martes, 24 de febrero de 2015

¿Cómo hacía Jesús sus milagros?


Que Jesús hacía milagros nadie lo duda. Ellos ocupan un lugar importante de su vida pública. El problema es: ¿en qué consistían los milagros de Jesús? Los evangelistas relatan diversos tipos de milagros. Algunos verdaderamente espectaculares, como la resurrección de Lázaro después de haber estado cuatro días muerto. Otros, más curiosos, como el hacer aparecer una moneda en la boca de un pez, o pegarle la oreja cortada a un soldado. O más enigmáticos, como maldecir una higuera porque no tenía frutos y secarla instantáneamente.

Son 35 los milagros realizados por Jesús que aparecen descritos en los evangelios, y pueden clasificarse en tres categorías: milagros sobre las personas, milagros sobre la naturaleza, y resurrecciones. Se llaman “milagros sobre las personas” a las sanaciones que Jesús obraba sobre los enfermos. Como la curación de los diez leprosos, o de la mujer encorvada, o del endemoniado de los sepulcros. Son en total 23. Los “milagros sobre la naturaleza”, como su nombre lo indica, son los prodigios que Jesús realizó sobre los distintos elementos naturales. En los evangelios hay 9, y son: la conversión del agua en vino, la tempestad calmada, Jesús caminando sobre las aguas, la multiplicación de 5.000 panes, la multiplicación de 4.000 panes, la primera pesca milagrosa, la moneda en la boca de un pez, la higuera seca y la segunda pesca milagrosa.

Finalmente tenemos 3 resurrecciones hechas por Jesús: a la hija de Jairo (Mt 9,18), al hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11) y a Lázaro (Jn 11). Desde antiguo se intentó dar una definición de los milagros. Y el hecho de que éstos interrumpan el curso natural de los acontecimientos (así, el agua debe seguir siendo agua, no cambiarse en vino; un muerto debe seguir muerto, no abrir los ojos y levantarse), ha llevado a muchos teólogos a formular una definición que hoy es casi oficial del milagro: sería “todo hecho en el que se suspenden las leyes de la naturaleza”. Esto quiere decir que cuando se está ante un fenómeno extraordinario, como por ejemplo la curación de una enfermedad, se debe analizar el hecho según todas las posibilidades científicas y técnicas que existen. Y si después de un exhaustivo estudio se concluye que tal sanación es inexplicable y que va contra todas las leyes de la naturaleza, estamos entonces ante la presencia de un milagro. Por que las leyes de la naturaleza, que deberían haberse comportado de cierta manera, aparecen “suspendidas”, “interrumpidas” por una fuerza superior, en este caso de Dios, que produjo el milagro.

Pero esta definición de milagro ofrece muchos problemas. En primer lugar, porque en la época de Jesús no se sabía que existían ciertas “leyes” en la naturaleza. Y por lo tanto los apóstoles no podían saber si Jesús, cuando por ejemplo hacía levantar a un paralítico de su camilla (Mc 2,1) o curaba a un sordomudo poniéndole saliva en la lengua (Mc 7,31), estaba transgrediendo tales leyes naturales. Simplemente se maravillaban. En segundo lugar, porque ni siquiera hoy se dominan todas las leyes de la naturaleza. Periódicamente se des cubren otras nuevas, que modifican, corrigen o completan los conocimientos que teníamos, y hacen que lo que antes resultaba inexplicable y antinatural, hoy tenga explicación. Así, por ejemplo, mientras antigua mente se consideraba un “milagro” (es decir, una interrupción de las leyes naturales) al hecho de que ciertos santos se elevaran en el aire mientras celebraban misa, tuvieran impresas las llagas de la pasión de Cristo, emitieran luz, o permanecieran incorruptos durante siglos después de muertos, hoy estos fenómenos pueden ser explicados por causas naturales gracias al avance de los conocimientos científicos.

Por lo tanto frente a un hecho in comprensible nadie puede afirmar, con certeza absoluta, que todas las leyes naturales posibles quedaron interrumpidas. A lo sumo, las conocidas hasta el presente. En tercer lugar, si el milagro fuera la suspensión de las leyes de la naturaleza, ¿para qué querría Dios violar las mismas leyes que Él puso? ¿Para mejorarlas? Eso significaría que están mal hechas y que Él las podría haber creado mejor. ¿Para demostrar de manera evidente su poder? Si con el milagro se pudiera “demostrar” la existencia de Dios, entonces la fe desaparecería, y Dios pasaría a ser una certeza conocida científicamente. Si con el milagro se pudiera “probar” positivamente a Dios, entonces todo el mundo estaría obligado a creer en Él (como creemos en la existencia del presidente de los Estados Unidos, o del Papa, gracias a las señales que nos llegan por los medios de comunicación), y no existirían los ateos.

Pero lo cierto es que ningún acontecimiento, por maravilloso e inexplicable que sea, puede hacer “evidente” la existencia de Dios. En Él se cree por fe, es decir, sin “ver” nada. Por lo tanto, la definición del milagro como “aquello que no tiene explicación por las leyes de la naturaleza” hoy resulta inadmisible. ¿Cómo definirlo entonces? Para saberlo, debemos volver a los evangelios mismos y ver qué dicen. Para los hombres del tiempo de Jesús, un milagro era un hecho asombroso, sorprendente, que dejaba a todos maravillados, pero frente al cual no se preguntaban si tenía explicación o no. Les bastaba que fuera poco frecuente, para que su fe les dijera que se trataba de un “signo” de la presencia de Dios. O sea que el milagro en el Evangelio tiene dos elementos: a) un hecho fuera de lo común, algo extraordinario (que todos podían ver); b) el des cubrimiento, en él, de la mano de Dios (que lo hace sólo el creyente).

Por lo tanto, los evangelistas no se preguntaban nunca si lo que Jesús hacía era naturalmente posible o imposible. Les bastaba que fuera algo poco frecuente, y que con la fe creyeran que allí estaba actuando Dios, para que a eso le llamaran “milagro”. Ya en el Antiguo Testamento vemos como el libro del Éxodo, al contar la huida de los hebreos de Egipto, dice que las aguas del Mar se abrieron porque Moisés extendió su mano sobre ellas. Pero luego el mismo libro agrega que fue porque un viento fuerte del Este sopló durante toda la noche y secó el mar (14,21). La misma palabra “milagro” viene del latín “mirari”, que significa “admirarse”. La condición, pues, para que haya milagro, es que se trate de un hecho ante el cual la gente se admire, sin importar si tiene explicación o no.

Podemos, concluir que los milagros que Jesús realizaba no debieron de ser tan espectaculares e impactantes, porque si no todo el mundo habría estado obligado a creer en Él y a aceptarlo. ¿Por qué, entonces, se abrieron las aguas del Mar? ¿Por una fuerza inexplicable de Dios, o por un fuerte viento que hubo ese día? Para los israelitas era lo mismo. Un fuerte viento había soplado esa noche, y la fe de ellos les hizo ver que Dios estaba allí presente. Había, pues, un milagro. Porque: a) no era esperable que soplara un fuerte viento justo ese día; y b) los israelitas sintieron la presencia de Dios en ese acontecimiento.

Si nos ponemos ahora a analizar los milagros de Jesús llegamos a la misma conclusión. No hay duda de que realizaba hechos asombrosos, no esperados de cualquier persona, sino sólo de alguien con su extraordinaria irradiación personal. Pero de ahí a pensar que tales hechos suspendían las leyes de la naturaleza es ir más allá de las enseñanzas del Evangelio. Ya san Agustín, en su famoso libro sobre la Trinidad, afirmaba que los milagros bíblicos nunca superan las leyes de la creación. Que, por ejemplo, Jesús tomara de la mano a la suegra de Pedro y la curara, era un verdadero “milagro” para los discípulos de Jesús, aun cuando hoy algún psiquiatra pueda explicar este prodigio por las leyes de la psicología.

