¿En qué piensa un demonio?
Todo ángel caído conserva la inteligencia de su naturaleza angélica. Y con ella sigue conociendo. Conoce e indaga con su mente el mundo material y el espiritual, el mundo real y el conceptual. Como ser espiritual, eminentemente intelectual, no hay duda de que esta profundamente interesado por las cuestiones conceptuales. El sabe muy bien que la Filosofía es la más elevada de las ciencias. Incluso sabe que la Teología está por encima de la Filosofía; pero odia a Dios. En el conocer encuentra placer, pero también sufrimiento. Sufre cada vez que ese conocimiento le lleva a considerar a Dios. Y el demonio percibe continuamente el orden y la gloria del Creador en todas las cosas. Hasta en las cosas aparentemente más neutras, él encuentra el reflejo y el recuerdo de los atributos divinos.
Pero el demonio no está siempre en cada instante sufriendo. Muchas veces simplemente piensa. Sólo sufre en ciertos momentos, cuando se acuerda de Dios, cuando se vuelve a hacer consciente de su miserable estado, de su separación de Dios, cuando le remuerde la conciencia. Unas veces sufre más, otras menos, su sufrimiento no es uniforme. Aunque estas variaciones se dan según la intensidad que marca la deformidad moral propia de cada demonio. Sería bastante horrible pensar en los demonios como seres permanentemente en sufrimiento, cada instante, cada momento. La separación de Dios produce sufrimiento por toda la eternidad, pero es el sufrimiento del alejamiento, no es el sufrimiento de una máquina de tormento en acción constante. El demonio ni está tentando siempre, ni está retorcido de dolores espirituales siempre.
¿Cuál es el lenguaje de los demonios?
El lenguaje de los demonios es exactamente el mismo que el de los ángeles. Los ángeles no necesitan ninguna lengua, ningún idioma para comunicarse entre ellos, pues se comunican entre sí con especies inteligibles. Las especies inteligibles son los pensamientos que se transmiten entre ellos. Nosotros nos transmitimos palabras, ellos se transmiten directamente pensamiento en estado puro, sin necesidad de mediaciones sensibles o de signos. Las especies inteligibles pueden ser comunicación de razonamientos, de imágenes, de sentimientos, etc. La transmisión de estas especies inteligibles es telepática. Se produce a voluntad. Y puede dar lugar a diálogos como los que tenemos los hombres. Las inteligencias humanas nos comunicamos nuestros razonamientos a través de palabras que son signos. Los espíritus angélicos pueden comunicar entre sí pensamiento en estado puro.
¿Dónde están los demonios?
Tanto las almas de los condenados como los demonios no pueden ubicarse en las coordenadas del espacio. Tampoco se puede decir que están en otra dimensión. ¿Qué significa estar o no estar en una dimensión para un espíritu? Simplemente no están en ningún lugar. Existen, pero no están ni aquí, ni allí. Se dice que un demonio está en un sitio cuando actúa en un sitio. Si un demonio está tentando a alguien aquí, se dice que está aquí. Si un demonio posee un cuerpo allí, se dice que está allí. Si un demonio mueve una silla en un fenómeno poltergeist, se dice que está en ese sitio concreto. Pero en realidad no está allí, simplemente está actuando allí.
El infierno, el cielo y el purgatorio son un estado. Después de la resurrección los cuerpos de los condenados sí que estarán en un sitio concreto, y por eso el infierno será un lugar. Los cuerpos de los bienaventurados también ocuparán lugar. Por eso en la Biblia se dice: “…y vi un cielo nuevo y una tierra nueva”, Ap. 21, 1. De ahí que los bienaventurados habitarán en la tierra restaurada de nuevo tras la destrucción que se narra en el Apocalipsis. Puesto que los bienaventurados habitarán corporalmente en esta tierra ¿dónde estarán los hombres condenados? Nada se puede afirmar con seguridad. Algunos piensan que su lugar estará en el centro de este mismo mundo.
¿Puede un demonio hacer algún acto bueno?
