les digo que el que se divorcia de su mujer, excepto en caso de inmoralidad sexual, y se casa con otra, comete adulterio” (Mt 19,8-9). Para Mateo, Jesús permite una segunda excepción: en caso de “inmoralidad sexual”. Cuando esto ocurre, el hombre puede divorciarse y volver a casarse. En realidad, no fue Jesús quien introdujo esa excepción sino el mismo Mateo. ¿Por qué? Porque la inmoralidad sexual, en la comunidad donde él vivía, era un tema muy grave y urticante que generaba serias dificultades en la convivencia matrimonial. Por lo tanto, para evitar males mayores y salvaguardar la paz de las conciencias, Mateo autorizó, en esas circunstancias, la disolución del vínculo.

¿A qué “inmoralidad sexual” se refería? Es difícil saberlo. La palabra griega que emplea (pornéia) es un término genérico que puede designar distintos desórdenes: adulterio, incesto, prostitución, vida disipada, flirteo con otro hombre. Por eso las Biblias no se ponen de acuerdo y ofrecen distintas traducciones. Pero sea cual fuere su significado, lo interesante es que Mateo permitió una excepción a la indisolubilidad matrimonial señalada por Jesús. En el Evangelio de Marcos descubrimos una tercera enseñanza diferente sobre el divorcio. Según éste, en su discusión con los fariseos Jesús dijo que el hombre no debe divorciarse de su mujer (Mc 10,9); y cuando sus discípulos le pidieron una explicación, les aclaró: “Quien se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquella; y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10,11-12).

Tenemos aquí una nueva sorpresa. Según Marcos, lo que ahora Jesús prohíbe no es el divorcio, sino volver a casarse. Mientras Mateo decía que Jesús condenaba la separación en sí, debido a la desprotección en la que quedaba la mujer, Marcos no prohíbe que el hombre se separe. Puede separarse. Lo que no puede hacer es casarse otra vez. Esto se debe a que Marcos escribe para los cristianos de Roma; y allí la mujer gozaba de una autonomía social superior y podía contar con medios propios de supervivencia, de manera que la simple separación de su marido no la afectaba en su dignidad. Por eso un cristiano de su comunidad, si andaba mal con su mujer, podía divorciarse y seguir considerándose cristiano. Pero no podía tomar una segunda mujer. Esta no fue la única adaptación que hizo Marcos. También dice que Jesús prohibió que “la mujer se divorciara de su marido”. Eso jamás podía haberlo dicho Jesús. Él enseñó en Palestina, y ante un auditorio judío. Y según la ley judía, la mujer no podía divorciarse. ¿Qué sentido tiene prohibir algo que no se puede hacer? Pero como Marcos escribió en Roma, donde la ley sí otorgaba a la mujer el derecho al divorcio, extendió la prohibición de Jesús también a ella, para que quedara en claro que, aunque la ley civil lo autorizaba, Jesús no lo consentía.

Finalmente, en el Evangelio de Lucas hallamos la última versión sobre el divorcio (que también aparece en un segundo texto de Mateo: 5,32). Para Lucas, Jesús enseñó: “Todo el que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una divorciada por su marido, comete adulterio” (Lc 16,18). Según este dicho, Jesús no sólo prohibió a un divorciado volver a casarse, sino también a un soltero casarse con una divorciada. ¿Por qué Lucas asumió esta postura? Porque en el Antiguo Testamento los sacerdotes, debido a que eran hombres especialmente consagrados a Dios, no podían casarse con una divorciada, cosa que sí podían hacer los demás judíos (Lv 21,7). Al parecer, Lucas quiso extender este particular estilo de vida a todos los cristianos de su comunidad, para decir que también ellos eran consagrados a Dios, y por lo tanto sus vidas debían ser especiales y preservadas de cuanto pudiera deshonrarlas.

