martes, 30 de abril de 2013

El Aeropuerto de Denver


Sin duda, un lugar extraño que pasa de ser un simple aeropuerto a ser algo más allá de todo eso es el “Aeropuerto de Denver”. Construido en el año 1995, su presupuesto fue calificado de escandaloso, además de considerarse una obra innecesaria ya que Denver ya contaba con otro aeropuerto, el de Stapleton, con muchas más pistas y suficiente para el tráfico que soporta.

Este dato ya de por sí, es curioso, pero existen muchísimas incógnitas más alrededor de éste aeropuerto, como por ejemplo, el lugar dónde está construido. Se trata de una extensión de 138 mil Km2, en una zona con grandes vientos que crea infinidad de problemas en las entradas y salidas de vuelos. Otra incongruencia es el sistema de equipaje automático, tan pésimamente diseñado que actualmente se encuentra fuera de servicio. Lo más curioso de todo es que a pesar del lugar en dónde está y las diferentes ampliaciones de presupuestos y lo costoso del mismo, el aeropuerto debía construirse en ésta zona, costara lo que costara.

Si se observa desde el aire, las pistas han sido situadas de tal manera, que recuerda a una esvástica nazi. Pero no sólo el exterior es enigmático. El interior es mucho más que un simple aeropuerto, que ha dado mucho que hablar. Como dato curioso, por ejemplo, el aeropuerto tiene comunicaciones de fibra óptica de unos 5.300 millas de cable, el equivalente al largo del Rio Nilo, su suelo es de granito importado de varias partes del mundo, encareciendo una vez más el presupuesto; gasto innecesario ya que existía otro tipo de piedra más económica en la zona.

El aeropuerto cuenta con 8 niveles de profundidad y su terminal más grande se llama “Jeppesen Terminal”, y es conocida como "Great Hall", nombre que los “Masones” dan a su lugar de reunión. Su interior está repleto de simbología, algunos de éstos camuflados, referentes a sociedades ocultas y herméticas. En cada esquina y muro del aeropuerto hay un mural. Los artistas encargados de realizarlos, aseguran que antes de comenzarlos les dieron las pautas a seguir. Los grandes murales representan en teoría, la paz, armonía y la naturaleza. Aunque si se observan bien, quizá se encuentre otro significado. Algunos tratan de mostrar la destrucción del mundo, las guerras e incluso los campos de concentración nazis. En resumen, vienen a representar la formación de un nuevo mundo. Existen también pinturas como por ejemplo una que muestra lo que viene a ser la figura de un extraterrestre con similitud a lo que son las conocidas “líneas aéreas de Nazca” en el Perú o los círculos de los sembrados. No se sabe ni el nombre de la pintura ni su autor.

Las esculturas no son menos aterradoras, sobre todo la del “Caballo Azul del Apocalipsis”, de 10 metros de altura situada en las afueras del aeropuerto. Sus ojos son de un rojo resplandeciente que le dan un aspecto terrorífico. Su autor, Luís Jiménez murió en 2006 trabajando en la última pieza de la misma cuando el caballo gigante cayó encima de él. Otra escultura es la de “Notre Denver”, que representa a una gárgola saliendo de una maleta de viajero. La verdad es que no tiene ningún sentido ese tipo de escultura en un aeropuerto. Se supone que la maleta representa al viajero y las gárgolas, antiguamente se colocaban en los templos y los lugares de poder para proteger lo que allí había. Muchos se preguntan: ¿Que es lo que se quiere proteger y esconder en el aeropuerto?

Otro elemento repleto de simbolismo es la “Piedra Masónica”. Se dice que está dedicada al “New World Airport Commission”, sin embargo, dicha comisión ya no existe o mejor dicho, nunca fue creada. Posee una cápsula del tiempo que según cita la misma piedra contiene mensajes y recuerdos para los habitantes de Colorado hasta el año 2094. Contiene también alusiones a varias logias Masónicas, pudiendo apreciar símbolos propiamente Masones como el compás y la escuadra además de una placa en Braille.

¿Por qué se construyó éste aeropuerto si era totalmente innecesario? O mejor dicho, ¿Por qué se tuvo que construir allí y no en otro lugar a pesar de no ser el más idóneo? y ¿Qué significan todos esos murales? y para terminar ¿Que es lo que hay en el aeropuerto que la gárgola “Notre Denver” protege? Un lugar repleto de misterio y simbología que todo el que lo ha visto lo describen como escalofriante. Un lugar diferente que sin duda esconde algo detrás.

miércoles, 24 de abril de 2013

Las Islas Galápagos


Constituyen un archipiélago del océano Pacífico ubicado a 1000 km de la costa de Ecuador. Está conformado por 13 islas grandes con una superficie mayor a 10 km², 5 islas medianas con una superficie de 1 km² a 10 km² y otros 215 islotes de tamaño pequeño además de promontorios rocosos de pocos metros cuadrados distribuidas alrededor de la línea del ecuador terrestre. Administrativamente, Galápagos constituye una provincia de Ecuador, conformada por tres cantones que a su vez son islas las cuales son San Cristóbal, Santa Cruz e Isabela. El 12 de febrero de 1832, bajo la presidencia de Juan José Flores, las islas Galápagos fueron anexadas a Ecuador. Desde el 18 de febrero de 1973 constituyen una provincia de este país.

Se estima que la formación de la primera isla tuvo lugar hace más de 5 millones de años, como resultado de la actividad tectónica. Las islas más recientes, llamadas Isabela y Fernandina, están todavía en proceso de formación, habiéndose registrado la erupción volcánica más reciente en 2009. Las islas Galápagos son conocidas por sus numerosas especies endémicas y por los estudios de Charles Darwin que le llevaron a establecer su teoría de la evolución por la elección natural. Son llamadas, turísticamente, las «islas Encantadas» ya que la flora y fauna encontrada allí es prácticamente única y no se la puede encontrar en ninguna otra parte del mundo. Por ello mucha gente las visita.

Las islas Galápagos fueron descubiertas por azar el 10 de marzo de 1535, cuando el religioso dominico Fray Tomás de Berlanga, entonces obispo de Panamá, se dirigía al Perú en cumplimiento de un encargo del monarca español Carlos V, para arbitrar en una disputa entre Francisco Pizarro y sus subordinados luego de la conquista del imperio Inca. Los primeros mapas en incluir las islas fueron los preparados por Abraham Ortelius y Mercator alrededor de 1570. Las islas estaban descritas como "Insulae de los Galopegos" (Islas de las Tortugas).

Las Galápagos fueron utilizadas por piratas ingleses como escondite en sus viajes de pillaje a los galeones españoles que llevaban oro y plata de América hacia España. El primer pirata que se conoce visitó las islas fue Richard Hawkins, en 1593. Desde entonces hasta 1816 muchos piratas llegaron al archipiélago.

