miércoles, 25 de enero de 2017

NO TEMAS, QUE YO ESTOY CONTIGO

«NO TEMAS, QUE YO ESTOY CONTIGO» (IS 43,5) - COMUNICAR ESPERANZA Y CONFIANZA EN NUESTROS TIEMPOS

Mensaje del papa Francisco para la 51ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (Vaticano, 24 de enero de 2017)

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).

Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.

Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».

La buena noticia
La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?

Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.

Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda ―porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)― y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

La confianza en la semilla del Reino
Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes ―más que los conceptos― las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa la semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, la semilla brota y crece» (Mc 4,26-27).

El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.

Los horizontes del Espíritu
La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).

La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.

Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.

Vaticano, 24 de enero de 2017
Francisco

miércoles, 18 de enero de 2017

EL CRUCE DE LOS ANDES

El Cruce de los Andes fue un conjunto de maniobras realizadas por el Ejército de los Andes de las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina) entre el 19 de enero y el 8 de febrero de 1817, para atravesar con una fuerza de 4.000 regulares y 1.200 milicianos la cordillera de los Andes desde la región argentina de Cuyo hasta Chile, y enfrentar a las tropas realistas leales a la Corona española que allí se encontraban. Formó parte del plan que el general José de San Martín desarrolló para llevar a cabo la Expedición Libertadora de Argentina, Chile y del Perú. Es considerado como uno de los grandes hechos históricos de Argentina, así como también como una de las mayores hazañas de la historia militar universal. Algunos autores lo toman como parte de un conjunto de acciones que integran el llamado PLAN DE MAITLAND.

Tras la Revolución de mayo de 1810, se inició la guerra de independencia argentina, como parte de un conjunto de revoluciones contra la monarquía española a lo largo de todo el continente sudamericano. Si bien dichos movimientos lograron un éxito inicial, luego su avance sufrió un estancamiento, debido a la resistencia y represión que llevaron a cabo los sectores americanos y peninsulares leales a la corona española, que mantenían su centro de poder en Perú. Para llevar a cabo su plan, San Martín llegó a Mendoza el 7 de septiembre de 1814 con la idea de organizar un pequeño y disciplinado ejército en la Provincia de Cuyo. A poco de llegado, entre el 1 y 2 de octubre de ese año, se produjo en Chile la Batalla de Rancagua, en la cual las fuerzas patriotas chilenas fueron derrotadas, y parte de sus restos cruzaron la cordillera en dirección a Mendoza, quedando Chile nuevamente en manos realistas.

Ante esta situación, San Martín recibió e incorporó a su incipiente ejército cuyano —que ya contaba con alrededor de 1000 hombres—8 los restos de tropas chilenas al mando de Andrés del Alcázar y Bernardo O'Higgins; la otra facción siguió a José Miguel Carrera decidiendo no formar parte del nuevo ejército. Al mismo tiempo San Martín incorporó a su ejército el Batallón de Auxiliares Argentinos (también llamado Auxiliares de Chile), que había retornado de su misión en Chile al mando del coronel Juan Gregorio de Las Heras por órdenes del gobierno de las Provincias Unidas después de tomar conocimiento del Tratado de Lircay. San Martín nombró al jurisconsulto chileno Dr. Hipólito de Villegas, quien fuera desterrado por los hermanos Carrera, como apoderado del Ejército de los Andes para percibir los fondos que recolectaban con el objeto de proveer el sostenimiento de las tropas.

Intentó poner rápidamente a su ejército en condiciones de combatir, ante el temor de que los realistas cruzaran la cordillera y atacaran Mendoza, debido a la aparición de destacamentos realistas en el Portillo, Las Flechas y Ladera de las Vacas en el paso de Uspallata. Pese a esos movimientos, este temor nunca se hizo realidad debido a que el líder de las fuerzas españolas en Chile, Casimiro Marcó del Pont, consideró el cruce por parte de un ejército como impracticable. Así fue que San Martín se abocó durante los años 1815 y 1816 a formar el Ejército de los Andes, y a prepararlo para el cruce de la cordillera de los Andes y el ataque a los realistas de Chile. El 9 de julio de 1816 las Provincias Unidas declaran su independencia y con Juan Martín de Pueyrredón elegido Director Supremo el general San Martín recibió el apoyo pleno del gobierno central para mejorar y consolidar el ejército.

La ciudad de Mendoza se transformó en un gran cuartel y fábrica militar, y casi todos los pobladores cuyanos participaron en la elaboración de pólvora y municiones, aprendieron a fundir cañones, tejer tela y coser ropa. Se montó una fundición de armas a cargo del religioso franciscano fray Luis Beltrán, un cuerpo de maestranza a cargo de Antonio Álvarez Condarco y servicios sanitarios a cargo del médico Diego Paroissien. A mediados de 1816, San Martín se instaló en el campamento de El Plumerillo, ubicado en las adyacencias de la ciudad de Mendoza, donde constituyó su Estado Mayor. La actividad de San Martín incluyó un complejo plan para engañar al enemigo (Guerra de Zapa) mediante el envío de espías y conferencias con indígenas difundiendo el rumor de que cruzaría los Andes por un paso más al sur, lo cual era de mayor factibilidad.