Vemos pues que, si bien Jesús prohibió el divorcio, su norma fue más tarde adaptada por los autores bíblicos según las necesidades de cada comunidad, de manera que hoy tenemos diferentes versiones de ella: a) según Pablo, Jesús permitió el divorcio si un cónyuge se convertía al cristianismo y el otro no; b) según Mateo, Jesús permitió el divorcio en caso de inmoralidad; c) según Marcos, lo que prohibió fue que un divorciado se volviera a casar; d) y según Lucas, prohibió incluso que un soltero se casara con una divorciada.

También la tradición de la Iglesia se mantuvo indecisa en cuanto al modo de aplicar ese mandato de Jesús. Mientras en los siglos III al VI algunos Santos Padres orientales rechazaron absolutamente el divorcio, otros lo aceptaron en caso de adulterio; por ejemplo Orígenes († 255), Basilio Magno († 379), Gregorio Nacianceno († 390), Epifanio († 403), Juan Crisóstomo († 404), Cirilo de Alejandría († 444), Teodoreto de Ciro († 466) y Víctor de Antioquía (s.V). También muchos escritores eclesiásticos latinos de los siglos III al VIII aceptaron el divorcio en casos extremos, como Tertuliano († 220), Lactancio († 325), Hilario de Poitiers († 367), el Ambrosiaster (s.IV), Cromacio († 407), Avito († 530) y Beda el Venerable († 735). Además, varios Concilios aceptaron y regularon el divorcio, como el de Arlés (año 314), el de Agde (año 506), el de Verberie (año 752) y el de Compiègne (año 757). El de Verberie establecía: “Si una mujer intenta dar muerte a su marido, y éste lo puede probar, puede divorciarse de ella y tomar otra”. Y el de Compiègne decía: “Si un enfermo de lepra lo permite, su mujer puede casarse con otro”. Hasta hubo Papas que autorizaron el divorcio y nuevo casamiento, como Inocencio I (siglo V), quien lo permitía ante el adulterio de la mujer; y san Gregorio II (siglo VIII), que lo consentía si la esposa estaba enferma.

Sólo a fines del siglo XII, con el papa Alejandro III, se estableció de manera definitiva la postura actual de la Iglesia católica, que prohíbe absolutamente el divorcio y nuevo casamiento. Es decir que ni la Biblia, ni la tradición, ni los primeros mil años de historia cristiana respaldan la doctrina de que el matrimonio debe ser “hasta que la muerte los separe”. Jesús prohibió el divorcio. Y tenía una buena razón. En su tiempo el matrimonio era un acuerdo social, establecido por los padres, cuyo móvil era la conveniencia mutua y no el amor; y en caso de romperse el pacto, la mujer quedaba socialmente indefensa y expuesta a una vida inhumana. Por eso asumió la defensa del más débil y condenó la separación.

Hoy la Iglesia debe preguntarse: ¿aquella prohibición sigue teniendo vigencia? ¿Es aplicable al matrimonio moderno? Ciertamente no. Primero, porque en la sociedad actual la mujer puede ganarse la vida sola, sin necesidad del varón. Segundo, porque el “móvil” que hoy lleva a dos personas a casarse es el amor; y si éste fracasa, no se les puede prohibir volver a buscarlo. En tiempos de Jesús no podía decirse que el amor se acababa, porque no había sido el móvil del matrimonio; por eso no era motivo para el divorcio.

Es decir que hoy, habiendo desaparecido las dos razones por las que Jesús prohibió el divorcio, aquella orden ya no tiene vigencia. ¿Qué debería hacer la Iglesia? Lo mismo que hizo Jesús: ponerse de parte del más débil. Y el más débil es el que se separa. Cuando un hombre se divorcia suele quedar lastimado, inseguro, con problemas económicos, añorando a sus hijos, con los que no volverá a tener una relación natural. Por su parte, la mujer muchas veces se siente abandonada, triste, sola y con dificultades para volver a creer en el amor. ¿Qué tiene de bueno el divorcio? Nada.

Todo divorcio es una masacre emocional, el fin de una ilusión, la brutal ruptura de un proyecto que se creía para siempre. Por eso sólo la persona que llega a una situación insostenible lo concreta. Y por eso la Iglesia, en vez de castigarla, debería cuidarla más que a los felizmente casados, abrirles las puertas de la comprensión, de los sacramentos, y la incorporación a sus instituciones.