La primera misión científica que visitó las Galápagos fue la expedición Malaspina, una expedición española dirigida por Alejandro Malaspina, que llegó en 1790. Sin embargo, los registros de la expedición nunca llegaron a ser publicados. En 1793, James Colnett describió la flora y fauna de las islas y sugirió que podían ser utilizadas como base para los balleneros que operaban en el océano Pacífico. Colnett también dibujó las primeras cartas de navegación de las Galápagos. Los balleneros capturaron y sacrificaron miles de tortugas del archipiélago para extraer su aceite.

Ecuador anexó las islas Galápagos el 12 de febrero de 1832 bajo el gobierno del General Juan José Flores, bautizándolas como archipiélago de Colón. El viaje del Beagle trajo al barco de investigación británico bajo el mando del capitán Robert FitzRoy a Galápagos el 15 de septiembre de 1835 para investigar los accesos a los puertos. El capitán y otros a bordo, incluyendo el joven naturalista Charles Darwin, realizaron un estudio científico de la geología y biología en cuatro de las islas antes de continuar su expedición alrededor del mundo el 20 de octubre.

La Unesco declaró a las Islas Galápagos como Patrimonio Natural de la Humanidad en 1979 y, seis años más tarde, como Reserva de la Biosfera (1985). En el 2007 la Unesco declaró a las Islas Galápagos como Patrimonio de la Humanidad en riesgo medioambiental y estuvo incluida en la Lista del Patrimonio de la Humanidad en peligro hasta 2010.

martes, 23 de abril de 2013

Lo razonable de creer - Primera Parte


Avanzamos en este Año de la fe, llevando en nuestros corazones la esperanza de redescubrir cuánta alegría hay en creer y encontrar el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son un simple mensaje de Dios, una particular información sobre Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro salvífico y liberador, que realiza que las aspiraciones más profundas del hombre, sus anhelos de paz, de fraternidad y de amor.

La fe lleva a descubrir que el encuentro con Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. De este modo, se da la circunstancia de que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su origen y su destino, así como la grandeza y la dignidad de la vida humana.

La fe permite un conocimiento auténtico sobre Dios, que implica a toda la persona humana: se trata de un "saber", un conocimiento que le da sabor a la vida, un nuevo sabor a la existencia, una forma alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad que nos hace solidarios, capaces de amar, derrotando la soledad que nos hace tristes.

Este conocimiento de Dios mediante la fe, por lo tanto, no es sólo intelectual, sino vital. Es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor. Además, el amor de Dios hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo, que desorientan las conciencias. El conocimiento de Dios es, por tanto, la experiencia de la fe, e implica, al mismo tiempo, un camino intelectual y moral: marcados en lo profundo por la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los horizontes de nuestros egoísmos y nos abrimos a los verdaderos valores de la vida.

La tradición católica ha rechazado desde el principio el denominado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) es la fórmula que interpreta la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, en todo caso es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad. Si contemplando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay demasiada luz. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen a mirar directamente al sol y sólo ven tinieblas ¿quién podría decir que el sol no es brillante? Aún más, es la fuente de la luz. La fe le permite ver el "sol de Dios", porque es acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre y se ha ofrecido a su conocimiento, condescendiendo al límite de la criatura de la razón humana.

Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, le abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por este motivo, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre, sin parar nunca y sin desfallecer, el descubrimiento de la verdad y la realidad inagotable. Es falso el prejuicio de algunos pensadores modernos, que aseveran que la razón humana quedaría como bloqueada por los dogmas de la fe. En realidad, es todo lo contrario, como han demostrado los grandes maestros de la tradición católica.

Ante la revelación divina, el intelecto y la fe no son extraños o antagonistas, sino que ambas son condiciones para comprender su sentido, para recibir su mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. La fe católica es, pues, razonable y nutre también confianza en la razón humana. El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Dei Filius, afirma que “la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios por medio del camino de la creación, mientras que sólo pertenece a la fe la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta certeza y sin error la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia”. El conocimiento de la fe, además, no va en contra de la recta razón.

El beato Papa Juan Pablo II, de hecho, en la encíclica Fides et ratio, sintetiza así: "La razón humana no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe; éstos en todo caso se alcanzan mediante libre y consciente elección". En el irresistible deseo por la verdad, sólo una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y a la plenitud de sí mismo.

La bendición: símbolo y catolicismo popular - Primera Parte


El “bendecir” es una de las más antiguas tradiciones de la Iglesia. No se trata, claro, de una costumbre exclusiva del catolicismo. Los bendicionales pertenecen a una enorme variedad de tradiciones religiosas y culturales. Con distintos nombres y diversidad de formas, existen rituales y expresiones de bendición en casi todas las tradiciones religiosas del planeta. Se trata, según parece, de algo naturalmente asociado a cualquier vínculo con lo sagrado. Y por eso, seguramente, se observa tanto afecto por las bendiciones de parte de las mujeres y varones que participan del universo al que llamamos catolicismo popular.

En la Biblia se mencionan desde el primero de sus libros. En el mítico relato de la creación, Dios bendice a los seres vivientes que llenarán las aguas; bendice al varón y la mujer apenas creados; bendice y consagra al séptimo día… A lo largo de todo el Antiguo Testamento encontramos numerosas citas que mencionan esta pluricultural y multisecular costumbre. Dios bendice a las personas y las personas bendicen a Dios. También las personas bendicen a otras personas: los patriarcas a sus pueblos, los padres a sus familias, los sacerdotes a los creyentes. En los Evangelios nos encontramos con Jesús bendiciendo a unos niños mientras pone sus manos sobre ellos (Mc 10, 13-16); bendiciendo el pan en la última cena (Mt 26,26), o bendiciendo a sus discípulos “alzando las manos” en momentos previos de la ascensión (Lc 24,50).

Como se dijo, las citas bíblicas son cuantiosas. Y aunque todas refieren a una presencia –actual o anhelada– “particular” de Dios, es posible distinguir al menos tres tipos de bendiciones: Las bendiciones que expresan alabanza o agradecimiento dirigidos a Dios. Las bendiciones que expresan un deseo de bien o felicidad para quien la recibe. Las bendiciones que expresan la santificación o la dedicación de una persona o cosa entregada a Dios. Es fácil notar cómo esos tres tipos de bendiciones permanecen en la actualidad, los tres están incluidos en las liturgias ordinarias y los últimos dos, suelen ser muy requeridos a los sacerdotes o ministros en el ámbito del catolicismo popular.

Un brevísimo repaso por la etimología del vocablo “bendición”, podrá ayudarnos a introducirnos más y mejor en este asunto. Parece que ninguna de las palabras antiguas expresa por sí sola todo lo que encierra nuestro actual concepto de bendición. El verbo hebreo barak, tan utilizado en el Antiguo Testamento y traducido al castellano por “bendecir”, significaba el deseo de dotar a alguien con el éxito, la prosperidad, la fecundidad. Ese es el sentido claro que aparece en el Génesis cuando Dios bendice al varón y a la mujer recién creados. Como puede observarse, su acento está puesto en el segundo de los tipos de bendiciones mencionados.