Lo mismo ocurre con el prodigio obrado en favor del centurión romano. Éste va a buscar a Jesús para que lo cure a un servidor suyo paralítico. Jesús le dice que vuelva tranquilo porque su servidor ya está mejor. Cuando el oficial regresa a su casa, encuentra al enfermo curado. ¿Acaso eso mismo no ocurre hoy todos los días? Un creyente va a pedirle a Jesús por una persona enferma. Quizás va a la Iglesia, o a un templo, o a una capilla. Luego regresa a su casa y descubre que esa persona está mejor. El problema es que casi nadie ve en estos casos un milagro porque la curación generalmente tiene alguna explicación natural (la persona fue atendida por los médicos, le dieron remedios adecuados). En cambio el que tiene fe, descubre allí el mismo tipo de milagro relatado por los evangelios.

Fuente:
Artículo extractado de la revista “Vida Pastoral” de la Editorial san Pablo - Argentina

Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo

La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (también llamada Orden de los Carmelitas) es una orden religiosa que surgió alrededor del Siglo XII, cuando un grupo de ermitaños, inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en el Monte Carmelo, considerado el jardín de Palestina ("Karmel" significa "jardín").

Del profeta Elías han heredado la pasión ardiente por el Dios vivo y verdadero, lo que se ve reflejado en el lema de su escudo: Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos, 1Reyes 19:14.

En medio de las celdas construyeron una iglesia, que dedicaron a su patrona, la Virgen María, a quien veneran como Nuestra Señora del Carmen. Tomaron así el nombre de "Hermanos de Santa María del Monte Carmelo"

El patriarca de Jerusalén, Alberto, les entregó en el año 1209 una regla de vida, que sintetiza el ideal del Carmelo: vida contemplativa, meditación de la Sagrada Escritura y trabajo.

El ropaje carmelita está conformado por una túnica de color marrón y un escapulario del mismo color. Según la tradición, el domingo 16 de julio de 1251, la Santísima Virgen María se apareció en Cambridge, Inglaterra, a San Simón Stock, a quien entregó el Escapulario del Carmen.

Los Ermitaños de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo o Carmelitas Ermitaños son una rama de la Orden de los Carmelitas que se originó con los monjes ermitaños que, desde el siglo XIII, se convirtieron en la mayor parte en frailes mendicantes. Sin embargo, los Carmelitas Ermitaños de la rama masculina de la Orden de los Carmelitas no se consideran como los frailes carmelitas de la vida activa y apostólica. En la actualidad, los Carmelitas Ermitaños son comunidades separadas, hombres y mujeres que viven una vida de clausura, inspirados por la vida monástica antigua Carmelita, bajo la autoridad del Prior General de la Orden Carmelita de la Antigua Observancia.

Nuestra Señora del Monte Carmelo es la patrona principal de este tipo de comunidades carmelitas. Esta rama se basa, por regla general, el primitivo carisma carmelitano de la Antigua Observancia, aún compartiendo la riqueza espiritual de la rama reformada de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Carmelitas Descalzas
En el año 1562, Santa Teresa de Jesús efectuó una reforma en la orden religiosa y fundó el primer convento de Carmelitas Descalzas en la ciudad de Ávila. Posteriormente, junto con San Juan de la Cruz, fundó el ramo de los Carmelitas Descalzos.

Carmelitas Descalzos
A partir del año 1562, Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz impulsaron la reforma del Carmelo, fundando los primeros monasterios de Carmelitas Descalzos. La nueva regla busca retornar a la vida centrada en Dios con toda sencillez y pobreza, como la de los primeros eremitas del Monte Carmelo.

Los Carmelitas Descalzos se dividen en tres ramas: frailes (Primera Orden), monjas contemplativas (Segunda Orden) y hermanos terceros o seglares (de la Venerable Orden Tercera de los Carmelitas o del Carmelo Seglar).

Carmelitas de la Orden Tercera
Son los miembros laicos del Carmelo de la Antigua Observancia. Viven el carisma carmelitano manteniendo sus familias y trabajos habituales (pero en algunas comunidades llegan mismo a recibir el hábito religioso carmelita). Constituyen una verdadera rama de la Orden del Carmen, se comprometen mediante la promesa de vivir los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia) y el espíritu de las bienaventuranzas. Estos carmelitas se rigen por la misma Regla de San Alberto de Jerusalén y por constituciones propias.

Carmelitas Seglares
Son los miembros terciarios del Carmelo Descalzo. Son laicos que viven el carisma carmelitano manteniendo sus familias y trabajos habituales. Se rigen por la misma Regla de San Alberto y por unas constituciones propias, aprobadas en 2003. Constituyen una verdadera rama de la Orden, a la que se comprometen mediante la promesa de vivir los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia) y el espíritu de las bienaventuranzas.

Los que se acercan al Carmelo Seglar viven un periodo de postulantado, que va desde los seis meses a un año como máximo, en el que junto con la comunidad realizan un período de discernimiento a la vocación. Pasado ese tiempo, se invita al postulante a pedir el ingreso a la Orden, que lo preparará en los próximos dos años a emitir las promesas temporales de vivir la castidad, pobreza y obediencia, y las bienaventuranzas según su estado de vida (soltero, casado, viudo).

Hechas estas promesas, se preparará para caminar hacia las definitivas luego de tres años de formación, que lo hará miembro de la Orden. Ser un hermano carmelita no es un privilegio, sino una responsabilidad en la misión salvífica de Jesucristo.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Juan el Bautista y su Predicación en el Desierto - Segunda Parte


La respuesta a ese misterio se encuentra en la Biblia. Según ésta, precisamente por el mismo sitio donde Juan predicaba y bautizaba, el general Josué siglos antes había entrado con el pueblo de Israel para apoderarse de la Tierra Prometida e inaugurar una nueva época de esplendor en la historia (Jos 4,13.19). En efecto, cuentan las Escrituras que después de deambular durante 40 años por el desierto, llevando una vida descarriada y vergonzosa, desobedeciendo a Dios y sufriendo por ello numerosos castigos, el pueblo de Israel llegó por fin a las puertas de la Tierra Prometida. El lugar donde se instaló, antes de entrar, fue precisamente la margen oriental del río Jordán (donde ahora estaba Juan el Bautista).

Allí  Moisés, viendo que la marcha por el desierto había llegado a su fin, dirigió una serie de discursos a los israelitas. En ellos les expuso cuatro ideas fundamentales: a) les recordó los pecados de su vida pasada, y cómo habían desobedecido a Dios durante todos esos años; por eso habían andado errantes y sin rumbo fijo a través del desierto (Dt 1-3); b) les dijo que ahora tenían la posibilidad de convertirse, cambiar de conducta y empezar una vida nueva, cumpliendo los mandamientos divinos (Dt 5-30); c) les advirtió que si no se convertían, no iban a permanecer mucho tiempo en la nueva tierra a la que estaban por entrar (Dt 28); d) les anunció la llegada de un gran profeta que vendría después de él, para ayudarlos a cumplir la ley de Dios (Dt 18). Cuando Moisés terminó de hablar, Josué llevó a los israelitas hasta la orilla del Jordán, y a quienes estaban dispuestos a aceptar el desafío, los invitó a entrar en el río para atravesarlo hacia la otra orilla, donde les aguardaba la nueva tierra y la nueva vida (Jos 3-4).

Esos recuerdos bíblicos estaban muy grabados en la mente de todo judío. A tal punto que, en tiempos de Jesús, las ideas de “desierto” y de “cruzar el río Jordán” evocaban casi de forma inmediata los episodios de Josué. Ahora bien, cuando siglos más tarde Juan el Bautista salió a predicar, eligió a propósito como lugar de operaciones el mismo sitio por donde Josué había cruzado el río Jordán. Así, transportando a la gente hasta el marco geográfico de los antiguos recuerdos, el profeta pretendía simbólicamente colocar de nuevo a sus oyentes en aquella primitiva situación histórica. Con esto, Juan ya tenía medio sermón predicado. Estaba diciendo a los judíos que, en tiempos de Josué, sus antepasados habían cruzado ese mismo río y por ese mismo punto, llenos de ilusión y buscando la felicidad de una nueva vida. Vida que nunca pudieron conseguir, porque una vez instalados en la flamante tierra, habían vuelto a descarriarse y pecar contra Dios. Pero las cosas no tenían porque seguir así. Ahora era el turno de ellos, y Dios les ofrecía una nueva oportunidad. Allí estaban otra vez en el desierto, en el mismo sitio de Josué, más allá del Jordán, listos para repetir la antigua gesta y entrar en la salvación, que seguía al alcance de todos. Era como si Juan hiciera retroceder el tiempo, y permitiera a su auditorio volver a ubicarse en la etapa anterior a la conquista de la Tierra Prometida. ¡Y el efecto que esto producía en la gente era impresionante!