Los indígenas pehuenches comunicaron estos planes a los españoles de Chile, quienes así dispersaron sus fuerzas y perdieron poder de resistencia. El grueso del ejército cruzó los Andes por los difíciles pasos de Los Patos en San Juan, al mando éste del General José de San Martín y Uspallata de Mendoza, los cuales eran considerados como imposibles para el cruce, pero permitían cortar por el centro a las líneas defensivas realistas y dirigirse directamente a Santiago de Chile. Debieron atravesar más de 500 km de cordillera y pre-cordillera. El ejército se conformó por aproximadamente 3800 soldados argentinos (incluyendo una parte del ejército de patriotas chilenos), 1200 milicianos como TROPA de auxilio (para conducción de víveres y municiones), 120 barreteros y 21 piezas de artillería. Para el cruce utilizaron 1600 caballos y 10 600 mulas, por lo que todo el personal realizó el cruce montado. Llevaron 22 cañones, 2000 tiros de cañón, 1129 sables y 5000 fusiles de bayoneta. La base de la alimentación del ejército fue el valdiviano —plato sobre la base de carne seca (charqui) machacado, grasa, rodajas de cebolla cruda y agua hirviendo—. Las columnas que llevaban los víveres iban a retaguardia. Transportaron más de 4 toneladas de charqui, galletas de maíz, 113 cargas de vino, aguardiente para disminuir el frío nocturno, ajo y cebolla (para combatir el soroche, o apunamiento) 600 reses para la provisión de carne fresca, quesos y ron.

El Ejército de los Andes, formado en El Plumerillo (a 7 km de Mendoza), abandonó el campamento e inició el cruce de los Andes por los pasos de Los Patos y Uspallata. Estas vías abruptas aseguraban el factor sorpresa. El cruce duró 21 días, utilizándose guías (baqueanos). La altitud máxima alcanzada superó los 4000 msnm. El plan de campaña era dividir las tropas en dos columnas (principal y secundaria) y cuatro destacamentos, estaba formado por tres columnas al mando respectivo de Miguel Estanislao Soler (vanguardia), San Martín y O'Higgins, ambos con la reserva a una jornada de distancia. Dos divisiones, una al mando del general Miguel Estanislao Soler y otra al mando del general chileno Bernardo de O´Higgins cruzarían por el Paso de los Patos. Otra, al mando de Las Heras, debía marchar por el camino de Uspallata con la artillería. Otra división ligera, que cruzaría desde San Juan por el Portezuelo de la Ramada con el objetivo de apoderarse de la ciudad chilena de Coquimbo, iba al mando de Juan Manuel Cabot. Otro destacamento ligero debía cruzar desde La Rioja y ocupar Copaipó cruzando la cordillera por el paso de Vinchina. Por el Sur, el capitán Freyre penetraría por el Planchón para apoyar a las guerrillas chilenas lideradas por Manuel Rodríguez.

La salud de San Martín era bastante precaria. Padecía de problemas pulmonares -producto de una herida producida en una batalla en España en 1801-, reuma y úlcera estomacal. A pesar de sus "achaques" siempre estaba dispuesto para la lucha y así se lo hizo saber a sus compañeros: "Estoy bien convencido del honor y patriotismo que adorna a todo oficial del ejército de los Andes; y como compañero me tomo la libertad de recordarles que de la íntima unión de nuestros sentimientos pende la libertad de la América del Sur. A todos es conocido el estado deplorable de mi salud, pero siempre estaré dispuesto a ayudar con mis cortas luces y mi persona en cualquier situación en que me halle, a mi patria y a mis compañeros".

miércoles, 11 de enero de 2017

EL VALOR DE LAS DEVOCIONES

¿Qué devoción es “más valiosa”, la del Gauchito Gil o la de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús, tal el nombre completo de la virgen “salteña” que se presenta ante la visión de la señora María Livia en Tres Cerritos, provincia de Salta?, devociones muy fuertes aquí en Argentina. No estamos preguntando cuál tiene mayor cantidad de devotos ni cuál está más extendida en el país, sino, cuál es “por sí” más valiosa, cuál contiene mayor grado de legitimidad en sí misma, cual refiere con mayor “pureza” al núcleo fundamental de lo cristiano. Nos referimos a dos sujetos-objetos de culto que no pertenecen al devocionario oficial de la Iglesia. Pero uno de ellos, sin embargo, es ni más ni menos que la Virgen, mientras que el otro es un personaje histórico-mítico que, bien presumiblemente, nunca constará en el santoral.

En una primera observación, o mejor, desde un primer punto de vista, resultaría obvio que la Virgen es por sí más valiosa que el Gauchito. Se trate o no de una advocación oficializada, la Inmaculada Madre del Corazón Eucarístico de Jesús le gana por lejos, en títulos y honores, al pobre de Antonio Mamerto Gil Núñez, recluta desertor que beneficiaba a los pobres con el dinero que le robaba a los ricos. Antes de avanzar en el desarrollo de alguna respuesta, convendría verificar la viabilidad misma de valorizar las devociones, es decir, preguntarnos si existen criterios de cierta objetividad que permitan establecer devociones más valiosas que otras.