Ese verbo (barak) ha sido traducido por el griego eulogein cuyo significado clásico no era estrictamente el de desear el bien, sino el de decir bien, hablar con elegancia. Finalmente, el eulogein griego se tradujo al latín por la palabra benedicere de significado similar: hablar bien; pero no en un sentido estilístico del lenguaje sino hablar bien de algo o de alguien. El término latino benedictio (bendición) se extendió en el uso eclesiástico hasta comprender no sólo al barak hebreo sino también a los otros sentidos con los que hoy utilizamos la palabra bendición. Observemos que el bendecir una cosa o lugar, no puede significar de modo directo el desearle el bien, la prosperidad o la felicidad a esa cosa, sino más bien su consagración en función del bien de quien la utilice. Tampoco el bendecir a Dios significa desearle el bien – ¿qué sentido tendría?– sino que designa una actitud de alabanza o de acción de gracias.

Comencemos a centrarnos en el punto que especialmente nos interesa. ¿Qué piden las personas cuando piden una bendición? ¿Qué es lo que realmente se les “da” cuando se las bendice? Habría que distinguir, ciertamente, entre la bendición de personas y la bendición de objetos; aunque para ambos casos cabría el mismo interrogante: ¿qué realidad nueva o, si se quiere, qué “plus” de realidad le otorga una bendición al objeto o persona bendecida? ¿Le confiere, objetivamente hablando, alguna característica que antes no tenía? Pero no nos adelantemos, volvamos a la pregunta inicial: ¿qué piden las personas cuando piden una bendición?

Aún sin contar con un trabajo de campo sistematizado, parece razonable afirmar que ese pedido responde al anhelo de experimentarse especialmente protegidas o cuidadas por Dios. Las personas bendecidas, entonces, estarían en mejores condiciones que las no bendecidas para enfrentar tanto las vicisitudes de la vida diaria como algún hecho extraordinario o particular que tengan por delante: salir de viaje, someterse a una operación, asistir a una entrevista de trabajo, ir de misión. Algo similar parece ocurrir con la bendición de los objetos religiosos, así como con las viviendas, los comercios, los automóviles u otros bienes por el estilo. Tener una estampa, una medalla o un rosario bendecidos, no es lo mismo que tenerlos sin bendecir. Parece que estos objetos bendecidos poseen una mayor cercanía con lo divino, pasan a tener una dignidad diferencial que los convierte en instrumentos privilegiados de mediación con Dios. Esto, claro, en el mejor de los casos –que intuyo son la mayoría–; en otros, la bendición de un objeto lo lleva un poco más lejos, lo conduce a transformarlo en elemento de protección personal, algo no muy distinto a un amuleto o talismán. Claro que con una diferencia importante. Su calidad “protectora” no le viene de algún relato mítico-cultural, como en la pata de conejo, sino del mismísimo Dios.

Podemos decir, en breve e inicial síntesis, que quien pide una bendición, está anhelando situarse en una mayor inmediatez personal con Dios que la que antes tenía. Tal inmediatez diferencial, ciertamente, ofrecería un mayor estado de amparo y protección. Veamos ahora qué es lo que a las personas se le “da” cuando se las bendice.

Fuente:
Revista Vida Pastoral
Editorial San Pablo (Argentina)

miércoles, 17 de abril de 2013

El Papa Francisco constituye un grupo de cardenales para que le asesoren en el gobierno de la Iglesia y para revisar la Curia romana


2013-04-13 (RV).- Un Comunicado de la Secretaria de Estado hecho público esta mañana informa que, el Santo Padre Francisco, tomando en consideración una sugerencia surgida durante las últimas Congregaciones Generales precedentes al Cónclave, ha constituido un grupo de cardenales para que lo asesoren en el gobierno de la Iglesia universal y para estudiar un proyecto de revisión de la Constitución Apostólica Pastor Bonus sobre la Curia Romana.

El grupo está formado por 9 prelados: el cardenal Giuseppe Bertello, Presidente del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano; el cardenal Francisco Javier Errazuriz Ossa, arzobispo emérito de Santiago de Chile; el cardenal Oswald Gracias, Arzobispo de Bombay (India); el cardenal Reinhard Marx, Arzobispo de Munich-Frisinga (Alemania); el cardenal Laurent Monswengo Pasinya, Arzobispo de Kinshasa (República Democrática del Congo); el cardenal Sean Patrick O’Malley, Arzobispo de Boston (EEUU); el cardenal. George Pell, Arzobispo de Sidney (Australia); el Cardenal Oscar Andrés Maradiaga Rodríguez, Arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), con función de coordinador y Mons. Marcello Semeraro, Obispo de Albano, (Italia) con función de secretario.

La primera reunión colectiva del grupo tendrá lugar del 1al 3 del de octubre de 2013. Sin embargo, Su Santidad desde ahora está en contacto con los mencionados Cardenales.

Fuente:

martes, 16 de abril de 2013

El Misterio de la Encarnación - 2º Parte


El hecho de la Encarnación de Dios, que se hace un hombre como nosotros, nos muestra el realismo sin precedentes del amor divino. La acción de Dios, de hecho, no se limita a las palabras, es más podríamos decir que Él no se contenta con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí la fatiga y el peso de la vida humana. El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, nació de la Virgen María, en un tiempo y en un lugar específico, en Belén durante el reinado del emperador Augusto, bajo el gobernador Quirino (Lc 2,1-2); creció en una familia, tuvo amigos, formó un grupo de discípulos, dio instrucciones a los apóstoles para que continuaran su misión, completó el curso de su vida terrenal en la cruz.

Este modo de actuar de Dios es un poderoso estímulo para cuestionarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse a la esfera de los sentimientos y emociones, sino que debe entrar en la realidad de nuestra existencia, es decir, debe tocar nuestra vida de cada día y orientarla de manera práctica. Dios no se detuvo en las palabras, sino que nos mostró cómo vivir, compartiendo nuestra propia experiencia, salvo en el pecado.

El Catecismo de San Pío X, que algunos de nosotros hemos estudiado de niños, con su sencillez, a la pregunta: "¿Para vivir según Dios, ¿qué debemos hacer?", da esta respuesta: "Para vivir según Dios debemos creer las verdades reveladas por Él y observar sus mandamientos con la ayuda de su gracia, que se obtiene mediante los sacramentos y la oración". La fe tiene un aspecto fundamental que afecta no sólo la mente y el corazón, sino toda nuestra vida.