A continuación, les predicaba un discurso con las cuatro ideas de Moisés: a) les hacía ver los errores de su vida pasada (Mt 3,7); b) los invitaba a arrepentirse y cambiar de vida (Mt 3,8); c) les anunciaba un castigo divino que caería sobre quienes no se convirtieran (Mt 3,10); d) les revelaba la llegada de alguien, detrás de él, que vendría para hacer cumplir la Palabra de Dios (Mt 3,11-12). Cuando terminaba de hablar, a quienes se comprometían a cambiar de vida los invitaba a bautizarse en el río, como señal de que aceptaban “cruzar” la frontera de una nueva existencia, y luego los enviaba a sus hogares para aguardar el gran cambio que iba a producirse a través de ellos. Las multitudes que se bautizaban y regresaban a sus casas, volvían convencidas de que acababan de actualizar la antigua hazaña de Josué; que al igual que sus antepasados, habían abandonado en la otra orilla un viejo estilo de obrar, y estaban listos para la conquista de un nuevo país, una nueva sociedad, una nueva familia, mientras esperaban la llegada inminente del Reino de Dios, que aparecería de un momento a otro para premiarlos por haberse convertido. Gracias a esta genial estrategia, Juan el Bautista logró reunir innumerables discípulos que aceptaron su mensaje, se encontraron con Dios, cambiaron sus corazones, y transformaron sus vidas de manera poderosa.

A principios del año 27, una muchedumbre se dio cita junto al río Jordán para oír a un nuevo profeta. El lugar donde predicaba era célebre por haber sido el escenario donde Josué había iniciado la conquista de la Tierra Prometida. Pero las multitudes no habían ido allí para conmemorar ese hecho. Iban a ver a un hombre que les aseguraba que ellos podían repetir en sus vidas aquella epopeya extraordinaria. Es que Juan había creado una metodología capaz de transformar un hecho histórico en un acontecimiento actual, un suceso del pasado en una realidad presente, revivida con un sentido nuevo. Hace tiempo ya, en 1983, el papa Juan Pablo II en un famoso discurso ante los obispos latinoamericanos les pidió lo mismo: que prepararan una nueva evangelización para la Iglesia, “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión”. Porque la Iglesia hoy tiene que actualizar algo mucho más importante que el mensaje de Moisés a los israelitas: el mensaje de Jesús de Nazaret que entregó su vida por amor y se ocupó de los más pobres.

Sin embargo, a pesar del pedido del Papa, poco se ha hecho en ese sentido. Nuestra catequesis sigue siendo en muchos casos anticuada, nuestra prédica se ha vuelto insulsa, nuestras enseñanzas son en gran medida obsoletas, y nuestras celebraciones están muy lejos de tener la originalidad y la contundencia que poseían las de Jesús de Nazaret. Algunas no son más que una inflación superficial de palabras reiteradas, a veces vetustas, más ocupadas en evocar hechos históricos que en reeditar caminos nuevos de expresión de la fe. El mensaje de aquel “idealista”, que cuando vio que se le venían encima su condena y su muerte celebró una cena con sus amigos y entregó su cuerpo y su sangre para que el mundo fuera mejor, es algo demasiado profundo y excelso como para ser trivializado en tantas ideas teológicas y definiciones que parecen expresarlo todo, menos el Evangelio de Jesús. Nos hace falta inventar expresiones nuevas, formas inéditas, contextos más adecuados, criterios originales, para que el Evangelio suelte toda la fuerza que tiene encerrada para el hombre de hoy.

Si el austero y solitario profeta del desierto fue capaz de conseguirlo, también nosotros podremos lograrlo.

Fuente:
Artículo extractado de la revista “Vida Pastoral” de la Editorial san Pablo - Argentina

MARÍA EN EL NUEVO MUNDO


Las distintas advocaciones de María llegaron a América en los barcos que procedían del “Viejo Mundo” cuando el europeo llego al “Nuevo Mundo”. Estos marinos, crecidos en la religión católica, transportaron desde Europa figuras con algunos de los nombres que recibe la madre de Dios, de acuerdo a la Biblia.

En la isla de Santo Domingo comenzó todo, con la historia de la Virgen de las Mercedes. Hoy se conmemora la fiesta de la protectora de los dominicanos, Nuestra Señora de la Altagracia, se le venera desde la época de la colonia. Cuentan que a un señor que iba de viaje su hija le pidió una imagen de una virgen desconocida, la de la Altagracia.

El hombre en medio de su búsqueda se encontró con otro hombre que le regaló la imagen. Cuando la joven vio el cuadro dijo que era igual a la imagen que se le había aparecido en sueños. Esta leyenda, al igual que las demás, son tradiciones que se han trasmitido de manera oral en América Latina y el mundo, las cuales han sido asumidas como historia por los creyentes.

María es una sola, y se ha “manifestado” a las personas –historiadores religiosos indican que desde el año 40 d.C.- tomando el nombre del lugar donde ha sido vista o el que le dan los pobladores de una región al declararla santa patrona. Por ello conocemos a la Virgen de Lourdes, del Rosario, del Perpetuo Socorro, de Guadalupe, las Mercedes, Altagracia y muchas otras advocaciones.

Vamos a recordar las advocaciones más populares en América Latina, nueve son santas patronas de pueblos americanos, las tres restantes tienen muchos devotos en estas tierras. Los brasileños le rezan a Nuestra Señora de la Aparecida, los colombianos a Nuestra Señora de Chiquinquirá, los puertorriqueños a Nuestra Señora de la Divina Providencia y los ecuatorianos a Nuestra Señora de la Presentación del Quinche.

Y es que cada virgen toma el nombre del lugar donde se “manifiesta” y aquí en América está muy relacionada con la conquista del continente, ya que los extranjeros, además de sus costumbres, trajeron a estas tierras sus creencias religiosas. Es por ello que los hondureños celebran la festividad de Nuestra Señora de Suyapa, los nicaragüenses son devotos de La Inmaculada Concepción. Mientras que los panameños piden favores a la Virgen de La Antigua, los paraguayos lo hacen a nombre de la Virgen del Caacupé. Nuestra Señora de la Evangelización recibe las honras correspondientes por ser la patrona del Perú, igual sucede en Uruguay, donde la Virgen del Treinta y Tres es venerada como protectora.

Nuestra Señora de Coromoto
Patrona de Venezuela
Al cacique de la tribu Coromoto se le “manifestó” 2 veces una virgen y, según la tradición, la imagen se quedó estampada en la mano de éste. Declarada patrona de Venezuela en 1942, su fiesta se celebra 3 veces: 2 de febrero, 8 y 11 de septiembre.

Nuestra Señora de Guadalupe
Patrona de México
Esta advocación se “manifestó” en 1531 a Juan Diego. Para probar a quienes dudaban, la Virgen hizo crecer en los lugares rosas y grabó su imagen en la tilma del indio. Es coronada en 1746 y su día es el 12 de diciembre.

Nuestra Señora de la Caridad
Patrona de Cuba
Coronada como tal en 1998 por el papa Juan Pablo II. Es declarada patrona de Cuba en 1916 por Benedicto XV y su festividad es el 8 de septiembre de cada año. Su imagen es venerada por los cubanos en el santuario del Cobre.

Nuestra Señora de las Mercedes
Patrona de República Dominicana
En 1615 ocurrió un terremoto que se repitió por 40 días, dejando 24 muertos. El cabildo la proclamó a la patrona de La Española. En 1740 fue cambiada la fiesta al 24 de septiembre. Es declarada patrona en los hechos de 1844.

Nuestra Señora de la Paz
Patrona del El Salvador
Benedicto XV concedió la coronación canónica en 1921. La fiesta es el 21 de noviembre, conmemorando el día en que llegó a San Miguel después de que su imagen fue encontrada en una caja en las orillas del mar del sur en El Salvador.