¿Es más “valiosa” la devoción por San Cayetano que por San Antonio? ¿Es más valiosa la devoción por la Virgen de Luján que la suscitada por la del Rosario de San Nicolás?, parecen preguntas absurdas. Demos un paso hacia atrás: que son las devociones. Podríamos caracterizarlas como vínculos afectivos en el ámbito de la fe. Se trata de asociaciones vitales con personas que han dejado este mundo y que gozarían de la gloria divina. Y aunque en algunos casos se trata de personas de reconocida e inmediata existencia histórica, en muchísimos casos (¿la mayoría?) los devotos no tienen más constancia que la que otorgan los relatos y la transmisión generacional de las creencias. Se puede, incluso, ir un poco más allá. En la generalidad de la actitud devocional, no cabe preguntarse sobre la historicidad del sujeto-objeto de culto o devoción. No son sus coordenadas histórico-biográficas las promotoras de ese vínculo afectivo, sino lo que de él se ha escuchado en relación a sus características (reales o construidas), a las manifestaciones de su poder (“es muy milagrosa/o”) y, finalmente, la propia experiencia personal amasada en ese vínculo.

Para expresarlo en ejemplos concretos. Se carece de documentación histórica fehaciente de no pocos sujetos de devoción (San Jorge, San Expedito, San Sebastián y tantos otros) lo que no obsta no sólo para que exista la devoción popular, sino incluso, para que su veneración esté oficializada en el culto católico. Lo mismo podría decirse de multitud de advocaciones marianas surgidas de apariciones, visiones o milagros. Todas ellas son improbables (imposibles de probar en sentido moderno), pero eso no importa a sus seguidoras y seguidores. Ahora bien, si lo nuclear de las devociones no se afirma en la “realidad” del sujeto-objeto de devoción, es porque tienen su anclaje en las características o valores que se le atribuyen a ese sujeto-objeto, independientemente de que las haya tenido, e independientemente de que haya existido.

Pero esto no es nuevo, ya en el año 494, el papa Gelasio I canonizó a San Jorge como uno de esos hombres que “son justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo son conocidos por Dios…”. Lo que podría traducirse más o menos así: “no sabemos qué cosas hizo este buen varón, lo único que sabemos es que es justamente reverenciado…” ¿Y cómo se afirma que es “justamente reverenciado” si no se sabe qué cosas hizo? Sencillo: lo reverenciable son las características personales que se le atribuyen, no las que efectivamente haya tenido, que son precisamente las que se desconocen. De lo dicho, entonces, surge una primera constatación: si las devociones fueran pasibles de graduación valorativa, no lo serían en razón del sujeto, que podría no existir ni haber existido nunca. (A no ser que fuese ese el criterio valorativo, con lo que se caería buena parte del santoral y buena parte de las advocaciones marianas por la improbabilidad de su verificación). Si quedase algún criterio, no siendo el de la calidad histórica de la persona venerada. Habrá de ser el de los “valores” que esa persona representa y en todo lo que se construye –o deconstruye– en torno de ella. Así, volviendo al ejemplo primero, no importaría demasiado si la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús se le ha hecho realmente visible y/o audible a la señora María Livia, como tampoco importarían demasiado los datos biográficos del Gauchito Gil.

Lo que sí sería importante, y mucho, es qué cosas despiertan cada una de esas devociones, qué movilizan, cómo se estructuran religiosa y socialmente, cuánto y cómo aportan a la construcción del Reino, centro de la prédica de Jesús. Dicho en otros términos, lo importante no es el símbolo sino lo simbolizado, pues todo símbolo de “lo santo” o sagrado, es una referencia al horizonte último, a lo que da sentido a la conciencia creyente. Y el sujeto-objeto de devoción, considerado ahora como objeto, no es otra cosa que un símbolo de esa ultimidad, símbolo de Dios; o mejor, de alguno de sus aspectos. ¿No es esto mismo lo que se hace con la lectura crítica de la Biblia? Un repaso por las devociones populares más significativas nos muestra un dato de suma importancia: en términos generales, refieren a cuestiones humanas de primer orden: el trabajo, el alimento, la salud, la justicia, la familia, la procreación, la patria, la tierra… Sólo las menos, en especial algunas cristológicas y algunas de las marianas, reflejan anhelos o búsquedas estrictamente “espirituales” (sanación interior, paz, serenidad…), lo cual también coincide con la expectativa más hondamente humana de una libertad, un goce y una felicidad que trasciende las contingencias. Podría decirse que en las devociones populares se verifica aquello de que “cuanto más humano, más divino”.