Un último elemento que propongo a vuestra reflexión. San Juan dice que el Verbo, el Logos estaba con Dios desde el principio, y que todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo, y que nada de lo que existe fue hecho sin Él (cf. Jn 1:1-3). El evangelista claramente alude a la historia de la creación que se encuentra en los primeros capítulos del Libro del Génesis, y los relee a la luz de Cristo.

Este es un criterio fundamental en la lectura cristiana de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo Testamento siempre deben ser leídos juntos y a partir del Nuevo se revela el sentido más profundo también del Antiguo. Aquel mismo Verbo, que siempre ha existido con Dios, que es Dios Él mismo y por el cual y en vista del cual todas las cosas fueron creadas (cf. Col 1:16-17), se hizo hombre: el Dios eterno e infinito se sumergió en la finitud humana, en su criatura, para reconducir el hombre y el conjunto de la creación a Él. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "la primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo brillo supera el de la primera" (n. 349).

Los Padres de la Iglesia han acercado a Jesús a Adán, hasta llamarlo "segundo Adán" o el nuevo Adán, la imagen perfecta de Dios. Con la Encarnación del Hijo de Dios tiene lugar una nueva creación, que nos da la respuesta completa a la pregunta "¿Quién es el hombre?". Sólo en Jesús se revela plenamente el proyecto de Dios sobre el ser humano: Él es el hombre definitivo según Dios.

El Concilio Vaticano II lo reitera firmemente. Dice así: "En realidad, sólo en el misterio del Verbo encarnado, encuentra verdadera luz el misterio del hombre... Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le revela su sublime vocación" 

El beso y su sentido litúrgico



El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la liturgia, más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados, aunque la reforma litúrgica haya suprimido algunos besos redundantes.

En casi todos los sacramentos se besa a las personas como signo de lo que quieren comunicar eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más expresiva­mente reciben este símbolo de aprecio "según la costumbre tradicional en la liturgia, la veneración del altar y del libro de los Evangelios se expresa con el beso".

Al comienzo de la Eucaristía se usa el beso como signo de veneración al altar. Es costumbre antiquísima en la liturgia cristiana: al menos desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se tiene a la "mesa del Señor", la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados a participar del Cuerpo y Sangre del Señor.

Es como un saludo simbólico, hecho de fe y de respeto, al comenzar la celebración. Con el correr de los siglos se habían añadido demasiados besos al altar. Actualmente han quedado sólo dos:

- el del comienzo de la celebración, que es el más antiguo, y que realizan no sólo el presidente, sino también el diácono y todos los concelebrantes.

- y el de despedida, que da sólo el presidente y el diácono, y no los concelebrantes.

También se besa el Evangelario. El que proclama la lectura del Evangelio, besa al final el libro. Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.

Si preside el obispo se le llevará para que también éste lo bese. El beso al Evangelario se inserta dentro de una serie de acciones simbólicas en torno al Evangelio: escucharlo de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio la señal de la cruz, incensarlo, etc.

El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar este gesto, se puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de manos, pero sobre todo en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una comunidad religiosa, es más expresivo el beso. El "ósculo de paz", como se llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de Cristo y en la comunión que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de acudir a la Mesa del Señor.

El beso a la Cruz es también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que damos a la Cruz en el rito de su adoración. También besa la Cruz el obispo, en la recepción en su Iglesia Catedral o al comienzo de la visita pastoral en una parroquia. Lo mismo en el rito de bendición de una nueva Cruz. También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero igualmente llenos de fe, como puede ser:

- el beso al Niño en las celebraciones de la Navidad, o

- el beso al crucifijo o a las imágenes sagradas, que mu­chos cristianos tenemos todavía la costumbre de dar.

Además de la Eucaristía, hay otras muchas celebraciones en que el beso se vuelve "litúrgico" y quiere expresar valores que contienen los diversos sacramentos. Sobre todo son significativos aquellos besos que se presentan como una bienvenida o una acogida oficial cuando una persona "entra en un estado" diferente dentro de su camino de fe:

- así, en las ordenaciones, al nuevo diácono le besan el obispo y los diáconos presentes; al nuevo presbítero, el obispo y los presbíteros presentes; al nuevo obispo, el obispo consagrante y los demás obispos presentes;

- lo mismo sucedía en los primeros siglos cuando un neófito, un recién bautizado, era besado por los ya cristianos, según describe Justino;

- en la Confirmación, el Ritual dice que el obispo saluda y desea la paz al confirmado, pero invita a las Conferencias Episcopales que piensen si es oportuno que le dé esa paz con algún gesto, podría ser el beso;

- en la celebración del Matrimonio, como una especie de ratificación del matrimonio, los mismos esposos “se dan la paz, según se juzgue oportuno”. En muchos casos este modo oportuno y espontáneo suele ser el besarse.

- la misma idea de acogida y bienvenida tiene el que los religiosos que profe­san sus votos perpetuos sean abrazados y besados por los que ya los ha­bían hecho con anterioridad.

Fuera de la liturgia, hemos besado muchas veces la mano de los sacerdotes - costumbre hoy en desuso - y muchos lo seguimos haciendo con los obispos. Un beso que ha quedado en la celebración litúrgica, por su particular significado, es el beso de los pies en el lavatorio del Jueves Santo. En aquellos lugares en los que besar no se considere una forma de reverencia se sustituirá este gesto por otro de reverencia de la cultura propia.

miércoles, 10 de abril de 2013

El Misterio de la Encarnación - 1º Parte


En el tiempo de la Navidad, la Iglesia se detiene en el gran misterio de Dios que bajó de su Cielo para entrar en nuestra carne. En Jesús, Dios se encarnó, se hizo hombre como nosotros, y así nos abrió el camino hacia su Cielo, hacia la comunión plena con Él.

El Hijo de Dios se hizo hombre, como recitamos en el Credo. Pero ¿qué significa esta palabra central de la fe cristiana? Deriva del latín "incarnatio". San Ignacio de Antioquía, a finales del siglo I y especialmente San Ireneo han utilizado este término, reflexionando sobre el Prólogo del Evangelio de San Juan, en particular sobre la expresión "La Palabra se hizo carne" (Jn 1,14).

Aquí la palabra "carne" –según la costumbre hebraica– se refiere a la persona integralmente, en su totalidad, a su aspecto de caducidad y temporalidad, su pobreza y su contingencia. Y ello para decirnos que la salvación traída por el Dios hecho carne en Jesús de Nazaret, abraza al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que se encuentre.

Dios tomó la condición humana para curar de todo lo que nos separa de Él, por lo que podemos llamar, en su Hijo unigénito, con el nombre de "Abba, Padre" y ser verdaderamente sus hijos. San Ireneo dice: "Esto es por qué el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios"

"El Verbo se hizo carne" es una de esas verdades a las que nos hemos acostumbrado tanto, que ya casi no nos impacta la magnitud del evento que expresa. Y de hecho, en este tiempo de Navidad, en el que esta expresión se repite a menudo en la liturgia, a veces se da mayor atención a los aspectos exteriores, a los "colores" de la fiesta, en lugar de estar atentos al corazón de la gran novedad cristiana que celebramos: algo absolutamente impensable, que sólo Dios podía obrar y en la que sólo se puede entrar con la fe.