El demonio no está siempre haciendo el mal, muchas veces simplemente piensa. Y en ello no obra mal alguno, es un mero acto de su naturaleza. Sin embargo, el demonio no puede hacer actos morales sobrenaturales. Es decir, no puede hacer un acto de caridad, de arrepentimiento sobrenatural, de glorificación sincera de Dios, etc. Pues para realizarlos se necesita una gracia sobrenatural. Puede glorificar a Dios, pero a la fuerza, no porque quiera hacerlo. Puede arrepentirse de haberse alejado de Dios, pero sin pedir perdón, reprochándose tan solo el mal que le ha sobrevenido de esa acción, pero sin dolor de haber ofendido a Dios. Y así puede hacer otros muchos actos naturales con su inteligencia y su voluntad. Pero el demonio nunca mostrará la más mínima compasión, ni el más pequeño acto de amor hacia nadie. Su corazón sólo odia, es insensible al sufrimiento de los demás.
Extracto del libro
“Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas”
Del P. José Antonio Fortea
martes, 27 de octubre de 2015
ESTADO DE LOS DEMONIOS - PRIMERA PARTE
en
23:59


NUESTRA SEÑORA DE SCHOENSTATT
María es venerada en Schoenstatt bajo esa advocación y el nombre “Madre tres veces Admirable” (en latín Mater ter Admirabilis, y abreviado MTA), proviene de Ingolstadt, al sur de Alemania. En el siglo XVI, época de la reforma protestante, los miembros de la Congregación Mariana de Ingolstadt habían actuado activamente y con gran fecundidad en la defensa y propagación de la fe católica.
En esa Congregación veneraban a María como “Mater ter Admirabilis”. En la época de la fundación de Schoenstatt, los jóvenes que habían sellado la Alianza de Amor, querían ser para su tiempo lo que aquellos congregantes marianos de Ingolstadt habían sido para el suyo, por eso quisieron tomar el nombre de su advocación y venerar a María como “Madre tres veces Admirable de Schoenstatt”.
En un sentido más amplio, podemos afirmar que la expresión “tres veces Admirable” significa: muy admirable o admirable por múltiples motivos. Por ejemplo, como Madre de Dios, Madre del Redentor y Madre de los redimidos. O como Madre de la fe, de la esperanza y de la caridad, etc.
Más tarde, en 1939, se añadió al nombre oficial de la Virgen de Schoenstatt la palabra: "Reina". Schoenstatt era perseguido por la dictadura nazi. El Padre Kentenich comparó esta lucha, en su momento, al enfrentamiento del pequeño David con el gigante Goliat. Surgió entonces en las filas de Schoenstatt una corriente de coronación: reconocer que María, en la Alianza de Amor, no sólo es Madre, sino que también tiene poder de Reina y, como tal, puede contar –más allá de nuestro desvalimiento humano– con nuestra fidelidad de aliados e instrumentos suyos, también en las circunstancias más difíciles.
El título de "Victoriosa" surgió hacia el final de la vida del Padre José Kentenich, en 1966. Después de 14 años de haber sido separado de su Obra por la Iglesia, el Papa Pablo VI declaró su rehabilitación al final del Concilio Vaticano II, y así el Padre Kentenich pudo regresar a Schoenstatt. En medio de todas las oscuridades que debieron atravesar el Padre Kentenich y su Obra en los años anteriores, siempre lo movió una total confianza en la victoria final de la Santísima Virgen. Por eso, en reconocimiento al poder vencedor de María en la historia de la Obra de Schoenstatt, quiso que, en adelante, al título de Madre y Reina de Schoenstatt se añadiese el de "Victoriosa".
María, como nuestra Reina, a quien nos entregamos como aliados e instrumentos, se manifiesta en nuestra vida como la gran victoriosa que vence todos los poderes del mal y nos intercede las gracias que necesitamos para llegar a la plenitud de hijos de Dios. De allí surge la advocación completa: Madre, Reina y Victoriosa tres veces Admirable de Schoenstatt.
en
22:42


martes, 20 de octubre de 2015
NO SOMOS UNA IGLESIA PARA LOS PUROS, NUESTRA REGLA ES EL AMOR
Entrevista realizada por el periodista Andrea Tornielli del
portal “Vatican Insider” con el cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington:
«Es el Sínodo más libre en el que he participado; la sospecha de manipulaciones
es absurda. Los que manifiestan estas sospechas tienen la vista nublada»
«No somos una pequeña Iglesia solo para los puros, la regla
de la comunidad cristiana es el amor». Lo afirma, a la vigilia del inicio de la
última semana del Sínodo de los obispos sobre la familia, el cardenal
estadounidense Donald Wuerl, arzobispo de Washington y miembro de la comisión
de los diez padres sinodales encargados de redactar la relación final que será
sometida al voto del próximo sábado 24 de octubre. Original de Pittsburgh,
Pennsylvannia, Wuerl nació en 1940 y fue ordenado en 1966; veinte años más
tarde fue nombrado obispo por Juan Pablo II. Después de pasar dos años en
Seattle fue transferido a su ciudad nata y en 2006 Papa Ratzinger lo eligió
como guía de la disecáis de Washington y lo creó cardenal en 2010.