Esto no ocurre por acaso, es el resultado de un extendido proceso sapiencial. Es que las devociones, en tanto símbolos de aspectos divinos, reflejan la imagen que se tiene de Dios, tanto personal como colectivamente. San Cayetano, por poner un ejemplo bien conocido, no podría ser el patrono del pan y del trabajo si previamente no estuviese la imagen de un Dios que efectivamente quiere pan y trabajo para todos sus hijos. En este caso, San Cayetano –más allá de su biografía– se constituye en el símbolo de ese aspecto de Dios. Desde esta lógica comprensiva, bien podría decirse: “Dime en qué Dios crees y te diré cuáles son tus devociones…”, también puede afirmarse que el “Abba” es el símbolo por excelencia del Dios en que creía Jesús. ¿Puede decirse que alguna devoción sea más “valiosa” que otra?, es preciso aclarar que no se trata aquí de juzgar las vivencias subjetivas, siempre insondables y dignas del mayor de los respetos; sagradas, además, cuando se refieren al vínculo con lo divino. Se trata, sí, de verificar cuál es la imagen de Dios que se manifiesta en cada devoción particular y cuánto coincide con el Dios de Jesús. Podrá alegarse que el Dios de Jesús (“quien me ve a mí ve al Padre…”) también es susceptible de diversidad interpretativa. Y es verdad. De hecho, en la Iglesia que es “una” hoy conviven muchas iglesias, y en gran medida, por esa diversidad de interpretación que ni el mismo magisterio ya es capaz de contener. No porque no lo intente, pero sí, porque la pluriformidad que genera la vitalidad cristiana (tanto en lo popular como en la elites) ha ido erosionando las vallas de contención y construyendo causes más o menos ajenos a la letra institucional.

Desde esta comprensión aquí planteada sobre lo nuclear de las devociones, ¿puede afirmarse que la devoción por la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús es más valiosa que la del Gauchito Gil sólo porque se trata de la Madre de Jesús? Es obvio que no, que ese no puede ser el criterio prevalente, que por allí iríamos en mal camino. Pero tampoco podemos decir que sea menos valiosa sólo porque del Gaucho Gil haya evidencias de su existencia histórica mientras de que esa advocación no tenemos evidencia de su aparición manifestación real. Lo que sí es posible, como ya se dijo, es hurgar en la imagen de Dios que cada uno de estos símbolos expresa. Lanzarse a esa tarea, hecha en profundidad, supondría un trabajo de investigación y de síntesis impropio, intentaremos, no obstante, algunas breves pinceladas que puedan servir a modo de ejemplo:

• Antonio Mamerto Gil Núñez, el Gauchito

De origen correntino, tal vez haya nacido en 1840. Participó en la Guerra de la Triple Alianza y después fue alistado para los “celestes” (liberales) en la guerra civil contra los “colorados” (autonomistas). Se dice que hastiado por eso de andar matándose entre hermanos resolvió desertar. El 8 de enero de 1878 (fecha incierta) fue apresado por una partida al mando del coronel Zalazar que debía trasladarlo a Goya para su juicio. Inmediatamente, muchas personas del pueblo tramitan un perdón ante las autoridades militares y lo consiguen. Pero esa orden no llega a tiempo. Ya estaba en marcha la estrategia habitual de entonces, no tan distinta a la que conocemos de épocas más recientes: simular una fuga para deshacerse del prisionero. Se cuenta que antes del disparo final, Antonio Gil le dirigió unas palabras al sargento ejecutor: “Tu hijo está muy grave y se está muriendo. Cuando vuelvas a tu casa verás que es cierto lo que te digo… Pero no te preocupes, mi sangre de inocente intercederá ante Dios para que se salve. Es sabido que la sangre de inocentes sirve para hacer milagros.”
Y así fueron las cosas. Sanado el niño “milagrosamente”, su padre –el sargento ejecutor– construyó una cruz de ñandubay (árbol de madera dura, muy apreciado para hacer postes de sostén a los alambrados), y la llevó en sus hombros hasta el lugar del martirio. Allí la dejó, allí agradeció y pidió perdón. Por eso cada 8 de enero, peregrinan hasta esa cruz más 200.000 personas cada año.

• Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús
En 1990, la señora María Livia Galeano de Obeid, habría tenido las primeras apariciones. Sus relatos son singulares. Dice que apenas comenzados estos encuentros sobrenaturales, la Virgen le pidió que la acepte en su casa, que la haga reina de su hogar, que le entregue a sus hijos y que la acepte para siempre en el “medio” entre ella y su esposo. A partir de 1995, estas apariciones y audiciones se extienden a Jesús: “Yo soy el sacratísimo corazón eucarístico de Jesús, adoradme perpetuamente en reparación... Adoradme y honradme por sobre todas las cosas en reparación y desagravio por los ultrajes, olvidos y sacrilegios que diariamente se cometen en el mundo entero al Sacramento de mi Divino Amor...”

Los mensajes que la señora María Livia refiere de la Virgen son muchísimos. Transcribimos a continuación parece sintetizar lo nuclear de ese conjunto: “Hoy quiero protegerlos del maligno, Satanás obra, él tratará de dominarlos inclusive a través de personas, aún de las que están en la Iglesia, Satanás y sus espíritus malignos, no se darán a conocer fácilmente sino que se encubrirán con piel de corderito, y sutilmente sembrarán el mal, él atacará a la Iglesia y a todos los lugares donde se enseñe la Palabra de mi Divino Hijo Jesús, se instalará en esos lugares para tratar de perderlos y en su trampa mortal pueden caer muchos, especialmente los que no vigilen la entrada de su corazón por eso les pido permanentemente, el ayuno, la oración, la penitencia, mortifiquen el cuerpo para fortaleceros interiormente, os hablo a todos, permanezcan vigilantes porque Satanás los vigila y espera siempre la oportunidad para perderlos... Os digo esto, no para atemorizarlos, sino para prevenirlos, prepárense así como se prepara la tierra para la siembra, día a día con constancia, alaben a Dios en cada cosa que hagan, bendigan el Nombre del Señor...” (22/03/1995).