El Logos que está con Dios, el Logos, que es Dios (cfr Jn 1, 1), para el cual fueron creadas todas las cosas (cfr. 1,3), que ha acompañado a los hombres en la historia con su luz (cfr. 1,4- 5; 1,9), se hace carne y pone su morada entre nosotros, se hace uno de nosotros (cfr. 1,14). El Concilio Ecuménico Vaticano II afirma: "El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado". (Constitución Gaudium et Spes, 22). Es importante, entonces, recuperar el asombro ante el misterio, dejarse envolver por la magnitud de este acontecimiento: Dios ha recorrido como un hombre nuestros caminos, entrando en el tiempo del hombre, para comunicarnos su propia vida (cfr. 1 Jn 1,1 - 4). Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que con su poder somete al mundo, sino con la humildad de un niño.

En el tiempo de la Navidad se suele intercambiar algunos regalos con las personas más cercanas. A veces puede ser un acto realizado por convención, pero en general expresa afecto, es un signo de amor y de estima. En la oración de las ofrendas de la Misa en la Solemnidad de la Navidad se dice: "Acepta, oh Padre, nuestra ofrenda en esta noche de luz, y por este misterioso intercambio de dones transformarnos en Cristo, tu Hijo, que elevó al hombre a tu lado en la gloria". El anhelo de la donación está en el corazón de la liturgia y recuerda a nuestra conciencia el don original de la Navidad: en esa noche santa de Dios, haciéndose carne, quiso hacerse don para los hombres, se entregó por nosotros, asumió nuestra humanidad para donarnos su divinidad.

La Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos


Más conocida como Orden de la Merced, fue fundada en 1218 por Pedro Nolasco, para la redención de los cristianos cautivos en manos de musulmanes. Los mercedarios se comprometen con un cuarto voto, añadido a los tradicionales de pobreza, obediencia y castidad de las demás órdenes, a liberar a otros más débiles en la fe, aunque su vida peligre por ello. Así, desde la restauración de la Orden en 1880 por el Maestro General P. Pedro Armengol Valenzuela, se produjo una reflexión para profundizar en cuál debía ser la tarea de los mercedarios en los nuevos tiempos.

En España, la conquista de la Península Ibérica por los árabes en el año 711 y la subsiguiente resistencia cristiana, llevó a un conflicto de más de siete siglos. En el marco del mismo, ya sea en batallas o razzias los dos bandos hacían cautivos que eran reducidos a servidumbre y estaban en peligro de perder la fe. Frente a esta situación las autoridades públicas cristianas intentarán crear sistemas de redención de esos cautivos. Ante esta situación la misma Iglesia se sentía concernida, llegando a ofrecer indulgencias de Cruzada a quienes defiendan a los cristianos de las razzias musulmanas. Es en este contexto histórico en el que va a surgir la Orden de la Merced.

De Pedro Nolasco, el fundador de la Orden conocemos poco. Un joven mercader de telas de Barcelona, intentó poner remedio a esta situación. Pronto empezó a actuar en la compra y rescate de cautivos, vendiendo cuanto tenía. La noche del 1 de agosto de 1218 se le apareció la Virgen María, le animó en sus intentos y le transmitió el mandato de fundar la Orden Religiosa de la Merced para la Redención de los Cautivos. Esta advocación mariana, que nace en España, se difundirá por el resto del mundo. Fue aprobada por la Santa Sede en 1265. Fue así como Pedro Nolasco funda una orden dedicada a la "merced" (realización de una buena acción sin esperar nada a cambio). Su misión era, pues, la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes. Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos.

El reconocimiento oficial de la Iglesia vino de la mano del Papa Gregorio IX, quien aprobó la orden el 17 de enero de 1235, dándoles la regla de San Agustín. Estaba compuesta por religiosos y caballeros (frailes legos o coadjutores) que recibieron la institución canónica del obispo de Barcelona y la investidura militar del rey Jaime I el Conquistador. Basándose en toda la experiencia acumulada sobre los rescates de cautivos, el Rey Alfonso X de Castilla, yerno del rey Jaime I el Conquistador, recoge en las Siete Partidas, cómo habían de producirse dichos rescates.

Desde 1259 los padres Mercedarios empezaron a difundir la devoción a la Virgen de la Merced (o de las Mercedes), extendiéndola por el mundo. El culto se difundió muy pronto por Cataluña y por toda España, Francia e Italia a partir del siglo XIII. Llegarán al continente americano y pronto la devoción a la Virgen de la Merced se propaga ampliamente. En República Dominicana, Perú, Argentina, Venezuela y muchos otros países, la Virgen de la Merced es muy conocida y venerada.

martes, 9 de abril de 2013

Día Internacional del Beso


El 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso, una fecha que surgió gracias al beso más largo de la historia, que duró 46 horas 24 minutos y 9 segundos. En muchas ciudades, diversos tipos de concursos se organizan este día, principalmente aquellos en los que los participantes deben establecer registros de besos.

El 6 de julio es el Día del Beso Robado, que se festeja en el Reino Unido y es una celebración por aparte (aunque similar) a la del Día Mundial del Beso, el 13 de abril. La idea detrás del Día Internacional del Beso es que al parecer muchas personas han olvidado los simples placeres asociados con el beso por el beso mismo, a diferencia del besarse como mera formalidad social o como preludio de las relaciones sexuales o de otras actividades. El besarse puede ser una experiencia gozosa y placentera por sí misma. Es una expresión de la intimidad.

También ha funcionado como contrapeso a prohibiciones que existen en algunas ciudades y en algunos países que impiden que las personas se besen o incluso se abracen: por ejemplo, el caso de un profesor que fue arrestado unas horas en la ciudad de León, en el estado de Guanajuato, en México.

Refugiarme en las heridas del Amor de Jesús, Francisco en San Juan de Letrán


El pasado domingo 07 de abril de 2013, Festividad de la Divina Misericordia a las 17,30, en la basílica de San Juan de Letrán el Papa Francisco celebró la Santa Misa con motivo de la toma de posesión de la cátedra romana en su calidad de Obispo de Roma.

En su homilía entre otras cosas, “Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía”.

Y recordó que “en el Evangelio, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: «Señor mío y Dios mío»: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente”.

De la misma manera en su homilía Francisco invitó “a pensar en los dos discípulos de Emaús: el rostro triste, un caminar errante, sin esperanza. Pero Jesús no los abandona: recorre a su lado el camino, y no sólo. Con paciencia explica las Escrituras que se referían a Él y se detiene a compartir con ellos la comida. Éste es el estilo de Dios: no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, Él está preparado para abrazarnos”.