¿Cómo describe su
experiencia de padre sinodal con los nuevos procedimientos?
El primero Sínodo al que asistí fue el primer Sínodo, de
1967. Yo era entonces secretario de uno de los obispos que participaban.
Después fui miembro, como obispo, de siete Sínodos, y, con base en mi
experiencia, puedo decir que este Sínodo permite que los obispos tengan más
tiempo para hablar entre ellos. Este cambio fue la respuesta del Papa a una
petición de los obispos durante todos esos años: la de pasar menos tiempo
escuchando las intervenciones en la asamblea, y de tener más tiempo para la
discusión libre en los grupos lingüísticos. Francisco hizo esto siguiendo las
recomendaciones del Consejo del Sínodo.
¿Por qué eran
necesarios estos cambios?
Ahora, la mayor parte del tiempo no se pasa simplemente
escuchando, sino también discutiendo entre nosotros. Y luego hay otra cosa que
representa un paso más: la idea de haber tenido dos Sínodos sobre el mismo
argumento, a un año de distancia el uno del otro, permitió continuar el
trabajo, involucrando y haciendo que toda la Iglesia participe. Así, como base
de esta asamblea tuvimos el «Instrumentum laboris», que representa toda la
discusión interna de la Iglesia. Y en los «circuli minores», los grupos
lingüísticos, se preparan relaciones comunes. Me gustaría subrayar que los
moderadores y los relatores de cada grupo son elegidos por nosotros. En nuestro
círculo lingüístico, el relator, después de haber preparado un resumen, lo hizo
circular para que lo revisemos otra vez. Me parece democrático. Después, los
relatores de los trece «circuli minores» deben buscar entre sí un consenso
sobre los elementos comunes que han surgido en los diferentes grupos. Y luego
está la comisión de diez personas para la relación final. No es posible que la
idea de una sola persona pueda manipular a todos los demás.
¿Qué le parece la
carta, firmada también por tres cardenales que son estrechos colaboradores del
Papa en la Curia romana, en la que se ponía en duda la honestidad y la
transparencia del proceso sinodal tal y como lo estableció el mismo Pontífice?
Responderé con una frase que me dijo una persona del
gobierno de mi país. Me dijo: «Si esto sucediera en la administración de los
Estados Unidos, con un ministro que se opusiera al Presidente y dijera que el
Presidente está manipulando el País, no creo que obtendría la misma respuesta
gentil». No vi esa carta, leí la versión que fue publicada. Yo solo sé que la
acusación de manipulación es absurda: con el proceso que he descrito, ¿cómo es
posible manipular a 270 participantes, que eligen relatores y moderadores, y
que además votan? Los que lo afirman esto tienen una vista bastante nublada. Es
como los que sufren de ictericia y ven todo amarillo. Le cuento una historia:
cuando trabajaba aquí en Roma, hace muchos años, en un rincón de la Vía de la
Conciliazione, había una heladería y el dueño, que se llamaba Cesare, era muy
anti-clerical. Cada vez que pasaba le decía: «Buenos días», y él nunca me
respondía. Una vez me detuve y le di los buenos días. Me preguntó que por qué
lo saludaba siempre. Le respondí: «Cesare, si no lo hubiera hecho, tú le
habrías dicho a tu esposa: ‘Mira a ese sacerdote que pasa por aquí todos los
días y nunca saluda’». Como en el caso del que estamos hablando: parece que no
hay nada que pueda cambiar nuestras convicciones.
Más allá de las diferencias
sobre posibles soluciones a los diferentes problemas, parece surgir en
diferentes intervenciones un enfoque pastoral que no se limita a la enunciación
de la doctrina. ¿Es así?