Uno de los encuentros más grandiosos de la vida de Jesús fue con una mujer cinco veces divorciada, que además vivía en concubinato: la samaritana (Jn 4). ¿Hoy Jesús le negaría un encuentro de comunión a un divorciado vuelto a casar? Si Pablo, Marcos, Mateo y Lucas supieron traducir su mensaje sobre el divorcio a un contexto cultural diferente, sería bueno que la Iglesia hoy también lo hiciera. Que vuelva al Evangelio y no separe lo que Dios ha unido: el hombre con Jesús.

Breve resumen de Papas que han renunciado al Papado


El primero fue el papa Clemente I (del 88 al 97) quien fue arrestado y condenado al exilio. Para que la Iglesia no se quedara sin un guía espiritual, declinó a favor de Evaristo. De la misma forma, el papa Ponciano (230 al 235) dejó su cargo a favor de Antero al haber sido enviado al exilio, mientras que el papa Silverio (536 al 537) fue obligado a renunciar a favor del papa Vigilio.

Curiosamente, el primero en dimitir fue Benedicto IX, en 1048. En ese entonces, el papa Víctor II escribió: “Prefirió vivir más como Epicuro que como obispo. Abandonó la ciudad trasladándose a uno de sus castillos de las afueras”. Este mensaje surgió luego de que Benedicto IX confesara que dejaba el papado para casarse con una mujer.

El siguiente papa que dejó el vaticano fue Celestino V. Esta vez, no sería la vida de excesos lo que lo atraía. Fue coronado el 29 de agosto de 1294, luego de haber fundado la orden de los celestinos, que luego se uniría a la de los benedictinos. Se decía que era un santo, que era el hombre indicado para recuperar la imagen del vaticano. En la época, la administración de la Santa Sede perdía legitimidad ante los creyentes ante la imposibilidad de elegir un Papa en los dos últimos años.

Celestino V no aguantó más de tres meses en el vaticano. Como nunca había tenido experiencia diplomática decidió irse a orar en una cabaña lejos de la Santa Sede. Renunció formalmente el 13 de diciembre de 1294. En la memoria de los cardenales quedó marcado el hecho de que Celestino V fuera el primer Papa en vivir fuera de los estados pontificios.

Una similitud entre la renuncia de Benedicto XVI y Celestino V es renunciar alegando problemas de salud. “Yo, papa Celestino V, impulsado por razones legítimas para la humildad y debilidad de mi cuerpo y la malicia de la gente renuncio al trono”. Después de este acontecimiento lo remplazó el cardenal Benedetto Caetani; fiel discípulo de Celestino V, que apoyó su dimisión, fue elegido como papa Bonifacio VIII.

El último Papa en renunciar fue Gregorio XII, en 1415. En 1406, Gregorio XII, de 80 años, fue elegido Papa legítimo. En ese entonces el Vaticano atravesaba por la crisis conocida como el ‘Cisma de Occidente’, en donde la Iglesia alcanzó a contar con tres papas al mismo tiempo.

En la disputa Gregorio XII juró que renunciaría si su rival, Benedicto XIII, hacía lo mismo. Este acto, muy común en el mundo mundano, no fue bien visto por los cardenales, quienes le manifestaron su disgusto al papa legítimo. En junio de 1409, el concilio de Pisa eligió a Alejandro V como papa, dejando a Gregorio XII y a Benedicto XIII en el limbo. Gregorio XII no tardó en convocar al concilio Cividale de Friuli, en donde se declaró que los otros dos papas eran cismáticos y perjuros.