“A mí me produce siempre – dijo Francisco– una gran impresión releer la parábola del Padre misericordioso, me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza. Y subrayó otro elemento: la paciencia de Dios – dijo – debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos”.

Fuente:

martes, 2 de abril de 2013

Una mirada catequística sobre los primeros pasos de Francisco, pastor de la Iglesia


Vamos a compartir un extracto de un artículo que escribiera Marcelo Murúa, catequista laico de Argentina, por medio de su sitio BuenasNuevas.com. Creo que existe una dimensión altamente positiva en la renuncia de Benedicto, al hacer visible la humanidad del pastor que se descubre limitado para desempeñar su función y por esto, en un gesto enorme de humildad, da un paso al costado para que otra persona lo pueda suceder y seguir adelante el ministerio, que es siempre más importante que las personas.

Como sabemos, Benedicto es uno de los pocos papas que ha renunciado en la historia de la Iglesia, y el primero que lo hace sin presiones y libremente (en las renuncias anteriores se mezclan circunstancias históricas y “juegos de poder”). Su gesto, lleno de humildad y sabiduría, enseña a todos los que alguna vez ocupamos algún lugar de servicio y responsabilidad en la Iglesia en cualquier estamento, que nadie es imprescindible; que hay un tiempo para cada cosa; que uno puede servir en un puesto de conducción y luego “bajar” a otro lugar para continuar sirviendo de otra manera.

Me parece que el hermoso texto de Eclesiastés, Ecl. 3, 1-9 el cual nos presenta que en la vida (y en las cosas de Dios) hay un tiempo para cada cosa, puede ayudar a iluminar el trabajo catequístico sobre este aspecto muy positivo de la renuncia del Papa. Así se lo comenté a la catequista de Salta, y le sugerí algún trabajo para realizar, a partir del texto bíblico, y relacionarlo con la renuncia del papa, quien después de un tiempo de servir como pastor de toda la Iglesia, ha decidido buscar un tiempo de oración y descanso.

Pero también creo, y me parece honesto como persona que ama a la Iglesia, signo del Reino, señalar que existe un segundo componente, no menos importante, en la renuncia del papa, que es la sumatoria de algunas situaciones de corrupción y escándalo en el interior de la Iglesia. Es conocido que el papa Benedicto recibió un informe detallado sobre estas situaciones, encargado por él mismo a tres cardenales de su confianza. Son conocidos también los cambios que, en su pontificado, se han realizado en el protocolo a seguir por las diócesis en casos de denuncias de abuso sexual, a fin de actuar con decisión, transparencia y cercanía con las posibles víctimas.

Son conocidas también las circunstancias poco claras de los manejos financieros que, desde hace tiempo, afectan al IOR (Instituto para la  Obras Religiosa, conocido popularmente como “el banco del Vaticano”). Son conocidas también por todos los que amamos la Iglesia y la queremos más cercana al proyecto de Jesús, las intrigas de poder que a veces envuelven a quienes conforman la llamada Curia Vaticana, que poco tienen que ver con la experiencia más sencilla de Iglesia fraterna y cercana que se vive en la mayoría de los ambientes eclesiales católicos de todo el mundo.

Creo que la suma de estas situaciones ha contribuido también a la decisión del papa Benedicto de renunciar para permitir que otra persona, con fuerzas renovadas, pueda emprender un camino que ayude a la Iglesia a despojarse de todas las situaciones de pecado que ensombrecen su misión y, al mismo tiempo, emprender un camino de acercamiento al mundo, a los hombres y mujeres de hoy, para ofrecer con renovado vigor su tesoro: el Evangelio de Jesús, la Misericordia del Padre, el ánimo y la presencia del Espíritu Santo en nuestra historia.

En la elección de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, la Iglesia rompió una tradición de casi 500 años (el último papa no italiano fue Adriano VI,  de origen holandés, 1522-1523) y nombró como Papa a un polaco. En la elección de Jorge Bergoglio, el papa Francisco, la Iglesia da un paso adelante en el reconocimiento de la creciente importancia de las iglesias más jóvenes (América, Africa, Asia) eligiendo a un hombre que viene, en sus palabras, “de los confines del mundo” (haciendo alusión a la posición periférica de la república Argentina en la geografía mundial).

Francisco, la fuerza evangélica de los gestos

El nombre tiene, en las categorías bíblicas, un hondo significado existencial, pues está relacionado con la identidad de la persona, con lo que es y está llamado a ser. El nombre de los papas recoge esta fuerza simbólica que expresa el camino del cristiano como un nuevo nacimiento (cfr. Jn. 3, 3 Jesús y Nicodemo; Mt. 16, 18 Jesús y la fe de Pedro). En la historia de la Iglesia se han repetido en numerosas ocasiones, ciertos nombres, y hay otros que no se han utilizado.

Cuando un papa elige un nombre que ya se ha utilizado muestra cierto reconocimiento o identificación con la persona, enseñanzas o circunstancias históricas de su antecesor (en llevar ese nombre). Es el caso de Benedicto XVI, quien eligió su nombre teniendo en cuenta a su antecesor, Benedicto XV.

En el caso de Juan Pablo I, su nombre compuesto señaló su deseo de continuidad con las figuras emblemáticas de Juan XXIII y Pablo VI, sus antecesores inmediatos, Papas que convocaron e iniciaron (Juan XXIII) y llevaron adelante (Pablo VI) el Concilio Vaticano II, la gran experiencia del Espíritu en la Iglesia de nuestros días.

Juan Pablo II, elegido tras la muerte temprana de Juan Pablo I (su pontificado duró solo 33 días), mantuvo el mismo nombre.

El nuevo Papa, Jorge Bergoglio, pidió llamarse “Francisco”, un nombre que no había sido nunca utilizado y que tiene un gran valor simbólico.

Como él mismo señaló, el nombre se inspira en san Francisco de Asís, el santo de los pobres, quien en tiempos del Medioevo, se dedicó por entero a predicar el evangelio en su forma más simple: con su vida.

El nombre Francisco evoca, en ámbitos eclesiales y espirituales, varios significados hondamente representativos para nuestros tiempos:

- Francisco es el hombre de la fraternidad.
- Francisco es el hombre de oración e intimidad con Dios.
- Francisco es el hombre que opta por los pobres.
- Francisco es el hombre de una vida austera.
- Francisco es el hombre en comunión con la naturaleza.
- Francisco es el hombre al que Dios pide “reconstruir su Iglesia”.

En sus tiempos la Iglesia estaba muy “contaminada” por el lujo y el poder, y la aparición de Francisco y su seguidores constituye el inicio de una renovación y vuelta a la “simplicidad del Evangelio”. Al elegir un nuevo nombre, nunca antes utilizado, el papa Francisco da una señal de nuevos tiempos, de comienzo de un camino.