Siempre hemos dicho: presenta la enseñanza de la Iglesia con
claridad, y luego, como pastor de almas, trabaja con la persona en la situación
en la que se encuentra esa misma persona. Hay que estar cerca de las personas y
comprender lo que la persona logra escuchar. Si uno no entiende, te ofreces
para ayudarlo a entender. Los padres tratan de hablar de forma sencilla y clara
a sus hijos, pero, si alguno no entiende, no le dicen que ya no forma parte de
la familia. No puedes comenzar diciendo que ya no es parte de la familia. El
corazón de la discusión en el Sínodo es esto: verdad y amor son dimensiones de
la misma realidad divina. La Palabra, la Verdad se hizo carne. No podemos
decirle a alguien: ¡fuera! Hay que ir a su encuentro, escucharlo para saber
cómo decir lo que quieres decirle para poder hacerte escuchar. Y de esta manera
poder acercarlo a Jesús. Esto es lo que hace un pastor. Es el mensaje del
Evangelio de hoy: Jesús vino para servir y dio su vida por nosotros que no
somos perfectos. Muchas personas responden positivamente a Papa Francisco y
demuestran mucho afecto por él, aunque estén alejadas de la Iglesia católica,
porque perciben la misma actitud de Jesús. Este es el objetivo de nuestro
servicio. Creo que comprenderemos cada vez más que Papa Francisco es un don de
Dios para el tiempo en el que estamos viviendo. Los fieles ven en el Papa una
invitación para acercarse a Dios. Cuando era rector del seminario, explicaba
que nosotros podíamos dar cualquier indicación a los seminaristas solamente
después de haberles explicado y hecho comprender que nosotros los cuidábamos,
que queríamos su bien. EL amor, no la ley, es la arquitectura de la comunidad
cristiana. Jesús ofreció testimonio de esto sobre la cruz. No somos una Iglesia
pequeña para los puros.
En relación con la
cuestión más controvertida relacionada con posibles aperturas, bajo
determinadas condiciones, sobre la concesión de los sacramentos a los
divorciados que viven una segunda unión, ¿cómo cree que podría concluir el
Sínodo?
No sé cuál será el resultado. Pero ya hemos obtenido un
resultado, un verdadero paso positivo: está claro que Papa Francisco quiere una
Iglesia en la que las preocupaciones de todos sean escuchadas. No sé qué
sucederá al final de esta semana. Me parece que el resultado del Sínodo es
decir a todo el mundo que en la Iglesia católica se puede discutir y que el
principio del amor de Dios es la norma. Debemos comprender cómo acercar a las
personas a Dios.
A 34 años de la
«Familiaris consortio» ha cambiado mucho en la sociedad y en la forma de vivir
la familia…
Pasamos todo el tiempo en el Sínodo de 2012 para comprender
cómo había cambiado el mundo: secularismo, relativismo, materialismo,
individualismo. Hablamos sobre los tsunami de la secularización que ha cambiado
completamente el rostro de la cultura occidental. El Papa nos invita a
interrogarnos. Aunque haya un pequeño grupo que diga: «no podemos ni siquiera
hablar de esto».
Usted acaba de
recibir al Papa en Washington. ¿Qué le sorprendió de sus mensajes?
Francisco llamó a los americanos a sus propios valores, no
fue a decirnos: «Tienen que hacer esto o aquello». Nos dijo: «Ustedes son una
nación que dice que estos son valores que hay que seguir». Esto sorprendió a
todos. No fue para señalar con el dedo, no condenó, sino que fue a recordarnos
lo que nosotros decimos que somos como americanos. Fue bello que directamente
desde Capitol Hill, después del discurso al Congreso, es decir el lugar del
poder de nuestro país, haya ido a ver a los sin techo y a las personas que los
ayudan, a solo seis calles de distancia. Francisco nos recordó lo que
deberíamos ser.
Después de la
realidad del viaje, una semana después volvió justamente esa polarización que
Francisco pedía superar, con las polémicas mediáticas después de dos saludos
que se llevaron a cabo en la nunciatura de Washington.
Francisco habló, la gente respondió. Después llegaron esas
polémicas, que reflejaban otra mentalidad, el intento de dividirnos los unos de
los otros, de condenarnos recíprocamente. Se vio el contraste entre el mensaje
del Papa y el mensaje polarizado.