En marzo de 2000, la Virgen pide que se le construya un santuario en un lugar elevado. Se le concede el pedido construyendo una ermita en un cerro ubicado en el barrio “Tres Cerritos” de la ciudad de Salta. Desde entonces, y en peregrinaciones cada vez más numerosas, los días sábados llegan a lugar miles de personas que son recibidas –en nombre de la Virgen por la señora María Livia acompañada de su esposo y de un importante número de servidores voluntarios. Allí transcurren en jornada de rezos hasta que la vidente realiza la esperada oración de intercesión tocando el hombro de cada uno de los peregrinos. Se relatan cantidad de milagros y de situaciones “asombrosas”. No son pocos los peregrinos que caen “dormidos” al instante de ser tocados por la señora María Livia.

En función del criterio establecido más arriba, podemos afirmar que la devoción por el Gauchito Gil es más “valiosa” que la devoción por la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Insistimos y que no se malentienda, a la dimensión subjetiva, es decir, a la vivencia personal y profunda de cada uno de los devotos. Ese aspecto es inmedible, sólo por los frutos se lo conoce… Nos referimos a la consistencia evangélica de los relatos que les dieron origen y a la imagen de Dios que manifiestan estos símbolos. El primero refiere directamente a la solidaridad, a las asimetrías en las relaciones de poder, al valor de la sangre derramada, a la redistribución de los bienes materiales, a la construcción de una sociedad justa y sin fratricidios, a un Dios que apuesta por la vida aún desde el dolor de los inocentes… Una suerte de Evangelio encarnado desde un personaje semimítico que ayuda a redescubrir –simbólicamente, en su lenguaje y con sus limitaciones– la hondura del mensaje de Jesús.

El segundo, en un idioma medieval, refiere a un Jesús que se predica a sí mismo y que exige desagravios hacia su persona. Muestra a un Dios más preocupado en su honra y dignidad que de los procesos de humanización. Muestra a un Dios de intereses dogmático-preceptúales (eucaristía, confesión…) antes que evangélicos (construcción del Reino), es decir, más interesado por los medios que por los fines. Muestra a un Dios que está “arriba” (como “elevado” debía ser el lugar en el que se instale el santuario), al que sólo acceden la almas, no las personas; muestra a un Jesús muy extraño que se olvidó de la parábola del juicio final (Mt 25,31) y que ahora promete salvación eterna a quien “honre cada lágrima que por vosotros derramé… rezando todos los días cinco Padrenuestros, cinco Avemarías y cinco Glorias…”.

Fuente:
Revista Vida Pastoral
Nº 276 – Marzo - Abril 2009

MARÍA ELENA WALSH

Fue una poetisa, escritora, música, cantautora, dramaturga y compositora argentina, que ha sido considerada como mito viviente, prócer cultural (y) blasón de casi todas las infancias. Lo escrito por María Elena configura la obra más importante de todos los tiempos en su género, comparable a la Alicia de Lewis Carroll o a Pinocchio; una obra que revolucionó la manera en que se entendía la relación entre poesía e infancia. Especialmente famosa por sus obras infantiles, entre las que se destacan el personaje/canción Manuelita la tortuga y los libros Tutú Marambá, El reino del revés y Dailan Kifki, es también autora de difundidas canciones populares para adultos, entre ellas Como la cigarra, Serenata para la tierra de uno y El valle y el volcán. Otras canciones de su autoría que integran el cancionero popular argentino son: La vaca estudiosa, Canción de Titina, El Reino del Revés, La pájara Pinta, La canción de la vacuna (El brujito de Gulubú), La reina Batata, El twist del Mono Liso, Canción para tomar el té, En el país de Nomeacuerdo, La familia Polillal, Los ejecutivos, Zamba para Pepe, Canción de cuna para un gobernante, Oración a la justicia, Dame la mano y vamos ya, etc. Entre sus álbumes destacados se encuentran Canciones para mirar (1963) y Juguemos en el mundo (1968).

Su padre, Enrique Walsh, era un irlandés, que trabajaba como empleado del departamento contable de la New Western Railway of Buenos Aires (Ferrocarril Oeste de Buenos Aires) y tocaba muy bien el piano. De la cultura popular inglesa, María Elena tomaría las tradicionales canciones para niños, que su padre le cantaba de niña, así como el hábito de las construcciones verbales que caracterizan al nonsense británico, como una de las principales fuentes de inspiración en su obra. Su madre, Lucía Elena Monsalvo, era argentina, hija de padre argentino y madre andaluza. Se había casado con su padre, en segundas nupcias de éste, y tuvieron juntos dos hijas, Susana y María Elena. Del primer matrimonio, su padre tuvo también otros cuatro hijos.