La tempestad por el poder en el Vaticano no cesó. En 1415, cansado de la tensión entre cardenales, renunció voluntariamente. Con el concilio de Constanza, el emperador Segismundo obligó a dimitir a los tres pontífices, pero solo Gregorio XII obedeció. Después de él fue elegido papa Martín V. El antipapa Juan XXIII, que había convocado la conciliación, intentó a huir a Constanza cuando comenzaron a develarse sus intenciones ocultas. Sin embargo, la renuncia de Gregorio XII fue avalada por la Iglesia.

martes, 19 de febrero de 2013

¿Prohibió Jesús el divorcio? 1º Parte


Muchos se preguntan por qué Jesús adoptó una posición rígida con respecto al matrimonio y no comprendió que a veces las relaciones fracasan. Pablo y los evangelistas tradujeron su mensaje a un contexto cultural diferente. ¿Qué puede hacer la Iglesia hoy? Un día se le acercaron a Jesús los fariseos y le preguntaron en qué casos podía el hombre divorciarse de su mujer. Jesús les respondió que nunca, porque el hombre no puede separar lo que Dios ha unido. Los discípulos reaccionaron molestos, y replicaron que si ésa era la situación del casado respecto de su mujer, mejor era no casarse. Pero Jesús añadió que, aunque ellos no lo entendieran, ésa era una exigencia fundamental para entrar en el Reino de Dios (Mt 19,1-12).

Después de dos mil años, esta frase de Jesús sigue siendo la base en la que se asienta la doctrina matrimonial de muchas Iglesias cristianas, que prohíben a sus miembros divorciarse y volverse a casar bajo pena de negarles la comunión. Pero ¿por qué Jesús asumió una postura tan rígida frente al matrimonio? ¿Acaso el maestro bueno y  comprensivo no se dio cuenta de que a veces las relaciones de las parejas fracasan, y que muchos tienen necesidad de rehacer sus vidas y volver a amar? ¿O es éste el único tropiezo del que un cristiano no puede levantarse y recomenzar? Para descifrar el enigma, debemos examinar cómo se practicaba el divorcio en los tiempos de Jesús.

Según la Biblia todo judío, si quería, podía divorciarse de su mujer. Era un derecho otorgado por Moisés mediante una ley que decía: “Si un hombre se casa con una mujer, y después descubre en ella algo que no le agrada, le escribirá un acta de divorcio, se la entregará y la despedirá de su casa” (Dt 24,1).

La norma era clara. Bastaba que el hombre redactara un escrito y se lo diera a su mujer. Lo que no estaba claro era qué motivo autorizaba al hombre a divorciarse. Porque la ley decía que tenía que haber “algo” que no le agradara. Pero ¿qué era ese algo? Como Moisés no lo había aclarado, los judíos posteriores durante siglos trataron de entender a qué se refería. Lamentablemente no se pusieron de acuerdo, y se formaron dos escuelas. La más flexible, del rabino Hillel, lo interpretaba en sentido amplio: ese “algo” podía ser cualquier cosa: que la mujer quemara la comida, no se atara el cabello, gritara en la casa o tuviera mal carácter; incluso en el siglo II el rabino Aquiba decía que si el hombre encontraba otra mujer más linda, ya había “algo” que le desagradaba en la suya y podía divorciarse.

La segunda escuela, del rabino Shammai, era más estricta: sostenía que un hombre sólo podía divorciarse por una causa gravísima: el adulterio de su mujer. Ningún otro motivo lo autorizaba. En tiempos de Jesús el tema no estaba resuelto, de modo que unos seguían las directivas de Hillel y otros las de Shammai. Ésta es la razón por la que los fariseos interrogaron a Jesús sobre el tema del divorcio. Querían saber a cuál de las dos escuelas se adhería. Pero Jesús los sorprendió con su respuesta: a ninguna. Para él, el hombre no puede divorciarse jamás bajo ninguna causa, sea leve o grave. Lo primero que debemos preguntarnos es si las palabras de Jesús constituían una verdadera ley, es decir, una norma obligatoria para todos los hombres, o era sólo una invitación, una sugerencia ideal para quienes pudieran y quisieran cumplirla. Algunos biblistas, impresionados por la dureza de estas palabras, creen que se trataba sólo de un consejo, no de un precepto obligatorio que todos debían observar. Pero el Nuevo Testamento da a entender otra cosa, ya que san Pablo, cuando habla de la prohibición del divorcio, dice claramente que es una “orden del Señor” (1 Cor 7,10).