Fuente:
en
21:54


martes, 13 de octubre de 2015
¿Cuántos milagros hizo Jesús? - Primera Parte
Una
gran parte de su vida y de su tiempo, Jesús la dedicó a hacer milagros. Los
Evangelios consagran un amplio espacio a ellos. En Marcos, por ejemplo, de los
489 versículos que cuentan su vida pública, casi la mitad son narraciones de
milagros. Pero si quisiéramos enumerarlos a todos, nos resultaría muy difícil.
En una primera lectura, podemos descubrir que en Marcos hay 18 milagros, en
Mateo 20 y en Lucas 20. Pero ésta es sólo una observación aparente, porque si leemos
con más cuidado descubrimos que en varios lugares del Evangelio hay pequeños
resúmenes de su actividad milagrosa, que dicen por ejemplo: “Le
trajeron todos los enfermos y endemoniados (de Cafarnaúm)... y Jesús sanó a
muchos enfermos y expulsó a muchos demonios” (Mc 1,32-34). Y no sólo
curaba en Cafarnaúm, sino que “recorría toda Galilea predicando en sus
sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1,39). Hasta venían enfermos del
extranjero, porque “su fama llegó a toda Siria, y le traían todos los pacientes
aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y
paralíticos, y los curó” (Mt 4,24).
Sin
embargo, el Evangelio de Juan no parece pensar lo mismo. En él, la actividad
milagrosa de Jesús aparece muy reducida. Juan narra únicamente 7 milagros de
Jesús. Debido a que este Evangelio es altamente simbólico, no parece ser
casualidad que el autor emplee esa cifra, puesto que en la Biblia el número 7
significa “perfección”, “excelencia”. Pero el autor del Evangelio no sólo narra
7 milagros sino que quiere que nos demos cuenta de ello. Por eso al final del
primero dice: “Éste es el primero de sus signos (o milagros), y lo hizo Jesús en Caná
de Galilea” (2,11). Después del segundo dice: “Éste fue el segundo signo (o
milagro) que realizó Jesús” (4,54). O sea, es como si nos invitara a ir
enumerándolos a medida que los va narrando, para que descubramos que son 7.
Estos
7 milagros, seleccionados cuidadosamente por Juan, son: 1) Las bodas de Caná
(2,1-11), 2) La curación del hijo de un funcionario real (4,43-54), 3) La
curación del enfermo de la piscina de Bezatá (5,1-18), 4) La multiplicación de
los panes (6,1-15), 5) La caminata sobre las aguas (6,16-21), 6) La curación
del ciego de nacimiento (9,1-7), y 7) La resurrección de Lázaro (11,1-44). Es
cierto que existe un octavo milagro: la “segunda pesca milagrosa” (21,1-6).
Pero hoy los exégetas sostienen que el capítulo 21 no pertenece al autor del
Evangelio de Juan, sino que se trata de un apéndice añadido posteriormente por
otra mano. Por eso los biblistas no lo cuentan entre los milagros del autor
original, que deben seguir considerándose 7. No es que Juan creyera
realmente que Jesús había hecho sólo 7 milagros. Al final de su Evangelio él
mismo aclara: “Jesús realizó muchos otros signos, que no están escritos en este
libro” (20,30). Sin embargo, quiso relatar únicamente 7. Y ni siquiera
quiso incluir esos pequeños resúmenes de curaciones que traían los otros tres
Evangelios, para no salirse del marco de ese número.
¿Por
qué entonces, si Juan sabía que Jesús había hecho muchos milagros, sólo cuenta
7? La respuesta, y la clave de todo, está en el diferente concepto de milagro
que tiene Juan. En los otros tres Evangelios, llamados sinópticos, Jesús hace
milagros por compasión a la gente. Por eso dicen que Jesús “sintiendo lástima” curó
al leproso (Mc 1,41); “sintiendo pena” multiplicó los
panes a la gente hambrienta (Mt 15,32); “movido por la compasión” curó a los
enfermos (Mt 14,14); “mirando la fe” de sus amigos sanó
al paralítico (Lc 5,20). Obrando de esta manera, Jesús revelaba que estaba
cerca el Reino de Dios. Un Reino donde ya no habría afligidos, ni hambrientos,
ni desfavorecidos, porque había surgido una nueva comunidad cristiana que tenía a Dios por
Rey. Los milagros, por lo tanto, eran la señal del nuevo mundo que estaba
surgiendo, de la nueva
situación que Jesús inauguraba en favor de los más pobres, y en la que todos
los creyentes hoy debemos embarcarnos y comprometernos.