Nuestra Señora del Rosario
Patrona de Guatemala
Los independentistas guatemaltecos la proclamaron patrona de El Salvador en 1821. En 1833 fue declarada reina de la nación y coronada en 1934. Para los guatemaltecos octubre es muy importante, ya que dedican todo el mes a la Virgen.

Nuestra Señora de la Altagracia
Protectora del dominicano
Su devoción se inició en estas tierras en el periodo colonial. Su fiesta es cada 21 de enero, y fue declarada fiesta nacional en el gobierno de Horacio Vásquez.

N.S. del Perpetuo Socorro
Patrona de Haití
Llega a Haití a través de los padres redentoristas. En 1883 una epidemia de viruela atacó a la vecina nación y los devotos hicieron una novena pidiendo por el cese de la enfermedad, la que dicen dejó de cobrar vidas de milagro.

Nuestra Señora de Fátima
Patrona de Portugal
3 niños encontraron a esta advocación en el poblado de Fátima en Portugal. La Virgen se les “manifestó” a los pequeños el 13 de mayo (día de la festividad). La Virgen fue coronada canónicamente en 1942 por el papa Pío XII.

Nuestra Señora de Lourdes
Patrona de Francia
El 11 de febrero es su fiesta. La Virgen se “manifestó” a la niña Bernadette en Lourdes, Francia. La pequeña contó 18 “manifestaciones”. En 1876 se edifica la basílica. Bernadette fue canonizada en 1933.

Nuestra Señora del Carmen
Patrona de Chile
Su fiesta es el 13 de mayo. Los orígenes de esta advocación surgen en el monte Carmelo. En el siglo XVIII se encontró en el poblado de Mendoza la imagen que hoy se venera en Chile. En 1923 el Vaticano la declaró patrona de ese país.

Nuestra Señora del Pilar
Patrona de España
Una tradición que guardan los españoles desde el siglo XIII, cuando Santiago Apóstol evangelizaba en España vio una imagen de la Virgen María en un pilar. Su festividad es el 12 de octubre. Y su santuario está en Zaragoza.

Los Sefardíes

El nombre de Sefarad, como es denominada España en lengua hebrea, despierta en gentes de Estambul o de Nueva York, de Sofía o de Caracas, el vago recuerdo de una casa abandonada precipitadamente bajo la noche. Por eso muchas de estas gentes, descendientes de los judíos españoles expulsados en 1492, conservan las viejas llaves de los hogares de sus antepasados en España. Se ha escrito que jamás una nación ha tenido unos hijos tan fieles como ellos, que después de quinientos años de exilio siguen llamándose «sefardíes» (españoles) y mantienen celosamente el idioma y las costumbres de sus orígenes. En la cocina y en los lances de amor, en las fiestas y en las ceremonias religiosas, los sefardíes viven todavía la melancolía de ser españoles.

El problema que planteaban los sefarditas hace quienientos años se aplazó con su expulsión, considerada por muchos una de las causas del declive del esplendor que en muchos campos había vivido España hasta entonces. La economía, la ciencia y la cultura, donde resonaban desde el siglo X los nombres de Maimónides, Salomón Ibn Gabirol, Judá Halevi, o tantos otros pensadores, científicos y poetas, pagaron su precio por las pretensiones unificadoras.

Las cifras sobre los sefardíes que abandonaron España en el año del Descubrimiento oscilan entre los cien mil y los cuatrocientos mil. Sus primeros destinos fueron el Norte de África y Portugal. Más tarde se dispersarían por toda la cuenca del Mediterráneo, creando grandes comunidades en los Balcanes y Asia Menor. El Nuevo Mundo atrajo también a los sefardíes, que desempeñaron un importante papel en la colonización de algunos países, como Brasil. En nuestro siglo, las dos guerras mundiales, la persecución nazi y la creación del Estado de Israel fueron elementos decisivos en el último proceso de la diáspora sefardí.

El gran peso de los sefardíes en la comunidad judía internacional ha motivado la incorporación de los judíos no sefardíes bajo esta denominación. Teniendo en cuenta a estos últimos, que han asimilado las costumbres sefardíes sin tener nexo histórico con los judíos expulsados de España, algunos cálculos hablan de una comunidad sefardí de entre cuatro y cinco millones de personas. En París está la sede de la Federación Mundial Sefardita, a la que están incorporadas asociaciones sefardíes de todo el mundo.

Los sefardíes luchan hoy por preservar su identidad frente al proceso de homogeneización cultural, que afecta principalmente a su idioma, donde se mantiene viva la memoria de sus raíces. El judeo-español, un castellano anterior a las reglas fonéticas y ortográficas del Siglo de Oro con mezcla de hebreo y otras lenguas, ya no lo hablan los jóvenes, aunque son capaces de entenderlo. En los últimos años se han realizado algunos esfuerzos por mantener la lengua e intentar que no quede reducida al ámbito familiar o a las personas de mayor edad.

Durante quince siglos, desarrolló el pueblo sefardí una cultura en España que fue la más importante en el mundo en su época para luego verse suprimida de un plumazo con la cruel expulsión de 1492. A lo largo de la historia, los judíos fueron expulsados de varios países de Europa, pero en ningún otro caso el impacto llegó a dejar en la conciencia colectiva del pueblo un impacto tan profundo y unos recuerdos tan arraigados como el drama de 1492. Esto puede sólo explicarse por la especial intensidad de la vida judía en España y por el carácter único del acervo de sus tradiciones y legado cultural.

La manifestación más genuina del judeo-español la constituye el romancero, medi de expresión popular-literaria y religiosa, a menudo ligada a la nostalgia de la patria perdida. La creación folclórica abarca los más variados aspectos del canto, la danza, la leyenda, el refrán, la «conseja» (cuento), el chiste, la creencia supersticiosa, la tradición del homno religioso y así sucesivamente.

La creación folklórica sefardí, en oposición a la nota pesimista ashkenasí, abre una espaciosa ventana hacia el gran mundo, canta el amor, las hazañas caballerescas, el goce de la vida, la existencia placentera, la belleza de la naturaleza. Si canta tristeza es porque a menudo los desastres y las desgracias, las guerras y las persecuciones asolan a su pueblo, pero en regla general, el optimismo y la esperanza, valores anímicos típicamente sefardíes, inspiran su creación.

Tuvieron que transcurrir varias décadas para llegar al punto en el que nos encontramos hoy, el de una España democrática, que asume su pasado, porque la historia no se puede cambiar, pero que está firmemente decidido a emprender una nueva etapa de convivencia y a ahondar en sus enriquecedoras raíces judías para construir una España mejor, una España que mira confiada al futuro sin olvidar las lecciones de su trayectoria pasada.

Kyrie Eléison

El Kyrie eléison, Christe eléison, es una aclamación laudatoria (de alabanza) muy antigua que recitamos los cristianos al inicio de la liturgia eucarística latina (la misa, el acto esencial del culto y de la oración de la Iglesia). Con el Kyrie (vocativo de Kyrios que quiere decir "el Señor") confesamos el señorío de Cristo Resucitado sobre la humanidad y su historia. Esos Kyrie eléison, Christe eléison, en griego significan: ¡Señor ten piedad, Cristo ten piedad!

Veamos brevemente el uso y significados que se le daba a la palabra Señor en la antigüedad, en la época helenística, así como en el Antiguo y Nuevo Testamento, su aplicación a Jesús y el uso del kyrie en la liturgia desde la iglesia primitiva hasta nuestros días. La palabra "Señor" designa al que manda, al que tiene legítimo poder sobre alguien o algo. Era "Señor" (: adonay en hebreo, : kyrios en griego, domine en latín) el dueño de un esclavo, de un animal u objeto (Lc 19,33). Con el adoni se le distinguía también a la persona que desempeñaba un puesto importante (Gén. 23, 6), -por ejemplo "Adoni-Bézeq" ó "mi señor es Bézeq"- y se le decía señor también al rabí. En Egipto, y en las tierras semíticas, los servidores y esclavos llamaban señor a su rey (Éx 10, 7).