¿Por qué Jesús se puso tan firme? Es que en aquel tiempo, el matrimonio se celebraba a edad temprana: 13 años para las niñas y 17 para los varones. Los rabinos enseñaban: “Dios maldice al hombre que a los 20 años aún no ha formado una familia. Esto hacía que las parejas no se casaran por amor, sino que sus padres arreglaran el matrimonio (Ex 22,15-16). Así, en la Biblia vemos cómo Abraham manda a su mayordomo a buscar esposa para Isaac (Gn 24,1-53), Agar elige la mujer para Ismael (Gn 21,21), Judá decide con quién se casará su hijo Er (Gn 38,6), el militar Caleb dispone quién será el marido de Aksá (Jos 15,16), y el rey Saúl hace lo mismo con Merab (1 Sm 18,17). El casamiento en Israel, pues, no era una alianza de amor sino un acuerdo social: el hombre necesitaba tener hijos y la mujer necesitaba quien la mantuviera. Se trataba de un convenio con beneficios para ambas partes. Eso no significa que necesariamente no hubiera amor en las parejas; con el tiempo muchas llegaban a amarse.

No era un arreglo social ecuánime porque la mujer se hallaba en inferioridad de condiciones respecto del varón. Ella era considerada una “pertenencia”, una “propiedad” de su marido, al mismo nivel que su buey o su asno (Ex 20,17; Dt 5,21), y éste gozaba de diferentes derechos. Así, el marido podía acostarse con otra mujer y no cometía adulterio (Ex 21,10); pero si la mujer lo hacía, incurría en un grave delito; el marido podía divorciarse si quería, pero la mujer no tenía derecho a hacerlo (Dt 24,1). Él podía mandarla, dominarla y decidir por ella.

En ese contexto jurídico y social, era evidente que si un hombre se divorciaba de su mujer y la despedía del hogar, la dejaba totalmente desprotegida. Difícilmente otro hombre querría desposar a una repudiada. Ella debía regresar a la casa de sus padres, los cuales muchas veces eran ancianos (si no habían muerto) y ya no podían mantenerla. Quedaba así forzada a vivir de la caridad pública, en una situación de total precariedad, indefensión económica y desamparo social. En algunos casos, la única salida era la prostitución. Resultaba tan degradante que el profeta Isaías menciona a la mujer repudiada como  ejemplo del sufrimiento más grande en Israel (Is 54,6). Y el profeta Malaquías, para mitigarlo, llega a decir que Dios “odia al que se divorcia de su mujer” (Mal 2,16). Aún así, si un hombre ya no deseaba vivir con su esposa y quería divorciarse, podía hacerlo sin demasiadas contemplaciones. Por eso Jesús, al prohibir el divorcio, lo que hizo fue ponerse de parte del más débil, del más expuesto y amenazado socialmente: la mujer.

viernes, 15 de febrero de 2013

El asteroide que rozará la Tierra en febrero tiene toda la atención de los científicos


El próximo 15 de febrero un asteroide de la mitad del tamaño de un campo de fútbol sobrevolará la Tierra a sólo 27.600 km, aún más cerca que algunos de los satélites artificiales que la humanidad allá enviado al espacio. La NASA asegura que no existe ningún peligro de colisión, pero la roca espacial, denominada 2012 DA14, capta por ahora toda la atención de los científicos, ya que se trata de una aproximación de récord.

Desde que la agencia espacial comenzó a seguir este tipo de objetos en los alrededores de nuestro planeta en la década de los 90 nunca ha sido testigo de uno tan grande tan cerca de nosotros.

El 2012 DA14 es un asteroide cercano a la Tierra bastante común. Mide unos 50 metros de ancho, ni muy grande ni muy pequeño, y es, probablemente, rocoso, en lugar de estar compuesto de metal o hielo. Los científicos, del programa de objetos cercanos a la Tierra en el Laboratorio a Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA, estiman que un asteroide del tamaño 2012 DA14 sobrevuela la Tierra, como promedio, cada 40 años, y solo se estrella contra ella cada 1.200 años aproximadamente.