¿Será este el inicio de:

- una reconstrucción de la Iglesia para liberarla de sus cargas y hacerla más transparente al Evangelio?

- un tiempo de comunión con la naturaleza, expresada en una opción de la Iglesia por  el cuidado de la Tierra que es de todos?

- la oportunidad de una Iglesia más austera, que exprese con su vida lo que enseña con sus palabras?

- un testimonio profético que nos muestre más cercanos al mundo de los pobres, de los marginados y excluidos, que nos ayude a reconocer el rostro sufriente de Cristo en los rostros sufrientes de hoy?

- una Iglesia del Espíritu, más orante y contemplativa, en búsqueda continua del ejercicio del discernimiento para hallar en la vida personal, comunitaria y social la voluntad de Dios (su proyecto, su querer)?

- un tiempo que invite a los cristianos a ser, ante todo, hombres y mujeres de fraternidad, para ayudar junto con otros, a construir un mundo de hermanos?

Personalmente quiero creer que sí. Quiero pensar con empecinada esperanza que podemos, al interior de la Iglesia, vivir una auténtica conversión, empezando por cada uno y guiados por nuestros pastores, para recorrer un camino más fiel al Evangelio de Jesús.

Dicen los que conocieron personalmente a Jorge Bergoglio que era común que se despidiera pidiéndole a su interlocutor que orara por él.

Fue lo primero que pidió al pueblo de Roma, y en él a toda la Iglesia, al presentarse como el Papa elegido.

Creo, como muchas personas de buena voluntad en la Iglesia y fuera de ella, que necesitamos cambios, algunos urgentes y significativos, para poder vivir con mayor fidelidad y coherencia el evangelio de Jesús, que es nuestro tesoro, el gran aporte que podemos hacer los cristianos al mundo.

Soy consciente de que la Iglesia, como institución que tiene dos milenios de historia y está constituida por hombres y mujeres, atravesados por la presencia amorosa del Bien (Dios) y también por la presencia del Mal (Pecado), no puede cambiar todo con una sola persona, los cambios duraderos son procesos colectivos; pero creo que algunos liderazgos eficaces y llenos del Espíritu pueden lograr cambios renovadores y abrir caminos fecundos (Juan XXIII – Concilio Vaticano II).

Por eso, con el entusiasmo y el sueño de ver y hacer (cada uno desde su aporte y misión) una Iglesia más cercana, más evangélica, más servidora, más signo del Reino en nuestros días, me sumo al pedido del papa Francisco a orar por él, y a orar por la Iglesia también, para que a través de su misión brille en el mundo “la luz de los Pueblos que es Cristo”.

Fuente:

La Revelación de Dios al Hombre – 2º Parte


El término "nombre de Dios" significa Dios como Aquel que está presente entre los hombres. A Moisés en la zarza ardiente, Dios había revelado su nombre, se había hecho invocar, había dado una señal concreta de su "existencia" entre los hombres. Todo esto encuentra cumplimiento y plenitud en Jesús: Él inaugura de forma nueva la presencia de Dios en la historia, porque el que le ve a Él, ve al Padre, como dice a Felipe (cf. Jn 14:9). El Cristianismo –dice San Bernardo– es la "religión de la Palabra de Dios", no de, "una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo". En Jesús toda la Palabra está presente. En Jesús incluso la mediación entre Dios y el hombre encuentra su plenitud.

Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, no es uno más de los mediadores entre Dios y el hombre, sino "el mediador" de la nueva y eterna alianza (cf. Heb 8:6; 9.15, 12.24), "un sólo, de hecho, es Dios - dice Pablo - y un solo uno el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" (1 Timoteo 2:5, Gálatas 3:19-20). En él podemos ver y conocer al Padre; en Él podemos invocar a Dios como "Abba, Padre" en Él nos vienen dada la salvación. El deseo de conocer a Dios realmente, es decir, de ver el rostro de Dios, está en todos los hombres, incluso en los ateos. Y nosotros tenemos este deseo consciente de ver quién es, qué es, qué es para nosotros. Pero este deseo se realiza siguiendo a Cristo, así vemos la espalda y vemos, por fin, a Dios como a un amigo, su rostro en el rostro de Cristo. Es importante que sigamos a Cristo pero no sólo cuando lo necesitamos y cuando encontramos un espacio de tiempo, entre los miles quehaceres de cada día, sino con nuestra vida.

Toda nuestra existencia debe estar orientada al encuentro con Él, al amor hacia Él y en ella, el amor al prójimo debe tener asimismo un lugar central. Ese amor que, a la luz del Crucificado, nos hace reconocer el rostro de Jesús en el pobre, en el débil y en el que sufre. Ello es posible sólo si el verdadero rostro de Jesús se nos ha vuelto familiar, en la escucha de su Palabra –en el diálogo interior con su Palabra para que lo podamos encontrar a Él verdaderamente– y naturalmente en el Misterio de la Eucaristía. En el Evangelio de Lucas es significativo el pasaje de los dos discípulos de Emaús, que reconocieron a Jesús al partir el pan.

Pero preparados por el camino, preparados por la invitación que le hacen para que se quede con ellos, preparados por el diálogo que hizo arder sus corazones. Así ven al final a Jesús. También para nosotros, la Eucaristía es, preparada por una vida en diálogo con Jesús, la gran escuela en la que aprendemos a ver el rostro de Dios, entramos en relación íntima con Él; y aprendemos al mismo tiempo a dirigir la mirada hacia el momento final de la historia, cuando Él nos saciará con la luz de su rostro. En la tierra caminamos hacia esta plenitud, en la espera gozosa que se cumpla el Reino de Dios.

Fray Carlos de Dios Murias


Carlos de Dios Murias, fue un fraile franciscano argentino secuestrado, torturado y asesinado junto con el presbítero francés Gabriel Longueville poco después de iniciarse la última dictadura militar en la Argentina. Fiel al estilo pastoral de su obispo Enrique Angelelli caracterizado por la opción preferencial por los pobres, fue el propio Angelelli quien se refirió a ambos como «mártires» en la misa previa a su entierro. Su causa de canonización fue firmada en mayo de 2011 por el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco.

Carlos Murias nació en San Carlos Minas, provincia de Córdoba, el 10 de octubre de 1945. Su madre era maestra en el pueblo de Villa Giardino y su padre, un rico agente de bienes raíces y político muy conocido en la zona, proyectó para su hijo una carrera militar con la cual él no estaba de acuerdo. Así, Carlos cursó la escuela superior en el Liceo Militar de Córdoba, pero al finalizar los estudios abandonó ese proyecto paterno para entrar en el seminario. Se vinculó crecientemente con la Orden de Frailes Menores: ingresó en 1965 e hizo el noviciado y la profesión simple en 1966. El 3 de diciembre de 1972 fue ordenado sacerdote en Buenos Aires por el obispo Mons. Enrique Angelelli. Murias solicitó expresamente ser ordenado por el obispo de la diócesis de La Rioja, reconocido por su opción preferencial por los pobres y por su cuidado pastoral de los campesinos.