Tanto las religiones egipcias como semíticas veneraban a sus dioses como señores o dueños supremos de sus vidas, como revelan las antiguas inscripciones. En el Antiguo Testamento a Yahvéh se le designa como Señor por ser el creador del cielo y tierra (Gén I,I), creador de su pueblo (Is 43,I.21) y su libertador en tiempos de la esclavitud en Egipto (Éx 19,4-6). De este modo, se le sustituyó el nombre propio de Yahvéh con el título real Adonai, y Kyrios en griego. En la época helenística, cuando las religiones y la cultura griega tocan las muchas costas del mediterráneo, los dioses egipcios y griegos eran designados como señores: Kyria Isis, Kyrios Asclepios (Esculapio)... A estos "muchos señores y dioses" del mundo griego, Pablo les exhorta a conocer al "único Dios, el Padre, y el único señor Jesucristo" (2 Cor 8,5s).

En el Nuevo Testamento Dios es "el Señor" (Rom 4,8) y en muchas ocasiones se sustituye la palabra Dios por "el Señor". Y también Jesús es llamado "Señor". Pero es ya un Señor a quien quisieron hacerle suyo y entregarse voluntaria e intensamente, por lo que se dirigirán a él con el título de "Señor mío" (adoni) o "Señor nuestro" (Mc 11,3; 7,28). Si al título arameo de Rabbí (maestro) o Rabbuní le fue transmitido el de señor, para los discípulos Jesús será "mi Señor" (Lc 19,31; 22,II), título que Él acepta (Jn 13,13) por ser el Ungido de Dios (Mc 8,29), en cuya persona se manifiesta el poder regio de Dios (Mt 12,28), con poder para juzgar a vivos y a muertos (Jn 5,22), a cuya soberanía desean entrar de lleno sus discípulos cuando clamaban en arameo maran atha "Nuestro Señor ha venido, está presente", ó marana tha "Señor nuestro, ven".

Cabe anotar también, que la invocación Christe eléison es característica del rito romano, con la excepción del rito mozárabe. En las peticiones, recordaban el ambiente terrenal que les rodeaba: suplicaban por los dolores del mundo, clamaban por la paz y la liberación de los oprimidos y de los perseguidos. Más tarde, estas súplicas con el kyrie fueron eliminadas, permaneciendo ahora a solas el kyrie, como un clamor penitencial, individualista. El kyrie eléison se cantaba como una sílaba con muchas notas, siendo luego enriquecidos los cantos con abundantes melismas (grupo de notas sucesivas que forman un neuma o adorno sobre una misma vocal). Los coros introdujeron eventualmente tropos (textos breves con música) que encontramos más evidentemente desde la Edad Media. Los más grandes compositores occidentales han compuesto magníficas piezas musicales polifónicas en honor a estas breves pero tan profundas frases del Kyrie eléison.

A finales del siglo II las lecturas eucarísticas eran aún leídas en griego. Cuando bajo el papa San Dámaso en el siglo IV fueron cambiados los textos de la misa del griego al latín, el kyrie permaneció sin embargo inmutable, y así siguió por siglos. Los Padres apostólicos y los Apologistas no mencionan el Kyrie eléison. La referencia más antigua que tenemos sobre su uso en la liturgia romana es la del octavo libro de las Constituciones Apostólicas y en el tercer canon del Segundo Concilio de Vaison, en el año 529. San Gregorio II (590-604) aclara el uso que le daba en el rito romano respecto al estilo de Constantinopla, o las iglesias orientales. El Ordo Romano del siglo VII y VIII ya lo colocan alternado entre el coro y los feligreses terminada la antífona del Introito, o sea, al comienzo de la Misa.

Aunque dando paso actualmente al vernáculo de cada región -tras el Concilio Vaticano II- el hermoso y profundo Kyrie se canta en griego aún hoy día en épocas o liturgias especiales, como por ejemplo en las misas dominicales (Domini dies: día del Señor) en tiempo de Cuaresma. Y como para ser cristianos hay que reconocer a Cristo como nuestro Señor (I Cor 12,3; I Jn 4, 1-3), comenzamos haciéndolo así al inicio de la celebración de la Santa Cena (la misa), recitando o cantando el Kyrie eléison.

CS 6 ¿POR QUÉ SUFRO?

miércoles, 11 de febrero de 2015

Juan el Bautista y su Predicación en el Desierto - Primera Parte


Cuando Juan el Bautista salió a predicar, eligió un curioso lugar para instalar su ámbito académico: el desierto palestino. Realmente no podía haber buscado un sitio más inapropiado. ¿Cómo haría la gente para llegar hasta allí? ¿Y cómo podrían ubicarse más o menos cómodamente para escuchar sus sermones, entre las piedras, los insectos, la arena, el sol y las alimañas? ¿Y dónde encontrarían sanitarios, o un lugar para hacer un alto y tomar agua?

Pero a Juan no pareció haberle importado esos detalles. Y a la gente tampoco, porque dice el Evangelio que “acudían hasta él muchedumbres de toda la región de Judea, y todos los habitantes de Jerusalén, y se hacían bautizar por él confesando sus pecados” (Mc 1,5). Juan convirtió el desierto en un hervidero de gente, llegada de todas partes para escuchar su mensaje, confesar sus pecados y cambiar de vida. ¿Pero por qué eligió un lugar tan incómodo para dirigirse a su auditorio? En ese sentido Jesús fue más práctico: buscaba a las multitudes donde ellas se reunían naturalmente: en las plazas, las calles, el Templo, las sinagogas, o las casas de familia. No las obligaba a concurrir a ningún lugar penoso. En cambio Juan les complicaba la vida. ¿Qué razón poderosa tuvo para arrastrar al gentío hasta el desierto y hablarles allí?

Si averiguamos dónde exactamente predicaba Juan, quizás podamos resolver el misterio. El primer dato que nos da el Evangelio es que se había instalado “en el desierto” (Mc 1,3-4; Mt 11,7). Éste no era, como solemos imaginar, una planicie cubierta de arena y dunas en medio de la nada. La palabra hebrea midbar (que traducimos por “desierto”) indica un lugar deshabitado y sin cultivar, pero que podía tener vegetación, plantas, y hasta incluso un río.

¿Y cuál era concretamente ese desierto? Mateo lo señala: era “el desierto de Judea” (Mt 3,1). Una vasta región, situada al norte del mar Muerto, justo donde desemboca el río Jordán (Jue 1,16; Sal 63,1). Para nuestra mentalidad, puede resultar extraño que el valle de un río sea llamado “desierto”. Pero hay que tener en cuenta que ese último tramo del Jordán, antes de desembocar en el mar Muerto, es una zona donde no llueve casi nunca, el suelo es infértil, y ofrece al visitante un aspecto árido y desolado. Incluso Flavio Josefo, un historiador judío del siglo I que conocía muy bien la geografía de su país, dice que el río Jordán “serpentea a lo largo de un buen trecho de desierto”. O sea que para la Biblia, el terreno por donde el río Jordán transitaba sus últimos kilómetros se consideraba un “desierto”.

San Marcos confirma el dato cuando dice que la gente iba al desierto a escuchar a Juan “y se hacía bautizar por él en el río Jordán” (Mc 1,5). O sea que “desierto” y “río” eran dos realidades que estaban en el mismo escenario donde predicaba y bautizaba Juan.

¿Es posible precisar en qué parte bautizaba exactamente Juan? San Lucas da a entender que no tenía lugar fijo, porque afirma que iba “por toda la región del Jordán” (Lc 3,3). Pero el Cuarto Evangelio sí nos informa del sitio donde desarrollaba su actividad: “en Betania, al otro lado del Jordán” (Jn 1,28). El nombre de Betania significa “lugar de las barcas”, y se llamaba así por el movimiento de embarcaciones que había en la zona, ya que era uno de los sitios usados por la gente para cruzar de una orilla a la otra del río.