El impacto de un asteroide de 50 metros no es catastrófico, a menos que, lógicamente, caiga en una zona poblada. Señalaron que un objeto de tamaño similar formó el cráter Meteoro en Arizona, de 1.600 km de ancho, cuando golpeó nuestro planeta hace unos 50.000 años. Ese asteroide era de hierro, lo que lo convirtió en especialmente potente. En 1908, otra roca algo menor del tamaño de 2012 DA14 explotó en la atmósfera por encima de Siberia, arrasando cientos de kilómetros cuadrados de bosque. Los investigadores todavía estudian este suceso, conocido como el "Evento de Tunguska", en busca de pistas sobre este objeto tan impactante.

Esto no ocurrirá el 15 de febrero. Definitivamente, 2012 DA14 no chocará contra la Tierra, la órbita del asteroide se conoce lo suficientemente bien como para descartar un impacto. A pesar de esa seguridad, los radares de la NASA seguirán la roca espacial en su aproximación a la Tierra. El asteroide pasará la brecha entre la órbita terrestre baja, donde se encuentran los satélites de observación y la Estación Espacial Internacional (ISS), y la banda superior de los satélites geoestacionarios, que proporcionan datos meteorológicos y de telecomunicaciones. Las probabilidades de un impacto con un satélite son extremadamente remotas, casi nada orbita donde pasará el asteroide.

El radar Goldstone de la NASA en el desierto de Mojave está programado para seguir a la roca casi todos los días del 16 al 20 de febrero. Los ecos no solo determinarán la órbita del asteroide, lo que permitirá a los investigadores predecir mejor futuros encuentros, sino que también revelarán características físicas tales como el tamaño, el giro y la reflectividad. Un resultado clave de la campaña de observación será un mapa de radar 3D que mostrará la roca espacial desde todos los lados, informa la NASA.

Durante las horas de máxima aproximación, el asteroide brillará como una estrella de magnitud 8. Teóricamente, eso es un blanco fácil para los telescopios de aficionados. El problema, es la velocidad. El asteroide se desplazará a gran velocidad por el cielo, moviéndose casi un grado completo (o el doble del ancho de la Luna llena) cada minuto. Eso va a ser difícil de rastrear. Solo los astrónomos aficionados más experimentados puedan tener éxito. Eso sí, la NASA asegura que los que lo consigan se impresionarán cuando vean las imágenes. Verlo tan cerca que da escalofríos.

lunes, 11 de febrero de 2013

La renuncia de Benedicto XVI es la quinta en la historia del Vaticano


La renuncia de un papa es un decisión aceptada y regulada por el Código de Derecho Canónico, que en el canon 332.2 establece que «si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie». No es necesario que se haga por escrito, pero sí que se haga de forma oficial.

En este caso, el papa Benedicto XVI formalizó su decisión personalmente a través de una carta. Una vez formalizada la renuncia, se abre un periodo conocido como «sede vacante». La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, de 22 de febrero 1996 -que hasta ahora solamente ha sido aplicada en una ocasión, durante la elección de Ratzinger tras la muerte de Juan Pablo II- rige actualmente el procedimiento a seguir en este caso de final de un Pontificado, ya sea por fallecimiento como por renuncia.

Desde el momento que se produce la vacante, se aplica, según declara el canon 335, el principio de nihil innovetur, o que no se innove nada. El gobierno de la Iglesia se confía a los cardenales, que se reúnen en las llamadas Congregaciones Generales, para despachar únicamente los asuntos ordinarios o inaplazables.

A la hora de elegir un nuevo papa, solo podrán votar los cardenales menores de 80 años hasta alcanzar un máximo de 120 electores. Cada cardenal validado para votar deberá escribir en su propia papeleta, que doblará dos veces antes de entregarla al decano, el nombre de su elegido después de la fórmula Eligo Sumum Pontífice. Aunque no es un requisito indispensable, normalmente el nuevo papa suele ser alguno de los integrantes del Colegio Cardenalicio.

