Los
objetos conocidos como Reliquias por la Iglesia Católica, suelen ser efectos
personales de santos y en ocasiones objetos relacionados con la pasión o
fallecimiento de los mártires (con San Esteban como el primero de ellos). La
función primigenia de las reliquias era la de llevar las historias de la Biblia
a una población analfabeta (sobre todo durante la Edad Media), como más tarde
ocurrió con la transición arquitectónica del románico al gótico, que pretendía
causar una mayor impresión en los potenciales fieles. De este modo, las
Reliquias se convirtieron en una herramienta fundamental para evangelizar,
independientemente de su autenticidad o procedencia. De hecho, en el año 787 se
estableció que ninguna iglesia podría ser consagrada a falta de una reliquia,
lo que propició en gran medida un nuevo negocio, la falsificación.
El
atractivo que suponía para los fieles que una determinada iglesia o parroquia
tuviera su propia reliquia, era un fuerte reclamo, atribuyéndose a estos
objetos la habilidad de sanar males o alejar a la desgracia. Tristemente,
debido a la gran demanda de estas piezas, el mercado de falsificaciones pudo
prosperar ampliamente. Además, alimentado por la propia Iglesia porque desde
el siglo IV se autorizó la fragmentación de los cuerpos de los santos para
repartirlos, porque, por pequeño que fuera el fragmento, mantenía su virtud y
sus facultades milagrosa. El comercio de reliquias se convirtió en un negocio…
hasta el siglo XIII en el que en el Concilio de Letrán se prohibió el comercio
y la veneración de reliquias sin “certificado
de autenticidad” (ya sólo se podían venerar si tenían el OK de la Iglesia). Entre la increíble gama de
objetos considerados como reliquias, nos encontramos con objetos tan estrafalarios
a continuación hacemos mención de algunos de ellos:
-Las piedras con las que
lapidaron a San Esteban;
-Las flechas que terminaron con
la vida de San Sebastián;
-La sandalia derecha de San
Pedro;
-Los pechos de Santa Águeda;
-Un carbón vegetal con el que
fue martirizado en la parrilla San Lorenzo;
-Un diente de Santa Apolonia
(esta santa fue martirizada arrancándole los dientes). De hecho es la patrona de los dentistas;
-Un trozo de mantel de la última cena. Gracias al cuadro de
Leonardo Da Vinci sabemos que, por lo menos, la mesa tenía mental.
-Las treinta monedas que Judas
recibió por la traición se han convertido en unas doscientas (aquí, como
mínimo, tenemos que 170 son falsas);
-De San Juan Bautista, que
bautizó a Jesucristo y murió decapitado, se veneran varias cabezas y más de
sesenta dedos;
Y los
casos más extremos y ridículos:
-Algunas plumas de las alas del arcángel Gabriel;
-Y hasta un estornudo embotellado
del Espíritu Santo.
Ahora
bien, si estas afirmaciones pueden resultar ciertamente difíciles de creer,
imaginen los 500 dientes de leche
que se atribuyen al niño Jesús, sus 4
cordones umbilicales, 12 Santos
Griales, casi 100 diferentes
sudarios relacionados con Cristo o trozos de madera de la cruz donde Jesús
fue crucificado que bastarían para hacer 3
cruces. Pero quizá, la que se lleva la palma en cuanto a escándalos se
refiere es el polémico Santo Prepucio, obtenido tras la circuncisión de Jesús
cuando contaba ocho días de vida, debido no sólo a su naturaleza, sino también
a las polémicas que ha creado dentro de la misma Iglesia.
Independientemente de
la veracidad o falsedad de cada reliquia. Lo
cierto es que han sido uno de los más polémicos aspectos del catolicismo,
llegando incluso a obsesionar a personajes históricos. LA LANZA DE LONGINO, o LA LANZA DEL DESTINO, la que supuestamente
atravesó el costado de Jesús, fue el tesoro más preciado de Hitler, quien
pensaba que esta arma le ayudaría a conquistar el mundo. En fin, estos y otros misterios
de la historia, y que la Iglesia en algunos casos sostiene y promueve.