En tiempos de Jesús había dos Betania distintas, que no deben confundirse. Una, cerca del Monte de los Olivos, a 3 kilómetros de Jerusalén; allí se sitúa la casa del joven Lázaro, a quien Jesús resucitó después de cuatro días de muerto, y que vivía con sus hermanas Marta y María (Jn 11,1). La segunda Betania, donde bautizaba Juan, quedaba “al otro lado del Jordán” (Jn 1,28), y era un pequeño caserío (hoy conocido como Tell el-Medesh), ubicado no exactamente sobre el río sino sobre uno de sus brazos, el llamado Wadi Nimrín, 300 metros al este del Jordán, y 15 kilómetros al norte del mar Muerto, justo a la altura de Jericó. Había allí abundante agua debido a sus anchos cauces, y era una zona amplia y despejada donde Juan podía practicar tranquilamente sus abluciones. A esta Betania huyó Jesús un día, cuando tuvo un incidente con los judíos de Jerusalén y quisieron matarlo a pedradas; “entonces Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde había estado antes Juan bautizando, y allí se quedó” (Jn 10,40).

Es probable que Juan no permaneciera siempre en el mismo sitio. A veces tendría que trasladarse a algún otro lado, sobre todo en épocas de crecida y desborde del río, que anegaba las zonas aledañas a Betania. En cierto momento, cuado vio que su vida corría peligro porque el gobernador Herodes Antipas lo buscaba para apresarlo, debió trasladarse a otra localidad, una tal Ainón (Jn 3,22), ciudad de la Decápolis, unos 60 kilómetros más al norte, siempre en la orilla oriental del Jordán.

Pero su actividad principal estuvo centrada en Betania. De hecho el Cuarto evangelio dice que en Betania era donde Juan “estaba” bautizando (Jn 1,28). El verbo en pretérito imperfecto indica una acción estable en un lugar. Por lo tanto Betania fue su centro de operaciones, y el sitio donde más tiempo permaneció.

El sitio elegido por Juan para bautizar era muy apropiado, porque allí  podía encontrar un gran público. Por ese lugar pasaba la antigua carretera comercial que, partiendo de Jerusalén (en el oeste), llegaba a Jericó, luego atravesaba el río, y continuaba hacia el este del Jordán. Por lo tanto, diariamente llegaba al lugar un gran número de viajeros y comerciantes, con sus productos y mercancías, que buscaban cruzar el río a través de sus vados o en balsas. Juan entonces aprovechaba el nutrido tráfico de negociantes ricos, para apelar a sus conciencias e invitarlos a la solidaridad (Lc 3,10-11). También allí, por ser el límite internacional del país, había cobradores de impuestos y aduanas, a los que Juan aconsejaba no exigir dinero de más (Lc 3,12-13). Y no faltaban los soldados que vigilaban la frontera, a quienes los exhortaba a no enriquecerse ilícitamente en sus acciones militares (Lc 3,14-15).

Muchos judíos que pasaban por la zona no querían escucharlo, diciendo que ellos, por ser descendientes de Abraham, es decir judíos, ya estaban salvados. Pero Juan, señalando las piedras que había alrededor, les contestaba: “Raza de víboras, conviértanse. No anden diciendo: ‘Somos hijos de Abraham’, porque les aseguro que Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abraham” (Lc 3,7-9). Ni siquiera el propio gobernador de la región se salvó de las críticas del Bautista. Un día en que lo vio pasar por allí con su pomposa caravana, camino al palacio de vacaciones de Maqueronte, le censuró públicamente su indecente matrimonio con la mujer de su hermano (Lc 3,19-20).

Pero entonces, ¿Juan eligió ese lugar por las posibilidades que allí tenía de llegar a un amplio público? Ciertamente que no. Si se hubiera tratado sólo de eso, podía haberse instalado en la orilla occidental del río, donde además de predicar habría estado más protegido de la hostilidad de Herodes Antipas, y habría podido salvar su vida. Además, del lado occidental del río habría encontrado más gente a la cual dirigir su mensaje: ya sea en los atrios del Templo, en las calles de Jerusalén, o en las plazas de cualquier ciudad de Palestina. O sea que Juan no se instaló al este del Jordán por el numeroso público que había.

¿Fue entonces por las abundantes aguas de la zona? Tampoco. De haber sido ése su interés, el lago de Galilea le habría resultado más propicio; o la misma Jerusalén; o incluso en Jericó podía haber hallado varios baños públicos donde la tarea de bautizar hubiera sido menos agotadora que el agobiante y caluroso desierto. ¿Cuál fue el motivo, entonces, que llevó a Juan a bautizar “en el desierto” y “más allá del Jordán”?

Fuente:
Artículo extractado de la revista “Vida Pastoral” de la Editorial san Pablo - Argentina

¿Cuál fue la última tentación de Cristo - Segunda parte


¿Qué sentido tiene Jerusalén en Lucas? Aquí no se trata sólo de la capital del país. Es el lugar que Dios eligió para mostrarse a su pueblo, y desde donde manda la salvación a toda la humanidad. Por eso será la ciudad donde se cumplirán los hechos más grandiosos de la historia de la salvación. 

En cambio en Lucas, la figura que aparece destacada es Jerusalén. Al igual que la montaña en Mateo, esta ciudad en Lucas no es un simple "lugar geográfico", sino también "teológico". Para darnos cuenta de su importancia, basta con contar las veces que aparece mencionada en la obra de Lucas, es decir, en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles: ¡90 veces!, sin tener en cuenta las referencias indirectas que a ella hace.

Es tan grande la veneración de esta ciudad en Lucas, que es el único de los cuatro Evangelios que empieza y termina en Jerusalén. En efecto, la primera escena de Lucas se desarrolla en el Templo de Jerusalén (1,9), cuando el sacerdote Zacarías se entera de que va a tener un hijo. Y la última escena es el regreso de los apóstoles al Templo de Jerusalén, donde "estaban siempre bendiciendo a Dios" (24,53). No sólo el evangelio está encuadrado en Jerusalén. Los grandes acontecimientos de la vida de Jesús suceden en relación con ella. Ya desde recién nacido, sólo Lucas cuenta que al primer lugar donde llevan a Jesús es a Jerusalén, para presentarlo en el Templo (2,22). Esto muestra la estrecha relación que había entre el niño y la ciudad.

A los 12 años, sólo Lucas refiere que el niño se perdió también en Jerusalén, y que lo encontraron en el templo tres días después, sentado entre los maestros de la Ley (2,49). Un exclusivo apego por la ciudad que demostró desde pequeño. Cuando empezó a predicar, y después de unas cuantas enseñanzas en Galilea y en Samaria, sólo Lucas cuenta que Jesús "tomó la firme decisión de ir a Jerusalén" (9,51). Y ya nunca más lo apartará de ella. Comenzará, así, un largo viaje hacia allá, que le llevará todo el resto de su vida, y en donde Jesús aparece seguido por una gran multitud que lo acompaña. Para quien entiende este mensaje de Lucas, no se trata de seguidores ocasionales sino de la gente que quiere ir "al lugar de salvación".

Será a lo largo del viaje a Jerusalén, donde Lucas pone en labios de Jesús sus mejores enseñanzas, sus más bellas parábolas, sus más hermosos diálogos que para los demás evangelistas aparecen pronunciados en otros momentos de la vida de Jesús. Y a cada instante Lucas nos recordará que "Jesús sigue de viaje a Jerusalén", como para que los lectores no pierdan de vista que todas estas enseñanzas y predicaciones del Maestro, pueden conducirnos también a nosotros a Jerusalén, es decir, al encuentro del Dios de la salvación. Y al final del viaje, sólo Lucas describe su entrada en la ciudad como una majestuosa procesión real. En efecto, es el único en contar que la gente lo aclamaba a Jesús como "rey" (19,38). Lo convierte nada menos que en rey de Jerusalén. Para completarlo, sólo Lucas trae la orden de Jesús de predicar a todo el mundo pero "comenzando por Jerusalén" (24,47).

Después de ver esta insistente preocupación de Lucas por presentarlo a Jesús en Jerusalén realizando sus acciones más grandes, no cabe duda de que el orden de su tercera tentación se debe a su especial interés por esta ciudad. Para Lucas, Jesús se libera de Satanás precisamente en la ciudad donde va a liberar a los hombres de todo mal, en el mismo lugar de donde brota toda la fuerza de salvación. ¿Quién tiene pues razón sobre la tercera tentación de Jesús: Mateo o Lucas? Los dos. No existe ninguna contradicción entre ellos. Cada uno, desde su propia teología, dice lo mismo. Para los dos, el clímax de la confrontación entre Satanás y Jesús sucede precisamente en el lugar donde Dios despliega su máximo poder para salvar a los hombres: la montaña en Mateo, Jerusalén en Lucas.