Murias comenzó su vida como fraile en el Seminario menor ubicado en las afueras de Moreno (Buenos Aires), y continuó luego en los barrios más pobres de una parroquia franciscana en José León Suárez (Buenos Aires), pero terminó por solicitar a sus superiores la autorización para trasladarse a la diócesis de La Rioja a fin de colaborar con Angelelli. En 1975, consiguió dicha autorización del Custodio provincial, fray Jorge Morosinotto. La situación en la provincia de La Rioja se caracterizaba por las fuertes diferencias sociales: por una parte, unas pocas familias ricas y poderosas, poseedoras de grandes extensiones de tierra y dueñas de yacimientos mineros; por otra, la gran mayoría de la población pobre, con alto porcentaje de peones o minifundistas que trabajaban parcelas de tierra pequeñas con implementos muy rudimentarios, que vivían del pastoreo de ganado ovino o caprino, o que eran empleados estatales, provinciales, o municipales. Murias y el presbítero francés Gabriel Longueville fueron designados por Angelelli como vicario y párroco respectivamente de Chamical, por entonces un pequeño pueblo conformado fundamentalmente por agricultores.

Luego de iniciada la dictadura militar de 1976, Murias comenzó a recibir avisos y citaciones en los cuarteles, donde los soldados explicaban que «La tuya no es la Iglesia en la que creemos». En una de sus últimas homilías, fray Carlos de Dios Murias dijo:
“Podrán callar la voz de este sacerdote. Podrán callar la voz del obispo, pero nunca podrán callar la voz del Evangelio”

El 18 de julio de 1976, Murias y Longueville fueron secuestrados de la casa de unas religiosas donde habían cenado. Unos desconocidos que portaban credenciales y que se presentaron diciendo pertenecer a la Policía Federal solicitaron a los sacerdotes que los acompañaran hasta la ciudad de La Rioja. Sin embargo, en vez de conducirlos a la capital riojana, fueron trasladados y encarcelados en la Base de la Fuerza Aérea de Chamical donde se los interrogó y torturó con alevosía antes de matarlos. Dos días después, una cuadrilla de obreros ferroviarios encontró los cadáveres de Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville en la Ruta 38, a 5 km de la ciudad de Chamical, acribillados a balazos, maniatados y con signos de haber sido brutalmente torturados. Al fraile le habían arrancado los ojos y mutilado las manos antes de morir.

El 22 de julio, Enrique Angelelli presidió una Misa concelebrada, previa al entierro de sus sacerdotes. En su homilía mencionó la muerte de Murias y Longueville como «sangre mártir»:

“¿Y en qué consiste para mí la última predicación? Es muy simple y muy difícil en la vida ser consecuente. Porque en la vida (Murias y Longueville) fueron consecuentes, tuvieron el privilegio y la elección de Dios de atestiguar, rubricar, lo que es ser cristiano, con su propia sangre. ¿Qué significa mártir o testigo, testigo de la Resurrección del Señor? Es testigo el que ha visto, el que ha tocado, el que ha oído, el que ha experimentado y el que ha sido elegido y además enviado para que vaya y les diga a todos: ¡El Señor ha resucitado! Por eso, esta sangre es feliz, sangre mártir, derramada por el Evangelio, por el nombre del Señor, y para servirles y anunciarles la Buena Nueva de la Paz, la Buena Nueva de la felicidad, según esto que hemos leído en Mateo. No es con otro contenido la pregunta, por eso es absurdo no comprender esto. Lo dice el Evangelio, no lo dice el obispo de La Rioja. Yo tengo el deber de anunciarlo, primero, que lo tengo que predicar a mí mismo y segundo a ustedes; y también cuando los insulten, los persigan, los calumnien por Su Nombre. ¡Siéntanse felices, porque ya están escritos sus nombres en el cielo! Como están escritos los nombres de Gabriel, de Carlos en el Libro de la Vida. Ellos fueron testigos, testigos del contenido de las Bienaventuranzas: felices los pobres, felices los mansos, felices los misericordiosos...”

Por disposición de las autoridades militares, el comunicado del Obispado informando del suceso no pudo ser difundido en los diversos medios de comunicación, ni siquiera como aviso fúnebre. El 4 de agosto de 1976, Enrique Angelelli falleció mientras conducía su vehículo en la carretera. Su muerte fue presentada por las autoridades militares como accidente automovilístico, aunque existen sospechas fundadas de que se trató de un asesinato encubierto. El 7 de diciembre de 2012 el Tribunal Oral Federal de La Rioja, condenó a prisión perpetua al ex comandante del ejército Luciano Benjamín Menéndez, el ex vicecomodoro Luis Fernando Estrella y el ex jefe policial Domingo Benito Vera por crímenes de lesa humanidad cometidos en esa provincia durante la última dictadura militar, al encontrarlos culpables por los homicidios de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville.

Así, el crimen de Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville se convirtió, junto con el del sacerdote capuchino Carlos Bustos, el de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, y el de los padres palotinos Alfredo Leaden, Pedro Dufau y Alfie Kelly, en uno de los asesinatos de religiosos durante el Proceso de Reorganización Nacional que más repercutieron en la opinión pública internacional. Se sumaron además las muertes de monseñor Angelelli, obispo de la diócesis de La Rioja, y de Carlos Ponce de León, obispo de la diócesis de San Nicolás. En el lugar en que se encontraron los cadáveres de Murias y Longueville se erigieron monolitos y una gruta en su memoria, la cual es visitada cada 18 de julio por cientos de peregrinos.

El padre Carlos Trovarelli, provincial de los franciscanos en Argentina y Uruguay, señaló que la causa para la canonización de Carlos de Dios Murias fue aprobada («firmada») por el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio —hoy papa Francisco— en mayo de 2011, y que lo hizo con discreción, para que no fuera bloqueada por otros obispos argentinos que estaban en contra de iniciativas similares basadas en el compromiso social de los sacerdotes.

Según el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, la causa de Murias es llevada por la Diócesis de La Rioja. Si bien se estima factible su beatificación durante el papado del propio Francisco, el proceso de canonización podría llevar varios años. En efecto, el delegado episcopal para las Causas de los Santos, Mons. Santiago Olivera, informó desde Roma a la Agencia Informativa Católica Argentina que el proceso del padre Murias está en su fase diocesana, consistente en la recolección de evidencia y testimonios sobre su figura, y que recién al concluirse se enviaría a la Santa Sede.

lunes, 1 de abril de 2013

Documentos del Papa Francisco


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EVANGELII GAUDIUM

CARTA ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI