PROGRAMA Nº 1199 | 27.11.2024

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LA FOGATA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

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Para los cristianos, el 29 de junio es la fiesta de san Pedro y san Pablo, el primer papa y el gran apóstol de los gentiles. Según la tradición, ambos fueron ejecutados alrededor del año 67, por orden de Nerón. Pedro fue crucificado cabeza abajo según su deseo, por considerarse indigno de morir como su maestro. Pablo fue conducido a Ostia y allí decapitado. En la religiosidad popular, los elementos de la naturaleza como el agua, los árboles, las flores y el fuego, son signos de una realidad trascendente e inefable. El simbolismo del fuego tiene siempre un trasfondo religioso: expía demonios, ahuyenta malos espíritus y conmemora acontecimientos sagrados.

Esa reverencia instintiva hacia la naturaleza ha inspirado rituales de cambio de estación en solsticios y equinoccios. Así, al comienzo del invierno en el hemisferio norte, se hacían fuegos nocturnos para devolver fuerza a un sol que se mostraba más débil cada día. Los cultos populares tienden al sincretismo. El cristianismo, en su conmemoración anual de acontecimientos religiosos, integra elementos populares y ritos cósmicos. Por ello, el ritual cristiano asume esta antigua tradición y, en la noche más larga, enciende la máxima luz de esperanza para los hombres: el nacimiento de Jesús, la Nochebuena.

El sentido purificador del fuego se mezcla con el rito estival de la fogata de san Juan. A la vez, el martirio de san Pedro y san Pablo se confunde con las ordalías en las que se quemaban presuntos cómplices del diablo. La muerte de los apóstoles se asocia, en el rito de la fogata, con el sacrificio en la hoguera. En lo alto de la "fogarata" no suele faltar "el muñeco", una figura humana hecha como espantapájaros, que es quemado como expiación colectiva o para rendir homenaje a mártires inocentes. A veces, el muñeco representa festivamente a un vecino del barrio, como signo de popularidad o agravio.

La ceremonia del encendido se vincula también con otros rituales aprendidos en novelas o cine. Hordas de niños disfrazados irrumpen por una calle lateral portando antorchas encendidas, rodean la pira y la encienden por todos sus costados. Luego sigue la tertulia familiar: chicos y grandes rodean el fuego, encienden cohetes, bengalas y cañitas voladoras, y a veces asan comida en las brasas. Esta fiesta, tanto pagana como religiosa, sigue vigente en barrios y zonas rurales. Para muchos, es una tradición querida que conecta con la sacralidad primitiva y auténtica del ritual del fuego, expresando el anhelo de trascendencia que, a veces sin sospecharlo, todos compartimos.

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