El mensaje que nos dejan ambos evangelistas con las tentaciones es el mismo, independientemente del orden en que cada uno las trae. Cuando el hombre está plenamente cimentado en Dios, no a medias, ni ocasionalmente, siempre vencerá al mal. Para explicar eso, Mateo hace subir a Jesús a una montaña, y Lucas lo lleva volando en un instante a Jerusalén. Es la manera teológica de mostrarlo firmemente apoyado donde sabe que se encuentra Dios. Mucha gente no puede vencer sus tentaciones. Quizás porque no está afirmada totalmente en Dios. Porque a veces le cree a él, y a veces a otros consejeros. Porque acepta algunas cosas de la Palabra de Dios, y otras las deja de lado. Porque a veces confía en Dios, y otras se fabrica falsos ídolos que le prometen vanamente felicidad. Porque no termina de decidirse totalmente por el único Señor. Jesús venció acabadamente al mal cuando subió a la montaña (según Mateo) o cuando subió a Jerusalén (según Lucas), es decir, cuando fue a donde estaba seguro de encontrarse con Dios. Quien así lo haga, también acabará venciendo.

Ariel Alvarez Valdes
Biblista

Francisco de Miranda

Precursor del movimiento de emancipación de Hispanoamérica. Era hijo de un comerciante canario que había hecho fortuna en Venezuela. Francisco estudió en la Universidad de Caracas y se alistó en el ejército español en 1771. Combatió en el norte de África, en las Antillas y en la intervención contra Gran Bretaña durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1780-81). Luego se instaló como comerciante en Cuba. Pero fue procesado por contrabando y lectura de libros prohibidos en 1783; porque, efectivamente, Miranda era seguidor de los enciclopedistas y los filósofos ilustrados, cuyo ideario político liberal había adoptado.

Antes de ser desterrado al norte de África, consiguió huir y se lanzó, por lo que le quedaba de vida, a luchar contra la dominación colonial española en su país. Recorrió Europa y Estados Unidos defendiendo la causa de la independencia hispanoamericana, a imagen de lo que habían hecho las antiguas colonias británicas del continente. Su pertenencia a la masonería le facilitó el contacto con las personalidades más relevantes del mundo, a través de las logias europeas y americanas.

Durante su estancia en Francia, se adhirió a la Revolución, que le nombró general, y prestó sus servicios para la conquista francesa de los Países Bajos (1792-93); pero perdió el empleo por un conflicto con Dumoriez. Fue perseguido por el Comité de Salvación Pública durante el Terror (1793), pero se salvó de la guillotina por la caída de Robespierre. Luego presidió una junta de representantes de las colonias españolas de América (fundada en París en 1797), que respaldó su campaña en busca de apoyos internacionales.

En 1806 regresó a Venezuela, habiendo conseguido promesas de ayuda por parte de la zarina Catalina II de Rusia, el presidente americano Jefferson y, sobre todo, el Joven Pitt, primer ministro de Gran Bretaña, de cuyos intereses geoestratégicos se convirtió en agente. Miranda pretendía formar un único Estado hispanoamericano independiente desde el Mississippi hasta la Tierra del Fuego, para el cual había proyectado una constitución, ideado un nombre -Colombia- e incluso diseñado una bandera (la actual de Colombia, Venezuela y Ecuador). Pero su primer intento de desembarcar en Ocumare fue rechazado por el capitán general de Venezuela; y un segundo desembarco en Coro no despertó la adhesión que esperaba por parte de los criollos, por lo que regresó a Europa en busca de refuerzos (1807).

La invasión de España por las tropas de Napoleón en 1808 creó en las colonias americanas una situación de desconcierto y vacío de poder, que los independentistas aprovecharon para lanzar su revolución con más garantías de éxito: Miranda fundó el periódico El Colombiano, desde el cual coordinó los movimientos revolucionarios que estallaron simultáneamente y con características semejantes en toda Hispanoamérica en 1810; en aquel año regresó a Venezuela, a instancias de Bolívar y de la junta revolucionaria formada en Caracas.

Un Congreso proclamó la independencia de Venezuela al año siguiente, adoptando una Constitución inspirada en la de los Estados Unidos. Miranda fue puesto al frente del ejército rebelde y se proclamó dictador para detener el contraataque español (1812). Pero fue derrotado y capituló sin consultar a sus propios compañeros en aquel mismo año; desacreditado por sus errores políticos y militares, y enfrentado tanto a los republicanos radicales como a los terratenientes conservadores, fue arrestado por Bolívar y entregado a los realistas, que le enviaron preso a España, donde murió.

martes, 3 de febrero de 2015

¿Cuál fue la última tentación de Cristo? - Primera Parte


Que Jesús tuvo muchas tentaciones en su vida lo sabemos por dos motivos. Porque la Biblia dice que él era semejante a los demás hombres en todo (Hb 2,17), inclusive en las tentaciones (Hb 4,15). Y porque Jesús lo afirmó al despedirse de sus apóstoles: "Vosotros me habéis acompañado a lo largo de todas mis tentaciones" (Lc 22,28). Sin embargo los Evangelios mencio­nan sólo tres, que le sucedieron antes de su vida pública. Es que, como lo dijimos en otra oportunidad, estas tres tentaciones en realidad simbolizan todas aquellas tentaciones por las cuales Jesús pasó a lo largo de su vida. Ahora bien, ¿cuál fue la última tentación que sufrió Jesús? La cuestión viene al caso, porque Mateo y Lucas, los dos únicos evangelistas que las cuentan, traen un orden diferente. Sí están de acuerdo sobre la primera tentación. Ambos afirman que tuvo lugar en el desierto, donde el diablo se le presentó luego de un ayuno de cuarenta días, y lo incitó a convertir las piedras en pan para calmar su hambre (Mt 4,1-4; y Lc 4, 1-4).

Pero sobre la última, la más importante ya que en ella Satanás quedó definitivamente derrotado y dejó en paz a Jesús, ya no hay acuerdo. Según Mateo fue sobre una montaña (4,8). Según Lucas fue en Jerusalén, en la parte más alta del Templo (4,9). Es decir que en Mateo el escenario de las tentaciones es: a) desierto, b) templo, c) montaña. En cambio en Lucas es: a) desierto, b) montaña, c) templo. Si los dos escritores cuentan el mismo relato y con los mismos detalles, ¿por qué al llegar al final cambian y dan una versión diferente de la tercera tentación? La respuesta está en lo que se llama "la teología del autor". Es decir, si bien los evangelistas narran los hechos históricos de la vida de Jesús, cada uno retoca los detalles para transmitir a los lectores un "mensaje" especial de parte de Dios lo cual sería la "teología". Sobre la base de esto, adelantemos ahora la respuesta. Mateo ubicó la última tentación de Cristo sobre una montaña, porque en su Evangelio la montaña tiene un significado particular. En cambio Lucas la ubica en Jerusalén, porque es esta ciudad lo que tiene un sentido especial en el tercer Evangelio. Para decirlo con palabras más técnicas, en Mateo nos encontramos con la "teología del monte". En Lucas, con la "teología de Jerusalén".

¿En qué consiste la "teología del monte"? Resulta curioso que Mateo, un escritor que casi no muestra interés por ubicar geográficamente los episodios que cuenta, sin embargo encuadre cuantas veces puede sus escenas en alguna montaña. La menciona tantas veces, y en momentos tan dispares, que los estudiosos concluyen que no se trata sólo de un detalle geográfico, sino que por detrás hay un interés especial. ¿Pero cuál? El secreto está en el significado que la montaña tenía en la antigüedad. A los judíos siempre les impresionaron los lugares altos. En la Biblia son el símbolo de la estabilidad, de lo que no tiembla, de lo más firme que existe sobre la tierra. Por ejemplo, para hablar del amor de Dios se dice: "Las montañas podrán moverse y las colinas correrse; pero mi amor no se apartará de tu lado" (Is 54,1). Las montañas son consideradas las primeras criaturas de Dios, lo más antiguo del mundo. Cuando Job, por ejemplo, pretende cuestionar la sabiduría de Dios, un amigo le reprocha: "¿Acaso tú has nacido antes que las montañas?" (Jb 15,7). Y cuando se habla de la eternidad de Dios, los Salmos exclaman: "Antes de que los montes fueran creados, desde siempre tú eres Dios" (90,2).