A los 12 años decide ingresar a la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, ubicada en la Ciudad de Buenos Aires (Barracas), donde se radicó. Tímida y rebelde, leía mucho de adolescente. En 1945, a los 15 años, publicó su primer poema. En 1947, cuando contaba con 17 años, sufre la muerte de su padre y publica su primer libro, un poemario titulado Otoño imperdonable que recibió el segundo premio Municipal de Poesía, aunque el jurado se excusó diciéndole que no le habían otorgado el primero porque era demasiado joven. A pesar de su juventud, se trata de un libro notable, que llamó de inmediato la atención sobre ella del mundo literario hispanoamericano. Reúne poemas escritos entre los 14 y los 17 años, que sorprenden por la madurez expresiva y por un estilo natural, plenos de hallazgos y juegos líricos, como en Término, donde se define a sí misma como un sitio donde florecerá la muerte.

Luego de finalizar sus estudios secundarios en 1948, recibiéndose como profesora de Dibujo y Pintura, aceptó la invitación de Juan Ramón Jiménez (autor de Platero y yo) de visitarlo en su casa de Maryland (Estados Unidos), donde permanecería seis meses en 1949. De vuelta en Buenos Aires y ya sobre el filo de la mitad del siglo, María Elena frecuentaba los círculos literarios e intelectuales y escribía ensayos en diversas publicaciones. En 1951 publicó su segundo poemario, Baladas con Ángel. El libro fue editado en un mismo volumen con Argumento del enamorado, del igualmente joven escritor Ángel Bonomini, quien por entonces era novio de María Elena. El volumen constituye un todo en el que dos enamorados intercambian sus emociones expresadas en versos.

María Elena Walsh parecía comenzar a definir su vida como una de las más prometedoras figuras del mundo intelectual porteño. Sin embargo, aunque nadie lo percibiera, se sentía asfixiada: por las represiones familiares y sociales relacionadas con una sexualidad que siempre mantuvo reservada a la intimidad, por los celos y pequeñas traiciones del mundo cultural, y por un clima político polarizado entre peronismo y antiperonismo, tendencia esta última con la que se identificaba la joven, como lo hacía la mayor parte de la clase media. Algunos años después, al ver lo que hicieron los gobiernos antiperonistas, comenzaría sentir simpatías por el peronismo y su significado de progreso para los sectores populares. Pero en ese momento, su vida estaba a punto de pegar un notable viraje.

María Elena Walsh inició su asociación artística y afectiva con Leda Valladares en 1951, por carta. En ese entonces tenía 21 años, once menos que Valladares, una artista tucumana relacionada con el folklore cotidiano del noroeste -hija del mítico folklorista Chivo Valladares- y una de las primeras mujeres en egresar de la Universidad Nacional de Tucumán. En 1952 se instalaron en París y comenzaron a cantar canciones folklóricas de tradición oral de la región andina de Argentina, como carnavalitos, bagualas y vidalas.

De regreso en la Argentina en 1956, Leda y María realizaron una extensa gira por el noroeste argentino en donde reunieron varias canciones que grabarían luego en sus dos primeros álbumes realizados en su país. Muchas de esas canciones se instalarían en el cancionero folklórico. Por entonces comenzaron a aparecer las diferencias entre ambas que llevaría a su separación: mientras Leda Valladares reivindicaba el valor del indigenismo y del folklore puro, en el sentido de la creación anónima, María Elena Walsh se inclinaba a la creación de nuevas expresiones, alimentándose de las raíces folklóricas, pero sin estar estrictamente restringidas a ellas, orientándose por los valores de la justicia social, el feminismo y el pacifismo.

En 1958 María Herminia Avellaneda le ofreció a Walsh escribir guiones de televisión para programas infantiles. En 1960 Leda y María mostraron un notable viraje en su estilo al grabar Canciones de Tutú Marambá, en la que cantan canciones infantiles que Walsh había escrito para los guiones que estaba realizando para la televisión. Allí se incluyen las primeras cuatro canciones que harían famosa a María Elena Walsh en la música infantil: "La vaca estudiosa", "Canción del pescador", "El Reino del Revés" y "Canción de Titina".

De ese modo nació la idea de hacer un espectáculo musical-dramático para niños que se llamó Canciones para mirar. La obra estaba compuesta a partir de doce canciones de Walsh, que cantaban Leda y María vestidas como juglares. Doña Disparate y Bambuco fue la última presentación de Leda y María. En esta obra aparecen el Mono Liso, y sobre todo la tortuga Manuelita, el personaje más paradigmático y conocido del universo infantil creado por María Elena Walsh. La obra tenía una similitud con el clima onírico de Alicia en el país de las maravillas.

En 1968 estrenó su espectáculo de canciones para adultos Juguemos en el mundo, que se constituyó en un acontecimiento cultural que influiría fuertemente en la nueva canción popular argentina, que venía conformándose desde diversos enfoques, como el Movimiento del Nuevo Cancionero impulsado por músicos como Mercedes Sosa y Armando Tejada Gómez, el folklore vocal que estaban desarrollando grupos como los Huanca Hua y el Cuarteto Zupay.

Asfixiada por la censura impuesta por la dictadura militar, en julio de 1978, en plena Copa Mundial de Fútbol, decidió "no seguir componiendo ni cantar más en público". Paradójicamente, varias de sus canciones se volvieron símbolo de la lucha por la democracia, como Como la cigarra, Canción de cuna para un gobernante, Oración a la Justicia, Dame la mano y vamos ya, Balada del Comudus Viscach, Postal de guerra o su versión de We shall overcome (Venceremos), la clásica marcha del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.

En 1985 fue nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y en 1990, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba y Personalidad Ilustre de la Provincia de Buenos Aires. En 1994 apareció la recopilación completa de sus canciones para niños y adultos y en 1997, Manuelita ¿dónde vas? Falleció el 10 de enero de 2011 a los 80 años en el Sanatorio de la Trinidad después de una prolongada internación a causa de su cáncer óseo. Sus restos se velaron en la sede central de SADAIC y posteriormente fueron inhumados en el panteón que posee esta entidad en el Cementerio de la Chacarita.

¿BAUTIZÓ JUAN EL BAUTISTA A JESÚS? - SEGUNDA PARTE

Según el relato de Marcos, sólo Jesús vio cómo se rasgaban los cielos y descendía el Espíritu, pues escribe: “Vio (en singular) que los cielos se rasgaban, y que el Espíritu bajaba” (Mc 1,10). Y sólo Jesús oyó la voz del Padre, puesto que la voz dice “Tú eres...” Para Marcos, pues, la verdadera identidad de Jesús, el Hijo de Dios venido del cielo desgarrado, el que inauguraba los últimos tiempos, es un secreto sólo conocido por Jesús. Ni el Bautista, ni los que estaban presentes aquel día en el Jordán se enteraron de nada. A pesar de lo hermoso de este relato, el episodio fue motivo de escándalo en la Iglesia primitiva. ¿Por qué Jesús se hizo bautizar por el hijo de Zacarías? Normalmente la persona que recibe, es inferior a la que da. Por lo tanto el bautismo debería haber sido al revés: alguien superior, como Jesús, tendría que haber bautizado a otro de menor dignidad, como Juan. Pero ¿por qué ocurrió al revés y Juan bautizó a Jesús?

La pregunta se extendió por todas partes. Se la hacían los cristianos, la gente, y cuantos conocían el episodio del bautismo. Cuando algunos años más tarde le tocó escribir su evangelio a Mateo, la cuestión era urticante y se había convertido en un serio problema teológico. En muchos ambientes de Palestina se había comenzado ya a considerar a Juan el Bautista superior a Jesús. Se lo tenía por verdadero Mesías, y se habían formado grupos que veneraban su figura y le rendían culto. Eran las comunidades llamadas “juaninas”. Por eso Mateo al escribir su versión no pudo eludir el tema escandaloso del bautismo de Jesús. Y trató de encontrar una solución a tan ríspido problema creando un espacio literario donde Jesús mismo pudiera dar una explicación. Para ello ambientó una escena en la que Juan trata de impedir el bautismo preguntando: “¿Por qué vienes tú a mí, si soy yo el que necesita ser bautizado por ti?” (Mt 3,14). Era la angustiosa pregunta, que en realidad no había hecho Juan a Jesús el día del bautismo, sino que se la hacía toda la gente. Y la respuesta de Jesús, que era la respuesta de Mateo a la gente preocupada de su comunidad, fue: “Déjalo así, porque conviene que se cumpla toda justicia”.

Con esto Mateo explicaba que el bautismo era voluntad de Dios. Aun cuando Jesús no tenía pecado, se presentó como un penitente cualquiera en medio del pueblo, a fin de identificarse con los hombres. Cargaba con los pecados de todos ellos, y fueron éstos los que fue a lavar con su bautismo. ¿Acaso no había profetizado Isaías que él “sería contado entre los malhechores”? (Is 53,12). Cristo era así el representante de la humanidad pecadora. El propósito de su bautismo, pues, quedaba aclarado por el mismo Jesús: quiso hacerse uno más entre los pecadores. Mateo hizo además una segunda modificación. Según Marcos, los tres sucesos acontecidos (la visión del cielo abierto, la visión del Espíritu y la audición de la voz) habían sido percibidos sólo por Jesús. En cambio según Mateo el primer elemento fue percibido por todos los presentes, pues dice que “se abrieron los cielos”, en vez de que “vio (Jesús) que los cielos se rasgaban” como ponía Marcos. También el tercer elemento, la voz de Dios, fue escuchada por todos, pues ella dice: “Éste es mi Hijo”, como dirigiéndose a todos, y no “Tú eres mi Hijo”, como en Marcos. Así, para Mateo todos fueron testigos de la superioridad de Jesús sobre Juan. Sólo el segundo elemento, la visión del Espíritu, sigue siendo exclusiva de Jesús, pues escribe que “vio (en singular) al espíritu de Dios que bajaba”.

El evangelio de Mateo no terminó de convencer. Si de todos modos Jesús había sido bautizado por Juan, entonces éste era superior. No había nada que hacerle. Y la competencia sobre la preeminencia de Jesús o del Bautista se agudizó. Los evangelios traen los ecos de estas disputas. Un día, por ejemplo, el pueblo comentaba que el Bautista era la persona más grande nacida de mujer. Jesús lo confirmó: “Les aseguro que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan”. Pero luego agregó: “Sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc 7,28). ¿Y quién era “el” más pequeño en el Reino de Dios? ¿Quién era el que no había venido a ser servido, sino a servir a todos? No era otro que Jesús. Así, él mismo, delicadamente, se declaraba superior a Juan. En otra oportunidad, los círculos juaninos enseñaban que su maestro era la Luz que vino a iluminar este mundo. Entonces el cuarto evangelista tuvo que aclarar que en realidad “él no era la luz, sino que vino a dar testimonio de la Luz. El Verbo (o sea Jesús) era la Luz verdadera” (Jn 1,8-9).