Jesús
hacía milagros para mostrar su gran poder, y aclarar así que nada ni nadie
podrá oponerse a su proyecto de instaurar el Reino de Dios en la tierra. Por
eso, estos tres Evangelios para decir “milagro”
emplean el término griego dynamis,
que significa “hecho de poder”, “acto poderoso”, porque lo que Jesús hacía,
con sus milagros, era mostrar el gran poder que había aparecido con él, y que
estaba cambiando al mundo. En cambio en el Cuarto Evangelio, Jesús no hace
milagros por compasión. No es el sufrimiento y el dolor de la gente lo que lo
mueven a realizar sus actos prodigiosos. No busca tampoco mostrar su poder, ni
anunciar la llegada del Reino de Dios. ¿Entonces qué busca Jesús con sus
milagros en el Evangelio de Juan? Busca predicarse a sí mismo, contar quién es
Él. Cada milagro que hace es para revelar algún aspecto o faceta de su persona,
de su intimidad. Los milagros son las piezas de un rompecabezas que los oyentes
de Jesús tienen que reconstruir, y cuyo resultado es la figura completa de
Jesús.
Este
diferente significado explica algunas características propias que tienen los milagros
en el Cuarto Evangelio. En primer lugar, el hecho de que sólo sean 7. Porque al
tratarse de representaciones de la persona misma de Jesús, tenían que ser 7 para representarlo de manera
perfecta. En segundo lugar, así se explica el que los milagros de Jesús en Juan siempre
incluyan algún detalle extraordinario, algún “plus”, algún rasgo que muestre lo
excepcional del hecho. Quizás esto responda a que, en el sermón de la última
cena, Jesús había afirmado haber hecho “obras que ningún otro ha hecho” (Jn
15,24). Así, en las bodas de Caná, los litros de agua que Jesús convierte en
vino son 600, una cantidad desorbitada para la fiesta de un pueblito.
En
la curación del hijo del funcionario real, se subraya la gran distancia a la
que Jesús lo cura; en los otros Evangelios Jesús también había curado a la
distancia, como a la hijita de la cananea (Mc 7,24-30), o al criado del
centurión (Mt 8,5-13); pero eran curaciones realizadas a metros de distancia;
en cambio en Juan el
milagro ocurre a 35
kilómetros de donde está Jesús. En la curación del
paralítico de Bezatá, se resalta la gran cantidad de tiempo que el hombre
llevaba enfermo: 38 años. En los sinópticos, la persona que cura Jesús con más
años de enfermedad es una mujer encorvada, que llevaba 18 años enferma (Lc
13,10-13). En la multiplicación de los panes, Juan es el único que dice que
Jesús pregunta a sus discípulos cómo dar de comer a la multitud, pero sólo para
probarlos “porque él sabía lo que iba a hacer”, recalcando así que Jesús
lo sabe todo, porque es de condición divina.
En
el milagro en el que camina sobre las aguas, Juan añade el detalle de que,
aunque la barca
con los discípulos se hallaba azotada por el viento en medio del lago, apenas
Jesús llegó hasta ellos sobre las aguas, la barca tocó tierra en el lugar exacto a
donde se dirigían. En la curación del ciego, se agrega la particularidad de que
era un ciego de nacimiento, único caso en todos los Evangelios. Finalmente, en la
resurrección de Lázaro, el muerto llevaba cuatro días enterrado, mientras que
en las resurrecciones que cuentan los otros evangelistas se trata de personas
que hacía algunas horas que habían muerto. En tercer lugar, así se explica el hecho
de que Juan nunca los llame “milagros”,
como los hacen los otros Evangelios, sino “signos”
(en griego, seméia). Porque mientras
los otros Evangelios pretendían mostrar que Jesús realizaba “hechos poderosos” (o sea, milagros),
capaces de erradicar el mal, la enfermedad y el sufrimiento del mundo, Juan
quiere mostrar que Jesús realizaba hechos “reveladores”. Sus milagros no eran
tanto para ayudar a la gente, como para mostrar su interior. No
los hacía para salvar, sino para catequizar. No revelaban su poder,
sino su persona. Por eso, a la hora de elegir un nombre, Juan prefirió
llamarlos “signos”. Porque un signo es algo que no tiene valor por sí
mismo sino por lo que representa, es una señal de algo que está más allá.
Ariel
Álvarez Valdez
Biblista
en
21:00


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