Esta atracción misteriosa que provocaban las montañas, hizo pensar a los judíos que en ellas habitaba la divinidad, y que desde allí hablaba con los hombres. Por eso uno de los títulos más antiguos de Yahvé era "El Shadday", que significa "Dios de las montañas". Y de ahí la creencia de que para encontrarse con Dios había que subir a las montañas. Eso explica que muchos de los episodios importantes del Antiguo Testamento sucedieran en las montañas. Por ejemplo, fue en un monte (el Sinaí) donde Yahvé habló con Moisés y le dio los diez mandamientos. En un monte (el Moria) Abraham intentó sacrificar a su hijo Isaac y Dios se lo prohibió. Desde otra montaña (el Tabor) Dios hizo ganar a los judíos la batalla contra los cananeos, en tiempos de los jueces. También fue en un monte (el Carmelo) donde Elías, el más grande de los profetas, hizo llover fuego del cielo y derrotó a los falsos profetas de los dioses paganos (1 Re 18,20-48). Y en un monte (el Sión) se construyó el único y grandioso Templo de Jerusalén, la morada permanente de Yahvé con su pueblo. Pero no solamente los hechos pasados, sino también los futuros se esperaban sobre las montañas. Así, según una tradición, cuando venga el Mesías juzgará a todas las naciones desde una montaña (Za 14,4). Según otra tradición, al final de los tiempos Dios ofrecerá sobre una montaña un gran banquete con suculentos manjares y vinos de solera, y allí destruirá la muerte y traerá la salvación (Is 25, 1-9). También la construcción del templo futuro era esperada sobre una montaña (Ez 40,2).

En el Antiguo Testamento, entonces, la montaña era el lugar desde donde Dios se comunicaba con el hombre y le otorgaba la salvación. Ahora bien, Mateo, un escritor judío que escribía para los judíos, participaba de esta mentalidad. Por eso en su Evangelio la figura de la montaña no es un "lugar geográfico" sino un "lugar teológico", es decir, una imagen con un mensaje. Esto explica su interés de mostrar a Jesús frecuentemente ligado a un monte. Por ejemplo, el primer sermón que pronunció, con sus famosas Bienaventuranzas, según Lucas fue "en un lugar llano" (6,17); en cambio para Mateo, "en una montaña" (5,1). Lógicamente si Dios en el Antiguo Testamento había dado sus leyes desde una montaña (el Sinaí), también ahora Jesús, para dar en nombre de Dios las nuevas leyes a sus seguidores, y según la mentalidad de Mateo, tenía que "subirse a una montaña". La transfiguración aparece, igualmente, ubicada en una montaña (Mt 17,1).Era la manera de decir que en esa transformación que sufrió Jesús, podía verse nada menos que a Dios mismo, ese Dios grandioso y resplandeciente que desde las montañas se manifestaba al pueblo de Israel en la antigüedad. También el último discurso de Jesús, llamado discurso escatológico, aparece pronunciado en una montaña (Mt 24,3), porque en él Jesús hace a sus apóstoles las últimas revelaciones, como la destrucción de Jerusalén, el fin del mundo y su segunda venida. Tremendos misterios que sólo Dios conoce y domina. Y por eso los anuncia subido a una montaña.

Después de la resurrección, sólo Mateo cuenta que Jesús se apareció a sus discípulos en una montaña de Galilea (28,16). Porque desde allí promulgó el solemne mandato a sus apóstoles de predicar por todo el mundo su Evangelio. Pronunciado desde una montaña, adquiría la fuerza y la autoridad del propio Dios. No solamente la vida de Jesús aparece ligada a las montañas en Mateo. También modificó algunas de sus frases con tal de mencionarlas. Por ejemplo, en la enseñanza sobre la fe Lucas pone: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza, le dirían a este árbol que se arranque y se plante en el mar, y él les obedecería" (17,6). En cambio la frase en Mateo es: "Si tienen fe como un grano de mostaza, le dirán a esta montaña que se mueva de aquí hacia allá, y ella se desplazará" (17,20). Al hablar sobre las buenas obras, Lucas escribe: "porque no se puede esconder una lámpara encendida bajo la cama" (Lc 8,16). Mateo, en cambio, la transforma: "No se puede esconder una ciudad construida sobre una montaña" (5,14). Otro tanto tenemos en la parábola de la oveja perdida. Mientras Lucas dice que para buscarla el pastor deja a las otras noventa y nueve ovejas "en el desierto" (15,4), Mateo precisa que las deja "en las montañas" (18,2), es decir, no en cualquier parte como si no le importaran, sino en un lugar seguro, marcado por la presencia de Dios. El interés de Mateo por la figura de la montaña llega a tanto, que cuenta (sólo él lo cuenta) que un día Jesús se subió a una montaña para curar a la gente; y allí se dirigieron todos llevando a los lisiados, cojos y ciegos (15,29-31). Realmente Jesús no podía haber elegido peor lugar para hacer sus curaciones. Imaginemos la incomodidad de esta pobre gente discapacitada, que difícilmente podía haber llegado hasta la cima en busca de salud.

Es que la escena de Jesús sanando en un monte expresaba claramente que no se trataba de cualquier sanación, sino de aquéllas que venían de Dios, y que traían la salvación incluida. De este modo, el mensaje del Evangelio se enriquecía notablemente con este simple detalle. Ahora bien, después de ver la importan­cia que Mateo le otorga a la montaña, se aclara súbitamente el porqué de su tercera tentación. Tenía que contar el triunfo final del Señor sobre Satanás, sobre las fuerzas malignas. Y qué mejor lugar que ubicarlo en una montaña, el lugar que caracteriza a los grandes acontecimientos de Dios con los hombres. La victoria de Jesús sobre el Diablo en una montaña, era la victoria definitiva de Dios sobre el mal. Por eso es la tercera y última tentación.

Día de la Marmota

El Día de la Marmota es un método folclórico usado por los granjeros, especialmente de Estados Unidos y Canadá, para predecir el fin del invierno, basados en el comportamiento del animal cuando sale de hibernar el 2 de febrero. Según la creencia, si la marmota al salir de su madriguera no ve su sombra, por ser un día nublado, dejará la madriguera, lo cual significa que el invierno terminará pronto. Si por el contrario, por ser un día soleado, la marmota "ve su sombra" y se mete de nuevo en su madriguera, significa que el invierno durará seis semanas más.

El día de la marmota señala (aproximadamente) la mitad del periodo entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera (de forma similar a la fiesta de Halloween, que señala la mitad del periodo entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno). Algunos remontan la costumbre a tradiciones irlandesas (según viejas tradiciones, el día 2 de cada mes está siempre nublado), la historia parece fijarse más bien en los inmigrantes alemanes llegados a los Estados Unidos, en especial al estado de Pensilvania. Los granjeros germanos utilizaban el método para saber cuándo tenían que cultivar sus tierras.

Ya en Alemania, estos granjeros observaban al tejón, que al salir de su guarida en invierno podía tener dos reacciones: si veía su sombra, en un día soleado, se asustaba y volvía a su hibernación por seis semanas más, indicando que continuaba el invierno; pero si al salir no veía su sombra, por no haber sol, pensando que llegaba la primavera, salía confiado. Esta tradición se celebra a lo largo de muchas poblaciones estadounidenses, e incluso en Canadá (donde la marmota más famosa se llama Wiarton Willie); sin embargo, es la marmota Phil de Punxsutawney, en el Estado de Pensilvania, la más famosa, con una tradición de más de un siglo (concretamente desde 1887).

Los defensores del día de la marmota plantean que el pronóstico del roedor tiene una precisión de entre un 75% y un 90%. Un estudio canadiense de 13 ciudades en los pasados 30 a 40 años establece el índice aciertos a un nivel del 37%.