Una vez que arranca en Cónclave, que se celebra en la Capilla Sixtina, los cardenales pronunciarán el correspondiente juramento y no podrán comunicarse con el exterior. La primera votación que se produce se denomina «de sondeo». A ella le siguen cuatro votaciones diarias, dos por la mañana y dos por la tarde, cuyo resultado se manifiesta al final de cada turno con la clásica fumata -humo que sale por la chimenea-, que será negra, en caso de no haber llegado a ninguna conclusión, o fumata blanca, cuando se decide quién será el nuevo papa.

Cronología del papado de Benedicto XVI


El 19 de abril de 2005, el cardenal Ratzinger fue elegido como sucesor de Juan Pablo II en el segundo día del cónclave después de cuatro rondas de votaciones. Coincidió con la fiesta de San León IX, el más importante papa alemán de la Edad Media, conocido por instituir el mayor número de reformas durante un pontificado.

En el balcón, las primeras palabras de Benedicto XVI a la multitud, dadas en italiano antes de que impartiera la tradicional bendición Urbi et Orbi en latín, fueron:

“Queridos hermanos y hermanas: después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”

El cardenal Ratzinger había repetido sucesivas veces que le gustaría retirarse a una aldea bávara y dedicarse a escribir libros pero, más recientemente, había reconocido a sus amigos estar listo para "cualquier función que Dios le atribuyera".

Ratzinger esperaba retirarse pacíficamente y había dicho que "Hasta cierto punto, le dije a Dios 'por favor no me hagas esto'... Evidentemente, esta vez Él no me escuchó". Su elección generó de inmediato duras críticas, centradas en su supuesto perfil neo-conservador; se lo acusó de desear restituir la organización y doctrina de la Iglesia a la que tenía antes del Concilio Vaticano II.

Estos son los hechos más relevantes de sus ocho años al frente de la Iglesia católica:

2005

- 19 de abril. Joseph Ratzinger es elegido Papa y accede al Pontificado como Benedicto XVI.

- 19 de agosto. Primer viaje fuera de Italia. Visita la sinagoga de Colonia (Alemania) y condena con dureza el nazismo.

- 23 de octubre. Proclama los primeros cinco santos de su pontificado, entre ellos el jesuita chileno Alberto Hurtado Cruchaga.

2006

- 25 de enero. Publica su primera encíclica "Deus caritas est" (Dios es amor).

- 1 de marzo. Renuncia al título de Patriarca de Occidente.

- 24 de marzo. Celebra su primer consistorio.

- 19 de mayo. Exige a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que renuncie "a todo ministerio público" por ser investigado por supuestos abusos sexuales a seminaristas.

- 8 a 9 de julio. Primera visita a España. Preside en Valencia el V Encuentro Mundial de las Familias.

- El 12 de septiembre de 2006 se vio envuelto en una controversia al citar al emperador bizantino Manuel II Paleólogo con la frase: "Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba". El asunto provocó disturbios y protestas airadas y violentas de musulmanes en numerosos países, que el papa trató de aplacar explicando que había habido una "malinterpretación" de las palabras; posteriormente el asunto perdió importancia sin ocasionar más incidentes.

- 30 de noviembre. En Turquía medita en el "mihrab" de la Mezquita Azul de Estambul.

2007

- 25 de marzo. Afirma en Roma que "el infierno existe y es eterno para los que cierran el corazón al amor de Dios".

- 13 de abril. Se presenta "Jesús de Nazaret", su primer libro como Papa.

- El 16 de abril de 2006, en su primer mensaje de Pascua, hizo un llamado por una solución pacífica en el conflicto nuclear con Irán. Dijo: "Acerca de las crisis internacionales ligadas al poder nuclear, que haya una solución honorable que lleve a una negociación seria y honesta". También hizo un llamado para el establecimiento de un estado palestino. Dijo: "Que la comunidad internacional, que reafirma el derecho de Israel a existir en paz, asista al pueblo palestino para salir de las precarias condiciones en las que vive y para construir su futuro, para la constitución de un estado que sea verdaderamente suyo".

- 9 a 14 de mayo. Realiza un viaje a Brasil, el primero a Latinoamérica.

- 26 de junio. Suprime la elección de Papa por mayoría simple. Su sucesor será elegido por mayoría de dos tercios en todas las votaciones.