También circulaban en estos grupos narraciones maravillosas sobre el nacimiento milagroso de Juan, y cómo un ángel había hablado con su padre Zacarías, curando la esterilidad de su madre Isabel. Lucas recogió estos relatos al comienzo de su evangelio, pero puso a continuación los de Jesús, para recordar cómo éste eran tan superior a Juan que ni siquiera había necesitado un padre humano para nacer (Lc 1-2). Ante esta perspectiva de confrontación entre los cristianos y los juaninos, el bautismo de Jesús por Juan resultaba cada vez más embarazoso para la iglesia primitiva. Fue en ese momento cuando le tocó escribir a san Lucas, el tercer evangelista. Y no queriendo eliminar este hecho, por la importancia que tenía, optó por eliminar a Juan. Y escribe simplemente: “Cuando todo el pueblo se estaba bautizando, se bautizó también Jesús” (Lc 3,21). ¿Quién lo bautizó? No lo menciona. Pero quiso insinuar que no fue Juan, ya que un versículo antes de contar el bautismo de Jesús, dice que Juan estaba preso en la cárcel por orden del rey Herodes (Lc 3,20).

Luego Lucas añade una nueva modificación: que Jesús estaba “en oración” cuando ocurrieron las tres manifestaciones de Dios. Con este detalle quiso desviar la atención del hecho mismo del bautismo para centrarla en la figura majestuosamente orante de Jesús. Por último, Lucas completa el proceso iniciado por Mateo, ya que el pueblo presente aquel día no sólo ve los cielos abiertos y oye la voz, sino incluso ve al Espíritu Santo descender sobre Jesús “en forma corporal de paloma”. Ahora los tres acontecimientos son públicamente conocidos. Ahora ante todo el mundo está claro que sólo Jesús es el centro y la cumbre de la escena. Pero el movimiento juanino siguió adquiriendo auge y expansión, y llegó hasta Alejandría (Egipto). El libro de los Hechos de los Apóstoles relata que uno de los oradores más brillantes de la antigüedad, un tal Apolo, oriundo de esta ciudad, pertenecía a ese grupo (Hch 18,24-25). Luego alcanzó el Asia Menor, en donde ganó adeptos entre los judíos. Los Hechos cuentan que en Efeso, al oeste del Asia Menor, Pablo encontró discípulos de Juan el Bautista (Hch 19,1-3). La secta llegó a competir de tal manera con los cristianos, que se convirtió en una verdadera amenaza para ellos. Esto lo vemos en el Cuarto Evangelio, donde el autor se ve obligado a afirmar que el Bautista no era la luz (Jn 1,8), ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado (Jn 1,19-24), ni hizo milagros (10,41); lo cual muestra claramente que en esta época había gente que pensaba todo esto de Juan.

Por otra parte, las respuestas del nuevo evangelio de Lucas tampoco satisfacían del todo a la gente, que seguían cuestionando la actitud de Jesús de hacerse bautizar. Por eso cuando se compuso el cuarto y último evangelio, precisamente en Efeso, donde las comunidades juaninas eran fuertes, su autor decidió cortar por lo sano, e hizo lo que ningún otro evangelista se había atrevido: suprimió el relato del bautismo de Jesús. Por eso es el único que no lo menciona. Solamente lo supone, cuando cuenta que un día Juan el Bautista vio venir de lejos a Jesús, y dijo a la multitud: “Ese que viene ahí es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre él” (Jn 1,29.32). Pero ¿cuándo vio al Espíritu descender sobre él? El evangelista calla. Sobre este conflictivo problema del bautismo prefiere guardar un prudente silencio. Así es como un hecho histórico, realmente sucedido en la vida de Jesús fue contado de modos distintos por los cuatro evangelistas, según los problemas que las comunidades destinatarias tenían. Sin distorsionar la verdad, sin cambiar el mensaje ni modificar lo esencial, cada autor supo acomodarlo para que los lectores pudieran entenderlo y aprovechar al máximo la riqueza escondida en este acontecimiento vivido por Jesús. Conservando el relato primigenio cada uno le dio forma distinta, lo retocó y amoldó, no según su propio parecer, sino según el mismo Espíritu Santo los inspiraba. No lo adaptaron porque les resultaba más cómodo ni por el afán de alterar la realidad, sino porque Dios los movía para que su palabra fuera comprendida mejor por la gente.

Es la forma como predicaron los primeros evangelistas. Es la forma como debemos hacerlo nosotros. Tomar los hechos que leemos en las Sagradas Escrituras, y si para los demás, los que están alejados de la fe, resultan incomprensibles, no salir a repetirlos como están, sino más bien hacerlos carne, amoldarlos a nuestra vida, asimilarlos, y sólo después difundirlos, convertidos en gestos comprensibles por todos los miembros de la comunidad.

Ariel Álvarez Valdez
Biblista