- 7 de julio. Publica el documento por el que facilita la celebración de la misa según el rito tridentino.

- 30 de noviembre. Publica su segunda encíclica "Spe salvi" (Salvados en la esperanza).

2008

- Modifica el Missale Romanum, la plegaria por los judíos.

- 15 a 20 de abril. Primer viaje a Estados Unidos.

- Adopta el báculo dorado en forma de cruz griega que usó Pío IX.

2009

- 24 de enero. Levanta la excomunión a los cuatro obispos consagrados por el arzobispo cismático Marcel Lefebvre en 1988.

- 17 a 23 de marzo. En su primer viaje a África, se muestra contrario al uso del preservativo para combatir el sida.

- 8 a 15 de mayo. Primer viaje a Tierra Santa. Visita Jordania, Israel y territorios palestinos.

- 7 de julio. Publica la Tercera encíclica "Caritas in veritate" (Caridad en la verdad).

- 11 de octubre. Proclama los dos primeros santos españoles, Francisco Coll y Fray María Rafael Arnáiz.

- 20 de octubre. El Vaticano aprueba una Constitución Apostólica para acoger en la Iglesia Católica a los anglicanos que lo deseen.

2010

- 19 de abril. Celebra el quinto aniversario de su pontificado marcado por los escándalos de pederastia en la Iglesia.

- 16 a 19 de septiembre. Visita pastoral y de Estado al Reino Unido. Es la primera visita de Estado de un pontífice a ese país desde que en 1534 Enrique VIII repudió la jurisdicción papal.

- 12 de octubre. Se presenta el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

- 6 a 7 de noviembre. Segunda visita a España. Viaja como peregrino a Santiago de Compostela y en Barcelona consagra la Sagrada Familia.

- 19 de noviembre. Convoca en Roma a todos los miembros del Colegio Cardenalicio para tratar, en una "cumbre" sin precedentes en la historia de la Iglesia, sobre los casos de sacerdotes pederastas.

- 20 de noviembre. Inaugura el tercer consistorio de su pontificado. Son creados cardenales el español, José Manuel Estepa Llaurens, y dos latinoamericanos, el ecuatoriano Raúl Eduardo Vega Churiboga y el brasileño Raymundo Damasceno Assis.

- 30 de diciembre. Promulga, mediante "motu proprio", la "Ley para la prevención y lucha del blanqueo proveniente de actividades criminales y de la financiación del terrorismo" y constituye la Autoridad de Información Financiera (AIF).

2011

- 1 de mayo. Proclama beato a su predecesor, Juan Pablo II.

- 18 a 21 de agosto. Preside en Madrid la XXVI Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

- 22 a 25 de septiembre. Tercer viaje del Papa a Alemania.

2012

- 17 de febrero. Celebra el cuarto consistorio de su pontificado. Nombra 22 nuevos cardenales, de ellos, el español Santos Abril y Castelló y el brasileño Joao Braz de Aviz.

- 23 a 28 de marzo. Viaja a México y a Cuba.

- 14 a 16 de septiembre. Primer viaje del Papa a Líbano.

- 20 de noviembre. Publica "La Infancia de Jesús", con el que cierra su trilogía de libros sobre Jesús. En él señala que el nacimiento virginal de Jesús "no es un mito, sino una verdad".

- 12 de diciembre. Benedicto XVI envía su primer mensaje en Twitter: "Queridos amigos, me uno a vosotros con alegría por medio de Twitter. Gracias por vuestra generosa respuesta, os bendigo a todos de corazón".

- 22 de diciembre. El Papa indulta a su ex mayordomo Paolo Gabriele, condenado a 18 meses de cárcel por el robo de documentos reservados del Pontífice.

2013

- 11 de enero. Benedicto XVI anuncia que abandonará el pontificado el 28 de febrero próximo.

Benedicto XVI anunció que por la edad avanzada renuncia al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro


(RV).- "Os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice”.



Queridísimos hermanos,

Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013

BENEDICTUS PP. XVI

Mesa Redonda de expertos en EWTN sobre renuncia del Papa